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Κυριακή 17 Μαΐου 2015

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita

ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita
PRÓLOGO
La guerra invisible” es muy ecuánime y justo y este título merece este libro tan psicoterapéutico y terapéutico espiritualmente. Porque muchos libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento inspirados por el Dios, tomaron su nombre inmediatamente por las mismas cosas que enseñan; así por ejemplo, el Génesis de Moisés se llama así, porque se refiere sobre el nacimiento y Creación de la nada (del cero); y los cuatro Evangelios porque describen históricamente la buena noticia, los redentores, sanadores y salvíficos mensajes para los hombres. Uno sería ciego si no viera, por el material expuesto en este libro, porque se ha llamado “Guerra invisible”, precisamente porque se ocupa de estas cuestiones y razones.
Porque no enseña sobre una guerra visible, ni para enemigos físicos y vistos por el ojo, sino sobre una guerra invisible que se hace en la mente, cerebro y en el corazón o espíritu, y en la que toma parte todo cristiano inmediatamente desde el momento del bautismo, donde se ha comprometido ante el Dios combatir hasta la muerte, a causa del este nombre divino.
Por eso, en relación con esta guerra se ha escrito parabólicamente en los Números… Por eso este libro (del A. Testamento) se llama Guerra del Señor (Num 21,14), y enseña sobre enemigos incorpóreos e invisibles, los cuales son los distintos pazos, las voluntades de la carne y los malvados demonios, quienes odian a los hombres y no paran de atacarnos y guerrearnos día y noche. Como dijo el apóstol Pablo: “Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso y pecador, contra los espíritus del mal, que se encuentran en los espacios entre cielo y tierra” (Ef 6,12).
Y los soldados que combaten en esta guerra son todos los cristianos, como aprendemos de este libro. Como Capitán General se presenta nuestro Señor Jesús Cristo, rodeado de todas las legiones de Ángeles y Santos; el lugar donde se realiza esta guerra es nuestro propio corazón y todo el hombre interior, y el tiempo de esta guerra es durante toda nuestra vida.
¿Cuáles son las armas con las que equipa a sus soldados esta Guerra Invisible?
Escuchadlos; el casco de los soldados, son la completa desconfianza y desesperanza de ellos mismos; la bandera de ellos es la camisa de hierro, que es el ánimo hacia el Dios y la esperanza confiada, segura; el tórax y el corpiño es el estudio de los pazos-padecimientos del Señor; el cinturón es la abstinencia de los pazos carnales; los zapatos y la camisa de hierro son la humildad y el reconocimiento de la enfermedad de uno mismo; el escudo es la paciencia en las tentaciones y el alejamiento de la negligencia; la espada que está en una mano es la oración divina, tanto la llamada noerá, del corazón o de Jesús, como la oral, como también aquella que se hace por el estudio; y mástil o lanza tridente que tienen en la otra mano es no consentir el pazos que les está atacando y combatiendo y lo expulsen con ira y así con su corazón llegan a tenerlo asco y repulsión.
Alimento que toman para el fortalecimiento contra los enemigos es la continua divina Comunión o Efjaristía, tanto del misterio del sacrificio de la Divina Liturgia, como también del espiritual; y el aire iluminante y sin nubes, por el cual ven de lejos a los enemigos, es la continua práctica del nus en conocer correctamente las cosas y el continuo ejercicio de la voluntad en querer agradecer sólo a Dios, más la hisijía paz y serenidad del corazón.
Aquí en esta Guerra Invisible, o mejor dicho, en esta Guerra del Señor, los soldados de Cristo aprenden las diversas estafas, engaños y maquinaciones de todo tipo, los difíciles estratagemas y artes, que utilizan contra ellos los enemigos inteligibles a través de los sentidos, de la fantasía y mediante la reducción de la devoción o piedad; y mediante de los cuatro asaltos, ataques que traen la muerte (espiritual); es decir, la incredulidad, la desesperación u oscurantismo, la vanagloria y la transfiguración de los demonios en ángeles de luz. Y a continuación los soldados estudian también cómo contraatacar, disolver y destruir las maquinaciones de los enemigos. Y aquí ya son enseñados qué orden y ley deben guardar y mantener y con cuánta valentía deben luchar. En resumen, en este libro cada ser humano que ama su sotiría sanación, redención y salvación, aprende cómo vencer a los enemigos invisibles, para obtener los tesoros, es decir, las virtudes divinas y verdaderas, para recibir el premio y la corona inmarchitable, que es la unión con el Dios, tanto en el siglo presente como en el futuro.
