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Κυριακή 25 Ιανουαρίου 2015

VIDA EFJARISTÍACA.+Yérontas Yeorgios Kapsanis del Santo Monasterio San Gregorio de Athos.

Η ΕΥΧΑΡΙΣΤΙΑΚΗ ΖΩΗ

Αρχιμ. Γεώργιος Καψάνης, Ι.Μ. Γρηγορίου Αγίου Όρους

VIDA EFJARISTÍACA

(Vida en gratitud y con la jaris, la energía increada)
+Yérontas Yeorgios Kapsanis del Santo Monasterio San Gregorio de Athos.
PRÓLOGO: Agradecemos al Kirios-Señor
1. La vida efjarística en el Paraíso
2. La caída del hombre de la vida efjaristíaca.
3. La providencia de Dios para el regreso del hombre a la vida efjarística.
4. La vida efjarística es posible en la Iglesia
5. Frutos de la vida efjarística
6. La cultura no efjarística sin salida.
7. La tradición de nuestro pueblo forma de vida probada.
8. Cómo tenemos que luchar

Χάρις τοῦ Ζεοῦ (jaris tú zeú), “Gracia de Dios” energía increada. El verbo es Χαίρω (jero), “alegrarse”, “encantarse”, “agraciarse”. De aquí provienen los términos siguientes entre otros:

Χάρις (jaris) gracia, energía increada y favor
Χαρά (jará) “alegría”,
Χάρισμα (járisma), “carisma”,
Χαῖρε (jere) “alégrate” u “hola”,
Χαρισματικός (jarismaticós) “carismático”,
Χαριτωμένος (jaritomenos) “agraciado”, “agradable”, “estar en jaris, energía increada”
Εὐχαριστία (ef-jaristía), “Divina Eucaristía”, “buena Jaris”, “gratitud” “agradecimiento”.

PRÓLOGO
«Εὐχαριστήσωμεν τῷ Κυρίῳ» (efjaristísomen to Kirío)
Agradecemos al Kirios-Señor
En la divina Εχαριστία (Efjaristía) Eucaristía agradecemos al Señor por todos Sus regalos “los que conocemos y los que no, las beneficencias presentes, las visibles y las invisibles” que nos da y hace para nuestro favor y beneficio.
Dentro de Sus beneficencias está la obra redentora de Cristo pero también en la divina Liturgia que nos hace dignos de celebrar.
De la efjaristía (gratitud) que damos al Señor en cada divina Liturgia recibimos la jaris (gracia, energía increada) y la iluminación, de manera que toda nuestra vida se convierta efjaristía (gratitud, agradecimiento). Todos los días y todas las horas de nuestra vida vivir efjarísticamente o agradecidamente.
El ἧθος (izos, conducta moral, carácter) de los Cristianos es siempre efjaristíaco (de gratitud o agradecimiento).
Cuando uno de los diez leprosos, sanado por el Señor volvió a agradecerle, Cristo le dijo: “¿no se han sanado los diez, los nueve dónde están? (Lc 17,17)
Los nueve leprosos sanados fueron ingratos con su benefactor. Nosotros nos convertimos y hacemos imitadores de ellos cuando nuestra vida entera no es efjaristíaca (de gratitud).
En éste pequeño libro se hace un intento de presentar la importancia de la vida efjaristíaca y la manera que podemos vivirla.
Pedimos al caritativo Señor, del cual emana “todo regalo bondadoso y perfecto”, que nos haga dignos de agradecerle, en toda nuestra vida hasta nuestra última respiración, divina y gustosamente.
Santo Monasterio san Gregorio Santa Montaña.
+Archimandrita Yeoryios 12 Abril 2004
1. La vida efjarística en el Paraíso
Todos conocemos que el bondadoso Dios creó al hombre por amor y libre para co-participar en Su Vida. Le dotó de carismas únicos, la lógica, la libre voluntad o independencia y la fuerza y energía agapítica-amorosa. Todos estos constituyen al hombre “como icona-imagen”. Estos carismas los ha dado al hombre para que pueda vivir en comunión con el Dios, poder amar y conversar con Él y ofrecerse a Dios. De acuerdo con el primer capítulo del Génesis, el hombre vivía al Paraíso felizmente dentro a la agapi-amor del Padre Celeste. Cada día recibía Su visita; Junto conversaba con Él y se alegraba estando cerca del Señor. En el Paraíso, el bondadoso Dios puso al hombre como rey, utilizar todos los bienes que le ha dado y gobernándolas correctamente, ofrecerlas con efjaristía-gratitud a Dios. Junto con todo esto le dio también el poder de ser a la vez sacerdote.
Así el primer hombre era rey y sacerdote. Podía recibir y aceptar los demás seres humanos, las cosas y a sí mismo como regalos de Dios, y agradeciendo a Dios contra-ofrecerlas otra vez a su Dios y Padre como sacrificio; así el hombre vivía teocéntricamente, tenía como centro de su vida a Dios, todo lo aceptaba como regalo de Dios y todo lo devolvía a Dios como regalo Suyo. Es decir, en el Paraíso se hacía un intercambio de regalos. Esta vida efjarística, era la vida de los primeros hombres, mientras estaban dentro a la agapi (amor, energía increada) de Dios. Sus vidas enteras eran todas una gratitud-efjaristía, una manifestación de reconocimiento y gratitud hacia al Padre Celeste. Era una vida agapítica-amorosa. Cualquier cosa que hacía el hombre era una expresión de agapi-amor hacia Dios y hacia su prójimo. Y así recibiendo y aceptando todo como regalo de Dios y devolviéndolo otra vez a Dios, celebraba de una manera una Divina Liturgia, la Liturgia del Paraíso, y co-celebraba, co-oficiaba en esta Liturgia junto con los Ángeles, los cuales antes que el hombre, fueron creados como creaciones lógicas de Dios y tenían como misión a venerar, agradecer y a ofrecerse continuamente a Dios, su Creador.
