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Σάββατο 23 Απριλίου 2016

EL REINADO DE LA REALEZA INCREADA DE DIOS ES REALEZA DE SANGRE.

Η ΒΑΣΙΛΕΙΑ ΤΟΥ ΘΕΟΥ ΕΙΝΑΙ ΒΑΣΙΛΕΙΑ ΑΙΜΑΤΟΣ.
EL REINADO DE LA REALEZA INCREADA DE DIOS ES REALEZA DE SANGRE.
El que come de mi cuerpo y bebe de mi sangre en mí permanece y yo en él”
Por hieromonje Savas el Aghiorita
“El tiempo se ha cumplido, y el reinado de la realeza increada de Dios ha llegado” (Mrc 1,15 Mt 4,17).
“El reinado de mi realeza increada no proviene de este mundo” (Jn 18,36), decía el Señor.
“Porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brille en ella; porque la gloria (luz increada) de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. A su luz increada caminarán las naciones…” (Apo 21,22-27)
Durante los tiempos del Señor había entre los judíos la esperanza viva sobre el reinado de la Realeza de Dios, pero el pueblo albergaba percepciones groseras sobre esta.
El Señor cuando salió en acción pública inmediatamente anunció que Su obra es el establecimiento del reinado de la realeza increada dentro en todos los hombres, porque con la caída de los primeros en ser creados y a causa de los pecados del mundo, la vida había perdido el ritmo y su destino y los hombres no vivían ya según la voluntad de Dios: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reinado de la realeza (increada) de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lc 4,43).
El Señor enseñó a los hombres con precisión, claridad y fuerza de que deben considerar a Dios como Padre de ellos, del Cual esperan con fe todo y al Cual deben amar con toda su psique y diania, con todo su corazón y toda la fuerza de la voluntad, más que ninguna otra cosa buena. La vida de cada uno debe ser dios-céntrica. La voluntad divina siempre debe dominar en la vida y dirigir en agapi (amor desinteresado). Las percepciones humano-céntricas y jurídicas de los judíos, en las que la justicia y la protección de Dios dependían de sus propios esfuerzos e intentos y del cumplimiento de la Ley, ya no tenían lugar sobre la Realeza increada de Dios y la vida dios-céntrica de la enseñanza del Señor.
Aparte de estas concepciones y percepciones, el Señor rechazó también los elementos mundanos, placenteros y nacionalistas que había en la enseñanza de sus contemporáneos judíos sobre el reinado de la realeza increada de Dios. La Realeza increada de Dios tal y como nos la ha apocaliptado-revelado el Señor es espiritual (energía increada), interior y contraria del brillo, de la fuerza y de la gloria exterior de los reinos del mundo y de las autoridades mundanas que le gobiernan. Y los medios para la transmisión de la Realeza increada de Dios son espirituales, pero también los fines, los bienes, las bendiciones y los regalos de ella son espirituales, increados, incorruptibles y supracósmicas, totalmente distintos de las esperanzas y exigencias de los judíos y de las cualidades e ideas de los reinos terrenales. «El reinado de mi realeza no proviene de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo mis súbditos hubiesen luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero el poder y energía de mi realeza no proviene de este mundo ni está basada en las armas, sino del cielo» (Jn 18,36), decía el Señor. A causa de esta oposición el Señor desde el principio fue negado y perseguido por los judíos, los nacionales y por el nuevo principio de la vida humana que Él predicaba.
Pero aparte de estas diferencias, la nueva y principal característica del kerigma del Señor sobre la Realeza increada de Dios es que esta se enseñaba y se presentaba como algo que ya se había comenzado a difundir y a imponerse con la aparición del Señor. Nuestro Cristo declaró explícitamente que en Su persona, con Su enseñanza y Su obra, comenzaron a realizarse las promesas de Dios formuladas al Antiguo Testamento sobre el futuro Mesías o Salvador de la humanidad y sobre los años mesiánicos. El Mismo Señor Jesús es el Mesías: “YoSoY (el Mesías) el que te habla” (Jn 18, 36). También delante de Pilatos habla sobre la Realeza increada de Dios como Su propia Realeza: “El reinado de mi realeza no proviene de este mundo” (Jn 18,36), decía el Señor.
Por lo tanto, la Realeza increada de Dios comenzó con la presencia del Señor en nuestro planeta y con Su obra redentora, y de forma gradual se extiende, se impone y se espera a aparecer en el siglo futuro con toda su doxa (gloria increada, luz de luces) y perfección. “Mas si por el dedo de Dios (es decir, el Espíritu Santo) yo echo fuera los demonios, ciertamente la realeza increada de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20), decía el Señor a los que Le calumniaban. Lo ésjato1 (último, postrero) se hizo también presente, mientras que el presente tomó a la vez contenido esjatológico; cada praxis nuestra del presente tiene efecto en la eternidad. No existen praxis éticas indiferentes, podríamos decir, ni esjatológicamente operaciones indiferentes; cada praxis nuestra nos conduce o nos aleja o nos excluye de Su Realeza increada si no hay metania. Por eso que la esjatología cristiana ortodoxa se puede calificar como esperada y paralelamente como realizada: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1Jn 3,2). El Ladrón en la cruz rogó a Cristo al acordarse de él cuando venga con Su Realeza, el Cristo le aseguró que: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 42-43).
 Ésjato es lo último, postrero o el definitivo. Es aquello hacia al cual se dirigen y con el cual se completan todas las cosas que suceden dentro en el mundo. Correspondientemente esjatología es la referencia sobre el fin del mundo, que se realizará con la segunda venida o presencia de Cristo con la plena aparición de la Realeza increada de Dios. La Realeza de Dios que se espera al final de la historia y del mundo, se manifestó con la venida de Cristo y ya existe en el mundo y en la historia.
El Cristo que se manifestó al mundo como hombre, fue crucificado, murió, resucitó y ascendió en “doxa” (gloria luz increada) en los cielos, es el Dios intemporal, eterno y perpetuo, es el “que es, el que era y el que siempre viene… ὁ ὤν καί ὁ ἦν καί ὁ ἐρχόμενος” (Apoc 1,4). La gloriosa aparición de los fieles en la Realeza increada de los Cielos requiere la incorporación e integración de ellos en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia Ortodoxa. “Esta integración se hace con el Misterio del Santo Bautismo y se mantiene con el Misterio de la Divina Efjaristía y Comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo. La Iglesia Ortodoxa se encuentra en la frontera entre el siglo presente y el futuro. Los fieles son miembros del Cuerpo de Cristo. La cabeza de este Cuerpo se oculta durante el siglo presente, pero se manifestará en el siglo futuro. Cuando se manifieste la doxa (gloria, luz increada) entonces se manifestará también el resplandor de sus miembros” (San Nicolás Cabásilas sobre la vida en Cristo, 2). Somos miembros del Cuerpo de Cristo. Permanecemos unidos cuando comulgamos del Cuerpo y Sangre del Soberano.
Es decir, la Iglesia Ortodoxa, es el Cuerpo θεανθρώπινο (zeazrópino) divino-humano de Cristo, fue creado durante el Pentecostés con esta forma; es decir, de esta manera como Cuerpo de Cristo metamorfosear, transformar al mundo y toda la creación. Después de la caída de Adán y Eva, toda la creación fue arrastrada a la caída y a la corrupción. “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” y por eso “el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sometió en esperanza; porque también la creación misma será librada de la esclavitud de corrupción, para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom 8, 22 y 19-21).
La Iglesia Ortodoxa desea restablecer la naturaleza humana a su estado de antes de la caída, para que la suba aún más “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan de sobras en abundancia” (Jn 10,10). Lo deseado es que el hombre se convierta en miembro del Cuerpo de Cristo y toda la creación convertirse en reinado de Realeza increada de Dios.2 La Iglesia Ortodoxa como continuación de la obra salvífica de Cristo es una etapa preliminar y un sabor anticipado del reinado de la futura Realeza increada de Dios.
2Dentro de esta perspectiva hablamos sobre la vivencia, experiencia de las cosas ésjatas también desde esta vida, pero también la esperanza de las ésjatas cosas durante la Segunda Presencia de Cristo y después de esta. La metamorfosis del hombre no es independiente de esta experiencia ésjatológica desde ahora como compromiso o en arras, y la esperanza esjatológica como boda para el futuro, como nos enseñan los santos Padres de la Iglesia Ortodoxa. Realmente la percepción ortodoxa sobre la esjatología tiene un carácter diacrónico. Esto significa que la Realeza increada de Dios y todos los acontecimientos de los ésjatos tiempos se ha vivido al pasado por los primeros en ser creados antes de la caída, y se viven en el presente de la historia por los santos y deificados “como en espejo en enigma” (1Cor 13,12) y se vivirán en un grado perfecto después de la resurrección de los muertos.
La Iglesia Ortodoxa transforma la realidad histórica (hombre, creación) con la Divina Jaris (energía increada) que trajo y derrama al mundo el Cristo. Que es “el primero y el ésjato-último, el que estuvo muerto y vivió” (Apo 2,8) y es también “el A Alfa y el Ω Omega, el primero y el ésjato-último, el principio y el fin” (Apo 23,13)3.
3 Hoy vivimos en abundancia un cristianismo secularizado, mundanizado, hemos perdido la vida de los ésjatos, tanto como vivencia de la experiencia de la zéosis o deificación desde esta vida, como también como esperanza de esta vida después de la Segunda Presencia de Cristo, y la Resurrección de los muertos. La absolutización del elemento histórico, con la simultanea expulsión de la esperanza y la vivencia, experiencia esjatológica, la definición horizontal de la vida esquivando la dimensión vertical hacia Dios, el intento de vivir uno en un cristianismo mundanizado, secularizado y sobre todo la orientación a la llamada vida “moral” del Evangelio, consiste en la secularización de los cristianos.
El propósito de la Iglesia Ortodoxa es la “psicoterapia”, sanación, redención y salvación de los hombres. ¿Pero cómo podremos permanecer dentro en la Iglesia para “psicoterapiarnos” y salvarnos? ¿Cómo podremos vivir según la voluntad de Dios, según el Espíritu Santo? Sólo una cosa tiene importancia: guardar nuestra unión con el Señor; guardar y aumentar la intensidad de la oración y de la metania. Entonces la muerte no será una perdición y una separación eterna de la fuente de la vida, sino el desplazamiento y traspaso al reinado de la Realeza increada de Dios, por la que nos hemos preparado con la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, con la incesante oración noerá o del corazón que es la invocación de Su Nombre: «Jesús Cristo Dios nuestro, eleisón nos, compadécete de nosotros… y de tu mundo…Κύριε, Ἰησοῦ Χριστέ, ὁ Θεός ἡμῶν, ἐλέησον ἡμᾶς καί τόν κόσμον Σου».
El Α y el Ω, τό ἔσχατο lο ésjato (último) vino en la historia. El reinado de la Realeza increada de Dios vino a nosotros y podemos comenzar a saborearla desde esta vida con el renacimiento en Cristo y con los Misterios (Bautismo y Divina Efjaristía Εὐχαριστία). Pero existe una intensa nostalgia y esperanza de lo “perfecto y completo” de esta vida que se apocaliptará-revelará en el siglo futuro4. Pero esta Realeza increada de Dios esjatolójica, se hace realidad tangible cuantas veces la Iglesia Ortodoxa, el nuevo Israel de la jaris, el pueblo esparcido de Dios se reúne “sobre lo mismo”, en un lugar, principalmente, para celebrar la Divina Efjaristía, no como una mágica celebración mística o una praxis de culto de salvación individual, sino como una expresión dinámica de comunión en comunidad y reflejo de la perfecta comunión de la Santa Trinidad, mas presabor y revelación preventiva del reinado de la Realeza increada de Dios. La Iglesia Ortodoxa se configura y se hace esto lo que es realmente, es decir, “Cuerpo de Cristo”, “laós o pueblo de Dios” y «κοινωνία kinonía comunión» del Espíritu Santo cada vez que hay asamblea eucarística en cada comunidad local cristiana ortodoxa. 4. Si uno aparta esta vivencia esjatológica y la esperanza del mensaje del Evangelio y de la Iglesia, entonces se seculariza y el Evangelio se hace una enseñanza moral, similar a la enseñanza de los otros sistemas religiosos y filosóficos.
A. La Realeza increada de Dios es realeza de Sangre, divina Sangre propia de Cristo Dios que se derramó en Gólgota y se ofrece en cada Divina Liturgia.
Nuestro Dios es agapi (amor, energía increada) y paz. Y Su Realeza increada es paz y agapi (amor, energía increada). El predominio de la agapi y la paz entre nosotros y entre el hombre y el Dios, fue logrado gracias al Sacrificio Cruciforme de nuestro Cristo. El que comulga del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se apropia personalmente de las donaciones que emanan del Sacrificio Cruciforme de Cristo y reina junto con Él en la eternidad. La sangre de Cristo nos introduce en el reinado de Su Realeza increada que es la “realeza del Cordero Degollado” (Apo 13,8).
La Realeza de Dios es Realeza de Sangre porque es paz divina; y esta paz divina se ha logrado con el sacrificio Cruciforme de Cristo. Cristo Dios es “nuestra paz y expiación”.
El Dios Líder de la Paz, ha creado al hombre pacífico y amigo de la paz. “La naturaleza humana, según san Máximo el Confesor, fue creada pacífica, sin conflictos ni guerras, atada fuertemente con la agapi (amor energía increada) de Dios”. Pero el pecado y el egoísmo trajeron en los hombres la separación y la enemistad con el Dios y también los odios, las divisiones, los conflictos, la envidia, el resentimiento el exterminio mutuo y el deseo de venganza entre los seres humanos. El diablo asesino de los hombres explotando los pazos de los hombres los separó de Dios y los dividió. El Cristo Dios subió en la Cruz para reconciliar α los hombres con el Dios, con el sí mismos y entre ellos. La paz que anunciaron los Ángeles la noche de la Natividad del Señor con el “doxa-gloria en los cielos y paz en la tierra” emanó y fluyó de la Cruz de Cristo.
El Apóstol Pablo en su epístola a los Colosenses escribe que el Dios condescendió por el Cristo para que en sí mismo reconcilie todo: “y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo” (1,20-23).
Tan grande e insoldable fue la enemistad de los hombres hacia el Dios y hacia ellos mismos, de manera que hizo falta derramar el mismo Dios Su propia Sangre para pacificarnos. Por tanto, el regalo del Cristo Crucificado es la paz, la reconciliación, la alegría y la agapi que son características de Su Realeza increada.
