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Πέμπτη 8 Μαΐου 2014

YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006) Y SAN JUAN DE CRONSTANDT 3ª Bienaventuranza de la Montaña: apacibilidad y serenidad Bienaventurados y felices los apacibles, (afables y serenos) porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste)

ΓΕΡΟΝΤΑΣ ΑΘΑΝΑΣΙΟΣ ΜΥΤΙΛΗΝΑΙΟΣ (1927-2006)
YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006)
Y SAN JUAN DE CRONSTANDT
3ª Bienaventuranza de la Montaña: apacibilidad y serenidad
Bienaventurados y felices los apacibles, (afables y serenos) porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste).
Una vez preguntaron a un hombre espiritual cómo reconocería un santo, y aquel contestó: ¡De su apacibilidad! Realmente la apacibilidad es fruto de las dos bienaventuranzas anteriores. Así que con la ayuda de Dios avanzamos hacia la tercera bienaventuranza que dice: “Bienaventurados y felices los apacibles, afables porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste)” (Mt, 5,5).
La apacibilidad es fruto de la conducta humilde, el sentido mísero y la tristeza por nuestra pecaminosidad (y enfermedad espiritual). Es decir, el hombre cuando ve quién es realmente cualquier cosa que haga y diga su semejante no puede elevar la voz y recriminarle. Es como se reflejara de una manera el sí mismo al otro hombre, y cuando vea quién es, se comporta serenamente y humildemente, y permanece en una apacibilidad.
Veis, pues, que la tercera bienaventuranza es fruto de las dos primeras, la pobreza y el luto. Si nos vemos a nosotros mismos al otro hombre, no nos enfadamos sino que permanecemos en un estado de apacibilidad. La apacibilidad es una virtud de apacia (sin pazos) del enfado y la ira. El hombre apacible está sereno, tranquilo, tolerante y paciente. Como dice san Basilio el Magno: “Se llaman apacibles los hombres aquellos que se han librado de sus pazos y no tienen ninguna turbación habitando en el interior de sus psiques.
Pero como las dos bienaventuranzas anteriores del Señor se han interpretado mal, así lo mismo también la tercera. El hombre apacible está considerado como un hombre sin vigor y fuerza psíquica, y que su apacibilidad aparece como una debilidad de carácter, es decir, no puede ser valiente por eso exactamente permanece apacible. Pero se trata de un engaño. Por supuesto que hay hombres que por su naturaleza son así; pero hay hombres que han luchado mucho para llegar a un estado de apacibilidad y serenidad. Y es cierto que aquel que ha luchado para llegar a ella, tiene mayor valor de aquel que la tiene por su naturaleza y ha nacido con la apacibilidad.
De todos modos para que uno sea apacible hace falta mucho vigor, coraje, fuerza de la psique y mucha imposición a sí mismo. Es decir, el permanecer uno sereno, sin ira, cuando es perjudicado y no gritar, ni enfadarse, ni enfurecerse, para esto realmente se necesita fuerza psíquica. ¡Por lo tanto, la presencia del hombre apacible no es de un hombre que no tiene vigor, coraje y fuerza psíquica en su interior, es decir, que no es un hombre vivo, al contrario, nada de todo esto! Exactamente aquí está la mala interpretación, concepción y paranoia de todo esto. El que no es apacible es un carácter débil, no puede aguantar una situación, se enfada y se enfurece. El apacible es el fuerte.
A pesar de esto la apacibilidad no se priva de nada, como creería alguno, de valentía, coraje y fuerza de la psique, esto que deberían tener los primeros en ser creados y alejar al diablo. El coraje y la fuerza de la psique es lo que en principio debería tener Eva y después Adán, para que puedan decir al diablo lárgate, o aquello que tenía el Señor, Quién es la imagen de la apacibilidad cuando dijo al diablo: “Sal detrás Satanás, vete” (Mt 4,10). Diríamos que esto no lo diría de una manera amable y tranquila: “Por favor, te ruego, vete” sino con autoridad, tono solemne y fuerza de la psique… ¡Sal detrás Satanás!...