2. La caída del hombre de la vida efjaristíaca.
Pero desgraciadamente, todos conocemos que el hombre fue arrastrado por el diablo. Quiso revocar el plan de Dios, poner como centro del mundo a sí mismo (primero su yo como centro y base) en vez de Dios, y así vivir antropo-humano-céntricamente y no teocéntricamente. No efjarísticamente-agradecidamente, sino autónoma y egoístamente. Usar los regalos de Dios, los demás seres humanos y a sí mismo de una manera egoísta, sin referirlos a Dios, sin agradecer a Dios. Esta colocación del primer hombre, que también es su pecado, contribuyó en que el hombre cesara de estar viviendo en comunión con el Dios y separarse de Él. Ahora ya no tiene aquella bendición que tenía, es decir, estar recibiendo la visita de su Padre Celeste, pasear, conversar y alegrarse junto con el Dios.
Después del pecado, otra vez Dios Padre viene junto a él, pero el hombre no puede vivir junto a Dios. Tiene miedo, se esconde, porque el egoísmo ya no le permite sentir a Dios como su Padre, tal y como le sentía hasta aquella hora.
Algo parecido ocurre también hoy, cuando algunas veces, los hijos se arrastran por el egoísmo y quieren rebelarse contra su buen padre, no tiene aquella comodidad de acercarse como antes de rebelarse; aunque el padre los ama, se acerca a ellos, pero ellos se van, porque no pueden aceptar y sentir la agapi-amor de su padre y contra-ofertar la agapi suya como contra regalo a la agapi del padre.
Cuando el hombre deja de sentir a Dios como su Padre, es natural que deje de sentir también a los demás como sus hermanos. Ya no los ve como regalos de Dios. Entre el sí mismo y el otro ser humano entra la desconfianza, el recelo y el miedo. El otro hombre se convierte en objeto de la explotación y de la voluptuosidad o hedonismo, en enemigo y adversario. En nuestras vidas entran los pazos y así nuestra vida pierde la facultad de estar en una relación de comunión, de agapi-amor entre nosotros y se convierte en una relación infernal.
Os recuerdo aquí a un filósofo contemporáneo, Sartre, quien dice que “el otro hombre es la amenaza de nuestra libertad, es nuestro infierno”. Allí conduce el egoísmo. Cuando no podemos vivir y aceptar al otro ser humano como icona-imagen de Dios, como nuestro hermano, lo vemos como amenaza de nuestra libertad, como algo que amenaza a nosotros mismos y como no podemos tener una comunión de agapi y amistad con el otro, finalmente nuestras relaciones con el otro hombre se convierten en un infierno.
El hombre, pues, pierde la habilidad de sentir a Dios como Padre suyo y al otro, su prójimo como hermano suyo. También el hombre pierde la capacidad de sentir las cosas materiales como regalos de Dios y utilizarlos correctamente. Así empieza el abuso y exceso de la naturaleza-fisis por el hombre y no una utilidad efjarística-en gratitud como en principio. No hace vida efjarística-en gratitud como antes, sino de abuso. Y simultáneamente, la naturaleza se niega a obedecer al hombre que paró de obedecer a Dios y se rebela contra Él. Los elementos de la naturaleza se sublevan contra el hombre, los animales se hacen salvajes y quieren devorar al hombre, se pierde el equilibrio y la armonía que existía entre el hombre y la naturaleza antes de que él pecase.
Pero también el hombre pierde su paz interior. No sólo se separa de Dios, de su semejante y de la naturaleza. Se divide y se desune también interiormente. Adquiere y padece un tipo de esquizofrenia. (Palabra helénica que se compone del verbo σχίζω (sjizgho) rompo, destrozo y frenos que son el nus-corazón y la diania (cerebro, mente, intelecto). Hace lo que no quiere o más aún lo que odia. Como dice el Apóstol Pablo, sentimos dos leyes en nuestro interior, la ley del Espíritu que nos llama hacia la vida espiritual y la ley del cuerpo (carne) que nos arrastra hacia lo bajo. Y estas dos leyes chocan entre sí en nuestro interior y no sabemos por dónde ir. Ésta desunión o división interior nos pasa cuando nos hemos rebelado y sublevado contra nuestro Dios Padre.
Cuando el hombre cesó de vivir efjarísticamente (en gratitud), teocéntricamente y empezó a vivir antropo-humanocéntricamente, egocéntricamente, perdió su eje, el centro del mundo, a Dios. Si dejas de vivir con el Dios y conectar todo con Él, es normal que ya el mundo no tiene un centro, un eje; y así toda la vida se desorganiza. El hombre en sus distintos actos de la vida opera sin unidad, disolutivamente, puesto que sus praxis no las conecta con el Dios. El mundo se hace pedazos. Todo está desunido entre sí. Así en este mundo hecho pedazos se hace también pedazos él y pierde su paz interior y unión.