Este regalo no se nos concede de una manera mágica, sino que requiere nuestra lucha para recibir este regalo y valorarlo. Hace falta sinergia (cooperación de la energía increada de la voluntad divina con la energía de la voluntad humana). Sin el Cristo Crucificado tampoco podemos solos conquistar Su Realeza increada, ni el Cristo nos la da sin nuestra lucha, porque si fuera así anularía nuestra libertad.
Aunque a la Santa Iglesia Ortodoxa terrenal y militante en la que se celebra la divina Efjaristía que es la imagen de Su Realeza increada, a veces se introduce la tentación y aprovechando nuestros pazos, expulsa nuestra paz y agapi, sin embargo en la Iglesia Ortodoxa en núcleo muy interior está siempre “el palacio de asilo o refugio de la paz”, dice san Máximo el Confesor; y el Señor sacrificado en el Santo Altar es la fuente de la paz. Dice san Juan el Crisóstomo: “Encima del Santo Altar se encuentra degollado el Cristo. Fue degollado para traer paz entre el cielo y la tierra, para hacerte amigo con los ángeles y reconciliarte con el Dios del todo y de todos. Para hacerte amigo de Dios a ti que eres su enemigo y contrario… para que tengas paz con tu hermano se hizo este sacrificio” (P.G. 49, 382-2).
La Iglesia se encuentra siempre en lucha permanente, en un camino continuo hacia el reinado de la Realeza increada de Dios, “la imperturbable, inquebrantable y permanente” del futuro siglo, teniendo en cabeza nuestra Panayía, los Apóstoles, los Mártires y los Santos, más los piadosos y pacíficos Cristianos ortodoxos de todos los siglos.
Este camino no se promociona ni se pregona, sino que irradia místicamente la paz de Cristo al mundo y testifica que la Realeza increada de Dios ya ha venido y siempre viene. Tal y como el Señor dijo que su realeza increada “no viene por observación” (Lc 17,20), es decir, con ruido exterior.
La sangre de nuestro Señor Jesús Cristo nos purga y nos sana de todo pecado y crea las condiciones para la entrada en Su Realeza increada. La Divina Comunión en el estado provisional que ahora nos encontramos es presabor o sabor anticipado de la futura y más perfecta Divina Comunión del reinado de Su Realeza celeste e increada. “¡Oh Pascua mega y Santísimo Cristo, oh sabiduría, potencia y Logos de Dios, danos la máxima pureza y claridad para participar en Tu día sin crepúsculo en el reinado de la Realeza increada!”, este tropario canta el Sacerdote inmediatamente cuando haya tomado la Comunión.Esta Comunión de máxima pureza y claridad con el Cristo, será también la fuente infinita de la inefable alegría y gozo en la futura Realeza celeste e increada de Dios.
La Realeza increada de Dios es Realeza de Sangre, porque es un pase a la Pascua eterna mediante la sangre del Cordero inmaculado y sin mancha, de Cristo.
La Realeza increada de Dios es realeza de sangre, porque la imagen de la Realeza increada de Dios es la Divina Comunión o Efjaristía.
La Divina Efjaristía Εὐχαριστία es imagen de la Realeza increada de Dios. Cada Domingo en la Divina Liturgia participamos en “la Bendita Realeza” increada del Dios Trinitario y disfrutamos anticipadamente la vida y la alegría de la gloriosa Eternidad, el verdadero Octavo Día. 5 Octavo Día: el período intemporal que comenzará con la Segunda Presencia del Señor, es decir, la Eternidad. Esta será también la finalización de la obra creadora de Dios (7 días creativos +1=8), es decir, el Domingo que se considera el 8º día. De esta manera pasamos al octavo día de la eternidad, la que se hará realidad con la Resurrección común.
En la Divina Liturgia vivimos y saboreamos anticipadamente el estado que estará viviendo el mundo cuando domine la Realeza increada de Dios que todos los fieles esperamos y para su venida oramos cada vez en el Padre nuestro: “venga en nosotros tu Realeza ελθέτω η Βασιλεία σου (elzéto i Vasilía su)”. Las características de la Realeza increada contienen todas las cosas que observamos en la Divina Liturgia Ortodoxa;
Es decir, a) la sinaxis-reunión del mundo esparcido sobre lo mismo. Para los Santos Padres de la Iglesia, como san Máximo el Confesor, san Anastasio el Sinaita, san Theodoro el Studita etc., la Divina Efjaristía tenía sólo un nombre: Σύναξις sinaxis reunión de fieles. Y esto porque en la Realeza increada de Dios nuestro mundo dividido y muy fragmentado, la muerte y la decadencia que no es otra cosa que la división y la fragmentación de nuestra existencia, cederán su posición a la unidad y a la agapi que son sinónimas con la verdadera vida eterna. Este es también el logos o razón teológica por el que nuestra Iglesia ha prohibido la celebración de más de una Divina Liturgia en un día en la misma parroquia de la congragación local. Como imagen de la Realeza increada de Dios, la Divina Efjaristía reúne todo el pueblo dentro en un lugar y para lo mismo.
b) La sinaxis-reunión del mundo esparcido sobre lo mismo, en la Realeza increada de Dios tendrá un centro concreto y una cabeza concreta, el Rey Jesús Cristo, el cual sentado sobre el trono, como tipo y lugar de Dios, reunirá los esparcidos en uno y alimentará al mundo con la vida eterna que emana de Su Cuerpo.
Este Rey Cristo tal y como vendrá con Su Realeza increada le iconiza o representa en la Iglesia el Obispo que dirige la Efjaristía. 6El Obispo tiene como obra principal y esencial liderar la Divina Efjaristía. Todas las demás obras suyas son segundarias, porque en todas se confiere sentido por la relación de ellas con la Divina Efjaristía. No es casual que en la antigua Iglesia todos los Misterios de la Iglesia se celebraban dentro en la Divina Efjaristía. Tal y como demostró el memorable Trémpelas en un estudio que el Bautismo, la Crismación, el Matrimonio, etc., se celebraban en la Divina Liturgia. Por esta razón el Obispo adquirió el poder de dar el permiso no sólo de la celebración de la Divina Efjaristía, sino también de todos los Misterios. Este poder lo adquirió por el hecho de que dirigía la Divina Efjaristía y por consecuencia también todo lo que se celebraba dentro de la Efjaristía recibía su bendición. Por consiguiente, el Obispo cuando gobierna no ejerce gobiernos o poder tal y como lo decimos, sino que extiende en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia la jaris (gracia) y la bendición de la Divina Efjaristía la que dirige. Sin la Divina Efjaristía no existe santificación, divinización y bendición en la vida de los fieles. San Iglacio el Teoforo, ve al Obispo dentro en la Divina Efjaristía como sentado en lugar o tipo de Dios rodeado de los presbíteros, los cuales funcionan como tipo o modelo de Apóstoles. Esta imagen dominó en toda la trayectoria de la Iglesia Ortodoxa mediante los siglos y se expresa con la estructura de los templos sagrados y la estructura de la Divina Liturgia.
Por eso el Obispo se asienta también al trono, pero no al que hoy llamamos Trono Despótico (Soberano), sino al que está detrás del santo altar y se llama Co-Trono. El trono del Obispo es imagen del establecimiento de Cristo en Su Realeza increada, con los doce Apóstoles que le rodean sentados y estos según la frase del Señor “sentados sobre doce tronos juzgarán las doce tribus de Israel”. Y esto según san Ignacio se representa en la Iglesia por los presbíteros.
Por lo tanto, no es de menos importancia que el Obispo y sus liturgos (servidores, co-celebrantes) en la Divina Efjaristía lleven vestimentas brillantes. Malamente se escandalizan algunos hoy en día por el esplendor de las vestiduras de la Iglesia y hablan de supuestamente simplificarlas. Todo dentro en la Iglesia está bañado de la luz y el esplendor, porque de esta manera nuestra Iglesia quiso indicarnos que en la Divina Liturgia vivimos la Realeza increada de Dios.
Me acuerdo que en mi juventud era indispensable que los niños fuéramos en la Iglesia sin poner ropa nueva festiva. En la Santa Montaña Athos, la expresión más auténtica del Monaquismo Ortodoxo, allí donde la privación, la ascesis y la simplicidad de la vida se viven al extremo, no es casualidad que se encuentran las vestimentas más lujosas para los liturgos (servidores). La humildad y la sencillez de la vida diaria de los monjes no pueden continuar y extenderse en la Divina Efjaristía. Porque en la Divina Efjaristía vivimos la transcendencia de la Cruz y la glorificación en la Realeza increada de Dios. Por eso también la Iglesia ha prohibido la celebración de la Divina Efjaristía en días de ayuno, con dos excepciones que confirman la regla. Efjaristía y ayuno son incompatibles, precisamente porque la Efjaristía es alegría y fiesta, “partición del Pan en deleite”, como se ve en la vida de los primeros Cristianos. Todas las cosas en la Divina Efjaristía y al Templo son resplandecientes. Las imágenes-iconas tienen el fondo dorado, los candelabros están encendidos y naturalmente el dirigente Obispo de la Divina Efjaristía, como imagen de Cristo Rey, es más que normal que tenga vestimenta brillante y luminosa.
También: el templo es como imagen de la Realeza increada. El obispo es como imagen de Cristo. El sentido de la imagen-icona.
Hoy hemos perdido el lenguaje de la imagen-icona en nuestra vida eclesiástica. Así que cuando decimos que el Obispo en la Divina Efjaristía Εὐχαριστία es como imagen de Cristo no podemos entenderlo esto. Pero la Divina Liturgia es totalmente impensable sin el sentido de iconización-representación. ¿Qué es la imagen-icona y cómo se aplica en la Divina Efjaristía? Ante todo la iconización está difundida en el templo Ortodoxo ya desde la época de la iconoclasia. Así en la iconografía Bizantina la cúpula es el lugar donde se representa la Iglesia Celeste, mientras que inmediatamente en la zona de abajo la decoración está dedicada a la iconización de la Iglesia terrenal. Un baile de Santos por orden del calendario de su memoria está asignado en todo el templo. Los patriarcas, los maestros de la Iglesia y los sacerdotes tienen su posición en el ábside principal, al altar y en los espacios colaterales, o inmediatamente debajo de la cúpula en las bóvedas. Los Santos Mártires en un bloque cubren los arcos de la cúpula, las paredes, las columnas y el resto de las partes abovedadas, mientras que los ascetas, los monjes simples y los Santos locales ocupan la parte oriente del templo a lado de la entrada. Todo esto significa una cosa: en la Divina Liturgia los fieles deben sentirse que se encuentran en comunión con los Santos, en la que reina el Cristo, tal y como sucederá en el reinado de la Realeza increada de Dios.
Pero la iconización no se delimita al templo y a las imágenes-iconas que lo adornan. Se extiende también en lo que se celebra en el templo y en los celebrantes o liturgos. Así siguiendo fielmente a San Máximo el Confesor quien hace eco a san Ignacio de Antioquía, san Germanós, Patriarca de Constntinopla 8º siglo, en su “interpretación de la Divina Liturgia” escribe que el co-trono del Obispo es “el lugar y el trono donde el Rey de todo Cristo se asenta con Su Apóstoles”. Indica también la Segunda Presencia de Él donde vendrá en doxa (gloria, luz increada) -apuntad aquí el elemento de esplendor y brillantez- dando a cada uno según su obra y juzgará todo el mundo”.
Todo pues, dentro en la Divina Efjaristía representa algo. El laós-pueblo representa al mundo, el Obispo a Cristo Rey, los sacerdotes a los Apóstoles, los diáconos a los Ángeles que son los espíritus litúrgicos “los que se mandan en diaconía-servicio”, según la expresión de la Escritura. La representación de la Divina Liturgia con el Obispo como Cristo Rey, los diáconos como Ángeles etc., es muy ilustrada en la iconografía de los templos bizantinos. El que niega la iconografía en la Iglesia, niega toda la historia de la Salvación, comenta san Teódoro el Studita.
7 Entre los ortodoxos de nuestros tiempos dominó una confusión y contrariedad en un grado extremadamente peligroso. Así por un lado nuestros fieles aceptan la iconización sobre los santos iconos, las que reverencian con devoción, por otro lado, resisten en aproximarse con el mismo realismo devocional a los liturgos y al Obispo. Es cierto que hay muchos que ven en la persona del Obispo al mismo Cristo, pero el número se va reduciendo continuamente y se pierde la percepción iconográfica de las cosas que se celebran en la Divina Efjaristía. ¿Cuántos ven al dirigente Obispo de la Divina Efjaristía como imagen-icona de Cristo? La razón por la que empieza a desaparecer este concepto es doble. Por un lado es porque ignoramos lo qué significa “icona-imagen”, “iconización” e “iconizar o representar” en el lenguaje eclesiástico ortodoxo. Por otro lado se ve que no entendemos cuál es la necesidad de iconización o representación en el culto.
Vamos a analizar en brevedad estos dos elementos. Icona-imagen o representación, podría uno decir epigramáticamente, es la presencia personal o hipostática (substancial) sin la presencia de la esencia o natura. Así san Theodoro el Studita, gran defensor de los sagrados iconos es claro: “según la frase conocida de san Basilio, en el icono está el prototipo personal por eso también la reverencia o adoración se dirige hacia el prototipo”. Esto significa que sin la teología de la persona no podemos entender el sentido de la imagen-icona. El hombre contemporáneo tiende hacia el individualismo y se dificulta a entender la icona-imagen. Así ve al otro como individuo, se arrastra de sus cualidades físicas y no puede llegar más allá de estas, en algo que induce personalmente la icona-imagen. Para limitarnos sobre el tema de nuestra homilía, al decir que el Obispo es icona-imagen de Cristo molesta al hombre actual, el cual acostumbra ver todo y al Obispo concreto como individuo, del cual el cuerpo, la forma y las características de su personalidad, positivas o negativas, atrapan el pensamiento del hombre y no le permiten traspasar más allá del individuo que está viendo.