La misma cosa dijo también al apóstol Pedro, cuando Le impedía ir a Jerusalén: Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt 16,23). Lo mismo ocurrió también cuando el Señor hizo el látigo de cuerdas y expulsó todos los comerciantes del templo: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mt 21, 12-13). ¡Estas cosas no se hicieron con calma y serenidad, sino con vigor, coraje y fuerza psíquica!
Aquí quisiera que entendiésemos que la apacibilidad no está privada de potencia psíquica, o no significa que cuando uno tiene vigor, coraje y fuera psíquica no tiene apacibilidad. Esto debemos comprenderlo bien. El nervio o fuerza y coraje de la psique –en otra homilía lo habíamos dicho sobre la ira- lo ha dado al hombre para que se enfade contra el mal. Así nos dice san Basilio el Grande en su X homilía y es verdad.
Por lo tanto el coraje de la psique y la apacibilidad no combaten entre sí. San Gregorio de Nicea dice: “Cuando el Señor manda a que debemos tener apacibilidad no significa que falte la pasión, es decir, el nervio, la fuerza sino todo lo contrario.
Y Teofílacto dice: “Apacibles no son los que no se enfadan para nada, porque este tipo de hombres son insensibles, sino los que tienen ira y la contienen. Pero cuando alguna vez se tienen que enfadar, hacerlo como dijo David: “Enfadarse sin pecar”.
Realmente en el libro Psaltirion lo dice esto: “Enfadaos pero no pequéis” (Sal 4,5) y lo repite esto san Pablo también: diciéndolo de la siguiente manera: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef 4,26-27).
En principio la ira o enfado no tendrá que ser de larga duración, es decir, que la noche no nos encuentre enojados. Antes que se ponga el sol tenemos que rehacer nuestras relaciones. Aún uno debe enfadarse sin pecar; es decir, que no se enoje por cosas e intereses personales, digamos que si fue perjudicado en algo, sino para cosas generales y sobre todo a lo concerniente la ley de Dios. Cuando vemos que se hace infracción de la ley de Dios entonces nos enfadamos, es decir, tener coraje, la fuerza de la psique, tener ira y enfadarnos.
Moisés sabéis que tenía el sobrenombre de apacible. Tendría que hacer con dos millones de Hebreos que eran hombres muy duros y tozudos, y a pesar de esto era apacible delante de este pueblo. Pero esto no le impidió tirar las placas de la ley y romperlas, cuando bajó del monte Sinaí y vio los hebreos adorando el becerro de oro. Las rompió y dijo: “A un pueblo que tan fácilmente se convierte en idólatra no le pertenece la ley de Dios” (Ex 32). Esta ira por parte de Dios no fue contada como pecado. Todo lo contrario. Por lo tanto, debemos enfadarnos para terceras cosas y no por nosotros mismos, es decir, no porque el otro nos ha perjudicado o insultado, sino porque ha insultado y ofendido a Dios. Esta ira no contraataca la apacibilidad; son dos cosas que, como os he dicho, colaboran.
También el apacible es considerado que en todas partes retrocede, por lo consiguiente perjudica. Pero no ocurre siempre lo mismo, porque el apacible puede retroceder sin enfadarse y así mantiene la apacibilidad. Pero algunas veces retrocederá para su beneficio espiritual. Y el beneficio espiritual es superior y más estable que el material.
Cuando ve que uno quiere perjudicarle, prefiere no hablar, porque entiende que el beneficio espiritual será más firme y estable que aquello que quizá reivindicaría como justo para él.
Sobre todo aquí se refiere a Isaac, el hijo de Abraham. Isaac es el tipo, modelo de apacibilidad, es un hombre admirable. No vemos ninguna acción por parte de él, lo mismo vemos a la persona de Jakob, su hijo. Isaac es el tipo, modelo de Cristo. Acordaos el intento de su padre para sacrificarle… (Gen 22, 1-19).
