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Τετάρτη 2 Οκτωβρίου 2013

«ΜΗ ΚΡΙΝΕΤΕ, ΙΝΑ ΜΗ ΚΡΙΘΗΤΕ... No juzguéis, para que no seáis juzgados...» Mt 7,1-5


«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con la dureza del juicio con que juzgáis y medís los hechos y la vida de los demás, seréis juzgados y medidos de Dios. ¿Hipócrita, cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo te atreves decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu hermano» (Mt 7,1-5).
Terapia del carácter que cae fácilmente en los juicios.
Θεραπεία του χαρακτήρας που εύκολα πέφτει στην κατάκριση
Yérontas Iosif de Vatopedi (Athos) Γέροντας Ιωσήφ Βατοπαιδινός
Cómo se puede sanar el carácter enfermo que fácilmente cae a lα κατάκριση (catákrisi juicio maligno, condenatorio o crítica maligna).
Cada carácter humano se considera enfermo, cuando está ausente de él la divina Jaris (Gracia, energía increada), que perfecciona y contiene todo, puesto que “lo enfermo lo sana y lo que falta lo completa”. Esto es lo recalca también nuestro Señor, cuando nos dice: “…sin mí no podéis hacer nada”, “(Separados de mí, sin mi jaris (o gracia) que es mi energía increada, vivificadora, sanadora y salvadora no podéis hacer nada bueno) (Jn 15,5)”.
Pero, además de la presencia de la Jaris, es imprescindible también la disposición, intención y colaboración humana, de acuerdo con las reglas éticas de la lógica y los divinos logos, mandamientos que son los que provocarán la divina intervención.

El hombre que acusa fácilmente, lo hace porque se ha acostumbrado a investigar equivocadamente los hechos y los pensamientos ajenos en vez de los suyos. Se ha olvidado de los logos de la Escritura: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt 7.1-5)». El hábito tan fácil de juzgar las palabras y los hechos ajenos es una enfermedad psíquica que proviene de la degradación, corrupción y degeneración de la fuerza y energía lógica del nus, que más bien nace del egoísmo.
La introspección, metania que está acompañada por el auto-juicio y el auto-reproche, es necesaria para el diagnóstico y conocimiento de nuestros propios errores y faltas. Dogma y regla imprescindibles para la vida es la doctrina evangélica, sin la cual el hombre no puede recuperarse psíquicamente y levantar cabeza. «La ley del espíritu de la vida en Cristo» (Rom 8,2), que es capaz de liberarnos de la muerte (psíquica y espiritual) a la que nos hemos hundido y nos marca nuevos caminos de vida. Nos enseña: «En esto, pues, hemos aprendido y conocido lo que es la agapi (amor, divina energía increada); es decir, en que Cristo movido por la inmensa agapi hacia nosotros, entregó su psique-vida a la muerte por crucifixión para nuestra sanación y salvación. Por lo tanto, tenemos como modelo a Cristo y nosotros también debemos de poner nuestras psiques-vidas para los hermanos» (1Jn 3,16). Y «sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gal 6,2) y “todas vuestras cosas sean hechas con agapi» (Cor 1ª 16,14).
La ignorancia de la enseñanza evangélica permite la influencia de lo absurdo y aleja la divina Jaris (gracia, energía increada). El hombre que aún no ha llegado a la iluminación, no tiene la gnosis (conocimiento increado) de Dios, por lo tanto, está engañado por sus juicios. De aquí empieza su razón y derecho del “por qué”, del “si” y del “quizá” y así empieza el juicio, la acusación, la resistencia, la rebeldía, el odio y generalmente la maldad.