¿Pero por qué es imprescindible el sentido de la imagen-icona de la Divina Efjaristía? San Niciforo el Confesor y san Teodoro el Studita dan en la imagen-icona prioridad frente al logos, que puede conducir a malos entendidos por dos razones principales. Una es que el logos puede conducir en malos entendidos, en cambio la icona es mucho más difícil. Y la otra razón, más esencial según ellos, es porque la icona-imagen se aproxima más hacia la visión esjatológica. Por eso también la contemplación de la icona-imagen de Cristo constituye presabor o presentimiento de la contemplación esjatológica. “El que no adora la icona-imagen del Salvador Cristo, tampoco verá Su forma en la Segunda Presencia”. Si no tenemos el concepto o sentido de la icona-imagen entonces no podremos entender cómo la Realeza increada de Dios puede acercarse y tocarnos a través de la historia, y así permanecemos atrapados en la historia, en esto que vemos con nuestros sentidos. El Obispo es para nosotros el señor tal, con las cualidades de su existencia individual, buenas o malas, sin poder traspasar a través de él hacia la Realeza increada. Así nuestra comunicación con el Dios desvía al hombre y se realiza mediante la fantasía. El fiel que va a la Divina Efjaristía y cierra sus ojos o lee el libro de la Divina Liturgia se comunica –más bien cree que se comunica o conecta- espiritualmente con el Dios y a los demás hombres que están a lado suyo los considera como impedimento y molestia. Este hombre podría muy bien quedarse en su casa y orar espiritualmente – sobre todo ahora que está en su disposición la transmisión de la Divina Liturgia por radio o televisión- sin ser molestado del que está a lado o escandalizarse por el liturgo.
La icona-imagen ofrece paradójicamente una dignificación de la historia y de nuestro prójimo, como también una superación y referencia de ellos a la Realeza increada de Dios.
La consideración del Obispo como imagen de Cristo tiene consecuencias importantes en la manera que se celebra la Divina Liturgia. Además de la vestimenta que ya hemos hablado, dentro en el tipikón de la celebración de la Divina Liturgia por el Obispo, existen elementos importantes que representan la venida y el establecimiento de la Realeza increada de Dios a través de la Divina Efjaristía. Me limitaré a decir sólo algunos de ellos.
a) La entrada del Obispo. En las antiguas liturgias esta entrada no se identifica con la llamada Pequeña Entrada. Antes de esta el Obispo no se encontraba al templo. Se vestía con las vestimentas en la sacristía y entraba al templo donde le esperaba el pueblo para recibirle como si fuera el mismo Cristo. Desde aquí el canto “venid, adorad y prosternad a Cristo Dios” evidentemente acompañado de una reverencia del pueblo al Sumo Sacerdote Cristo. Así lo veían san Máximo, san Germanós, etc.
b) El ingreso del Obispo al Co-trono como hemos visto, los Padres que han interpretado la Divina Liturgia insistieron mucho de que es la imagen básica del carácter esjatológico de Cristo. Y esto tiende a debilitarse. Apuntar que sólo el obispo local se siente en el co-trono, porque sólo él es la cabeza de la Iglesia local concreta.
c) El kerigma del logos inmediatamente después de las lecturas, como explica san Máximo el Confesor “después de estas lecturas todo ya se celebra en los ésjatos”, a la Realeza increada de Dios, donde el kerigma ya es impensable. Y esto desgraciadamente muy a menudo se elude y así de deroga el sentido de la Efajaristía como reinado de la Realeza increada.
d) La Gran Entrada demuestra que el Obispo es la imagen de Cristo, porque sólo él no toma parte de la procesión sagrada de los Regalos Divinos y aguarda hacia la Santa Entrada para recogerlos. Es muy importante este detalle, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Antigua Iglesia, el Obispo no se acerca en la Prótesis y no participaba en la Proscomidí, como ocurre hoy en día. Como imagen de Cristo recoge los regalos para atribuirlos al trono de Dios y santificarlos. Se trata de una praxis cristológica por excelencia.
e) La oración de la Anáfora que comienza con “agradecemos al Señor” y termina con los dípticos, se dice toda por el Obispo dirigente porque es un todo, uniforme e indisoluble. Los dípticos además constituían el elemento esencial de la Divina Liturgia y son dobles: de los difuntos y de los vivos, y por un lado para los difuntos que tienen como cabeza la Panayía (Santísima), “excelentemente” y por otro lado, los vivos con el Obispo dirigente, “primeramente”.
La Realeza increada de Dios es Realeza de Sangre, porque es un pase a la Pascua eterna mediante la sangre del Cordero inmaculado y sin mancha, de Cristo.
San Gregorio el Teólogo divide la Pascua en tres: a) la Pascua jurídica, b) la Pascua de la jaris (gracia increada) y c) la Pascua del futuro siglo.
a) La Pascua jurídica, en la que se festejaba el pase milagroso de los hebreos por el mar rojo, era un recuerdo de ellos de la amarga esclavitud en Egipto y la liberación con la ayuda de Dios. En realidad esta Pascua era una protiposis-pretipificación de nuestra Pascua.
b) La Pascua de la divina Jaris (gracia, energía increada) es la Resurrección de Cristo, por la que se hace el pase de la muerte a la vida y de la tierra hacia cielo”. San Gregorio el Teólogo nos dice: “Oh Pascua mega, santo y purificante de todo el mundo”. San Gregorio el Sinaita dirá: “el que no ve y no escucha y no siente espiritualmente, éste está muerto”. Por lo tanto, la Pascua es la llegada de Cristo dentro en el corazón. San Máximo nos dirá muy característicamente: “La Pascua es la venida del Logos al nus humano”. Realmente el hombre cuando con la Divina Comunión recibe a Cristo, vive espiritualmente y el Cristo se hace su vida, la psique de su psique. “La resurrección se hace psique de la psique, es decir, segunda psique” (San Nilos).
c) La Pascua del siglo futuro es “el más perfecto y puro”. El Cristo cuando celebraba la Pascua, un poco antes de Su Pasión, y sobre todo cuando celebró la Cena Mística, dijo: “Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reinado de la realeza increada de mi Padre” (Mt 26,29). Aquí se habla claramente sobre la Pascua de la Realeza increada de los Cielos. Aún la Pascua de la vida presente es típico o modelo de la Pascua del siglo futuro. Entonces los Santos tendrán mayor comunión con el Cristo, puesto que el Logos apocaliptará y enseñará “las cosas que ahora ha enseñado y entregado medianamente” (San Gregorio el Teólogo).
Los Cristianos luchan para pasar de la Pascua típica a la Pascua de la jaris (gracia increada), y de allí a la Pascua eterna. Durante la Pascua de los Hebreos se sacrificaba el cordero inmaculado, joven y perfecto. Era protiposis-pretificación del cordero Cristiano que es el mismo Cristo, inmaculado, joven y perfecto. Este se sacrificó y se ofrece a los Cristianos para que se unan con Él eternamente: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo, bebed esta es mi sangre” (Mt 26,26). “54 El que come mi sarx y bebe mi sangre, mediante el misterio de la divina Efjaristía, tiene vida eterna y yo lo resucitaré al ésjato-último gran día del juicio.
56 El que come mi sarx y bebe mi sangre en mí permanece y yo en él.
56. Cada uno que come mi sarx y bebe mi sangre, se une conmigo en un cuerpo espiritual, de modo que éste permanece dentro de mí y yo en su interior y se convierte en templo mío” (Jn 26,26). «Torrentes de absolución, de perdón, de incorrupción y de vida eterna emanan y continúan inundando a los que comulgan el Deificante Cuerpo y Sangre y entran clamando en la Realeza increada de la Vida. La Divina Comunión es el medicamento de la inmortalidad, el antídoto del no morir sino del vivir para siempre en Cristo», (San Ignacio, epístola a los Efesios cap. 20) La Divina Efjaristía es cuerpo de Dios, es la levadura y el pan de la inmortalidad”.
“El pan de la liturgia transforma a los creyentes y los integra. Se hacen pan y como el pan es el Cristo se convierten en cristos” (San Nicolás Cabásilas Filocalía 22,13) y se introducen en la Cena de Su Realeza increada, la Pascua Eterna. Por eso san Juan el Crisóstomo nos enseña: “La Divina Comunión es fármaco salvífico de nuestros traumas, riqueza auténtica y productora de la realeza increada de los cielos. La privación de la Cena Mística es hambre y muerte”.
La Realeza increada de Dios o el día ésjato (postrero) es el mismo Señor.
El día ésjato (último), que se llama también “día del Señor” es el mismo Señor. Es el día de Su plena y definitiva apocálipsis-revelación. Cada Divina Comunión es una manifestación o aparición a los deificados. Por eso después salmodian jubilosamente: “Hemos visto la luz (increada) verdadera”. Pero entonces tendrán plena y definitiva aparición y Su Autoapocálipsis. Entonces cederán todas las cosas visibles como también el tiempo, y estará nuestro Señor sólo con nosotros y con Dios. Así el invisible e inefable Dios que se encarnó y apareció al mundo como hombre humilde, será el día sin crepúsculo e interminable día de la alegría de los santos y para los pecadores pena y dolor. Y mientras que la presencia encarnada de Dios al mundo es redención, sanación y salvación, Su segunda Presencia gloriosa será de juicio del mundo, porque juzgará a los que permanecerán con los pazos y la increencia.
La Realeza increada de Dios es Realeza de Sangre porque el mismo Cristo es el árbol de la vida, es decir, la Divina Comunión, si la comemos, nos sanamos y nos salvamos.
El fracaso del hombre a seguir el camino hacia la zéosis o deificación, la que había marcado el Dios, no fue totalmente catastrófico, es decir, no contribuyó a la irrevocable y eterna desaparición del hombre. Lo que el hombre no ha conseguido con una prueba relevante al Paraíso de Edén, esto lo ha conseguido el Cristo con Su humanización. Pero ahora el hombre pasó a través de una prueba muy dolorosa y de gran sufrimiento. Probó lo qué quiere decir muerte y alejamiento de Dios. El mismo Cristo con Su encarnación abrió la puerta del Paraíso. No simplemente deja al hombre entrar al Paraíso, sino que el mismo árbol es el Cristo que camina y se mueve hacia el hombre. Ahora el vientre de la Zeotocos que desde el primer momento el Dios tomó naturaleza humana y la deificó, es el Paraíso. Y la Iglesia que es el bendito cuerpo de Cristo, es el Paraíso sensible e inteligible. Los que viven dentro en la Iglesia y son miembros reales y vivos del Cuerpo de Cristo, pueden saborear del árbol de la vida, superar la muerte y adquirir otra dimensión existencial. Porque realmente fuera de Cristo domina la sombra y el lugar o país de la muerte.
9Con la unión de la naturaleza divina y la humana en la Persona del Logos se hace más estable el camino hacia la zeosis o deificación. Por eso ahora la salvación no es cuestión de obediencia en un mandamiento de Dios, sino κοινωνία comunión, conexión y unión del hombre con el Θεάνθρωπο Zeánzropo Dios-hombre Cristo. Por eso en la Iglesia no debemos pedir simplemente emocionalmente ni aspirar simplemente en la satisfacción de las emociones individuales y filántropas, sino vivir unidos ontológicamente con el Cristo. Nuestro camino debe ser camino de victoria de la muerte. Y naturalmente esto se consigue sólo con el sabor del árbol de la vida que es el Θεάνθρωπο Zeánzropo Dios-hombre Cristo.
Por eso la humanización de Cristo es más amplia que una redención judicial, una expresión exterior y un amor emocional, es reparación del camino decaído, disfrute de la vida de antes de la caída, incluso más, es continuación de manera segura hacia la zéosis o deificación. Es esto que dice el Cristo “yo he venido para que tengan vida en abundancia, de sobras” (Jn 10,10) Este “de sobras o en abundancia” es la zéosis, glorificación del hombre.
Sobre el árbol de la vida se habla en el libro del Apocalipsis de san Juan: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de mi Dios” (Apoc 2,7).
San Andrés el obispo de Cesaria interpretando este punto, dice que el árbol de la vida “perifrásticamente… manifiesta la vida eterna”, es decir, el mismo Cristo. “Él es el verdadero Dios y la vida eterna”. El que uno coma del árbol de la vida no es otra cosa que “participar de los bienes del siglo futuro”. El Dios dará la bendición para comer del árbol de la vida en aquel que vencerá “en la guerra contra los demonios”. Y esta victoria es contra los pazos por los que el diablo ataca contra los hombres.
10 De esta interpretación se ven algunas verdades. La primera es que el árbol de la vida se identifica con la vida eterna y con el Cristo. Él es la verdadera vida, Él es el árbol de la vida que suministra cada ser humano.
La segunda verdad es que se trata de un regalo grande que se da al hombre que vive en la Iglesia Ortodoxa, la que es el nuevo Paraíso de la divina Jaris (energía increada), pero entonces se dará como en boda en aquellos que vencerán. El reinado de la Realeza increada de Dios y la vida eterna ha comenzado desde ahora. No se trata de una realidad que vendrá al siglo futuro. Los justos la saborean y sienten desde ahora. Esto lo indican las aureolas en las cabezas de los santos, puesto que los santos han visto la luz increada que es la vida eterna y la Realeza increada de los cielos. Ahora viven como con compromiso o en arras, entonces como en boda.
La tercera verdad es que la Realeza increada de los cielos, la participación del árbol de la vida se da al que ha vencido al diablo. Naturalmente esta victoria no es victoria del hombre, sino de Cristo a través del hombre. Con la humanización de Cristo fue vencido el diablo, la muerte y el pecado, y así se ha dado la facultad en cada hombre que se unirá con el vencedor Cristo a vencer también.
El fin de la vida espiritual del hombre es la comida del árbol de la vida. Esto se consigue con la Divina Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo y esto se conseguirá más perfecto aún en la Realeza increada de los Cielos, después de la Segunda Parusía (Presencia) de Cristo.
11Comer del árbol de la gnosis (conocimiento): San Nicodemos el Aghiorita referiéndo a la comida del árbol de la gnosis por Adán, hace unas bellísimas observaciones que indican hoy también se puede cometer el mismo error que hizo Adán y que los contemporáneos Cristianos es posible que saboreen del árbol de la gnosis.
Cuando el nus del hombre es atraído por el hedonismo de los sentidos y el olvido de Dios, esto es una caída adámica. Se trata esencialmente del mismo pecado y el mismo estado de caída de Adán. Esencialmente la caída de Adán consiste en que se oscureció el nus-espíritu de Adán, fue cautivado del placer o hedonismo, puesto que no aplicó el mandamiento de Dios. Este cautiverio del nus es un gravísimo error. En este hecho consiste todo pecado que comete el hombre.