Lo mismo ocurre con las liturgias (funcionamientos, actos) parciales de la vida. Todas las liturgias-funciones de la vida, que antes estaban conectadas con el Dios, ahora están desconectadas y disueltas entre sí y de Dios, y como no tienen centro y unidad, pierden la facultad que formen todas juntas una Liturgia (Culto, Funcionamiento), es decir, toda la existencia del hombre una oferta a Dios. Así el hombre deja de funcionar-liturgizar como rey de la creación, como liturgo (celebrante) y sacerdote. Deja de participar en la Divina Liturgia que se hacía en el Paraíso, donde toda su vida era un ofrecimiento y Liturgia a Dios. Se aparta, se depara y sale de ésta Iglesia-Comunión de Agapi-Amor que vivía al Paraíso con el Dios Tríadico y los Ángeles. Se separa de Dios, de los Ángeles y de su semejante. Se aísla así mismo, se desliturgiza y deja de funcionar correctamente.
Viviendo dentro en su egoísmo y su soledad, separado de Dios Padre, de los Ángeles y sus semejantes, expuesto y vulnerable, se entrega y subyuga al diablo, al pecado, a los pazos y a la muerte (espiritual). Se enferma ya gravemente, casi se hace como un cadáver andante. Junto con él subyuga, somete al desgaste y la corrupción también la naturaleza; porque el hombre en su interior contiene también la naturaleza del mundo creado. Así empieza la gran aventura, peripecia del género humano. La peripecia del alejamiento del hombre del bondadoso Dios.

3. La providencia de Dios para el regreso del hombre a la vida efjarística o de gratitud.
El hombre abandona a Dios, pero el Dios Padre no abandona Su criatura, tal y como todo buen Padre y toda buena madre que ama a su hijo, no le abandona, a pesar de que el hijo los haya abandonado. Así, pues, el bondadoso Dios incomparablemente superior de todos los padres que existen, no abandona Su hijo. Sufre para el ser humano que se aleja de Su cercanía y manda Su Hijo Unigénito, nuestro Cristo, para sacar al hombre de esta vida egocéntrica, no efjarística y devolverlo a la vida efjarística (de gratitud). Sacarle de la escisión, del individualismo y volverle a traer otra vez a la unión con el Dios, a la agapi-amor y la hermandad. Volver hacerle sacerdote, liturgo (celebrante, funcionario) y rey; vivificarle, resucitarle y hacerle partícipe de la vida divina, restablecer la iglesia y la comunión que se perdió después de la caída del hombre. Librarle del diablo, de la muerte (espiritual), de los pazos y del pecado. Los Santos Padres nos enseñan que la primera Iglesia es esta que existía en el Paraíso que con el pecado del hombre se disgregó. Ésta Iglesia nuestro Señor Jesús Cristo restableció con Su venida, con Su obra sanadora y salvadora.
En esto aspira la obra de Cristo, que la Santa Escritura la define como Economía= arreglo, ordeno (del verbo “οκον νέμω” (ikon nemo), arreglo mi casa). Dios restaura y renueva su casa. El hombre con su pecado esta bella casa de Dios la estropeó, la destruyó, la desorganizó y la entregó al diablo. El diablo entró en la casa de Dios. Mientras que antes el diablo no tenía poder, después se hace de dueño. Porque el hombre le concedió este poder. Llega pues, el Kirios-Señor, nuestro Cristo, entra en ésta casa de Dios estropeada para volver hacerla, restaurarla, renovarla y quitar el diablo de medio; para que el hombre vuelva a ser dueño de la casa que le había dado el Dios, volver hacerlo rey y sacerdote de esta casa, y que liturgize-funcione y ofrezca todo con su doxología (alabanza) y efjaristía (agradecimiento) a Dios.
Esta reorganización y recomposición de la casa de Dios, se llama Economía de Dios Logos; y en el Nuevo Testamento se llama también recapitulación, es decir, arreglo otra vez de la casa de Dios, reorganización y reunificación de todo con el Dios.
¿Pero cómo el Señor podrá sacar de la casa a éste que provisionalmente la gobierna, sobre todo al diablo que no tiene mandato de Dios para gobernarla? Debe de rescatar al hombre de la esclavitud del diablo. Debe de hacer al hombre poder volver a ofrecerse a Dios; y esto se hace con el sacrificio de nuestro Señor. El Señor debería sacrificarse, para poder tomar el poder del diablo y darlo al hombre. La humanización-encarnación de nuestro Señor es sacrificio; y esto la Santa Escritura lo llama kénosis-vaciación. Desde el momento que la segunda persona-hipóstasis de la Santa Trinidad, nuestro Señor, dejó la doxa-gloria de la Deidad y se envolvió la pobreza de la fisis-naturaleza humana, esto es una kénosis, un vaciamiento, un despojo, una humildad y un empobrecimiento de Dios. Cristo se hace pobre para re-enriquecer al hombre. Esto es sacrificio de parte de Cristo Dios. Este sacrificio culmina encima en la cruz.
Allí arriba en la cruz, el Señor da la batalla final contra el diablo. Vence al diablo, vence la muerte: “Nos rescataste de la maldición de la ley con tu honrada sangre, en la cruz atendido y con la bayoneta pinchado, has emanado la inmortalidad de los hombres”. Vence la muerte con Su muerte: “la muerte por la muerte pisoteó”. Debería morir él mismo para vencer la muerte. No se podía vencer la muerte de otra manera. Así da vida al hombre muerto (espiritualmente) y le vuelve a unir otra vez con el Dios Padre, le da la habilidad de poder ofrecerse a Dios, le transmite la vida divina. Nuestro Cristo es el Gran y Primer Sacerdote, aquel que está sostenido entre el Dios y el hombre, entre Creador y creación, y ofrece todo el mundo como un sacrificio a Dios con Su propio sacrificio.