La liberación y anulación de todo esto puede ofrecernos nuestro Señor con sus logos: «Un mandamiento nuevo os doy: «que os améis los unos a los otros como yo también os he amado. En esto se convencerán y conocerán todos que sois mis alumnos: si tenéis la agapi entre vosotros» (Jn 13:34,35). Aquel que se ha ocupado en mantener la agapi evangélica de acuerdo con el mandamiento de nuestro Señor, se libra completamente de la contenciosa maldad. Porque no juzga, ni condena, no culpa al otro, no mal quiere, ni codicia, no abusa, ni malea. Sin esfuerzo especial se libera del hombre antiguo y de toda la ley de la perversión, puesto que todo lo regula la agapi (amor desinteresado).

San Luca Obispo de Krimea
No juzguéis para que no seáis juzgados por el Dios.
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con la dureza del juicio con que juzgáis y medís los hechos y la vida de los demás, seréis juzgados y medidos de Dios. ¿Hipócrita, cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo te atreves decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu hermano» (Mt 7,1-5).
Este mandamiento, logos de Cristo es muy grande y terrible. Todos nosotros, empezando de mí, acusamos, juzgamos y condenamos continuamente el uno al otro y por eso daremos cuentas en el Terrible Juicio del Señor y Dios nuestro Jesús Cristo. Nos juzgará Él mismo porque nosotros también juzgamos a los demás, buscamos a encontrar el error mínimo de nuestro prójimo mientras que nuestros pecados no los vemos, ni siquiera queremos pensarlos.
San Pablo, el Apóstol, en su carta a los Romanos nos dice lo siguiente: «Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!, quién quieras que seas, tú que juzgas; pues en lo mismo que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces lo mismo tú que juzgas. Pues sabemos que el juicio de Dios es conforme a la verdad contra los que hacen tales cosas. ¿Y piensas tú, que juzgas a los que hacen tales cosas, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?» (Rom2, 1-3).
La gran verdad se encuentra en estas palabras del apóstol Pablo. No vigilamos nuestros defectos y pecados, mientras en los demás encontramos muchos errores y faltas. Tratamos de encontrarlos y cuando los encontramos, vamos y los pregonamos en todo el mundo. Esto ya se ha hecho un mal hábito, apenas nos enteramos algo de nuestro prójimo, rápidamente vamos y lo anunciamos en todas partes. Nos quema nuestra lengua y salimos corriendo decir a los demás lo que hemos oído y visto.
Nos olvidamos que si nosotros juzgamos a los demás, también a nosotros nos juzgará el Dios. Nos olvidamos que no tenemos ningún derecho de juzgar a nuestro prójimo, porque esto no es asunto nuestro sino de Dios, que es el Juez Supremo, es el único que conoce el corazón del hombre y puede adjudicar juicio justo. Pero nosotros juzgamos y condenamos nuestro prójimo muchas veces con palabras muy groseras, feas y malas. No pensamos que nuestro hermano puede ser que se haya arrepentido profundamente y su pecado haya sido perdonado.
“Tampoco, pues, juzguéis nada antes de tiempo, mientras no venga el Señor, que iluminará los secretos de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos e intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual de Dios la alabanza que le corresponda” (1ªCor 4,5). Nosotros, sin embargo, siempre nos apresuramos a juzgar a los demás y no esperamos el juicio de Cristo. Somos jueces del prójimo y no de nosotros mismos.
Un sabio de Israel, el hijo de Sirac dijo: “Has escuchado algún secreto, pues, que muera contigo. Ten coraje y valor y no te agobiará” (Sirac 19,10). Muy importantes estas palabras. ¿Nosotros olvidamos alguna vez los errores de nuestro hermano? ¿Mueren con nosotros las malas palabras? No, nunca. Nosotros las divulgamos y de esta manera nos convertimos como las moscas que circulan por todas partes transmitiendo la suciedad. Debemos ser como las abejas que vuelan de flor en flor recogiendo la miel. Y nosotros debemos recoger la miel dando importancia sólo a lo bueno que hay en nuestro hermano.