Nadie puede sostener que es imposible que sea vencido de la fuerza del diablo. Porque Adán era incompleto, a pesar de que fue creado por Dios y estaba adornado con tantos carismas, mucho menos puede jactarse el hombre de que es completo, perfecto, puesto que se reviste de la corruptibilidad y la mortalidad. Y si Adán, sin tener la gnosis del pecado, vio pasionalmente y ha comido de aquel fruto “hedónico”, entonces ¿cómo yo el pasional, (lleno de pazos) puedo decir que trato sin pasión las cosas hedónicas del mundo, y por esto no caigo?”.
Por lo tanto, cada día se pone ante nosotros tanto el árbol de la vida como el árbol de la gnosis. El primero se pone con la existencia de la Iglesia, que es el nuevo Paraíso, con el ofrecimiento de la divina Comunión y la capacidad de llegar a la zéosis o deificación por la Jaris (gracia, energía increada). Pero antes del árbol de la vida se pone ante nosotros el árbol del conocimiento del bien y del mal. La libertad del hombre es probada diariamente en aplicar la ley de Cristo o negar Su mandamiento, en cautivarse nuestro nus por la Divina Jaris o permanecer cautivo a la naturaleza hedónica de las cosas sensibles y fantasiosas.

• La Realeza increada de Dios es Realeza de Sangre porque es la Realeza de la vida eterna, es decir, la eterna comunión con el Dios y la infinita perfección. Es Realeza increada durante la cual el hombre se hace incorruptible, inmortal y por la jaris increado. Esto se consigue con la Divina Comunión del Santísimo Cuerpo y la Santa Sangre del Salvador.
El hombre aunque haga una clonación, permanece creado, es decir, tendrá un principio concreto, vivirá la corruptibilidad y tendrá la libertad, la que no obligatoriamente estará operando positivamente como se hace con la naturaleza increada, sino también negativamente y tendrá un final biológico. Por supuesto que, como creado, podría tener también un final existencial, pero esto no se hace porque el Dios así lo quiso, ya que el hombre es inmortal por la jaris (gracia, energía increada). Pero dentro en la Iglesia hablamos de otra clonación, la que la ciencia no puede dar al hombre.
Con la humanización de Cristo se unió lo increado con lo creado. Así en cada hombre se dio la facultad de adquirir experiencia de la unión por la Jaris (energía increada), de la naturaleza creada con la energía increada de Dios en Jesús Cristo. Los Santos adquirieron la experiencia y se hicieron por la Jaris increados e inmortales, puesto que se trasplantó en el interior de ellos la energía increada y la inmortalidad, y adquirieron experiencia de la vida eterna, incluso desde esta vida biológica. Por lo tanto, el problema no es el trasplante físico o genético, sino “trasplante” de Dios dentro en nuestra hipostasis (base substancial). Y esto se hace con la Divina Comunión del Santísimo Cuerpo y Sangre. Por supuesto a condición de tener el Misterio ortodoxo del Bautismo y la Crismación. Una experiencia de este tipo da sentido de vida al hombre.
La Realeza increada de Dios es Realeza de Sangre porque es participación al Simposio de la Divina Efjaristía Εὐχαριστία, a la Cena de la Vida. Y la Vida es el Cristo. Imagen (icona) de Su Realeza increada es la Divina Efjaristía.
El Domingo y cada día durante la cual estamos liturgizados en la Divina Liturgia es el día de nuestra restructuración. Toda la semana vivimos en un delirio de privación y trabajo que se ha evolucionado en esclavitud. El hombre actual no tiene muchas posibilidades de vivir la esencia de su vida. Se gusta decir que lucha por el pan de cada día; y “comer y beber” se ha convertido en eslogan de nuestra sociedad de consumo. Pero esto por muy desviado que parezca, esto esencialmente expresa lo que sentimos hoy lo que somos. Los hombres debemos comer y beber para vivir. Con la diferencia que esta comida que por regla general nos referimos es “comida perecedera”, mientras que existe también el otro pan y vino que se ofrece para “vida eterna”.
Dice el padre A. Sleman: “El hombre para vivir debe comer, debe poner en su cuerpo al mundo y transformarlo en ser humano, en cuerpo con carne y sangre. Realmente el hombre es esto que come y todo el mundo se presenta para el hombre como una mesa de comer de un simposio general. Y esta imagen de simposio en la Biblia permanece la imagen central de la vida. Es la imagen en la vida inicial, en el final y en la plenitud de ella: “para que comáis y bebáis sobre mi mesa en mi Realeza increada” (“Para vivir el mundo” pág. 13-14).
Esta comida sobre-esencial y mística la ofrece la Iglesia dentro en la Efjaristía Εὐχαριστία, en la mesa del Señor “nueva” como en la Realeza increada de Dios y “por todo el mundo y su salvación”. Esto que come el hombre para vivir se lo ofrece el Dios, porque todo es regalo de Dios al hombre. Y el hombre tiene hambre, come bien y puede bendecir a Dios tomando su comida de ÉL. De toda la creación sólo el hombre tiene la facultad de estar recibiendo y agradeciendo a Dios con todas las cosas que dispone: comida, aire, agua, comodidad y naturaleza. Sólo el hombre puede realizar como praxis la acción de gracias, de agradecimiento. El Dios bendiciendo al hombre participa al proceso de la acción de gracias. Toma los regalos de la creación de Dios y se las ofrece en el culto con agradecimiento, metamorfoseados y santificados en santidad y en sacrificio. Entonces vive el misterio de la presencia de Dios que se completa con la apocatástasis del hombre a la antigua belleza de su esencia, que fue oscurecida por la caída.
“La única caída real del hombre es la vida no efjarística dentro en un mundo no efjarístico” (A. Sleman Idem pag.25). Con el Cristo, la vida volvió a ser propiedad del hombre, se donó de nuevo como misterio, como comunión y como efjaristía. Esta Efjaristía como misterio es la senda de la Iglesia hacia la Realeza increada y la metamorfosis de los hombres en Iglesia de Dios. Dentro en la Iglesia el hombre vive porque come el Cuerpo y bebe la Sangre del Cordero. Sin esta comida su final está prescrito. La inanición marchita las fuerzas y de esto el hombre es conducido a la muerte…
El hambre y la sed son por Dios. Si el hombre no siente como necesidad el hambre y la sed por Dios, significa que está enfermo espiritualmente, que está caminando al desierto donde peligra “morir” de inanición.
Cada Domingo, como también en cada Divina Liturgia en la Iglesia, se pone la mesa, el simposio de Dios. Y los que sienten la necesidad de comer se ponen firmes de pie para participar de la divina alimentación. Los que sienten la necesidad. Porque existen muchos que sus órganos sensitivos se han alterado. No sienten ninguna necesidad. No saborean, están autocondenados en la inanición espiritual con todas sus consecuencias. La participación en la Divina Liturgia es:
1. Asegurar el alimento espiritual y la solidez psíquica.
2. Renovación y mejora de las funciones psíquicas.
3. Vivencia y experiencia de la verdadera sociabilidad que se salvaguarda en la comunidad eucarística.
4. Mucha confesión de la fe dentro en nuestro mundo desorientado.
5. Confirmación de la cualidad de miembro de la Iglesia
La Realeza increada de Dios es Realeza de sangre, porque es vida en Cristo y por Cristo.
Es la permanencia del hombre en Cristo y el Cristo en el hombre. Esto no se hace de otra manera sino sólo con la comunión del vivificante Cuerpo y la santa Sangre de Cristo. “El que come mi carne y bebe mi sangre en mí permanece y yo en él” (Jn 6,54). Nadie puede convertirse en santo y ser miembro de la Realeza increada de Dios sin su participación al Uno y Santo Señor Jesús Cristo, el cual en la Divina Efjaristía ofrece Su Cuerpo y Su Sangre para muchos. Precisamente porque sólo en la Divina Efjaristía existe el Cuerpo y la Sangre de Cristo y toda la jaris (energía increada) y la santificación de nuestra vida emanan de allí. Participando en la Divina Liturgia y comulgando, el fiel vive en el reinado de la Realeza increada de Dios desde aquí y ahora. Con la Divina Comunión el fiel saborea los frutos de este sublime Misterio.
Escribe san Nectario: Los frutos de este misterio son tres: a) el recuerdo de la pasión y la muerte de Cristo; b) Expiación o propiciación, porque este misterio es nuestra propiciación o expiación hacia Dios por nuestros pecados, siendo vivos o muertos, dice la santa Escritura: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, consolador tenemos para con el Padre, a Jesús Cristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.  Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. En esto consiste la agapi, no en que nosotros hemos amado a Dios sino que él nos ha amado y ha enviado su hijo para propiciación de nuestros pecados”. c) Catarsis, porque la sangre del Señor Jesús Cristo, del Hijo de Dios nos limpia, nos purifica y nos psicoterapia de todo pecado o enfermedad (1Jn 1,7). San Gregorio el Teólogo dice sobre el Misterio de la Divina Efjaristía Εὐχαριστία: “El santísimo regalo de Cristo cuando el fiel participa dignamente de la Divina Comunión, para los que combaten es arma y para los que se alejan es retorno, refuerza a los enfermos y deleita a los fuertes, sana las enfermedades y protege la salud. A través de este misterio nos hacemos más apacibles y más dispuestos a corregirnos, más tolerantes a los dolores y más ardientes a la agapi, más inteligentes sobre la gnosis, más obedientes y más sagaces para operar los carismas”. Con la Divina Efjaristía se consigue el cambio ontológico del hombre. Se co-realiza nuestra Catarsis, Iluminación y Zéosis o Deificación. Cuando el Cristo venga en nuestro interior todo cambia. El fiel se metamorfosea, se transforma y sufre un cambio ontológico; no cambia sólo unos comportamientos exteriores. “Conoce” a Dios ontológicamente, es decir, con todo su ser, con toda su existencia, no adquiere simplemente unos conocimientos intelectuales sobre el Dios. Y esto porque el encuentro litúrgico y la unión mistérica con el Dios constituye al hombre en “ser litúrgico, hombre doxológico y oración encarnada”, teoforo (portador de Dios o de Su luz increada) y visionario de Dios. El hombre ya no “hace oración” sino que “se convierte el mismo oración”. Se asimila a Dios, se convierte dios por la jaris (increada energía) de Dios, no simplemente un ser humano más bueno.
En la Divina Liturgia el fiel: 1) se incorpora en Cristo y 2) se une con sus hermanos en Cristo y así se compone la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
1) El fiel se incorpora en Cristo y se santifica toda la creación.
En la Divina Liturgia, con el misterio de la Divina Efjaristía nos convertimos y nos hacemos “del mismo cuerpo y de la misma sangre que Cristo”. El hombre recibe en su interior a Cristo y Cristo al hombre. El Cristo es a la vez casa y residente del hombre. San Juan el Crisóstomo dice que es necesario que aprendamos lo “qué es el milagro de los misterios, por qué se ha dado y cuál es la utilidad y el beneficio de este; nos hacemos miembros y cuerpo de Su carne y Sus huesos… Para que no nos hagamos cuerpo de Cristo sólo con el amor emocional, sino también esencialmente, por eso mezclémonos con el cuerpo o carne de Cristo. Esto se consigue con la comida que nos ha regalado, queriendo mostrarnos la gran agapi que tiene para nosotros… Por eso ha mezclado el Sí Mismo con nosotros, y se hizo Su cuerpo un alimento (una masa) con nosotros, para que estemos como en uno, tal y como exactamente el cuerpo está unido con la cabeza. Esto es la muestra de los que aman con vehemencia… No se bastó sólo en hacerse hombre, ser golpeado y degollado, sino que mezcla el Sí Mismo con nosotros; y no sólo con la fe, sino que pragmáticamente nos hace cuerpo Suyo”.
Y de nuevo en otra parte escucha lo que le dice el Cristo: “No sólo me mezclo contigo, sino que me entrelazo, me corto en trocitos pequeños, soy comido para que se haga plena la alteración, la mezcla y la unión. Porque las cosas unidas mantienen sus propias formas y límites. Pero yo me entrelazo contigo. No quiero que haya algo entre nosotros; quiero que sea dos en uno”. Entre el Cristo y el fiel, el Señor no quiere que intervenga nada. Todo se funde dentro en Su agapi (amor, energía increada): “Nosotros y el Cristo somos uno”, dice san Crisóstomo. Sólo los Santos se atreven hablar así, porque no aprendieron sino que “padecieron las cosas divinas”.
Escuchemos a san Simeón el Nuevo Teólogo:
“Nos hacemos miembros de Cristo y Cristo miembro nuestro,
y también el Cristo es mano y pie mío que soy miserable,
y yo el miserable me hago mano y pie de Cristo,
muevo mi mano y mi mano es toda Cristo,
porque debes entender indivisible o completa la deidad divina!
Muevo mi pie, he aquí alumbra como Él,
no digas que blasfemo, sino que acéptalas,
y alaba y reverencia a Cristo que te ha hecho así” (San Simeón el Nuevo Teólogo: SC 156,228).
Los santos se hacen luz, iluminantes y vivificantes porque se han comulgado e inundado de la Vida y la Luz (increada). Con la vida y la Divina Jaris (luz y energía increada) que transmiten sus miembros santifican también toda la creación.
La Divina Liturgia, el Misterio de la divina Efjaristía, constituye la verdadera pedagogía y realización de la persona humana, perfecta preparación del hombre y participación preventiva a la Realeza increada de Dios, la verdadera comunión con el Cristo y con nuestros hermanos en Cristo.
La divina Liturgia es nuestro Tabor personal donde el muy filántropo Dios urde nuestra metamorfosis (transformación).
Escribe san Máximo el Confesor: “El bondadoso Dios nos transmite la vida divina haciéndose a Sí Mismo comestible como Él conoce… deificando a los que Le comen, por supuesto que con esto que se llama y es pan de la vida y potencia”.
En cada Divina Liturgia el fiel con la Comunión, a) recibe la absolución de los pecados, b) se santifica o diviniza psíquica y corporalmente, c) se deifica o glorifica y d) se une con todos los demás cristianos que comulgan en un cuerpo.
Con la Divina Liturgia y con la Sangre de Cristo se santifica no sólo el hombre sino toda la creación se hace Reino de Dios.