Ahora el hombre puede otra vez agradecer a Dios. Hasta ahora no podía. Tal y como estaba separado de Dios no podía decir un “gracias” digno y merecido a Dios. Jesús Cristo pudo con Su sacrificio decir este “gracias” a Dios por parte del hombre que no podía decirlo. Ahora mediante Cristo cada hombre puede decir otra vez gracias a Dios por todos sus regalos. Y diciendo “gracias” a Dios puede unirse con Él, dejar de hacer vida egoísta, egocéntrica y empezar a vivir la vida efjarística (de gratitud).
Ahora por Jesús Cristo, el hombre puede otra vez volver estar viendo en Dios, como su Padre y llamarle otra vez Padre: “Padre nuestro, el de los Cielos”, hasta ahora no podía. Puede volver a decir no “Padre mío” sino “Padre nuestro”, porque ahora se siente que los demás seres humanos son sus hermanos. Puede volver a sentir mediante Jesús Cristo las demás personas como hermanos suyos. Puede también sentir que todas las cosas materiales son regalos de Dios y para todo dar gracias a Dios. Todo esto se hace mediante Jesús Cristo, dentro en Su Cuerpo, la Iglesia.
4. La vida efjarística es posible en la Iglesia
Los Cristianos que quieren coparticipar a la obra efjarística de Cristo, se convierten y se hacen miembros de Su obra efjarística. Se unen con el Cristo en Su Cuerpo, en la Iglesia. Sin el Cristo, fuera de la Iglesia, vivimos la vida del primer Adán, la vida egoísta. Si no nos unimos con Cristo no podemos decir “gracias” a Dios y volver a vivir efjarísticamente. Dentro, en Su Cuerpo, en la Iglesia, vivimos en Cristo y por Cristo la vida de segundo Adán, de nuestro Cristo, la vida efjarística. Nuestro Cristo es el segundo Adán que arregló el error del primer Adán. En la Iglesia vemos a Cristo sacrificarse y aprendemos también nosotros a sacrificamos para nuestros hermanos. En la Divina Liturgia disfrutamos del sacrificio de Cristo. El Cristo se ofrece a sí mismo a Dios Padre y también a nosotros. “Tomad, comed, éste es mi Cuerpo... ésta es mi Sangre, beber de esta todos”. En la divina Liturgia se revela y vemos que la conducta ética y carácter de Cristo no es autoritario, ni individualista que asegura su propio interés, sino conducta y carácter de ofrecimiento, agapi-amor y sacrificio.
Así aprendemos nosotros también amar, ofrecernos, sacrificarnos y humildarnos.
Por eso el misterio (sacramento) central de nuestra fe y de nuestra Iglesia es la divina efjaristía. Porque en la divina Liturgia el Cristo se ofrece efjarísticamente al Dios Padre y nosotros por Cristo podemos agradecer a Dios Padre por todos Sus regalos y primero de todos Su grandioso regalo, Jesús Cristo.
Por eso cuando tiene que empezar la divina anáfora (demanda), la parte principal de la Divina Liturgia, el liturgo o celebrante se dirige al laós-pueblo y dice “Agradecemos al Kirios-Señor”, el pueblo debe de contestar “Digno y Justo”. Es digno y justo agradecer al Señor. Entonces puede continuar la Liturgia. Si el pueblo no dice “Digno y Justo”, el sacerdote no puede continuar la demanda y oferta de la Divina Liturgia. Tiene que querer el pueblo agradecer a Dios, para que pueda ser el sacerdote junto con el pueblo copartícipes en el sacrificio efjarístico de Cristo.
Así, pues, dentro de la Divina Liturgia podemos nosotros también junto con Cristo ofrecerlo todo a Dios. Cuando el Sacerdote ofrece y levanta el Pan y el Vino diciendo: “de todo lo tuyo te ofrecemos para siempre”, en aquel momento toda la Iglesia, todos nosotros que somos miembros de la Iglesia, por las manos del liturgo-celebrante, quien está el lugar o tipo de Cristo, ofrecemos a Dios la efjaristía-agradecimiento por todos Sus regalos. De esta manera hacemos lo contrario que hizo Adán, cuando pecó y cesó de agradecer a Dios. Adán cuando pecó, dejó de agradecer a Dios. Nosotros decimos que no queremos hacer lo que hizo Adán, vivir egoístamente e ingratamente hacia Dios. Nosotros queremos agradecer Dios y vamos al altar, ante el trono de Dios y decimos; “Señor te agradecemos por todos tus regalos”.
