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Σάββατο 3 Μαΐου 2014

YÉRONTAS ATANASIOS MITILINEOS (1927-2006) 1ª Bienaventuranza: pobreza espiritual y humildad

ΓΕΡΟΝΤΑΣ ΑΘΑΝΑΣΙΟΣ ΜΥΤΙΛΗΝΑΙΟΣ (1927-2006)
YÉRONTAS ATANASIOS MITILINEOS (1927-2006)
1ª Bienaventuranza: pobreza espiritual y humildad
Bienaventurados y felices serán los pobres del espíritu o los que sienten su pobreza espiritual, porque de ellos es la realeza increada de los cielos; bienaventurados y felices serán aquellos que están pobres de males y pecados y siente su pobreza espiritual en el espíritu de su corazón de la psique e humildemente sienten su pobreza espiritual y su dependencia íntegramente de Dios, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos” (Mt, 5,3).
Es decir, disfrutar plenamente la verdadera, incorruptible y eterna felicidad y bienaventuranza. Hemos perdido el Paraíso, pero ahora viene el Señor a restablecer esta pérdida y darnos la Realeza increada de Dios, diciéndonos la primera bienaventuranza.
Con la ayuda de Dios, pues, hoy empezamos con esta primera bienaventuranza.
En primera vista parece curioso el cómo son bienaventurados o bendecidos los “pobres de espíritu”. ¿Quizás se trata de necios, es decir, de aquellos que según una expresión son “pobres de espíritu y mente”? ¿Estos pues, son felices, bienaventurados, porque con la torpeza de su espíritu, no les sería posible pecar? Por Dios, por supuesto que esto no.

El Dios hizo al hombre inteligente, ágil mentalmente, y no Le gusta ni quiere la necedad. Si queréis así indicativamente os contaré cómo afrontaba estos casos el Señor. Una vez por un motivo, dijo a Sus discípulos: “¿de modo que vosotros también sois tontos?” (Mt 15,16); en otro lado dijo: “¿No entendéis aún, ni os acordáis?…” (Mt 16,9). Aún a los dos discípulos en el camino hacia Emaús: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón…” (Lc 24,25). Todo esto muestra que el Dios no quiere al hombre insensato, tonto. El Dios hizo al hombre genio, inteligente y con rápida percepción.
¿Entonces qué da a entender cuando dice: “bienaventurados los pobres de espíritu”? Se trata de los que tienen una pobre imagen e idea sobre sí mismos. Pero atención, porque tiene otro significado que lo veremos hacia el final del tema.
El Señor, como nos dice el profeta Isaías: “vino para evangelizar a los pobres”, vino para traer noticias agradables a los pobres. ¿Quizá da a entender el dinero al bolsillo del pobre? Quizá vino a decir: “¡Sabéis, aquí en esta reunión no acepto que hayan ricos; quiero que hayan sólo pobres, porque vine a hablar y decir cosas alegres a los pobres! No, no es esto.
¿Quiénes, pues, son estos pobres? ¡Son aquellos que tienen la percepción y sentimiento de su insuficiencia espiritual y ética, por supuesto por parte religiosa no intelectual! Estos serían los que aceptarían el Evangelio. Esta es la colocación fisiológica. Aceptarían el Evangelio, simplemente porque tendrían humildad.
Por eso los Fariseos y los Intelectuales (escribas) que sentían la autosuficiencia espiritual y ética –creían que no necesitaban nada y que eran hombres completos- no aceptaron el Evangelio.
Veis, pues, que el pobre es aquel que tiene una idea e imagen pobre sobre sí mismo.
Pero aquí me gustaría deciros que el pobre nos es el que padece de complejos de inferioridad, porque esto es otro extremo en el eje del egoísmo. El eje del egoísmo tiene dos polos. Uno es sentimientos o complejos de superioridad y el otro polo es complejos de inferioridad. ¡Ay de nosotros si aquí dijéramos que se bienaventuran, o bendicen los que tienen complejos de inferioridad! Estos son hombres enfermizos y perjudiciales. Insisto, ¡bendeciría alguna vez el Señor a los hombres insanos!... No es posible esto nunca.