La Divina Liturgia es el mismo sacrificio de Cristo sobre la Cruz. Escribe san Juan el Damasceno: “la muerte se anuló… se regaló la resurrección… se abrieron las puertas del paraíso… nos hemos convertido en hijos de Dios y herederos”. El hombre se ha liberado de la esclavitud del diablo, y se restableció su primera belleza creada. Todo el hombre y el mundo se ha divinizado por los siglos; dice san Gregorio el Teólogo: “Unas gotas de sangre reconstruyen el mundo entero y se hacen como zumo o leche para todos los hombres y nos conectan y reúnen en una unidad”.
El Misterio del Cuerpo Santo y la Sangre Santa de nuestro Cristo convierten toda la creación en reinado de la Realeza increada de Dios.
Ofreciendo a Dios pan y vino ofrecemos el mundo entero. Y el mundo se hace Efjaristía, se diviniza y se hace reinado de la Realeza increada de Dios. Junto con nosotros toda la creación adora a Dios y se renueva, se hace reinado de la Realeza increada de Dios. Toda la Creación y el hombre como la culminación de la Creación, por este propósito fueron creados, para adorar a Dios y manifestar Su doxa-gloria (luz increada). Manifestando Su doxa-gloria, Su sabiduría, Su omnipotencia y Su bondad, ofrecen un Culto Cósmico, una Liturgia Cósmica universal al Creador y Señor del todo. Esta es la salvación del hombre y de todo el mundo.
Con el descenso del Espíritu Santo “sobre nosotros y los regalos expuestos”, se diviniza y cristifica el hombre, se santifica y se renueva la creación. El hombre se hace dios por la jaris (gracia, energía increada) y el cosmos-mundo casa de Dios, reinado de Dios. Saborean por anticipado la futura renovación y la Realeza increada. Y el Misterio de la Divina Efjaristía se hace el camino, el método y la puerta por la que pasa y camina el Cristo y se introduce al mundo y al hombre. Las cosas ésjatas (últimas, postreras) entran en el presente. La Divina Efjaristía es una fiesta pascual, resurrectiva, donde también todo se vuelve nuevo: el mundo que “suspira y sufre” de nuevo recibe la bendición de Dios y el hombre se restablece a la “belleza antigua”, aún más, se deifica. Así vive el comienzo del nuevo siglo. El comienzo aquel del día sin crepúsculo, durante la cual el Soberano retornará y se montará el baile de Sus bondadosos siervos a Su alrededor, y mientras Él estará resplandeciendo también ellos estarán resplandeciendo. Entonces será el Θεάνθρωπος (zeánzropos) Dios-hombre, el Dios entre dioses, el Bello de los bellos será el líder o primero del baile.
2) Con la Divina Comunión del santo Cuerpo y la santa Sangre de Cristo, el fiel se une con sus hermanos en Cristo y así se compone la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
El Señor en Su Oración Sacerdotal pide de todos los que van a creer en Él que sean uno. Que vivan la alegría de la unidad y de la agapi. La perfección de esta unión se consigue dentro en la Iglesia con la Sangre de Cristo. Esto es la gran profundidad y el mayor sentido que tiene la Iglesia. Allí se encuentra el misterio; en unirse todos como un hombre en Dios, dice el nuevo santo Porfirio el Athonita.
Realeza de Dios, Divina Efjaristía e Iglesia conectan y se unen orgánicamente. Esto significa que la Iglesia se manifiesta litúrgicamente a través de los misterios y sobre todo con la Divina Efjaristía. Pero en ningún caso significa que como existe la Divina Efjaristía por eso existe también la Iglesia o que Efjaristía e Iglesia se identifican.
No es la Efjaristía “el sí mismo real de la Iglesia”, ni la Efjaristía es la que realiza la Iglesia, sino que la Iglesia se manifiesta litúrgicamente por la divina Efjaristía y por los demás Misterios. La Iglesia es “la causa” de los misterios y no los misterios la causa de la Iglesia. Como existe la Iglesia existen los Misterios y no porque existen los misterios existe la Iglesia.
Señala el profesor de dogmática Dimitrio Tseleguidis en su libro “Ortodoxia y heterodoxia”: “El sacerdocio como todos los misterios, constituye la manifestación litúrgica de la Iglesia, “la Iglesia se manifiesta con los Misterios” (dice san N. Cabásilas). Esto significa que para que existan los misterios antes tiene que haber Iglesia. Los misterios son como los ramos de un árbol. Son ramos vivos que florecen, fructifican y pueden existir sólo cuando estos son extensión orgánica del árbol, es decir, cuando están unidos ontológicamente con el tronco del árbol”.
San Nicolás Cabásilas esto lo aclara muy bien: La Iglesia se marca y se define con los misterios, no como símbolos, sino como miembros y como ramos sobre la raíz del árbol, y como dijo el Señor, “como los sarmientos en relación con la vid”. Porque no existe la vid a causa de los sarmientos, sino los sarmientos a causa de la vid.
Decía el padre Juan Romanidis: “No es la Efjaristía que hace la Iglesia, sino la Iglesia es la que hace la Efjaristía ser realmente Efjaristía”. En otras palabras, “el caballo (dogma y Cánones) precede del carro y no viceversa” (Ierotheo Vlajos en “Teología patrística y la herejía metapatrística).
Además, el Metropólita de Lepanto Ierotheo Vlajos en “Teología patrística y la herejía metapatrística”, observa: “Fuera de la Iglesia Ortodoxa, con los dogmas y los santos Cánones no hay Efjaristía con el significado y sentido ortodoxo de la palabra. Por lo tanto, podemos hablar de Efjaristía eclesiástica y no de efjarística eclesiología”.
La Iglesia se compone al mundo con la Divina Efjaristía. Cada fiel que participa en la Divina Efjaristía se une con el Cuerpo de Cristo, en el cual pertenecen también los demás fieles; no sólo los que viven, sino los que han vivido al pasado o los que vivirán al futuro. La incorporación de ellos en este Cuerpo Eclesiástico es también su salvación. Porque la reconciliación del hombre con el Dios, su unión con el Señor y la entrada en el reinado de Su Realeza increada no es cuestión individual; no es algo que se hace “por sí mismo” y como cada uno “cree y quiere”. Es fruto de incorporación y participación del fiel en el Cuerpo Eclesiástico ortodoxo; es decir, participación al Misterio de la Divina Comunión o Efjaristía. La Espiritualidad Ortodoxa no es una gnosis que aprendes, sino una gnosis que la padeces, la experimentas y la vives. Y la padeces dentro al Culto Divino. Es una metamorfosis, un cambio ontológico, un segundo nacimiento y la vida en Cristo; y esta se realiza dentro en la Iglesia con la participación del fiel a la reunión Ritual y a la Divina Efjaristía. Precisamente estas son también las condiciones para la entrada en el reinado de la Realeza increada de Dios. Sin Culto, sin reunión Ritual y sin Divina Comunión no hay sanación y salvación. Nos salvamos entrando en el reinado de Su Realeza increada todos juntos como una Comunidad ritual, como Cuerpo de Cristo, nunca solos. Porque nuestra sanación y salvación es el Señor que está presente allí donde hay dos o tres reunidos en Su nombre (Mt 18,20), oculto por extrema condescendencia a la debilidad humana, bajo las humildes especies del pan y del vino.
Los primeros Cristianos celebraban la Divina Liturgia con mucha precaución y con conducta indomable en las catacumbas o en las Iglesias cuando no era tiempo de persecución. Consideraban fundamental y primer deber encontrarse con los demás hermanos al mismo lugar para componer el cuerpo sagrado de la Iglesia, alabar y glorificar juntos a Dios y Padre para poder vivir aunque sea poco en el reinado de Su Realeza increada. Dice san Justino el filósofo y mártir: “Durante el día la que llamamos día del sol, es decir, el Domingo, se hace la reunión en el mismo lugar para todos que viven en las ciudades o en los pueblos. Y se leen memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas hasta que el tiempo lo permita. Después nos levantamos todos y oramos. Y como dijimos antes, es ofrecido el pan, el vino y el agua. Y el oficiante de nuevo dice oraciones, bendiciones y agradecimientos con toda su fuerza. Y el pueblo está conforme salmodiando “Amín”. Y también se hace la transmisión a cada uno la comunión de los regalos de la Efjaristía Εὐχαριστία. Y los que no están se les envía la efjaristía por los diáconos”.
La Realeza increada de Dios es Realeza de sangre porque es vida en y por Cristo.
Esto se ve también en el libro del Apocalipsis donde se describe la ciudad celeste: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso-Pantocrator es el templo de ella, y el Cordero” (Apo 21,22). Es decir, en el reinado de la Realeza increada de Dios los salvados estarán viviendo junto con el Dios y el Cordero. En realidad, cuando se destruirá el Templo creado, entonces habrá relación y comunión con el Templo increado, con el Mismo Cristo Dios… El Templo increado que no está hecho a mano, lo viven como compromiso, promesa desde aquí y ahora los deificados, especialmente los que ven la doxa (gloria increada, luz de luces) que es la misma Realeza increada de Dios…
35Templo increado y creado
El Cristo es el Logos increado del Padre, por lo tanto es el Templo increado… El mismo Cristo dice: “Yo en el padre y el padre en mí” (Jn 14,11).
En el Antiguo Testamento había la Tienda del Martirio y también el Templo del Salomón que eran variedades del Templo increado. Con la humanización de Cristo se anuló la creada tienda y tenemos la Iglesia, la que es el Cuerpo deificado de Cristo.
Precisamente como el Cristo es el Logos increado de Dios Padre, por eso invita a sus discípulos a venir y permanecer en su casa. Los dos discípulos de san Juan el Bautista dijeron a Cristo: “¿Maestro dónde vives?” La respuesta de Cristo fue: “venid y lo veréis”. Y según el testimonio del Evangelista Juan: “vinieron y vieron y se quedaron con él aquel día” (Jn 1,38-40). Según la interpretación de los santos Padres esta fue una experiencia de zéosis o deificación de los discípulos, puesto que fueron dignos de quedar un día entero dentro en la increada doxa (gloria, luz increada) de Dios.
Los discípulos antes de la Ascensión vieron a Cristo en cuerpo, pero después del Pentecostés le ven en espíritu, puesto que viven dentro al increado Templo de Su Cuerpo.
La Realeza increada de Dios es Realeza de sangre porque es vida en y por Cristo. Esto se ve también en el libro del Apocalipsis donde se describe la ciudad celeste: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso-Pantocrator es el templo de ella, y el Cordero” (Apo 21,22). Es decir, en el reinado de la Realeza increada de Dios los salvados estarán viviendo junto con el Dios y el Cordero. En realidad, cuando se destruirá el Templo creado, entonces habrá relación y comunión con el Templo increado, con el Mismo Cristo Dios… El Templo increado que no está hecho a mano, lo viven como compromiso, promesa desde aquí y ahora los deificados, especialmente los que ven la doxa (gloria increada, luz de luces) que es la misma Realeza increada de Dios… En este punto existe gran diferencia entre Oriente y Occidente. 36Occidente vive más el templo creado, a Cristo como Jesús con cuerpo y carne, en cambio en Oriente ortodoxo como se expresa en los santos Padres, vive el Templo increado, a Cristo como espíritu. Cuando en Occidente se habla sobre la Realeza de Dios (que en español utilizan el término reino), dan a entender más bien realidades creadas, un reino creado, simplemente un dominio de la ley moral en la tierra. En el Oriente ortodoxo cuando hablamos sobre realeza increada de Dios, entendemos participación, conexión y contemplación de la Doxa (gloria increada, luz de luces) y Jaris (gracia, la energía increada) de Dios. 37 La vivencia, experiencia de los esjatos, que hoy en día se habla mucho por algunos teólogos, no es independiente de la visión, contemplación de la luz increada en la persona humana del Logos, como también que no se puede desvincular de la catarsis y la iluminación, es decir, del ortodoxo hisijasmo. Una esjatología fuera del ortodoxo hisijasmo es de procedencia occidental, abstracta y sensacional o emocional.
La realeza increada en nuestro interior significa que en nuestra vida se hace la voluntad de Dios y participamos de Su energía y luz increadas. Nuestro tiempo, nuestra vida y día Le pertenecen y nosotros no tenemos nada nuestro. Todo es de nuestro Rey, Él tiene nuestra vida en Sus manos y habita en nuestros corazones. En este caso reino sería el espacio o lugar que es nuestro cuerpo, nuestra psique alma, nuestra vida y nuestra existencia. (He conocido fieles Ortodoxos hispanohablantes que me han dicho que cuando han hecho el cambio del término reino a Realeza increada se les abrió un mundo nuevo en sus percepciones y experiencias divinas y han profundizado más). Por eso:
B. Es imprescindible la catarsis del fiel para la entrada en la Realeza increada de Dios de la Sangre de Cristo.
Es imprescindible la dosis “de la sangre espiritual de la obediencia y de la áskisis” (ascesis, práctica, ejercicio espiritual) para recibir espíritu (energía increada). “Dad sangre para recibir espíritu”.
La Realeza increada de Dios es Realeza de sangre, porque es expectación, contemplación de la increada doxa (gloria, luz de luces) de Dios que se regala a los deificados. Y los deificados son los que conectan y comulgan del Soberano Cuerpo y Sangre, teniendo paralelamente las condiciones imprescindibles, es decir, que se encuentren en uno de los tres estadios de la lucha espiritual: Catarsis, Iluminación y Zéosis o Glorificación. Al haber dado sangre “espiritual” el de la obediencia y la sangre biológica de la áskisis, ejercicio espiritual y físico o martirio, se han catartizado (purgado y sanado), iluminado y deificado y así viven en el reinado de la Realeza increada de Su Sangre para siempre.
La Metamorfosis (transformación) de Cristo en el monte Tabor se hizo después de una declaración de Él: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto la realeza increada de Dios venida con poder y potencia” (Mrc 9,1). Y luego vemos que el Evangelista describe el acontecimiento de la Metamorfosis que sucedió después de seis días, puesto que, como vemos en los Evangelios, no intervino ningún otro acontecimiento, ni enseñanza, ni milagro. Esto significa que los días entre el logos de Cristo y Su Metamorfosis pasaron en silencio y quietud.