Junto con toda la Iglesia estamos en presencia del sacrificio terrenal y celestial de Dios, del trono de Dios y decimos “para todos Tus regalos, por los que conocemos y por los que desconocemos”
Muchos de los regalos de Dios los conocemos y los relata la oración-bendición efjarística: ”Tú que nos has traído de la nada y al caernos, otra vez nos resucitaste y no nos has abandonado para siempre, nos has conducido hasta el cielo y nos has regalado la realeza increada para ahora, para el futuro y para siempre”. Además en cada uno de nosotros nos has dado beneficencias particulares que quizás no las hemos concienciado. Por eso en la Divina Liturgia Le agradecemos para todo, por lo que sabemos y lo que desconocemos. Sobre todo, agradeciendo a Dios queremos contra-ofertarle un regalo, que es nuestra vida: “Señor tú nos la has dado esta vida «lo tuyo de los tuyos»; de los regalos que Tú nos diste nosotros te ofrecemos, porque no tenemos nada que sea nuestro. Todo es de Dios. Tomamos de las cosas que nos da Dios y le damos, contra-ofertamos también nosotros. Pero no queremos simplemente dar algo de lo que nos dio, queremos darle toda nuestra vida, no una parte de ella. No basta dar sólo un trozo de nuestra vida. En el interior del pan y del vino está toda nuestra vida. El pan y el vino simbolizan y contienen toda la vida del hombre. Para que se haga el pan tiene trabajo y cansancio, primero debemos cultivar el campo, sembrarlo, molerlo, amasarlo y asarlo. Lo mismo también para el vino, la uva para hacerse vino, tiene cansancio. Entra pues dentro en el pan y el vino toda nuestra vida, nuestro trabajo y nuestro cansancio. Por supuesto que no tiene importancia el que no seamos todos campesinos para hacer el pan y el vino. La importancia que tiene es que el cansancio que hace el campesino para hacer el pan y el vino, es cansancio que nos representa a todos, porque nosotros hacemos otra cosa que necesita el campesino.
Así con base el pan y el vino está toda la vida nuestra, nuestros trabajos, nuestras familias y nuestros prójimos.
Dice Apóstolos Pablo: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1Cor 10, 17). En el pan uno, estamos todos. Dice un texto antiguo: “tal y como ésta parcela estaba dispersa encima de las montañas y reunida se hizo una, así se reunirá la Iglesia desde los fines de la tierra en tu realeza” (Enseñanza de los 12 Apóstoles). Un pan no es de una semilla es de muchas. Así muchas semillas, muchos Cristianos, todos los Cristianos estamos dentro en el Pan sagrado. Dentro, pues, en los divinos regalos que ofrecemos a Dios estamos todos nosotros y está toda nuestra vida. Entonces ofrecemos con el Pan y el Vino de la Divina Efjaristía toda nuestra existencia, toda nuestra vida, todas nuestras relaciones, amistades, conocidos, todos y todo.
Ofrecemos todo nuestro mundo y decimos a Dios: “Esto tenemos. No tenemos otra cosa superior para darte y esto no es nuestro, es Tuyo. Además esto no podríamos a ofrecértelo, sino hubiese venido Tu Hijo a crucificarse y resucitar. Tu Hijo nos ha dado el poder y la fuerza estar agradeciéndote y ofrecerte el Pan y el Vino”.
Cuando el sacerdote clama “lo tuyo de los tuyos te ofrecemos...” eleva los divinos regalos. Como dicen los teólogos de nuestra Iglesia, ¡es el tiempo que el laós-pueblo de Dios, se ha levantado y se encuentra delante del trono de Dios! Ofrece los regalos y se ofrece a Dios “en todo”, por todo que nos ha dado, y “para siempre”, para todos los años de nuestra vida. El Dios Padre se alegra por nuestra oferta, porque ve que no cometemos el mismo error que el primer Adán. Ve que nosotros se lo entregamos todo y entregándolo nos unimos junto a Él. Esto espera y quiere de nosotros.
¿Y este momento Aquel que hace? Nosotros le damos nuestro mundo humano, al pobre, al enfermo, al humilde, lo que tenemos, esto que somos. Él nos da lo grande y rico que tiene. Esto que está lleno de salud y santidad, se nos da a Sí Mismo. No nos da algo de sí mismo, no nos da sólo Sus logos, no nos da sólo uno de Su regalos, nos da Su vida. Lo superior que tiene para darnos. Nos da el Sí Mismo, el Cuerpo y la Sangre de Su Hijo. Nosotros damos pan y vino, aquel nos da Cuerpo y Sangre de Cristo. ¡Es verdad, qué gran bendición! Se hace un intercambio de regalos. Nosotros por agapi-amor a Dios le damos nuestro regalo. Aquel por agapi-amor a nosotros nos da Su regalo. Esto es la Divina Liturgia y no sólo la Divina Liturgia sino toda la Iglesia.
Esta es nuestra vida en la Iglesia, el intercambio de regalos. Dar a Dios para que nos regale el Dios.
Y cuando nosotros hemos tomado el regalo de Dios y lo hacemos nuestro, cuando hemos comulgado el Cuerpo y Sangre de Cristo, entonces ¡qué bendición tan grande! La vida de Dios se hace nuestra vida. Ya no somos aquel pobre humano, enfermo, pequeño y delimitado, sino que nos elevamos y somos cuerpo zeantrópino (divino-humano). ¡Este humilde y pobre hombre se ha convertido y hacho dios por la Jaris (energía increada)! ¡Qué doxa-gloria más grande para el hombre, que se convierta dios por la jaris, comer y beber la Sangre y Cuerpo de Cristo!
Por eso también los santos Padres de nuestra Iglesia, cuando comulgaban, se veían en sí mismos y en los otros la doxa (gloria, luz increada) de Dios. Se veían a sí mismos luminosos. Tenían devoción, piedad a sus miembros como miembros del Cuerpo de Cristo.