La pobreza, pues, es en el sentido y percepción de insuficiencia espiritual y ética; es decir, lo siento y lo veo que soy necesitado espiritualmente, no estoy íntegro ni subido y que soy inferior. Pero esto lo puedo hacer solamente cuando tengo autoconocimiento. El autoconocimiento es un elemento muy importante, y resulta del miramiento humilde y honesto de nuestro sí mismo. Cuando nos miramos e investigamos con honestidad, entonces podemos hablar de autoconocimiento correcto. Generalmente diríamos que esto es la humildad. Cuando tenemos humildad, entonces veremos con exactitud y honestidad a nosotros mismos, y no quisiéramos justificarnos. La humildad, por supuesto, no es estar cabizbajo –¡algunos agachan la cabeza y creemos que son humildes!- sino tener agachada la conducta y la actitud; y exactamente es el conocimiento verdadero de nuestra psique.
San Basilio el Grande dice que la humildad es: “despojamiento de la conducta vana, arrogante y presumida, y volver en aquello que eres y vales.
Aquello que me gustaría que os acordarais son las últimas palabra, “volver en aquello que eres y vales” y decir que “soy esto”. Tener conocimiento exacto del sí mismo. Si te piden que hagas algo que seas capaz de decir “sí lo haré”. No es orgullo si sabes que lo puedes hacer. Si te dices a ti mismo “sí puedo” y a los demás les dices que no, esto muchas veces no es humildad, sino sentimiento de inferioridad, ¡es falsa humildad!
En el libro de Proverbios del Antiguo Testamento se dice: “Los que se conocen a sí mismos son sabios”.
En la Filocalía de los santos Padres, leemos: “El principio del progreso es que uno se conozca a sí mismo”. Es aquel “conócete a ti mismo” que decía Sócrates. Que lo había tomado de la cara del templo a dios Apolo en Delfos. Toda su filosofía, la llamada “Filosofía Socrática y Platónica” en esto se mueve, al “conócete a ti mismo”; es decir, al famoso problema llamado antropológico: qué es el hombre y quién soy yo.
Sócrates cuando murió, uno de sus discípulos expresó toda su tristeza y pena, porque se estaba perdiendo el filósofo que lo sabe todo. Pero el filósofo Sócrates le contestó: “Te engañas, te equivocas, sólo una cosa sé, conozco que no sé nada”. Sócrates tenía autoconocimiento, sabía qué podía aprender un hombre y qué podía conocer él mismo. Y solamente porque tenía este conocimiento espiritual, el de la insuficiencia intelectual, le constituía realmente importante y sabio. Sócrates sobre el “conócete a ti mismo” edificó su filosofía.
Y Menandro que era un escritor de obras teatrales, como Sófocles, Euripides y muchos más, decía: “Busca a encontrar quién eres, y hacerte lo que estás creado para ser”. Pero el egoísmo y el orgullo impiden al hombre a verse a sí mismo.
La humildad diríamos que tiene tres vertientes.
La primera es el autoconocimiento-autognosis ético, esto que desgraciadamente no tenían los Sacerdotes, los Intelectuales y los Fariseos de la época de Cristo. Se creían intachables, impecables… ¡y a pesar de esto han crucificado a Cristo! El autoconocimiento ético es conocerte quién eres, ver y conocer tu estado pecador y enfermizo espiritualmente. No digas “no he hecho nada malo en mi vida, soy persona importante y hombre muy ético. Hay algunos que piensan y dicen esto, ¡qué desgracia! Debemos ver nuestras declinaciones que tenemos en nuestro interior, y que nos daría vergüenza hacerlas públicas. Son distintas declinaciones sucias que nos avergonzaríamos decirlas. Quizás no hemos hecho ninguna praxis sobre estas declinaciones, pero tenemos en nuestro interior un subconsciente sucio y por extensión una conciencia sucia. Tenemos sentimientos sucios, loyismí, reflexiones, fantasías y pensamientos sucios que por supuesto en muchos no se ven. ¿Cómo podemos, pues, decir que somos importantes y grandes?