Cuando ya se quedó solo, porque su padre Abraham había muerto, abría un pozo para sacar agua y dar de beber a los animales. Cuando los pueblos vecinos veían que se había abierto un pozo con agua, sea porque ellos no podrían abrir fácilmente y sobre todo porque no podían encontrar agua, iban y le quitaban el pozo, diciéndole: “Este pozo es nuestro” (Gén 26, 19-21). Es aquello que uno ve muchas veces, en micrografía, entre los vecinos, ¡qué cosa más fea! Isaac, pues, no se peleaba con ellos, iba a otro lugar más allá. Pero como estaba bendecido, el Dios le daba todos los bienes; por eso iba más allá abría otro pozo y otra vez encontraba agua. Sin embargo iban y se lo quitaban también. Pero nunca Isaac se peleaba con ellos. Cuando lo reivindicaban, lo dejaba y se iba. Impresiona esto. El Dios le daba siempre lo que pedía; todo lo que hacía y tocaban sus manos era una gran bendición.
Así que el hombre apacible prefiere permanecer en lo menos y estar feliz, en vez de perjudicar su psique con ira y enfado. Y Dios dará justicia siempre como a Isaac.
Las venganzas que vemos especialmente en las herencias. ¡Cuánto odio e ira traen las peleas por las herencias! ¡Sobre todo reivindican aquellos que no tienen razón! ¡Os aseguro que no hay cosa que me dé más miedo y asco que cuando viene un hombre a preguntarme qué debe hacer sobre los temas de las herencias!
Gracias y gloria a Dios, existen humanos bellos, hombres y mujeres que dicen: “Estoy preparado a dimitir de mi derecho de herencia con mis hermanos”. Muchas veces ocurre que hermanos en toda una vida no se hablen, porque creen que sus hermanos han sido injustos con ellos. ¡Es terrible esto!
La apacibilidad incluso puede conducir a Cristo y a la virtud a más pecadores que un supuesto celo o una formación intelectual o facilidad de palabra. La apacibilidad tiene resultados más positivos.
Los padres y los hijos para que vivan en armonía en la casa necesitan apacibilidad. Si por un momento uno no la tiene debe disponerla el otro, de lo contrario no pueden estar felices entre ellos, estarán siempre enfadados.
Si toman dos pedernales y las tocáis una con la otra sale chispa. Si tomáis esta piedra y la frotáis con corcho no sale nada. Lo mismo ocurre con los hombres; es decir, los dos son duros y chocarán el uno con el otro y saldrán chispas, fuego y empezarán la guerra. Así pues, por lo menos uno de los dos debe tener apacibilidad.
Además, la apacibilidad la necesitamos también en las relaciones con los demás semejantes, con nuestros colaboradores, amigos, parientes y conciudadanos. Con todos necesitamos tener apacibilidad, porque así mantenemos buenas relaciones. La susceptibilidad, la ira y el resentimiento estropean estas buenas relaciones, a veces irreparablemente.
Con la apacibilidad ganamos más que con la ira. Un dicho dice: ¡Gana mucho más uno con una gota de miel que con un barril de vinagre!
La apacibilidad como mandamiento –porque es mandamiento- el Señor la bendice pero es un mandamiento; todas las bienaventuranzas son mandamientos- pues, la apacibilidad tiene su aval que es el mismo Señor nuestro, el Jesús Cristo que dijo: “Aprended de mí que soy apacible e humilde de corazón” (Mt 11,29).
Veis como aquí se vincula y conecta la apacibilidad con la humildad. El egoísta no puede tener apacibilidad, sólo el humilde puede. Por eso antes os dije que la primera bienaventuranza compagina con la segunda y la tercera.
Aún el Señor en esta bienaventuranza dijo esto: “que ellos heredarán la tierra”. ¿Pero qué tierra? Diríamos lo contrario, aquel que tiene apacibilidad si el vecino le arrebata unos metros de terreno, exactamente porque tiene apacibilidad no hablará; o hablará lo justo para que el otro no lo tenga en cuenta, y así será perjudicado. ¿Qué tierra heredará?
Aquí debemos decir que todas las bienaventuranzas prometen bienes terrenales y celestes. San Crisóstomo dice: “Si promete algo espiritual no es reducido de los bienes presentes; y si promete algo terrenal, la promesa no se detiene aquí sino que progresa más abajo”. En otras palabras y esto lo veréis, tenemos recompensa sobre las cosas terrenales, y también sobre las espirituales y las celestes.