Así dentro en la Iglesia podemos nosotros también por la Divina Liturgia y la Iglesia vivir efjarísticamente-en gratitud. Después de la Divina Liturgia podemos percibir y sentir a Dios como Padre nuestro. Habéis visto qué dice el sacerdote cuando acaba el misterio: “Señor Soberano haznos dignos de atrever a decirte: Padre nuestro…”.
Ahora podemos decir y sentir a Dios como Padre nuestro y nuestros semejantes como hermanos. Ahora podemos recibir los regalos de Dios que nos regala el Kirios-Señor y agradecerle por estos regalos.
¿Cuáles son estos regalos? Principalmente son: el Cristo, Su Cuerpo y Su Sangre; son nuestra Panayía (Todasanta Madre), los Santos de nuestra Iglesia; son nuestros prójimos. Cada hombre ahora se convierte en regalo de Dios. Nuestro cónyuge es un regalo de Dios. Nuestra madre, nuestro padre, nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestro prójimo y nuestro amigo, son regalos de Dios. Todo es y se convierte en regalo de Dios y empezamos a estimarlos todos como regalos de Dios.
¡Qué cosa más bella empezar a vernos los unos con los otros en nuestras vidas como regalos de Dios! Pensar cuando va a cambiar nuestra vida, cuando no nos vemos el uno al otro con indiferencia, como extranjero, o peor aún con antipatía y odio.
Cuando amo al otro, perdono, estoy con él y quepo junto a él. En cambio, si no perdono, no puedo caber en el otro, no lo siento como mi hermano, no puedo estar con él, me molesta su presencia. Sin embargo podemos aguantar a nuestro hermano con sus caprichos, podemos comprenderlo en sus caídas y ser indulgentes con él. Podemos entregar a nuestro yo mismo y las cosas materiales que tenemos. Podemos aún perjudicarnos gracias a nuestro hermano. Podemos sacrificar nuestra casa, nuestra hisijía (paz y serenidad), gracias al hermano. Podemos respetar a nuestro prójimo como imagen de Dios. Todo esto emana del sacrificio de Cristo que vivimos en la Divina Liturgia.
En la Iglesia dejo de ser yo y nos convertimos en nosotros. En la Iglesia dejo de decir “mío, mi” y digo “nuestro, nosotros”, si realmente dentro en la Iglesia vivimos esto que vive la Iglesia y el Cristo. Dice san Juan el Crisóstomo (boca de oro): “No digas aquel logos agrio y frío “lo mío” y “lo tuyo” que introduce muchos males en nuestra vida”.
Los primeros Cristianos en Jerusalén vivían como una familia. Existía propiedad común, todos ofrecían lo que tenían. Tal y como en un Monasterio Kinovio (de vida común), donde cualquier monje o monja no tiene nada suyo. Donde todo pertenece a Dios, a la Iglesia y todos participan. No participan sólo los monjes sino también las personas que van. Porque las personas que van al monasterio comerán, beberán, dormirán y descansarán, porque todo es de todos. Esta es la verdadera forma de vida efjaristíaca monástica kinovia-común ortodoxa. Así nos salvamos del aislamiento y la soledad.
Aceptamos al mundo como un regalo de Dios, y así podemos no abusar de él, ni despreciarlo. Si no vemos los bienes materiales como regalos de Dios, los despreciaremos, tal y como hacían los Manikeos, haremos mal uso y abuso de los regalos. Poro ejemplo, el vino es un regalo de Dios, pero uno en vez de beber poco vino y deleitar de esto, bebe mucho y se destruye. Este tipo abusa del los regalos de Dios, del mundo. Pero el Dios no los ha dado para que abusemos. Los ha dado para hacer uso con agradecimiento-efjaristía. Por eso dice el Apóstolos Pablo: “Porque todo lo que el Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias” (1Tim 4,4)
En la Iglesia, pues, aprendemos a decir “doxa-gloria y gracias a Dios”, beber un vaso de agua y decir gracias y gloria a Dios. Muchas veces nos olvidamos a estimar este sencillo regalo de Dios. Podemos beber el vaso de agua egoístamente sin acordarnos a decir “gracias y gloria a Dios”. Así perdemos la ocasión unirnos con el Dios mediante el uso efjarístico del agua que bebemos. Pero cuando lo bebemos efjarísticamente, con respeto y relación hacia Dios, y con el “doxa, gloria y gracias a Dios”, este vasito de agua y pequeñito regalo nos une con Él.
Agradecemos a Dios también por las más pequeñas, sencillas y humildes cosas diarias. No hace falta que el hombre haga grandes cosas para unirse con el Dios. Estas pequeñas cosas sencillas diarias que hace el hombre, si las hace diciendo “doxa gloria y gracias a ti Dios”, le unen con Él.

5. Frutos de la vida efjarística
Así que viviendo la vida efjarística, vivimos con centro el Dios. Todo que hacemos lo conectamos con Él. Así en el mundo nos hacemos otra vez todos sacerdotes. Cada cristiano que ofrece culto y alabanza a Dios, se convierte de una forma en sacerdote. Volvemos a encontrar la unión del mundo con el Dios. Se levanta la disgregación y todo funciona en una unidad orgánica. También nos unimos interiormente. Porque cuando el hombre encuentra el centro del mundo y lo conecta todo con el Dios, y vive sobre Dios y tiene como base y centro del mundo el Dios, encuentra su unión interior, y no está dividido.
Hoy en día padecemos de esta desunión, de esta división y disolución. Por eso han aumentado tanto las enfermedades psíquicas, neuróticas y las depresiones; padecemos un tipo de esquizofrenia, que quiere decir rompo mis frenos; un hombre esquizofrénico tiene dos yo.