Queridos lectores, amigos de Cristo, recibid este libro con alegría y aprended de este el arte de la Guerra invisible; ocupaos no sólo simplemente de luchar, sino combatir legalmente como se debe, para que seáis coronados (con la doxa gloria luz increada). Porque, según el apóstol Pablo: “Y el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente, si no se atiene a las reglas del deporte” (2 Tim 2,5). Armaos con las armas que os enseña, para con estas matar vuestros enemigos inteligibles e invisibles, los cuales son los pazos que corrompen la psique y los demonios que son los creadores de estos pazos. “Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las tentaciones y maquinaciones del diablo” (Ef 3,10-17).
Acordar que en el bautismo os habéis comprometido que negáis y combatís al Satanás, todas sus obras, todo culto de él y todo pecado; las cuales obras de él son el hedonismo, la voluptuosidad, la vanagloria y la avaricia y todos los demás pazos. Por lo tanto, luchad a lo que podáis, para ponerle en fuga, avergonzarle y derrotarle totalmente con toda vuestra perfección. Por esta victoria, la recompensa y el salario que tendréis será muy grande. Escuchadlo esto de las mismas palabras por la misma boca del Señor, Quien en el libro del Apocalipsis nos promete: “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apo 2,7). “El vencedor no será víctima de la segunda muerte” (Apo 2,11). “Al vencedor le daré el maná oculto, escondido…” (Apo 2,17). “Al vencedor le entregaré el poder que yo he recibido de mi Padre y también le daré la estrella de la mañana” (Apo 2,28). “El vencedor será revestido de vestiduras blancas, yo no borraré jamás su nombre del libro de la vida y reconoceré su nombre delante de mi Padre y de los ángeles” (Apo 3,5). “Al vencedor le haré columna del templo de mi Dios…” (Apo 3,12). “Al vencedor lo sentaré conmigo en mi trono…” (Apo 3,21). “El vencedor heredará todo; y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apo 21,7).
¡Veis cuántos axiomas! ¡Veis cuántos salarios! ¡Veis esta corona multiplicada por ocho y que está llena de flores y es inmarchitable, pero hermanos cuántas más coronas os harán si vencéis el diablo! ¿En esto pues, tenéis que estar practicando e instruyéndose en la continencia o autodominio y en la lucha y “guardad bien lo que tenéis, para que nadie os quite vuestra corona (de luz increada)” (Apo 3,11). Porque es una vergüenza grande que aquellos que se entrenan en el pentatlón y hacen luchas y esfuerzos exteriores, tienen continencia casi en todo, para que reciban una corona marchitable y corruptible de olivo o de laurel o de cualquier otra planta. Y vosotros, que habéis recibido una corona inmarchitable, paséis vuestra vida con negligencia e indiferencia. Pues, que os convenza por eso Pablo que dice: “¿No sabéis que los que corren en el estadio todos corren, pero sólo uno consigue el premio? Corred de modo que lo conquistéis. Los atletas se privan de muchas cosas, y lo hacen para conseguir una corona corruptible; en cambio, nosotros, por una incorruptible” (I Cor 9,24-25).
Así que, esta victoria y la brillantez de estas coronas deseo que disfrutemos. Y acordaos, hermanos míos, pedir al Señor que perdone mis pecados, de éste que se ha hecho ayudante vuestro, para la edición de este bello libro; pero más que nada, acordaos de levantar los ojos hacia el cielo y agradecer y glorificar al Primer Causante y Autodidacta Dios y a vuestro capitán general Jesús Cristo, y decir cada uno hacia Él aquello que dijo Sorozábal: “De ti viene la victoria… Y la doxa (gloria, luz increada) es tuya y yo soy pariente tuyo” (II Esd 59). Y esto del profeta David: “Tuya es, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria, pues todo cuanto hay en el cielo y en la tierra es tuyo” (I Cron 29,11). Ahora y para siempre. Amén.

PRIMERA PARTE
Capítulo 1
En qué y cómo se encuentra la perfección cristiana. Cómo uno debe combatir. Las cuatro armas necesarias para esta guerra.