Decía el Salmista en el 18º psalmo: “límpiame y líbrame de los que me son ocultos”. Si deberíamos decirlo en el lenguaje actual diríamos: “Señor, límpiame y sáname el inconsciente”. Los ascetas iban al desierto para ascesis dura, lo hacían para limpiar y sanar sus subconscientes. Preguntad si queréis un psiquiatra o un psicólogo si es fácil hacer la catarsis del subconsciente. ¡Os diría que es imposible! Eh diríamos, no es exactamente imposible, sino más o menos difícil. Realmente uno puede hacer la catarsis de sí mismo, de su subconsciente pero con ascesis dura. En otras palabras, debemos saber que en los ojos de Dios no somos importantes y grandes; por lo tanto, debemos tener autoconocimiento.
El Apóstol Pablo bajando a los tres escalones de la humildad, al principio decía: “Soy el último de los Apóstoles” (1Cor 15, 7-9). Cuando pasaron unos años. Decía: “Soy el último de los hombres” (Ef 3,8). Y cuando pasaron algunos años más, decía: “Soy el último de los pecadores” (1Tim 1,15). ¿Quién? ¡El mismo Pablo!
Recordemos al publicano en la parábola del fariseo y el publicano. Diríamos que “no soy santo”. Pero el mandamiento nos dice que: “haceos santos, porque YoSoY santo” (1Ped 1,16, Mt 5,48 Lev 20,6). Puesto que el mandamiento dice que nos hagamos santos –por supuesto que no lo somos- sin duda debemos estar al camino convirtiéndonos en santos.
La segunda vertiente o sentido de la humildad es el autoconocimiento intelectual, se refiere al conocimiento exacto de las cualidades intelectuales.
El Apóstol Pablo dice: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Rom 12,3). Tener conocimiento de nuestras fuerzas, capacidades y situaciones intelectuales.
Además, si tenemos cualidades recordemos lo que dice Pablo: “no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2Cor 3,5). Si tenemos algo, una capacidad, una cualidad o un carisma es de Dios y Él nos lo ha dado. En otro sitio dirá: “Por qué te jactas como si no hubieras recibido o ¿qué tienes que no hayas recibido?” (1Cor 4,7). No tenemos nada que no lo ha dado el Dios, todo nos lo ha dado Él.
Recordemos aún, el papel de Sócrates. Una vez le preguntaron: “Porque las cosas sabias que dices no las escribes en papel”, y aquel contestó: “Considero que el papel es más valioso que las palabras que escribiría”.
Amper, que era catedrático de la universidad, iba y escuchaba la clase catequética que daba un estudiante suyo. Sorprendido el alumno suyo le dijo: “¿Maestro viene a escucharme a mí?...” Y Amper responde: “Sí, hijo mío, sí, porque en principio me recuerdas las cosas que he aprendido de niño y después hablas tan bien, que me gustaría escucharte! ¿Habéis oído? ¡Todo un Amper! Esto es humildad espiritual.
Y finalmente tenemos la humildad somática (física, corporal) o material, que diríamos que es el autoconocimiento de nuestras facultades corporales y nuestras habilidades personales. Que no digamos: soy bello o aquello o lo otro; debemos tener mucho cuidado y tener humildad.
Finalmente el Señor dijo: “bienaventurados los pobres de espíritu”. Eso quiere decir que bienaventurados, considerados felices son aquellos que son pobres por su libre voluntad y predisposición, porque ellos mismos quieren ser pobres.
San Juan el Crisóstomo dice: “Porque aquí el Señor dijo espíritu la psique y la voluntad”. Y como dice Zigavinós: “Nada se bendice o se bienaventuriza sin la voluntad; porque la virtud es para el que la quiera”. Es decir, permanezco pobre de dinero porque lo quiero. No es que no tenga la capacidad de hacerme rico, sino que quiero permanecer sin fortuna por una causa: por la doxa (gloria, luz increada) de Dios, para la edificación de Su Iglesia, la misión divina, etc.
Queridos amigos, el fruto de esta voluntariosa pobreza y humildad es la adquisición de la Realeza (increada) de Dios. La Realeza (energía increada) de Dios empieza de nuestro interior y se completa al Cielo. Para que nos encontremos, pues, en la Realeza increada de Dios debemos pasar por una puertecita muy bajita que se llama humildad.
Domingo 19 Noviembre 1995, Yérontas Atanasio Mitilineos.