Cuando ofrecemos y referimos todo a Dios, toda nuestra vida toma otro sentido y significado.
¿Qué significado tienen las distintas funciones y trabajos de nuestra vida, cuando no las conectamos efjarísticamene-agradecidamente con el Dios?
El trabajo que no se ofrece a Dios, resulta ser pesado, maldito y produce ansiedad. En cambio, por muy difícil que sea, ofreciéndolo a Dios, nos une con Él y adquiere un significado eterno. Lo mismo ocurre con la familia y el matrimonio. ¡Qué diferente es la boda civil, el matrimonio fuera de Dios y el matrimonio dentro en Dios y por Dios! ¡Igual es la boda efjarística de nuestra Iglesia! La boda o matrimonio civil es una boda egoísta, se ofrece al egoísmo y el centro es nuestro yo, está fuera y sin agradecimiento a Dios.
¡Además, con cuánta diferencia te comportas con los hijos, cuando los ves como regalos de Dios, y cómo te comportas cuando los ves como propiedad tuya, como algo que no tiene ninguna relación con el Dios!
¡Con qué diferencia afrontas las pruebas de la vida, cuando también éstas las aceptas como regalos de instrucción a la agapi-amor de Dios! ¡Así el dolor en este caso santifica al hombre y le expía!

6. La cultura no efjarística sin salida.
El error del hombre contemporáneo es el mismo error de Adán. Quiere construir un mundo que no tenga como centro a Dios, sino nuestro yo.
Por eso la cultura que hemos creado es una cultura egocéntrica, de filaftía (ególatra, excesivo amor a sí mismo y al cuerpo). Y como es cultura de la filaftía-egolatría es también des-comunión. No podemos realmente los hombres comulgar el uno con el otro, sentirnos y unirnos como hermanos en Dios. Es natural que una cultura de este tipo se convierta en sofocante y sin salida. El hombre se ahoga y explota. Los que más lo sienten son los jóvenes, como son más sensibles y susceptibles, no pudiendo a respirar esta cultura egoísta, no efjarística y cultura de la filaftía (egolatría) que les entregamos, tenemos este drama de nuestros jóvenes que huyen en las drogas, en la anarquía y en otras manifestaciones antisociales que conocéis.
Lo desagradable es que esta cultura de la filaftía (egolatría), que es también nuestra enfermedad, la enfermedad de nuestra cultura, que nos conduce lejos de Dios y nos lleva otra vez al poder del diablo, se intenta a imponer y transmitir por los medios de comunicación social, televisión radios…, e implantar costumbres, instituciones y leyes anticristos.
Es cierto que esto no es algo reciente. Es una cosa que ha comenzado hace bastantes años. Creo que es algo que vosotros también lo veis, lo sentís y por lo que os duele. Yo no veo la televisión, porque en la Santa Montaña no tenemos televisión.
Cuando salgo al mundo, encuentro hermanos que me expresan su dolor por lo que enseña la televisión. A mí también me duele junto con ellos, porque compruebo que esto que indica la televisión no es la tradición de nuestro pueblo, no es la ética y conducta helenortodoxa, no es la vida efjarística por la que hablamos, sino la cultura egocéntrica y enferma del hombre occidental.
Vivimos en una época histórica crítica y crucial, en la cual se hace un esfuerzo de imponernos esta forma de vivir, egocéntrica, individualista y no efjarística. Quieren construir un mundo sin Dios. Quizás nuestros gobernantes tienen intenciones buenas, quieren arreglar las cosas, hacer cambios y mejorar. Esto es bueno y debemos de elogiarlo.
Lo malo es que todas estas cosas buenas quieren conseguirlas sin el Cristo, sin el Dios, y sin conectarlas con Él.
Y nosotros conocemos que toda cosa que no está conectada con el Dios, conlleva en su interior la muerte. No tiene en su interior la jaris, la energía increada de Dios. No da la capacidad al hombre unirse con el Dios.
Permítanme referirme otra vez sobre el tema del matrimonio. Dos personas que hacen la boda en Cristo, en la Iglesia, tienen la conciencia que su boda o matrimonio es un camino que les llevará a Dios. Con la lucha en Cristo que hacen dentro en el matrimonio, con la humildad, con el sacrificio, con la oración y los Misterios de la Iglesia, el matrimonio se convierte en un camino de santificación y salvación para ellos y sus hijos.
Otros hombres se casan sin Cristo, fuera de la Iglesia, egoístamente. El centro no es Dios, sino su yo egoísta. Este tipo es la boda civil, boda fuera de la efjaristía-agradecimiento a Dios.
El matrimonio no es malo, es algo bueno. Pero si éste bien se hace fuera de Dios, fuera de la jaris de Dios, no santifica y no salva los cónyuges. Y un matrimonio así egoísta que no se ofrece a Dios, sino para satisfacer mi yo, finalmente aleja y separa al hombre de Dios.
Esto ocurre con todas las manifestaciones de nuestra cultura, como la educación, que es un regalo de Dios. “Letras y estudios, regalos y cosas de Dios”, como decían nuestros progenitores durante la esclavitud Turca.
La educación sin Cristo y Dios es algo que separa al hombre de Dios. La enseñanza y la educación conectadas con el Dios, acercan y unen al hombre con Él.