La mayor y más perfecta hazaña que una persona puede pensar, es acercarse de una manera a Dios y unirse con Él. La perfección cristiana es requerida como mandamiento y es entregada al Nuevo Testamento, porque dice el Señor: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt 5,48). Y Pablo dice: “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (I Cor 14,20); “Que seáis perfectos y en todo cumplir con la voluntad de Dios” (Col 8,12); “Seamos conducidos en la perfección” (Heb 6,1). La perfección fue proclamada como mandamiento en el Antiguo Testamento, porque dice el Dios a los Hebreos en el Deuteronomio: “Que seas perfecto ante el Señor tu Dios” (18,18). Y David manda lo mismo a su hijo Salomón: “Y ahora hijo mío, conocerás a Dios de tus padres y le servirás con todo tu corazón y el ánimo de tu psique” (I Cron 28,9). Deducimos pues, que el Dios requiere de todos los cristianos que se ejerzan y estén plenos de perfección, es decir, el Dios pide de nosotros hacernos perfectos en todas las virtudes.
Por tanto, si tú, querido lector en Cristo, deseas llegar en esta cima, primero debes conocer en qué consiste la vida espiritual y la perfección cristiana. Porque son muchos los que dicen que esta vida y perfección, se encuentra en los ayunos, en las vigilias, en las prosternaciones y otros similares ejercicios duros del cuerpo. Otros por su lado dicen que se encuentra en la abundancia de las oraciones y en los largos oficios. Otros creen que la perfección se encuentra completa en la oración del corazón o de Jesús*, en la soledad, en la huida del mundo, en el silencio y en la instrucción por el canon o regla; es decir, que caminen con la regla y con la mesura, y que no lleguen en excesos ni en escaseces. (*Sobre esta oración ver más abajo capítulo 46). Pero estas virtudes, por sí solas, no son esto que buscamos y pedimos como perfección cristiana, sino que unas veces son los medios e instrumentos para que uno llegue a la jaris (gracia, energía increada) del Espíritu Santo, y otras veces son fruto del Espíritu Santo.
De que son instrumentos muy fuertes y dinámicos, para el deleite de la jaris del Espíritu Santo, no hay ninguna duda, porque vemos muchos virtuosos que las utilizan como debe ser, con este propósito; es decir, para obtener el poder y la fuerza contra la maldad y la flojedad, para que sean fortalecidos contra las tentaciones y engaños de los tres enemigos comunes, o sea, de la carne, del mundo y del diablo; para que de estas reciban ayuda espiritual que es necesaria a todos los siervos de Dios, y sobre todo a los principiantes, y sencillamente para que se hagan dignos de recibir los carismas del Espíritu Santo; tal y como los enumera el profeta Isaías: “espíritu de sabiduría y de prudencia, espíritu de voluntad y de valor, espíritu de conocimiento y de piedad y espíritu de temor del Dios” (Is 11,2).
Tampoco hay duda de que estas praxis o acciones son fruto del Espíritu Santo y como dijo Pablo, su resultado son “agapi-amor, alegría, fe, tolerancia, continencia, paz, magnanimidad, templanza, bondad, paciencia” (Gal 5,22), y en esto tampoco hay duda. Porque los hombres espirituales ejercitan el cuerpo con estos ejercicios, porque ha afligido a su Creador y para tenerlo siempre dominado y sometido a trabajar las cosas de Dios. Se silencian y hacen vida de monje, para evitar el más mínimo perjuicio y daño hacia Dios1. Oran y prestan atención al culto a Dios y a las obras de piedad, para que tengan el gobierno o régimen de los cielos, estudian la vida y los padecimientos de nuestro Señor, no para otra cosa sino para conocer más su propia maldad, y la bondad y compasión de Dios, siguen a Jesús Cristo olvidando y renunciando de sí mismos y llevan la cruz en sus hombros, para que sean calentados más de la agapi (amor, energía increada) de Dios y se aborrezcan de sí mismos.