Es decir, vemos que la Realeza increada de Dios conecta con Su Metamorfosis: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto la realeza increada de Dios venida en potencia y poder” (Mr 9,1). Apocalipta-revela así que la Realeza increada de Dios es la contemplación, expectación de la increada Jaris (energía) y de la Doxa increada (luz de luces) del Dios Trinitario en la naturaleza humana del Logos, que en efecto es la zéosis deificación o glorificación del hombre.
38 Porque estas cosas sucedieron a los tres discípulos que estaban presentes en la Metamorfosis del Señor: a) los Discípulos encima del monte Tabor no vieron la increada natura (fisis), sino la energía increada, es decir, la increada doxa y jaris del Dios Trinitario en la natura humana del Logos y, b) Los Discípulos fueron dignos de tener la zéosis o deificación de la natura humana de Cristo, precisamente porque los mismos se metamorfosearon, transformaron. Los Padres hablan de cambio, alteración y conversión de los Discípulos. “Fueron transformados y así con la conversión vieron”, dice san Gregorio Palamás. Esto significa que hay cambio, Metamorfosis de Cristo, pero esto se hizo conocido porque hubo también cambio, metamorfosis de los Discípulos.
La metamorfosis de los Discípulos se hizo en toda la existencia psicosomática de ellos. Los Discípulos no vieron la divina luz increada sólo con sus nus que es el ojo de la psique, sino también con los mismos sentidos físicos, los cuales antes fueron reforzados por la energía increada de Dios y se metamorfosearon para poder ver. Los ojos físicos son ciegos respecto a la Luz increada. Por eso fueron alterados por la energía increada de Dios y fueron dignos para ver la doxa increada de Dios pero no su naturaleza o esencia increada (san Gregorio Palamás).
En este punto hace unas observaciones maravillosas san Gregorio Palamás. Enseña que la Realeza increada de Dios se conecta estrechamente con el rey que es el Dios, el Cristo. La doxa (luz increada) de la deidad resplandeció y deificó la naturaleza humana. Por eso a donde se encontraba el Cristo allí estaba también la Realeza increada. Así que la realeza de Dios sin el rey Cristo no se puede entender.
Antes de la Metamorfosis el Cristo dice: “hasta que vean la realeza increada de Dios” (Mrc 9,1). El Cristo en este logos suyo conecta la realeza (increada) con la visión o expectación. Se trata de la visión, expectación de la luz increada. Lo de “venida” no significa que la Realeza increada no viene de alguna otra parte, sino que expresa “revelarse o aparecer”, puesto que donde está el Cristo allí existe y está la Realeza increada, porque no se trata de una venida local, sino de manifestación o revelación (en el corazón de la psique humana); y esta manifestación o apocálipsis-revelación se hace por el Espíritu Santo. Esto expresa lo “en potencia εν δυνάμει en dinami” (en potencia y energía increada).
Pero es imposible para el ser humano ver la doxa increada (gloria, luz de luces) de Dios, si sus sentidos psicosomáticos no son reforzados por la energía increada de Dios. Este refuerzo se consigue dentro en la Iglesia Ortodoxa con la lucha del fiel para su catarsis y la comunión del Divino Cuerpo y Sangre de Cristo. Así adquiere los sentidos espirituales y contempla, ve Su doxa increada (gloria, luz de luces).
La Iglesia Ortodoxa y la Divina Efjaristía o Comunión se pueden llamar Realeza de Dios, si los que viven en ella llegan a la contemplación de la increada doxa (gloria, luz de luces) de Dios, que es la verdadera Realeza increada. Si hablamos sobre Iglesia Ortodoxa y Realeza increada de Dios sin conectarlas con la θεοπτία (zeoptía expectación, contemplación, visión divina) entonces caemos, nos equivocamos y charlataneamos teológicamente sobre Dios. Además, los Misterios (sacramentos) de la Iglesia ortodoxa revelan y conducen al hombre a la Realeza increada de Dios; precisamente porque están conectados y unidos muy estrechamente con la Divina energía Increada, la catártica (psicoterapéutica o purgadora), la iluminadora y la deificadora. No se puede conseguir la Catarsis, la Iluminación y la Zéosis del hombre sin la Divina Efjaristía Εὐχαριστία o Comunión de la Sangre de Cristo que nos catartiza (terapia y sana la psique) de todo pecado y de toda enfermedad (física, psíquica y espiritual).
El cristiano ortodoxo luchando duramente contra sí mismo, contra su egoísmo, su egolatría y sus pazos, progresa a la agapi, a la filoteía y la filantropía. Cuanto más lucha y ora, tanto más se pacifica exterior e interiormente. Como observa san Gregorio Palamás: “La ocupación diaria en conversación con el Dios, con cantos, psalmodías y oraciones, calma y palia también los ataques de los pazos cambiando hacia el bien; frena los deseos carnales, y delimita la avaricia, codicia; baja y vacía la exaltación y hace desaparecer la envidia, regula la ira y el resentimiento lo hace desaparecer; y una vez que haya expulsado de la psique la amargura y la disputa, proporciona paz, bienestar y felicidad a las ciudades y a las casas, a las psiques y a los cuerpos, y en aquellos que han aceptado la vida conyugal y a los que han escogido la vida monástica” (Homilía 52). En cuanto el fiel da sangre con la ascesis (ejercicio físico y espiritual) y la obediencia, tanto más recibe Espíritu de vida y paz.
Está en paz consigo mismo, con los demás y con el Dios. Vive esta paz que nos ha dejado el Señor después de Su Santa Resurrección como preciosa herencia dentro en nuestra Santa Iglesia Ortodoxa. Las primeras palabras del Señor Resucitado fueron: “la paz en vosotros” (Lc 24,37). Cuanto más se pacifica uno, tanto más ama, porque dice san Crisóstomo: “si la paz es también agapi, entonces la agapi también es paz”. Cuanto más ama, tanto más toma la comunión y se une con el Dios de la Agapi (amor, energía increada) y tanto más se introduce y vive en Su Realeza increada. Cuando el hombre comulga del Vivificador Cuerpo y de la Sangre Divina del Soberano Cristo Dios, tanto más participa de las donaciones que emanan del sacrificio cruciforme del Señor, se diviniza más y se constituye heredero de la Realeza increada de Dios.
Porque como escribe san Nicolás Cabásilas: “La obra de la celebración sacra de los divinos misterios es el intercambio de los regalos ofrecidos en cuerpo y sangre de Cristo. Y el propósito es la sanación, divinización y santificación de los fieles; los cuales al tomar de estos divinos misterios reciben la absolución de sus pecados, la herencia de la Realeza increada de los Cielos y los similares bienes a estos. (“Interpretación de la Divina Liturgia”).
Pero si el hombre no lucha y no está en metania, entonces es imposible pacificarse y adquirir personalmente las donaciones del sacrificio Cruciforme de Cristo y entrar en la alegría de Su Realeza increada. Como ha escrito san Siluán el Athonita: “La psique pecadora la que está rehén de los pazos, no puede tener paz y alegría del Señor aunque tenga todas las riquezas de la tierra y reine a todo el mundo”.
El Cristiano que se ha pacificado con el Dios, consigo mismo y con sus semejantes, transmite a su ambiente también la paz. Testifica con su vida que ha llegado a la Realeza increada de Dios y que es factible y realizable para vivirla también el perturbado y atormentado hombre contemporáneo. Se hace hombre pacificador y con el estado pacífico de su psique, da reposo y sosiego a sus semejantes. Al contrario, el hombre perturbado sin paz, trae el infierno entre las personas y transmite tormento, ansiedad, angustia y estrés.
El Señor Jesús no sería el soberano de la Paz, y el reinado de Su Realeza increada no sería Realeza de paz y alegría si no hubiera vencido al diablo y la muerte. Los venció derramando Su Santa Sangre encima de la Cruz y totalmente con Su Resurrección.
La Realeza Increada de Dios es Realeza de Sangre porque es Realeza de participación al misterio de la cruz y de la Resurrección de Cristo.
Con el Misterio del Bautismo el hombre se metamorfosea, es decir, hace la catarsis del “como imagen” que se ha oscurecido con la caída y se da la capacidad al hombre en caminar hacia el “como semejanza”. Esta metamorfosis (transformación, cambio) no es ideal, simbólica y emocional, sino ontológica, es decir, está conectada con la alteración de la filaftía (excesivo amor a uno mismo y al cuerpo, egolatría) en filoteía y filantropía. El hombre en su estado de caída es ególatra e individualista. Con el misterio del Bautismo adquiere capacidad que de nuevo se determinen sus relaciones con el Dios y sus semejantes y no vivir para sí mismo y amar irracionalmente su cuerpo.
39 Observaciones maravillosas hace en este punto san Nicolás Cabásilas: “Esto es la obra del bautismo: liberación de los pecados, reconciliación del hombre con el Dios, hacer al hombre dios, abrir ojos de las psiques y hacer al hombre saborear la divina luz (increada), y por decirlo en una palabra, preparar al hombre para la vida futura”.
Es interesante lo que dice el mismo Santo sobre la importancia del Bautismo en relación con los otros misterios de la Iglesia, o sea, la Crismación y la divina Comunión. El santo Bautismo transmite la hipóstasis (base substancial) y el ser en Cristo. Escribe: “Si bien el bautismo una vez haya tomado los hombres muertos y corruptos, esto primero los introduce a la vida.
Con la caída hemos sufrido una corrupción y pasamos en una situación de necrosis, por lo tanto ahora se nos da el ser, una nueva hipostasis en Cristo. Así que con el santo Bautismo adquirimos el renacimiento, con la santa Crismación adquirimos el movimiento y la energía y con la divina Comunión la vida. Escribe San Nicolás Cabásilas: ”Si bien el bautismo es nacimiento, la crismación energía (increada) y movimiento de nuestro logos, y el pan de vida y el cáliz de la efjaristía son comida y bebida verdadera.
En otro punto presentando el valor de los tres misterios, utiliza otra terminología permaneciendo en la misma realidad: Por el bautismo da el ser o existencia y toda existencia la en Cristo, porque esto una vez haya tomado los hombres muertos y corruptos, primero los introduce a la vida, por otro lado, la crismación perfecciona al que ha nacido en esta vida poniendo en sus interiores la energía adecuada y por otro lado, la divina efjaristía contiene y mantiene esta misma vida y salud (espiritual).
Existe un vínculo estrecho entre estos tres misterios, precisamente por esta razón después del Bautismo nos conducimos a la Crismación y a la divina Comunión, porque este es el propósito del Bautismo, incorporarnos a la Iglesia y hacernos miembros del Cuerpo de Cristo, y como miembros del Cuerpo de Cristo hacernos dignos de comulgar del Cuerpo y de la Sangre de Él.
Con el Bautismo, pues, el hombre nace en una nueva vida, adquiere hipostasis (base substancial), nueva forma de existencia, sale de la oscuridad y contempla la luz (increada), de la ignorancia se conduce a la gnosis (conocimiento) de Dios. Esta alteración se hace sensible principalmente por el bautizado y también de otros hombres.
Según san Ignacio el Teoforo, el hombre no tiene la vida de por sí mismo, sólo el Dios es autovida. Después de la caída el hombre está dominado por el diablo y la muerte, por lo tanto debe adquirir vida pragmática, real. Esta liberación no se puede realizar con mandamientos exteriores, sino con una renovación y reestructuración del hombre que se hace en Cristo Jesús. Escribe san Ignacio: “Sólo en Cristo se puede encontrar el verdadero vivir. Sin él nada se puede hacer”. Y pregunta el Santo: ¿Cómo nosotros podremos vivir sin él? El hombre no puede vivir sólo, sino por la comunión con el Dios, y por supuesto esta verdadera comunión se realiza con la familiarización de la Cruz y la Resurrección de Cristo. Porque en su época algunos sostenían que no creen en algo si no lo encuentran registrado en el Evangelio, y san Ignacio responde: “Mi registro es Jesús Cristo, sus registros sagrados e íntegros son su cruz, su muerte y su resurrección y también la fe por él”. El Cristo venció la muerte y el pecado con Su Cruz y Su Resurrección, y esto se hace con el misterio del Bautismo, puesto que según Apóstol Pablo: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria increada del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom 6,4).
Pero paralelamente necesitamos alimentarnos con la deificada sarx (cuerpo, carne) de Cristo, para adquirir la vida pragmática, real. Escribe san Ignacio: “no quiero saborear comida perecedera, ni placeres de cosas hedónicas de esta vida, sino pan de Dios quiero, el pan celeste, el que es el cuerpo de Jesús Cristo del Hijo Dios, quien se hizo por esperma de David, y como bebida quiero Su sangre la que es agapi incorruptible y vida eterna”.
Todo esto significa que el hombre con la caída se mortificó, murió corporal (física) y espiritualmente, por tanto necesita un renacimiento y una nueva apocatástasis (restructuración). Esta apocatástasis no se hace con mandamientos morales y meditaciones sino con la necrosis o mortificación de la muerte y la metamorfosis, transformación de su existencia psicosomática, la que se realiza con nuestra incorporación al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y la recepción del alimento real que es el cuerpo de Cristo, de manera que también nosotros participemos en esta victoria de Cristo sobre la muerte. Porque realmente, como antes dijimos, esta participación nuestra no es un hecho moral e intelectual, sino existencial, ontológico.
Pero aquí también debemos lamentarnos y suspirar de corazón, porque esta pureza y apocatástasis que hemos recibido con el baño de la regeneración, es decir, del Bautismo, no dura mucho. Nos arrastramos otra vez al barro. Cometemos errores. Nos arrastramos por el mal. Pero afortunadamente la infinita Divina filantropía no nos abandona. Nos da una segunda forma de catarsis, co-entierro y co-resurrección con el Salvador Cristo: la metania y la humildad. Llegamos a esto imitando la vida y la muerte del Señor, teniendo como motivo la agapi pura hacia Él, viviendo dentro en la Iglesia. Resucitamos existencialmente y renacemos por… tercera vez. San Gregorio el Teólogo habla de estos tres nacimientos, en forma de poema en su “epístola a Vitalio”, por los que debe pasar el hombre durante esta vida: ”Por el primer nacimiento en cuerpo y sangre, los hombres vienen en la tierra y rápidamente desaparecen; a continuación los hombres renacen (segundo nacimiento) a través del puro Espíritu Santo, cuando en aquellos que se han lavado por el agua del Bautismo desciende de arriba la Luz (increada). Por el tercer nacimiento que es la metania, hace la catarsis a través de las lágrimas y los dolores de nuestra “imagen a Dios” que se ha ennegrecido por el mal.”