Para los que hablan mal y condenan a sus hermanos, el profeta David dice: “La garganta de ellos es como una tumba abierta” (Sal. 5,10). Abrid una fosa y veréis qué suciedad hay en esta y el hedor que sale. El mismo hedor, hedor espiritual, sale de nuestra boca cuando criticamos y juzgamos al prójimo. En el mismo salmo el profeta dice: “echa todos los que hablan mal y dicen mentiras”. ¿Pero nosotros echamos a los que calumnian a nuestro prójimo? No, no les expulsamos aunque deberíamos hacerlo.
Lo que debemos hacer nosotros es domar y controlar nuestra lengua. Todos somos culpables ante Dios y todos tenemos muchos pecados. A nuestros pecados debemos controlar y no los de nuestro prójimo. “Nadie es justo ante Dios, todos somos culpables” (Sal 142,3). Aquellos que critican, juzgan a los demás a menudo se convierten también en calumniadores, porque les acusan de algo sin fundamento.
Ayer hemos festejado la memoria del gran santo Juan el Misericordioso, Patriarca de Alejandría. Él para enseñar aquellos que les gusta criticar y condenar a los demás, una vez contó la siguiente historia. En la gran ciudad Tiro, una vez vivía un monje, allí también vivía una prostituta llamada Porfiria. Un día que el monje estaba caminando por la calle, se le acercó la Porfiria y le dijo: “Padre santo sáname y sálvame, igual que el Cristo una vez salvó aquella prostituta.” Aquel monje santo la tomó de la mano y la condujo fuera de la ciudad en un monasterio para mujeres, para que se sanara y purificara allí su psique con las lágrimas de metania (arrepentimiento, confesión y conversión). En el camino encontraron un bebé que lo habían abandonado sus padres y Porfiria se lo llevó para criarlo.
Cuando esto se supo por unas cuantas personas que les encantaba juzgar y criticar a su prójimo, empezaron a difamar la Porfiria, diciéndola: “Bravo Porfiria, qué niño tan guapo has hecho con el monje.” Y así hablaban mal para el monje y le difamaban también. Pero el monje oraba sin cesar para sí mismo y para Porfiria. Llegó la hora de ir al otro mundo y cuando se encontraba medio-moribundo en la cama pidió que le trajesen un incensario con carbones encendidos. Tomó los carbones y los puso encima de su pecho. El fuego no tocó su cuerpo ni siquiera la ropa. Entonces el monje dijo: “Sabed todos vosotros que me habéis criticado, juzgado y condenado a mí y la Porfiria, que soy inocente. El pecado carnal no me ha tocado igual que ahora este fuego no me ha tocado.
No es suficiente este ejemplo para aquellos que gustan juzgar, criticar y condenar a los demás. No paran de hablar mal. Hay de ellos, tal como ellos juzgan a su prójimo, así serán juzgados por el Dios. Nuestro gran santo Dimitrio, metropolita de Rostov, dice lo siguiente sobre las críticas malignas y los juicios: No mires los pecados de los demás, sino tu propia maldad. Porque no declararás, ni darás cuentas sobre los demás, sino solamente para ti mismo. No hay necesidad de que vigiles a los demás, cómo vive cada uno y que pecados comete. Tú cuídate y vigílate a ti mismo. ¿Agradas a Dios? ¿Tu vida se parece con la vida de los santos? ¿Sigues el camino de vida de ellos? ¿Tu obra es agradable ante Dios? El hombre que juzga y critica a los demás parece al mal-astuto espejo que refleja a los demás y a sí mismo no se ve. También parece a un baño sucio que a los demás los lava y este mismo permanece sucio.
Lo mismo también aquel que juzga a los demás. Ve qué comen, qué beben y qué pecados cometen, pero él mismo no se ve. En su prójimo ve hasta el pecado más pequeño e insignificante. Pero su propio pecado para él es como si no existiera. No quiere saber nada sobre su pecado y no dice nada sobre esto. En cambio a los demás los calumnia, los critica, los juzga y los condena.