Por eso pues, en este esfuerzo e intento que se hace de hombres que no son de buena disposición y no pueden ver las cosas más profundamente y quieren hacer un mundo mejor pero separado de Dios, nosotros en esto debemos decir “No”.
No decimos no al cambio, no al mejoramiento, sino que decimos “No” a este cambio, a este mejoramiento que no conecta con el Dios; y cuando no se conecta con el Dios no conecta con la tradición de nuestro pueblo. No conecta ni comulga con la Ortodoxia que es la verdadera tradición de nuestro pueblo.

7. La tradición de nuestro pueblo forma de vida probada.
Nosotros ésta tradición Ortodoxa hemos recibido de nuestros padres, de nuestras abuelas y no la negaremos, porque hemos visto que esta ésta es la vida verdadera, no queremos cambiarla porque está probada y reconocida. Yo lo que he recibido de mis padres, de mis abuelos no lo negaré ni rechazaré, porque he visto que es la verdadera vida, la vida en Cristo.
Y no es solo la vida de nuestros antepasados. Es la vida de aquellos que hicieron la revolución del 1821, la vida de Makriyanis, de Kolokotronis, de todos aquellos que se sacrificaron “para la santa fe en Cristo y la libertad de su patria”. Es la fe de San Kosmás de Etolia, que guardó y salvó la etnia helénica de la turkización o exterminación turca.
¿Conocéis aunque sea un héroe del 1821 que fuera anticristo, ateo? Todos eran cristianos devotos, se confesaban, comulgaban y luchaban. Querían hacer la Élada-Grecia libre en Cristo, un país santo en cual reina el Cristo. ¿Tenemos derecho nosotros de negar ésta tradición, sin que cometamos una hibris*? Personalmente creo que no lo tenemos.
*Hibris: Para los antiguos Griegos era, injuria contra la voluntad divina y el orden natural.
Por eso nosotros, con la jaris (energía increada) de Dios, quedaremos en esta tradición, la teocéntrica. Cristo será el centro de nuestra cultura y vida. No queremos una cultura con Cristo al margen. Porque esta cultura será una cultura de filaftia (egolatría) que no ayuda al hombre esencialmente, todo lo contrario que la cultura teocéntrica de la Iglesia que lo recibe y lo santifica todo. La Iglesia existe no para imponer, oprimir y deprimir a los hombres sino para liberarlos. Por eso necesitamos la Iglesia.

8. Cómo tenemos que luchar
En el esfuerzo que se hace para separar el mundo de Dios y de la Iglesia, diremos “No”, con nuestra lucha diaria, no viviendo egocéntricamente, sino efjarísticamente. Entregándonos a Dios y a nuestro prójimo.
Diremos “No”, participando en la Divina Liturgia. Porque cada vez que participamos a la Divina Liturgia, decimos un “No” a esta corriente de mundanización. Además, diremos “No”, con la manera que afrontaremos nuestros prójimos y los intereses y las cosas materiales. Cuando vamos a la Iglesia y después nuestra vida no es vida de ofrecimiento, de agapi-amor, justicia y respeto de la libertad de los otros hombres, mentimos, no decimos verdaderamente “No” a este esfuerzo. Por eso no basta sólo que vayamos a la Iglesia a vivir el sacrificio de Cristo, sino que saliendo de Ella sacrificarnos también por nuestro prójimo. Entonces tendrá valor nuestra participación a la Divina Liturgia.
Podríamos decir mucho, hermanos míos, pero no quiero cansarles. Quiero terminar con el logos de san Kosme de Etolia, el cual vivía al mundo efjarísticamente, y así enseñó nuestra etnia a vivir y así se sacrificó. Tal y como conocéis san Cosme selló su kerigma con la sangre que derramó por la agapi-amor a Cristo y por la agapi a sus prójimos. Tenía el anhelo de sufrir el martirio y testimoniar por la agapi-amor a Cristo y no cesó hasta que derramó su sangre.
Enseñaba pues el santo mártir e isapóstolos (igual que apóstol) Kosme: “Primero tenemos el deber de amar a nuestro Dios, porque nos regaló esta tierra tan grande, amplia, en la que vivimos provisionalmente con tantas miríadas de vegetales, árboles, fuentes, ríos, pozos, peces, el mar, el aire, el día, la noche, el fuego, el cielo, las estrellas, el sol, la luna. ¿Todo esto para quién lo hizo? Para nosotros. ¿Nos debía algo? Nada, todo es regalado. Nos hizo humanos y no animales, respetuosos y ortodoxos cristianos y no heréticos e indignos. A pesar de que nosotros podemos pecar miles de veces cada hora nos compadece como Padre y no nos mata ni arroja al Infierno, sino que espera nuestra μετάνοια (metania, giro del nus hacia nuestro interior conversión y arrepentimiento), con sus brazos abiertos y que paremos de hacer el mal para obrar el bien, arrepentirnos y rectificarnos para abrazarnos y ponernos en el Paraíso a fin de alegrarnos para siempre. ¿Ahora bien, un Dios tan dulce como Éste, no debiéramos también nosotros amarlo derramando nuestra sangre, si fuera necesario, miles de veces por Él, tal y como lo hizo Él por amor hacia nosotros?
¡Deseo y bendigo que la jaris (energía increada) de Dios nos ayude a que todos cada día traspasemos de la vida egocéntrica a la vida efjarística mediante la Jaris (gracia, energía increada) que se proporciona por los divinos Misterios ortodoxos en nuestra Iglesia Ortodoxa!
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español).

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