Ejemplo es el mismo Abraham. Cuando David dice: “en cambio los apacibles heredarán la tierra” (Sal 36,11), da a entender la tierra de Israel. Y Abraham fue quien realmente conquistó esta tierra pacíficamente.
El apóstol Pablo indicó el interés de Abraham por la nueva tierra, la verdadera tierra. Pero esta Tierra –diríamos en mayúscula- no es la Tierra Prometida, esta diríamos es en primera fase. ¡Esta tierra es la Realeza increada de Dios!
Escuchad pues que dice en su epístola a los Hebreos: “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, pero allí no construyó una casa, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto constructor es Dios” es decir, esperaba la Realeza increada de Dios. Y continúa: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad(Heb 11, 9-16); es decir, patria celeste, tierra celeste.
Y la conclusión de Pablo es la siguiente: “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que anhelamos y buscamos la por venir” (Heb 13,14).
San Juan el Evangelista dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc 21, 1-3); es decir, nueva tierra y nuevo cielo es la Realeza increada de Dios. Allí habitarán los hombres salvados y estarán habitando con Dios, y el Dios estará con ellos.
Así pues, la tierra es esencialmente la Realeza increada de Dios que heredarán los apacibles. Y como dice san Basilio el Magno: “Porque aquella tierra, la Jerusalén celeste, no se convierte en botín para aquellos que guerrean para arrebatar un metro de tierra al otro, sino que será herencia para los hombres tolerantes, magnánimos y apacibles. Estos realmente ganan la verdadera tierra prometida, la promesa de Dios que es la Realeza increada de Dios.
Así que, queridos míos, me gustaría preguntaros, si ante esta tierra, la nueva tierra, vale la pena que luchemos aquí en esta tierra para adquirir uno pocos metros cuadrados y estropear nuestras relaciones con los vecinos, los familiares y los amigos, ¡quizá para toda la vida!, ¿vale la pena esto?
¡Atención! Casi todos vosotros tarde o temprano os encontraréis con este tema de la herencia o algo parecido. Por supuesto que no nos interesa tener este tipo de conflictos con los nuestros. Por eso tengamos prisa en adquirir esta bienaventurada virtud que es la que llevaremos con nosotros. ¡Todas las demás reivindicaciones permanecerán en este mundo, no llevaremos con nosotros ninguna otra cosa! Y entonces, aquí en la tierra y también en el Cielo nuestro beneficio será eterno.
Repitamos pues esta admirable bienaventuranza: Bienaventurados y felices los apacibles, (afables y serenos) porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste).
Domingo 3 Diciembre 1995 Yérontas Atanasio Mitilineos

San Juan de Cronstandt: 3ª Bienaventuranza
¿Por qué los apacibles se bendicen después de los que están en luto? Porque la apacibilidad es fruto y consecuencia del luto, la aflicción, las lágrimas y la derrota por nuestros pecados y caídas. La lipi, aflicción o luto por los pecados te convierte en un hombre elegante, amable y apacible como un corderito. Donde hay apacibilidad y bondad allí está la serenidad, la felicidad y la bienaventuranza. ¿Existe algo más precioso y bendito que la serenidad y la paz espiritual? No hay hombre más desgraciado que aquel que no está sereno y en paz, y está en un permanente estado de confusión y miedo. Porque ni la riqueza, ni la fama, ni cualquier otra cosa mundana buena tiene tanto valor. Bienaventurados y felices los apacibles.
¿Qué es la apacibilidad, en qué consiste y cuáles son sus características? Para explicarlo mejor volvamos al Evangelio. Allí encontraremos la bellísima, brillante y extraordinaria imagen de la apacibilidad. Veamos cómo el Señor describe la apacibilidad: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos (Mt 5, 44-45) aprended de mí, que soy apacible y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras psiques-almas… (Mt 11,29).