El primer nacimiento proviene de los padres, el segundo de Dios, pero el tercero eres tú mismo el autor manifestándote en el mundo como luz benefactora (Sofronio Sajarof). Por consiguiente, hace falta lágrimas y dolores, es decir, esfuerzo físico, imitación de la vida y de los pazos del Señor para hacerse la catarsis de la ennegrecida por los pazos y del pecado imagen de Dios que todos tenemos en nuestro interior. Hace falta que demos sangre “espiritual de la ascesis (ejercicio físico y espiritual) y de la obediencia para que podamos entrar en la Realeza increada de Dios: “Rasca, hermano mío, la belleza de tu psique con lágrimas y ayunos y con los demás ejercicios duros” (Abad Isaac, en Evergetinós t. 2 pág 192). No amemos, pues, el reposo corporal. Porque la psique que ama a Dios, según san Isaac, sólo en Dios encuentra reposo. Debemos “dar sangre para recibir espíritu”, como dice el Gerontikón, para volver a ganar la pureza que sin esfuerzo hemos recibido con el Santo Bautismo. Por eso:
• La Realeza de Dios es Realeza de sangre, porque es realmente Realeza de los que están en metania, en la que se introducen porque luchan con sangre hasta la muerte para la Catarsis de los pazos, la Iluminación y la Zéosis o deificación, participando en los padecimientos y en la Cruz del Señor. Así llegan hasta la Resurrección junto con Él.
El misterio de la Resurrección de Cristo y Dios nuestro se lleva a cabo de manera paradójica a los que lo desean. Se realiza continuamente. El Cristo se entierra en nuestro interior como en el sepulcro, se une con nuestras psiques y resucita, co-resucitando también junto con Él a nosotros. San Simeón el Nuevo Teólogo nos dice de nuevo: “Cuando nosotros salimos del mundo y con la asimilación a los padecimientos del Señor nos introducimos al sepulcro de la metania y de la humildad, Él Mismo desciende de los cielos, se introduce en nuestro cuerpo como en un sepulcro, se une con nuestras psiques mortificadas y las resucita. Así en aquel que se ha encontrado con Él, le proporciona la capacidad de ver, contemplar la Doxa (gloria, luz increada) de Su resurrección mística”.
Por el fiel, pues, es necesario que se hagan unos pasos decisivos para entrar en la Realeza increada de Dios: a) ἒξοδος éxodos-salida del cosmos-mundo (se refiere del mundo pecaminoso, de los pazos, etc.,) y b) εἲσοδος ísodos-entrada al sepulcro de la metania y de la humildad.
a) La salida del mundo por supuesto que es trópica, es decir, la salida de la conducta mundana es la que se pide de todos. Es el abandono de la vida del pecado y la decisión de seguir al Señor cueste lo que cueste. Es el primer paso de la metania; por supuesto que para los monjes esta salida es también local o de lugar.
b) la introducción en la tumba de la metania y de la humildad se consigue con la imitación de la vida, de los padecimientos y de la muerte del Señor. Debemos imitando la vida y los padecimientos del Señor co-caminar y co-crucificarnos junto a Él, y mortificarnos sobre el antiguo hombre, del mundo y del diablo. Entonces con la metania nos arrepentimos y hacemos humildes de verdad. Entonces nos co-enterramos junto con Él y resucitamos junto con Él en la vida de Su Realeza increada, co-glorificándonos o co-deificándonos con Él. Todas estas cosas nos las enseña continuamente nuestra Iglesia Ortodoxa con su himnología: “Vamos, pues, con nuestras dianias (mentes) purificadas y sanadas a co-caminar, con Él, co-crucificarnos y mortificar los placeres de la vida por Él, para convivir con ÉL, y escuchar a Él clamando: ya no me quedo en el Jerusalén terrenal para padecer, sino que subo hacia mi Padre y Padre vuestro, hacia a mi Dios y vuestro Dios, y os reuniré en el Jerusalén celeste, en reinado de la Realeza increada de los cielos” (Verso del Gran Lunes de Semana Santa).
La necrosis sobre el pecado, la metania, la catarsis de los pazos es cierto que se consigue con la sinergia de la Divina Jaris (gracia, energía increada) y con la ayuda de dos virtudes muy básicas; a) sufrimiento físico, y b) la humildad.
Nos enseña san Máximo el Confesor: “el sufrimiento físico y la humildad liberan al hombre de Todo pecado. La humildad recorta los pecados psíquicos y el sufrimiento físico de los pecados corporales. Esto se ve también que lo hacía el bienaventurado David, al estar orando a Dios diciendo: “Señor, mira mi humildad y el esfuerzo y perdóname todos los pecados”. Estamos creados de dos elementos: La Sarx (cuerpo) y la psique (espíritu); somos unidad psicosomática. Por eso también la catarsis debe ser doble: psíquica y física, es decir, del soma o cuerpo.
¿Pero por qué estas dos virtudes, el sufrimiento físico y la humildad son las que hacen la catarsis del hombre entero de todo mal?
San Juan el Clímaco nos responde sobre esto: “Las que generan todas las maldades son el placer o hedonismo y la vileza o mala astucia. Y por un lado el sufrimiento físico destierra el hedonismo o placer vicioso, por otro lado, la humildad que es co-habitante con la sencillez, destierra la vileza o mala astucia”.
a) El sufrimiento físico (voluntario o involuntario)
El sufrimiento físico extermina el hedonismo, placer vicioso o la voluptuosidad y purifica el cuerpo recortando los pecados corporales. Pero paralelamente hace la catarsis de la psique. Porque humilla al cuerpo y junto con el cuerpo –cosa de simple vista paradójica- hace humilde también la psique. La psique humilde atrae la jaris (gracia, energía increada) de Dios, puesto que “el Dios a los humildes concede jaris”. Desciende la Divina Jaris catártica (sanadora y purificadora) y así la psique se “psicoterapia”, se sana y se purifica. Nos enseña san Nikitas Stizatos: “Como el veneno del pecado que se ha acumulado es mucho, el hombre tiene necesidad de mucho fuego catártico de la metania, con lágrimas y con esfuerzos voluntarios de la ascesis o ejercicio. Porque nos limpiamos y nos sanamos de las contaminaciones con esfuerzos voluntarios o con involuntarios sufrimientos que el Dios permite. Si prevalecen los voluntarios no nos vienen los involuntarios. Pero cuando los voluntarios no nos catartizan y no limpian el interior de la copa y del plato, entonces vienen sufrimientos más feroces y contribuyen a nuestra apocatástasis-restablecimiento a la belleza y bien original, porque así lo ha economizado el Maestro” (Filocalía t.4). No hay otro camino y método. Si no es bastante nuestro intento para la catarsis con la imitación voluntaria de los padecimientos y la muerte del Señor, hace falta sufrimiento físico voluntario y aceptación del involuntario. Para hacer nuestra catarsis y resucitarnos, debemos con dolor crucificarnos y derramar la sangre “espiritual” de la obediencia, de la ascesis, del ejercicio corporal y afligirnos, esforzarnos sea voluntaria o involuntariamente. Porque dice: “Por muchas aflicciones entraréis en la realeza increada de los cielos”. Algunos quieren llegar a la Resurrección sin pasar por el camino del Gólgota. No puede ser. (¡Igual que una herida física del cuerpo cuando está infectada la tenemos que limpiar y sanar con alcohol, y eso duele!).
Igual que el apóstol Pedro, “saliendo lloró amargamente”, igual que la prostituta, el publicano, igual que todos los santos, continuamente lloraban y sufrían físicamente imitando al Señor, así lo mismo debemos hacer también nosotros; sobre todo amar las lágrimas y los sufrimientos corporales. San Simeón el Nuevo Teólogo dice: “El que quiere cortar los pazos lo hará con lloro y el que quiere adquirir las virtudes con lloro las adquiere. Igual que la comida y la bebida son necesarias para el cuerpo, así también las lágrimas son para la psique, de manera que el que no llora destruye su psique con el hambre y se pierde… Si eliminas las lágrimas co-eliminas la catarsis y sin catarsis nadie verá, contemplará a Dios”. Tal y como dijimos antes, el sufrimiento físico, el amor por el dolor corporal conduce a la actitud humilde. Por eso es la causa de la catarsis también de la psique. ¿Pero cuándo? Cuando se hace con conocimiento y conciencia. Porque:
Existe el gran riesgo de la soberbia, cuando sufrimos físicamente voluntariamente sin conocimiento y sin la actitud correcta. Puede que nos ensoberbezcamos juzgando a nuestros hermanos, puesto que… “no somos como los demás hombres” que son descuidados y negligentes; o puede que nos enorgullezcamos creyendo equivocadamente de que la catarsis se consigue con nuestros propios méritos y esfuerzos y no con la Divina Jaris (gracia, energía increada) que sinergiza, coopera y completa nuestro esfuerzo. Por eso, si queremos llegar a la actitud humilde y a la virtud de la humildad que es la segunda virtud imprescindible para la catarsis de los pazos, debe los esfuerzos corporales y en general los sufrimientos físicos que sean acompañados también de otras dos cosas; a) poner a nosotros mismos debajo de toda creación, y b) orar incesantemente pidiendo la misericordia (energía increada) de Dios, y así lo que vayamos logrando lo consideraremos como causado de Dios y no de nosotros mismos.
Por tanto, llegamos a la humildad: a) amando el esfuerzo corporal, b) poniéndonos a nosotros mismos por debajo de todos, y c) orar sin cesar.
42 Vamos a estudiarlas más detalladamente: 1) Amando el esfuerzo corporal.
Dijimos que el esfuerzo corporal o físico humilla el cuerpo –cosa aparentemente paradójica- pero se hace también humilde la psique
¿Pero por qué la humildad del cuerpo provoca también humildad en la psique? La cosa no es para nada paradójica. Dice san Gregorio el Teólogo: “Cuando la psique ha caído del cumplimiento del mandamiento de Dios en la transgresión, se entregó la desgraciada a la filhidonía (voluptuosidad, hedonismo) y a la autonomía que conduce al engaño, y amó las cosas corporales y de una manera se identificó con el cuerpo y se hizo toda carne, como dice la Santa Escritura: no permanecerá mi espíritu en ellos, porque son carnes (Gen 6,3). Por tanto, esta psique infeliz sufre junto con el cuerpo con las cosas que este hace”. De nuevo dice el abad Dorotheo: “Es distinta la situación de la psique del sano, diferente del enfermo, otra del hambriento y otra del saciado. Similarmente es distinta la situación de la psique del que cabalga en un caballo, otra del que va en burrito, diferente del que se siente en un trono y distinta del que se siente al suelo, diferente del que está bien vestido y distinta del mal vestido. Por eso como el Señor conoce que según el comportamiento exterior se forma a la vez la virtud de la psique, una vez tomando la toalla nos indicó el método para llegar a la humildad. Porque la psique se asimila con las obras del cuerpo y según las cosas que hace se forma según estas. De distinta manera se siente el que está sentado al trono del que está sentado al abono. El esfuerzo físico hace humilde al cuerpo y co-humilla también la psique. Por eso Evagrio cuando fue atacado por la blasfemia, como conocía que la blasfemia proviene de la soberbia y cuando se humilla el cuerpo se humilla junto con este la psique, quedó 40 días en un lugar para que su cuerpo se llenara de garrapatas, como dice su biógrafo. De modo que este esfuerzo no se hizo para sanar la blasfemia sino para producir la humildad.
Entonces en la psique humilde desciende la Divina Jaris (gracia, energía increada) y la limpia, purifica y sana. “Es una cosa admirable ver que el incorpóreo nus que se ha contaminado y oscurecido por el cuerpo, de nuevo a través del barro (cuerpo) el incorpóreo nus se renueve y vuelve a ser limpio, purificado y fino”.
Somos unidad psicosomática. Soma (cuerpo o carne) y psique (espíritu); y la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Por eso, el cuerpo cuando más fuerte está tanto más debilita la psique; y mientras se debilita el cuerpo más se fortifica la psique, se alumbra y se llena de Jaris increada Divina, puesto que se hace humilde junto con el cuerpo.
Pero existe, como hemos dicho, el peligro grande de la soberbia, cuando castigamos el cuerpo sin conocimiento, sin actitud correcta y cuando no tenemos yérontas o guía espiritual experimentado. Por eso hacen falta también las otras dos cosas: a) ponernos por debajo de toda creación y b) orar incesantemente, pidiendo la misericordia de Dios. Así imitamos la vida y la muerte del Señor y caminamos al sendero que conduce a la verdadera humildad, evitando el escollo de la soberbia.
Vamos hacer un pequeño análisis sobre estas dos: a) ponernos por debajo de toda creación y b) orar incesantemente, pidiendo la misericordia de Dios.
Estas dos son imitación de la vida y la muerte del Señor, porque primero el Señor se humilló y se puso a sí mismo debajo de toda creación; segundo, ya que oraba sin cesar comunicándose con Su Padre celeste y todo lo atribuía al Dios-Padre diciendo que “la sabiduría de los logos que yo os hablo y enseño no los digo de mí mismo, sino el Padre que permanece unido en mí, él energiza y realiza las obras” (Jn 14,10). Estas dos cosas nos protegen también del escollo de la soberbia. Vamos a ver por qué.
La soberbia es de dos tipos.
1) La soberbia frente a nuestros hermanos. Comprándonos con ellos y criticándolos, nos elevamos a nosotros mismos y nos colocamos por encima de ellos. Esta es la primera soberbia y se combate poniéndonos a nosotros mismos por debajo de toda creación. San Gregorio el Sinaita nos ayuda a conseguir esto aconsejándonos que nos consideremos a nosotros mismos a) el más pecador de todos los hombres, por la ignorancia (que no conocemos el estado psíquico de nadie; y lo seguro es que creamos que somos más pecadores que nadie); b) inferiores que todos los demonios puesto que los obedecemos realizando sus voluntades; y c) peor que todas las creaciones, puesto que ellas están en su naturaleza tal y como las ha creado el Dios, mientras que nosotros estamos contra natura, (ya que estamos al pecado, al estado de caída y pazos).
2) Soberbia luciferina contra al mismo Dios, es la segunda soberbia. Si no tenemos cuidado de la primera soberbia llegamos a la segunda. Las beneficencias y los logros de Dios los atribuimos a nosotros. De esta soberbia nos protege la oración incesante, la continua búsqueda de la ayuda Divina y así lo que conseguimos lo atribuimos a la Divina Jaris (gracia, energía increada).