San Juan de Crostanda: «Para que seas introducido en la realeza increada de los cielos, la que ha reabierto el Señor, debes adquirir las siguientes virtudes pobreza espiritual (humildad), luto por tus pecados, apacibilidad, sed y hambre para justicia, caridad o misericordia, catarsis o pureza del corazón… Logra estas virtudes y las puertas del Paraíso se abrirán para ti. Ante Él están Sus discípulos y el laós-pueblo llano que está sediento a escuchar Su logos. ¿Por qué estos hombres y los apóstoles buscan y siguen con pasión al divino Didáscalos y están sedientos para escuchar Su logos? Porque ellos sienten su pobreza espiritual, su privación y su miseria y quieren rellenar su nus y corazón con la riqueza que regala el nus y corazón del Señor. De la riqueza de Su misericordia increada ellos quieren tomar la riqueza de la absolución de los pecados y la paz de sus psiques. Con Su luz increada ellos quieren iluminar sus psiques. De la inagotable y eterna fuente quieren absorber también ellos ríos de divinas jaris (energías increadas). Estos son los “pobres de espíritu” que bendice Aquel que es el conocedor de los corazones. Aquellos son que harán suya la raleza increada de los cielos. Son los humildes, a los que el Señor regala Su jaris (gracia, energía increada)…
El que se siente pobre espiritualmente es realmente bienaventurado, como dijo el Señor. Porque donde hay humildad, confesión de la pobreza y la miseria allí existe el Dios. Y donde existe el Dios tenemos catarsis de los pecados, paz, iluminación, libertad, felicidad y bienaventuranza. En estos realmente ha venido el Señor: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos… (Lc 4,18).Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lc 1,53). Atención dice a los pobres espiritualmente y no a los ricos, porque la soberbia aleja la jaris (energía increada) de Dios. Por eso dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt 19,21).
¡Vemos en los campos cómo se humedecen por la mañana y cómo las flores brotan transmitiendo un olor de aroma! Allí donde vemos nieve, hielo y sequedad es en las cumbres de las montañas. Las cumbres son los hombres soberbios, orgullosos. Y los campos son la imagen de los humildes. “Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados” (Lc 3,5). Y “Dios resiste a los soberbios, y da jaris a los humildes” (Sant 4,6)…
Bienaventurados y felices, pues, son aquellos que siente su pobreza espiritual, porque la realeza increada de los cielos es y está en ellos. El mismo Señor dijo: “La realeza (energía increada) de los cielos está entre vosotros y en vuestro interior” (Lc 17,21)...
Todos aquellos que han agradado a Dios en esta tierra se habían distinguido por la pobreza espiritual. El mismo apóstol Pablo que “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2Cor 12,2), dice sobre sí mismo “que es el primero entre los pecadores” (1Tim 1,15). Lo mismo el apóstol Santiago, se incluye entre los pecadores diciendo, “todos somos culpables por muchas cosas” (Sant 3,2). San Juan el evangelista también se engloba entre los pecadores diciendo que “si decirnos que no tenemos pecados nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está ni permanece en nosotros” (1Jn 1,8). ¿Y quiénes eran los apóstoles? Eran residencias de la Santa Trinidad, las bocas del Espíritu Santo, amigos de Cristo y sobre todo, todos hombres santos…
Debemos pues, rogar incesantemente al Señor para con Su Espíritu Santo hacernos la catarsis de nuestras psiques y cuerpos de toda mancha de los pazos y colmarnos con la dulzura de las virtudes y el Espíritu Santo. El mismo dijo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5)...
Por eso, bienaventurados, dichosos y felices son aquellos que sienten su pobreza espiritual, porque de ellos es y está la realeza increada de los cielos. Atención, no dice será, sino “es y está”, porque les pertenece desde ahora, aquí que vivimos en esta tierra. El Dios habita y reina en los corazones humildes. En la verdadera vida reinará en los siglos y les estará glorificando con doxa (gloria, luz) increada e incorruptible.
Por eso, hermanos, reunid los bienes de la humildad aquí, de modo que allí en los cielos disfrutar las riquezas de la eterna doxa increada». San Juan de Crostanda
© Monasterio Komnineon de “Dormición de la Zeotocos” y “san Demetrio” 40007 Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)

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