De estos logos, hermanos míos, veis que la apacibilidad es una disposición serena y pacífica de la psique que cree y ama firmemente a Jesús Cristo y que aguanta cada mal que provocan los hombres o el fraudulento diablo. El hombre apacible no se irrita ni se enfada por las contrariedades y los impedimentos, fácilmente perdona los ataques de los hombres, desea el bien para los enemigos porque respeta el valor cristiano. El hombre apacible nunca devuelve mal al mal o mala astucia a la vileza. No se enfada, no eleva su voz salvajemente cuando le perjudican o atacan los demás. “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz” (Mt 12,19).…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1Ped 2,23). Esta es la extraordinaria imagen de la apacibilidad…
El Dios es el Padre común de todos, Quien cuando pecamos una y otra vez se comporta con nosotros siempre con apacibilidad. No nos destruye, nos tolera y nos hace el bien incesantemente. Debemos, pues, hacernos apacibles, indulgentes y tolerantes hacia nuestros hermanos. Nuestro Señor Jesús Cristo es preciso y claro: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14-15)…
Nada nos puede hacer tan apacibles, como cuando observamos los resultados del enfado y la ira y aquellos resultados que provienen de la apacibilidad. La apacibilidad es acompañada de alegría y serenidad espiritual, como dice el Señor: “aprended de mí, que soy apacible y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras psiques-almas (Mt 11,29)…
Para poder evitar nuestra ira y enfado, debemos primero no observar los pecados de los otros sino sólo los nuestros. Cuando hemos conocido nuestros corazones, nuestros propios pecados y caídas, entonces confesaremos que la mayoría de los conflictos y desacuerdos provienen de nosotros. La causa de estos es nuestra soberbia, nuestro orgullo, nuestra filaftía-egolatría, nuestra crispación, nuestro descuido, nuestra obstinación y nuestro recelo hacia los demás. Cuando esto lo hayamos comprobado, aprenderemos a ser indulgentes hacia los demás, perdonar sus debilidades y ser amables y pacientes con ellos. Debemos aprender a inspeccionarnos a nosotros mismos al momento que viene el ataque. Apenas aparecen la ira y la reacción entonces debemos contenerlas. Esto debemos hacerlo ley nuestra, cuando los demás nos atacan no debemos hablar o reaccionar inmediatamente, sino dejar pasar un poco tiempo para serenarnos, (contar hasta diez, como dice un dicho español). Si detenemos el mal desde su comienzo, entonces evitaremos la ira, dice san Basilio el Magno…
Si muestras a tu enemigo que el ataque no te afecta, esto le convencerá que no vale la pena vengarse. Y con una conducta así trenzarás una bella corona de paciencia para ti mismo, puesto que el ataque atroz del otro lo utilizarás bien y lo girarás para tu beneficio propio. Cuando te tienta la tentación y te incita a decir palabras ofensivas y feas, piensa que ante tuyo tienes que tomar una decisión. Intentarás acercarte a Dios con esperanza y paciencia o te pondrás nervioso y te dejarás ir hacia el lado del enemigo. Date tiempo a ti mismo para escoger el mejor camino. Principalmente, más que nada debemos orar ardientemente a Dios para darnos espíritu de apacibilidad y paciencia, reforzarnos para que nos hagamos indulgentes. Estas virtudes son carismas del Espíritu Santo y se dan por el Dios en aquellos que merecen recibirlos.
Bienaventurados los apacibles, ellos heredarán la tierra. ¿Qué significa heredarán la tierra? Quiere decir que aún en esta vida los apacibles disfrutarán y serán felices por largo tiempo aquí en esta vida y recibirán muchas bendiciones como Job, David, Jacobo y muchos otros santos adornados con la apacibilidad. Pero lo más importante es que recibirán los bienes que ha prometido el Dios en el país de los vivos, en el cielo.
Ojalá que el magnánimo Señor nos haga dignos todos a disfrutar de estos bienes con sus energías increadas misericordia, jaris (gracia), y agapi (amor) para el género humano. Amín. San Juan de Cronstandt.
© Monasterio Komnineon de “Dormición de la Zeotocos” y “san Demetrio” 40007 Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)

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