¿Aquí no es nuestra imagen que nos da san Demetrio? Está claro que aquí el santo habla de nosotros y particularmente para los que el juicio, la crítica y la calumnia se han convertido ya en su forma vida y se encuentran muy lejos de lo que dice Jesús Cristo. Son hombres que quieren sacar, limpiar una pequeña basurilla de su hermano y no sacan, ni limpian el contenedor de basura de ellos mismos. Miremos, pues, no parecer a ellos. No juzgar, ni criticar para que no seamos juzgados tampoco nosotros por el Uno, Único y Eterno Juez, nuestro Señor Jesús Cristo, en el Cual pertenece el honor y el poder junto con Su Padre y el Espíritu Santo. Amén.
San Luca Obispo de Krimea Logos y homilías tomo 1º

No juzguen Μή κρίνετε!
Juicio y condena o crítica maligna ΚρίσηΚατάκριση
Por el memorable obrero de Evangelio Dimitri Panagopulos.
Es obvio que este mandamiento es ligero. Ligero, porque si examinamos la cosa con atención, veremos que es fácil evitar el juicio o crítica y proteger nuestra psique y nuestra boca de esto. Además, el juicio y la mala crítica no es algo que está arraigado y amasado en nuestra psique desde el principio del nacimiento. Más bien es algo exterior, sobre todo cuando se trata del juicio que se hace con odio y malicia, incluso por la superficialidad, el descuido y la tendencia de hablar siempre sobre los demás.
Sin embargo, la κατάκρισις (katákrisis) juicio, condena o crítica maligna no es sólo un pecado ligero, sino un gran pecado, por desgracia muy extendido. Lo encontramos en todas partes. Constituye un ambiente contaminado que continuamente respiramos. Es un fenómeno que puede decir que se ha convertido ya es un estado natural del hombre. Exactamente esta amplia difusión del juicio condenatorio o crítica convierte difícil la lucha contra este pecado y nos presenta el divino mandamiento “no juzguéis” como difícil y duro de cumplir.
Nadie puede negar esta triste realidad y ningún hombre sensato puede sostener seriamente que está justificado acusar, juzgar y condenar a los demás porque ellos también juzgan y condenan. ¡Ay de nosotros!, si como criterio ético y regla de nuestra vida ponemos la vida desordenada de los demás. Nuestra propia conciencia por mucho que se haya ensombrecido y contaminado de la vigente confusión y desorden de nuestra sociedad, protestará y condenará la crítica maligna o el juicio condenatorio. Ella misma clamará que la regla de nuestra vida no debe ser la voz y la costumbre del mundo, sino su propia voz de la conciencia, que en definitiva es la voz o logos de Dios. Por eso también cada hombre encuentra justo y correcto el mandamiento de Diosno juzguéis, aunque el mismo sea arrastrado a juzgar.
“No juzguéis” ¿Es verdad, por qué tenemos que juzgar a los demás? ¿Por qué tenemos que ocuparnos de lo que dicen y hacen los demás? ¿Quién nos ha hecho investigadores y jueces de los comportamientos de los demás? Nadie. Además, ¿nosotros no pecamos? Al contrario, el logos de Dios y muchas veces de forma muy dura prohíbe esta crítica y reproche a los demás. El Señor nos manda: “No juzguéis”. Porque el derecho de juzgar lo tiene Él. Él es el legislador y el juez, estamos ante Él para rendir cuentas, tanto los criticadores como los criticados. Por lo tanto, nuestra disposición y costumbre de juzgar y condenar a los demás, es arrebato y usurpación de los poderes y derechos del Señor. Es impiedad frente al mismo Juez justo.