Pero las virtudes que nos hemos referido, en aquellos que ponen todo el peso en estas, pueden provocar más daño y perjuicio que los pecados obvios; no a causa de estas, (porque estas son todas santísimas), sino porque aquellos que las utilizan, al fijarse sólo en estas, dejan su corazón correr detrás de sus propias voluntades y las del diablo; el cual diablo, al verlos que van directos por este camino, los deja no sólo que luchen con alegría en los ejercicios corporales, sino que con el pensamiento vano, que les susurra, se extiendan en las grandezas del Paraíso. De ahí que estos de este tipo creen que se han elevado hasta las legiones de los Ángeles y que sienten a Dios en su interior; y algunas veces sumergidos en este tipo de pensamientos y reflexiones raras y altas, creen que casi ya han dejado este mundo y han sido arrebatados hasta el tercer cielo.
Pero en cuántos errores están metidos y enredados estos hombres y cuán lejos están de la verdadera y bienaventurada perfección, uno los puede conocer por la vida, el carácter, los modales y las conductas éticas de ellos. Porque ellos quieren que sean considerados y preferidos de los demás por cualquier cosa. Son peculiares y tenaces en sus propias voluntades, son ciegos en sus propias cosas; pero examinan cuidadosamente los logos y las praxis de los demás, y si alguien les toca un poco la vana reputación de su honor que ellos creen que tienen, quieren que los demás tengan en cuenta su reputación; y si alguien los impide de aquellas reverencias y virtudes con las que se están ocupando (¡que Dios nos guarde de esto!), inmediatamente se enfurecen, se incendian de ira y se convierten en frenéticos.
Y si el Dios quiere traerles al conocimiento exacto de sí mismos y al verdadero camino de la perfección, les envías aflicciones y enfermedades o concede que vengan persecuciones, (que son pruebas con las que el Dios prueba sus auténticos y verdaderos siervos), entonces manifiestan las cosas secretas y ocultas de sus corazones, de que están pervertidos de la soberbia u orgullo. Porque en cada acontecimiento triste que les ocurre, no quieren seguir la voluntad de Dios, permanecen reposados en los justos, aunque ocultos juicios de Dios, ni quieren seguir el ejemplo del humillado y padecido Hijo, nuestro Señor Jesús Cristo y hacerse humildes teniendo como amigos sus perseguidores o enemigos, como instrumentos de la divina bondad y cooperantes en su sanación y salvación.
Así que es obvio que están en gran peligro. Porque estos teniendo su ojo interior, es decir, el nus entenebrecido, se ven a sí mismos con este ojo interior oscurecido; y pensando conseguir obras exteriores buenas, creen que han llegado a la perfección y critican, enjuician y condenan a los demás. Por eso no es posible para uno poder hacerles cambiar, sino sólo una ayuda especial y particular de Dios. Porque mucho más fácil se convierte en bueno el pecador evidente que el oculto y cubierto con la coraza de las aparentes virtudes.
Ahora, pues, que has conocido muy bien que la vida espiritual y la perfección no se sostiene en estas virtudes que hemos dicho, sepas que no se constituye de otras cosas más que la gnosis (conocimiento) de la bondad y la grandeza de Dios y de nuestra nimiedad, tendencia y declinación a cualquier mal contra la agapi de Dios y al odio, aborrecimiento de nosotros mismos; en la obediencia, sumisión no sólo a la voluntad de Dios, sino también en todas las creaciones, para la agapi de Dios y la repulsión, desobediencia de toda voluntad nuestra y la perfecta obediencia a la voluntad de Dios; incluso, todas estas cosas que las queramos hacer claramente para la doxa gloria luz increada de Dios y gustar sólo a Él; y porque así lo quiere Él, así debemos amarle y servirle. Por eso el apóstol Pablo en general nos manda que todas las obras “ya comáis, ya bebáis, hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (I Cor 10,31).
Esta es la ley de la agapi (amor, energía increada divina), esta que se ha escrito por la mano del mismo Dios en los corazones de sus siervos fieles. Esta es la abnegación de nosotros mismos, la que pide el Dios de nosotros. Este es el yugo dulce de Jesús y su peso ligero. Esta es la sumisión a la voluntad de Dios, a la que nos llama nuestro redentor y Didáscalos (Maestro) con su propio ejemplo y con su voz. Y verdaderamente, el que nos sometamos a la voluntad de Dios y que prefiramos siempre la de él y no la nuestra, esto nos lo ha enseñado con su voz el mismo jefe y perfeccionador de nuestra sanación y salvación Jesús Cristo, Quien nos ha pedido que oremos diciendo: “Padre nuestro el de los cielos…hágase tu voluntad tal y como en el cielo en la tierra también” (Mt 6,10); y con su ejemplo, desde el principio de su vida e inmediatamente cuando entró en el mundo, pidió hacer la voluntad del Padre, según Pablo que dice: “He aquí, vengo hacer tu voluntad” (Heb 16,9); y en la mitad del Evangelio esto decía: “he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me ha enviado” (Jn 6,38); y al final de su vida en la oración, esto mismo selló diciendo: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).