Con el continuo esfuerzo para la Catarsis a través de la humildad y la aflicción del cuerpo como también con la participación en la Divina Ευχαριστία Efjaristía, vivimos desde aquí y ahora la Realeza increada de Dios.
Preparación para la Divina Comunión Κοινωνία kinonía.
Es cierto que es imprescindible la preparación correcta para la Divina Comunión. Tal y como se ve en las epístolas de los santos Apóstoles, los Cristianos de la antigua época tenían en sus corazones operativa la Jaris (gracia, energía increada) de Dios. Y esta presencia del Espíritu Santo se manifestaba de los salmos y los himnos que se hacían dentro en el corazón, con la oración cordial o noerá (del nus). Teniendo esta energía del Espíritu Santo y siendo realmente miembros reales del Cuerpo de Cristo avanzaban para recibir a Cristo y adquirir κοινωνία (kinonía) comunión, conexión y unión junto con Él. Pero cuando pecaban y cesaba de operar la Jaris del Espíritu Santo debían arrepentirse y confesarse y entonces su guía espiritual prepararlos adecuadamente para que puedan soportar esta gran donación. Por ejemplo, si el hombre no tiene buen estómago, no podrá comer comidas fuertes, porque le perjudicarán más. Este significado tiene: “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.  Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Cor 11, 28-30).
Después de la transformación del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Cristo el oficiante nos prepara para comulgar del Cuerpo y de la Sangre de Cristo con conciencia limpia, de manera que la comunión contribuya a la absolución de los pecados, el perdón de los delitos, la comunión del Espíritu Santo, la herencia de la Realeza increada y la franqueza con Dios y no en vergüenza y condena. Porque la transformación de los Divinos Regalos puede ser una bendición, pero también una condena, como se hace con un fármaco que en uno provoca salud y en otro crea reacciones que provocan mal estado. No tiene la culpa el Cuerpo de Cristo, sino nuestro estado espiritual.
En el estado de la preparación el liturgo u oficiante ofrece algunas peticiones a Dios. Recitamos la oración del “Padre nuestro”, principalmente porque tiene la petición “el pan nuestro, el sobre-esencial danos hoy”, pero también porque tiene la petición “de remisión de nuestros pecados y deudas, tal y como nosotros perdonamos nuestras deudas, culpas y pecados”. Después de la divina Comunión sentimos a nuestro Dios Padre. Especialmente los Santos viven la Realeza increada de Dios, puesto que pueden contemplar la Luz increada de Dios. Por eso después de cada Divina Liturgia salmodiamos: “hemos visto la verdadera luz (increada) y hemos recibido espíritu celeste”.
Dentro en el Santo Cáliz están el santo Cuerpo y la santa Sangre de Cristo. Por eso el sacerdote dice: “Estad atentos; los Santos de los Santos…” Sólo los que luchan de varias maneras para la metamorfosis, conversión de los pazos, pueden comulgar del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Y estos luchadores se separan en tres categorías, según la incitación del diácono o del sacerdote, “venid con temor a Dios, fe y agapi”. Es decir, vienen a comulgar los que tienen, a) temor a Dios, los que luchan con miedo a no ser condenados al infierno y se comportan como esclavos o siervos; b) los que tienen fe, es decir, los que luchan y esperan entrar en el Paraíso y se comportan como asalariados; y c) los que tienen agapi-amor perfecta y se sienten como hijos de Dios.
La divina Liturgia se llama divina Ευχαριστία- Efjaristía o agradecimiento (ef jaris buena gracia), porque desde aquí agradecemos a Dios, y se llama Divina Comunión (κοινωνία kinonía) porque comulgamos, nos conectamos y nos unimos con el Cristo. Ojalá que el Dios nos haga dignos de terminar nuestra vida, a medida de lo posible, después de una digna Comunión divina, de manera que sea provisión de vida eterna.
43 La Divina Comunión Η Θεία zía Κοινωνία kinonía
El misterio de la Divina Comunión es una donación incalculable hacia el género humano. Nuestro Señor Jesús Cristo una vez que nos haya liberado del pecado, humildemente se esconde bajo las especies de pan y vino que se transforman en Su Cuerpo y Sangre. Es imposible comulgar de otra manera con Él “porque ningún hombre puede contemplar toda Su doxa (gloria, luz increada) y vivir” (Ex 33,20).
¡Cómo vamos agradecer al Señor que nos ofrece Su cuerpo y Sangre para la remisión de nuestros pecados y la herencia de la vida eterna! ¡Nos quedamos sin palabras y extáticos ante Su extrema humildad y condescendencia filántropa! Y para mostrarle nuestro agradecimiento, no nos queda otra manera que prepararnos como es debido para ser alimentados con el Pan celeste. Porque el Cristo es el donante de todos los bienes y carismas, concede Su jaris (energía increada) en aquel que comulga según su preparación espiritual y su estado psíquico. Cuán grande es la ayuda y la jaris que da a los que dignamente se alimentan de Su Cuerpo y Sangre, y viceversa tanto gira la espalda y abandona a los que se alimentan indignamente. A los piadosos y virtuosos que vienen arrepentidos a los inmaculados Misterios, se convierte vida verdadera y eterna. A los impíos y pecadores que vienen sin metania ni arrepentimiento se hace fuego e infierno eterno. Los indignos son aquellos que no se han limpiado, ni purificado de sus pecados con la santa confesión. Para estos el Apóstol Pablo dice: “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (1Cor 11, 27-28).
La Divina Ευχαριστία Efjaristía es el misterio de la agapi y de la unidad de los fieles en Cristo. ¿Cómo vamos a participar al misterio si odiamos a nuestro hermano? El Señor dice a los judíos: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Si los judíos deberían hacer esto cuando iban al templo de Salomón, ¿qué debemos hacer los Cristianos cuando se trata de comulgar el inmaculado cuerpo de Cristo? ¿Cómo tomaremos parte en la cena de boda del Rey Celeste sin la vestimenta de la boda, sin la agapi que cubre muchos pecados? (Mt 22,12). Y como no tendremos nada que responder, escucharemos Su terrible voz: “Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt 22,13).
Después del odio hay también distintas contaminaciones carnales. El que va a comulgar debe estar limpio y sin mancha, tanto en la psique como en el cuerpo, ya que va a recibir el santísimo Cuerpo de Jesús Cristo, al que dio a luz la siempre virgen e inmaculada Mariam.
Por tanto, si hemos pecado y no nos hemos arrepentido y confesado, pues, no atrevamos a comulgar el Pan de Vida, porque ponemos en nuestra psique fuego y muerte. Pero si nos hemos arrepentido y confesado por nuestra caída, si hemos limpiado nuestra conciencia de todo pecado, entonces comulguemos con verdadera devoción. Preguntaréis hermanos míos, ¿qué es esta devoción o piedad? Pues, la devoción o piedad es una virtud compuesta, un estado de la psique, una mezcla de fe, temor a Dios, humildad, agapi y gran anhelo para la comunión con Cristo.
Por tanto, para cultivar esta devoción debemos tener en cuenta Quién se dignará a entrar en nuestro interior. Quién se va a unir con nosotros los mortales y pecadores: el inmortal e impecable Señor. El Pan y el Vino que tomaremos son el verdadero Cuerpo y la santa Sangre de Dios-hombre. Por tanto humillémonos y digamos con contrición: “¿Cómo me atreveré yo el indigno y nimio que cometí tantos pecados, recibir en mi interior mi Creador y Señor de todo? ¿Cómo habitará el Altísimo en mi corazón contaminado de toda malicia y pecado?”.
El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor elimina los pecados, limpia y purifica la conciencia, aumenta la fe, calienta la agapi, hace firme la esperanza, sacia los hambrientos, viste los desnudos y da reposo y sosiego a los cansados y afligidos. En pocas palabras cualquier bien que necesita el hombre lo encuentra en este Maná celeste y dulce. Y los más importante que todo es que con la comparecencia a la Divina Comunión, el Cristiano recibe el compromiso o garantía de la vida eterna, se une con el Dios y se hace él también dios “por la jaris (energía increada)”, igual que el hierro cuando se une con el fuego se hace también fuego.
En los tiempos de los Apóstoles los fieles comulgaban muy a menudo, incluso diariamente, por supuesto con devoción, conocimiento y temor a Dios. Pero en nuestros días la mayoría de los cristianos comparecen una o dos veces al Santo Cáliz y sobre todo sin preparación espiritual. Dicen muchos de ellos: “Hoy el mundo está lleno de pecados. No somos dignos de comulgar a menudo, es suficiente para uno comulgar en la Pascua y en Navidad. Pero se olvidan que la confesión y la Divina Comunión constituyen los fármacos más enérgicos de la terapia psíquica. Por tanto, ahora que el pecado está de sobra, tenemos necesidad de contacto más frecuente con el deificante Cuerpo y Sangre de nuestro Señor.
Son interesantes las explicaciones que nos recalca san Juan el Crisóstomo: “El tiempo para la Divina Comunión no son las fiestas sino la conciencia pura y limpia y la vida irreprochable. Igual que aquel que no tiene remordimientos de conciencia por ningún mal debe comulgar diariamente, lo mismo aquel que está lleno de pecados y se arrepiente no debe comulgar ni en las fiestas hasta que no se haya arrepentido y confesado”.
Por tanto, teniendo en cuenta todas estas cosas, reconectémonos con la Fuente de la Vida y la inmortalidad a través de la continua Divina Comunión o Efjaristía. Basta que esto se haga cada vez con la debida preparación.
San Gregorio de Nicea nos dice: “Por tanto, debemos venir a la Comunión con toda piedad, limpios de toda contaminación del cuerpo y del espíritu, para que tomemos dignamente la comunión, ya que el Dios mandó a Moisés que se quitara los zapatos para acercarse en lugar santo; ¿entonces, tú cristiano cuánto deber tienes en quitar toda atadura o cadena del pecado para que recibas en ti el Dios entero? “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1Cor 10,16). Por tanto, ¿cómo con la conciencia sucia te acercarás al fuego encendido para los indignos. Porque es carbón ardiente para ellos. Por lo tanto, desata todos los conflictos y enemistades que tienes contra tu prójimo, dale lo que es suyo, evita el mal, haz el bien y retorna al Señor para que seas enteramente santificado, iluminado y convertido en caja o banco de la divina jaris para unirte con el Cristo y tú quedes en él y él en ti. “El que come mi sarx y bebe mi sangre, mediante el misterio de la divina Efjaristía, tiene vida eterna y yo lo resucitaré al ésjato-último gran día del juicio” (Jn 6,54).
El carácter del que comulga dignamente.
¡Oh, cuán feliz y bienaventurado debe sentirse el que toma los divinos misterios dignamente! Éste sale del templo totalmente renovado, porque el fuego (increado) de la deidad, el de la divina comunión que ha comulgado y unido con la psique del hombre, por un lado ha quemado los pecados y por otro lado, la ha insuflado de jaris increada divina, ha iluminado el nus y el temor sagrado a Dios entró en su corazón y finalmente le ha convertido en reliquia llena sólo de espíritu. El que ha comulgado dignamente ha recibido el anillo del compromiso de la increada realeza celeste, se encuentra vestido con la armadura divina, la que le protege de todo mal y de toda voluntad mala astuta, y la convierte temible para los mismos demonios. El corazón del que ha comulgado dignamente se colma de inefable alegría y deleite, éste sólo siente la alteración que le ha venido y se deleita por su renovación. Todas las virtudes adornan el corazón de él y su anhelo es la unión con el Señor. La paz y la serenidad psíquica por la que le dan el sentimiento del intercambio y la comunión con el Dios y la paz celeste que reina en él, se reflejan en la cara hilarante del que ha comulgado dignamente; además toda su faz exterior testifica este estado ético interior, pureza e inocencia, estas dos jaris rodean sobre él, las cuales hablan hacia todos sobre él. He aquí el carácter del que ha comulgado real y dignamente, así son los resultados de la divina comunión.
Al contrario, los desesperados, los no arrepentidos y esclavos de sus pazos, los no comulgantes o los indignamente comulgantes, los rehenes de la muerte no pueden pacificarse y entrar en el reinado de Su Realeza increada. Porque “la Realeza de los cielos se ejerce y se arrebata con violencia, y los violentos la arrebatan”. Hace falta esfuerzo personal para apropiarnos de la común salvación y perdón que regala la Sangre de Cristo y la agapi (amor energía increada) del Padre y la comunión del Espíritu Santo. Para entrar en Ella debemos arrepentirnos y blanquear nuestras vestimentas en la Sangre del Cordero. Este Cordero “de pie como degollado” reina allí junto con el Padre y el Espíritu Santo. Nuestra Santa Trinidad por la partición del Pan nos introduce a través del Misterio de la Divina Efjaristía y nos sella desde esta vida como Suyos. La agradecemos también como los primeros Cristianos: “Sobre la Divina Efjaristía así tenéis que dar gracias: Primero sobre el Cáliz: Padre nuestro te agradecemos por la vida y el conocimiento que nos has dado a conocer por tu hijo Jesús. Para ti se debe la doxa en los siglos”. Esperamos también y deseamos la futura y perfecta aparición de la Realeza increada de Dios: “Tal como esta fracción estaba esparcida sobre las montañas y recogida se dedujo en una, así se reunirá tu Iglesia de los confines de la tierra, porque tuya es la doxa y la fuerza por Jesús Cristo en los siglos…”.
- Del libro “Διδαχή didají enseñanza de los Apóstoles” capítulo 9: El Señor Jesús Cristo nos conduce al Padre y nos envía el Espíritu Santo. Él… es nuestra paz” (Ef 2,14). Él es la vida eterna, Él es el Paraíso, Él es la Realeza increada y Él es todo en todos”.
Por eso Le alabamos, Le reverenciamos y Le glorificamos. Pidamos, pues, la Jaris (gracia, energía increada) de nuestro Señor Crucificado y Resucitado para que nosotros con nuestra lucha diaria nos hagamos partícipes de Su Santo Cuerpo y de Su Sangre sagrada que regala la verdadera paz divina como compromiso y vínculo de unión con el reinado de Su Realeza Increada. Amín!!!
Hieromonje Savas el Aghiorita
Traducido por Jristos Jrisoulas www.logosortodoxo.com (en español)

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