Por eso, el Apóstol Santiago escribe sobre al que critica y juzga: “Uno es el juez y legislador, el que puede salvar y condenar; ¿Tú quién eres para juzgar a otro? Ya que para ti mismo el Dios ha legislado que respetes y ames al prójimo. Pero cuando juzgas a tu hermano, transgredes y desprecias la ley de Dios, con tu acto condenas y anulas la ley de la agapi (amor desinteresado). Ya no eres tu el cumplidor de la ley, sino el incumplidor de ella y te presentas tú el hombre pecador con reivindicación descarada a juzgar y reprochar a los demás y arrebatar los derechos ajenos (Sant 4:11-12). Y así con tu juicio o crítica cometes pecado quizás más grande que aquello que ha cometido tu hermano. Y añade el apóstol Pablo: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tú que juzgas haces lo mismo” (Rom 2,1).
Todos somos responsables ante Dios. En Él rendiremos cuentas por nuestros actos. Pero cuando tú juzgas y condenas al otro, ¿qué excusa presentarás adelante del Señor y cómo te atreverás a pedir misericordia y clemencia?. Precisamente como conoces cuánto se enfada el Dios contra los pecadores, y al juzgar es pecado, por eso serás inexcusable durante aquel gran día de la Segunda Presencia. Piensa que al hombre que tú estás juzgando, puede arrepentirse, convertirse y encontrar la misericordia y el perdón ante Dios y sanarse, salvarse y glorificarse, mientras tú permaneces en la dura culpabilidad del juicio. Y así mientras juzgas al otro, tú mismo te condenas a ti mismo.
Estos dictámenes de la Santa Escritura inspirados por Dios parecen duros. Las condenas contra el juicio o crítica maligna son severas. Pensad que no son las únicas. En muchos más capítulos la Santa Escritura con justa severidad condena el juzgar o criticar, porque lo considera como impiedad contra el Dios y falta de agapi-amor para el prójimo. Todo esto tenía en cuenta san Juan el Crisóstomo cuando decía: “Hermanos, no nos convirtamos en amargos jueces y acusadores de los demás, para que no nos encontremos duramente responsables ante Dios. No olvidemos que nosotros también hemos cometido serios pecados, que quizá tengan necesidad de mayor perdón. Seamos pues indulgentes hacia los demás, por mucho que hayan pecado, para que también salvaguardemos para nosotros la misericordia y la indulgencia de Dios”.
Queridos, sea pues, el lema y la regla de nuestra vida, el logos del Señor: “No juzguen, para que no sean juzgados”.
Es malo juzgar a los demás. Κακόν το κρίνειν τους άλλους
El juicio, crítica o condena a los demás, para que tenga un propósito y fin bueno, se debe hacer en presencia del que juzgamos. En caso contrario la finalidad del juicio no es bueno y tampoco tiene resultado bueno para el que juzga, ni para al que se está juzgando sin su presencia. El juzgar los actos de uno estando presente, significa iluminarlo y según la persona, le ayudas a mejorar su carácter y restablecer el mal que ha hecho. Al contrario, si le juzgas y le condenas cuando está ausente, significa mal carácter, es decir, egoísmo y venganza contra al juzgado de parte del que juzga.
Los que juzgan y condenan a los demás, aunque que digan que tienen razón, no la tienen, porque: “el bien no es bueno, si no se hace bien”, perjudican a los que juzgan y se irritan ellos mismos y por el carácter anti-evangélico, son siempre retrógrados, al no tener tiempo de cultivarse a mismos, porque critican, juzgan e investigan las faltas de los demás.
Filocalía, t.1 v.30, san Antonio nos dice: 30. Los hombres buenos que aman a Dios, examinan y juzgan a los hombres por sus malos actos y conductas cuando están presentes cara a cara. Pero cuando no están presentes tampoco los acusan, ni dejan que los demás les juzguen y acusen.
No juzguemos, pues, ni critiquemos malamente, a los demás y recordemos siempre lo que dijo el Señor: «El que sea impecable que tire la primera piedra».
ΔΗΜΗΤΡΙΟΣ ΠΑΝΑΓΟΠΟΥΛΟΣ Dimitri Panagópulos
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español).



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