Así que, hermano mío, tú que deseas llegar a la altura de esta perfección, y como es necesario hacer una lucha incesante con el sí mismo, para vencer y extinguir valientemente todas las voluntades grandes y pequeñas, obligatoriamente debes prepararte con ánimo y buena disposición para esta guerra; porque la corona no se entrega a cualquiera, sino sólo al guerrero valiente; la cual guerra, como es más difícil que cualquier otra guerra (porque luchamos contra nosotros mismos, y nos combate, ataca nuestro propio sí mismo), así también la victoria que conseguiremos será más gloriosa que cualquier otra y será muy bien recibida de Dios. Porque si quisieras matar tus desordenados pazos, los deseos y tus voluntades, gustarás más a Dios y le servirás mejor, en vez de hacer regresar al bien miles de psiques y tú dominado realmente de los pazos o en vez que te estés azotando hasta que te sangres o que hagas ayuno más que los antiguos eremitas. Casi lo mismo dice san Isaac: “Es mejor que te desates y liberes de la cadena del pecado que liberar esclavos de la esclavitud”, y otras muchas parecidas (Logos 23).
Porque, aunque el Dios ama más el regreso de las psiques que la necrosis de una voluntad pequeña, sin embargo, tú hermano mío, no debes querer, ni hacer nada más importante que aquello que pide el Dios, y de aquí en adelante lo quiere de ti exclusivamente; porque el Dios por supuesto que se contenta más por tu lucha para mortificar y enterrar tus propios pazos, en vez de que hagas cualquier otra cosa, aunque sea muy grande e importante, haciendo la vista gorda de tus propios pazos.
Ahora bien, como has aprendido de qué se constituye la perfección cristiana y para obtenerla debes hacer una guerra dura y continua contra ti mismo, es necesario que seas prevenido y suministrado de cuatro cosas, como armamento muy seguro e imprescindible, para que te conviertas en vencedor de esta guerra invisible y recibas la corona (o la doxa- gloria luz increada). Y estas son: a) no te fíes nunca de ti mismo, b) ten animo, coraje y esperanza en Dios, c) luchar siempre, y d) orar. Para estas quiero hablarte especialmente pronto si el Dios lo quiere (a continuación).
(1). Apunta que daño o perjuicio a Dios, para los teólogos es cada pecado, simplemente porque perjudica, daña, hiere y se opone a Dios. Pero como el pecado no existe como un ente vivo, perjudica, daña y se opone al ser de Dios y ya que es malo, perjudica la bondad de Dios; puesto que es enfermedad y debilidad, perjudica Su fuerza y el valor; ya que es desconocimiento y oscuridad, perjudica Su sabiduría. Y simplemente, puesto que el pecado se llama también imperfección y omisión, perjudica y se opone a las perfecciones infinitas de Dios; como es transgresión e ilegalidad, perjudica e hiere las leyes y los logos-mandamientos de Dios, y como todo logos contra Dios se llama blasfemia, porque perjudica la fama y el nombre de Dios, así también todo pecado se llama perjuicio y daño a Dios; y no sólo porque el pecado por sí mismo se opone y va de mal en peor, sino porque se hace en las creaciones de Dios y hace que sea blasfemado el Creador de estos, como si él también fuera así de malo y a continuación ha creado males de este tipo; puesto que la virtud de las creaciones, hace que sea glorificado y alabado también el Creador de estas.
(2) Mira amigo mío, cuan perfecto es el orden y el método que utiliza este libro; antes que cualquier otra cosa, aquí añade el principio, la perfección y la finalidad o propósito de toda esta guerra invisible, de modo que conociendo todos aquellos que tratan de entrar en la guerra y combatir, no sean engañados con alguna otra cosa, sino que sean dirigidos hacia este libro como punto de referencia y todas sus praxis (actos, acciones) sean conducidas hacia una dirección.
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)




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