Η
ΒΑΣΙΛΕΙΑ ΤΟΥ ΘΕΟΥ ΕΙΝΑΙ ΒΑΣΙΛΕΙΑ ΑΙΜΑΤΟΣ.
EL REINADO DE LA
REALEZA INCREADA DE DIOS ES REALEZA DE SANGRE.
“El
que come de mi cuerpo y bebe de mi sangre en mí permanece y yo en
él”
Por hieromonje Savas el
Aghiorita
“El tiempo se ha
cumplido, y el reinado de la realeza increada de Dios ha llegado”
(Mrc 1,15 Mt 4,17).
“El reinado de mi
realeza increada no proviene de este mundo” (Jn 18,36), decía el
Señor.
“Porque el Señor Dios
Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene
necesidad de sol ni de luna que brille en ella; porque la gloria (luz
increada) de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. A su luz
increada caminarán las naciones…” (Apo 21,22-27)
Durante los tiempos del
Señor había entre los judíos la esperanza viva sobre el reinado de
la Realeza de Dios, pero el pueblo albergaba percepciones groseras
sobre esta.
El Señor cuando salió en acción pública
inmediatamente anunció que Su obra es el establecimiento del reinado
de la realeza increada dentro en todos los hombres, porque con la
caída de los primeros en ser creados y a causa de los pecados del
mundo, la vida había perdido el ritmo y su destino y los hombres no
vivían ya según la voluntad de Dios: “Es necesario que también a
otras ciudades anuncie el evangelio del reinado de la realeza
(increada) de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lc 4,43).
El Señor enseñó a los
hombres con precisión, claridad y fuerza de que deben considerar a
Dios como Padre de ellos, del Cual esperan con fe todo y al Cual
deben amar con toda su psique y diania, con todo su corazón y
toda la fuerza de la voluntad, más que ninguna otra cosa buena. La
vida de cada uno debe ser dios-céntrica. La voluntad divina siempre
debe dominar en la vida y dirigir en agapi (amor
desinteresado). Las percepciones humano-céntricas y jurídicas de
los judíos, en las que la justicia y la protección de Dios
dependían de sus propios esfuerzos e intentos y del cumplimiento de
la Ley, ya no tenían lugar sobre la Realeza increada de Dios y la
vida dios-céntrica de la enseñanza del Señor.
Aparte de estas
concepciones y percepciones, el Señor rechazó también los
elementos mundanos, placenteros y nacionalistas que había en la
enseñanza de sus contemporáneos judíos sobre el reinado de la
realeza increada de Dios. La Realeza increada de Dios tal y como nos
la ha apocaliptado-revelado el Señor es espiritual (energía
increada), interior y contraria del brillo, de la fuerza y de la
gloria exterior de los reinos del mundo y de las autoridades mundanas
que le gobiernan. Y los medios para la transmisión de la Realeza
increada de Dios son espirituales, pero también los fines, los
bienes, las bendiciones y los regalos de ella son espirituales,
increados, incorruptibles y supracósmicas, totalmente distintos de
las esperanzas y exigencias de los judíos y de las cualidades e
ideas de los reinos terrenales. «El reinado de mi realeza no
proviene de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo mis
súbditos hubiesen luchado para que yo no fuera entregado a los
judíos. Pero el poder y energía de mi realeza no proviene de este
mundo ni está basada en las armas, sino del cielo» (Jn 18,36),
decía el Señor. A causa de esta oposición el Señor desde el
principio fue negado y perseguido por los judíos, los nacionales y
por el nuevo principio de la vida humana que Él predicaba.
Pero aparte de estas
diferencias, la nueva y principal característica del kerigma del
Señor sobre la Realeza increada de Dios es que esta se enseñaba y
se presentaba como algo que ya se había comenzado a difundir y a
imponerse con la aparición del Señor. Nuestro Cristo declaró
explícitamente que en Su persona, con Su enseñanza y Su obra,
comenzaron a realizarse las promesas de Dios formuladas al Antiguo
Testamento sobre el futuro Mesías o Salvador de la humanidad y sobre
los años mesiánicos. El Mismo Señor Jesús es el Mesías: “YoSoY
(el Mesías) el que te habla” (Jn 18, 36). También delante de
Pilatos habla sobre la Realeza increada de Dios como Su propia
Realeza: “El reinado de mi realeza no proviene de este mundo” (Jn
18,36), decía el Señor.
Por lo tanto, la Realeza
increada de Dios comenzó con la presencia del Señor en nuestro
planeta y con Su obra redentora, y de forma gradual se extiende, se
impone y se espera a aparecer en el siglo futuro con toda su doxa
(gloria increada, luz de luces) y perfección. “Mas si por el dedo
de Dios (es decir, el Espíritu Santo) yo echo fuera los demonios,
ciertamente la realeza increada de Dios ha llegado a vosotros” (Lc
11,20), decía el Señor a los que Le calumniaban. Lo ésjato1
(último, postrero) se hizo también presente, mientras que el
presente tomó a la vez contenido esjatológico; cada praxis nuestra
del presente tiene efecto en la eternidad. No existen praxis éticas
indiferentes, podríamos decir, ni esjatológicamente operaciones
indiferentes; cada praxis nuestra nos conduce o nos aleja o nos
excluye de Su Realeza increada si no hay metania. Por eso que
la esjatología cristiana ortodoxa se puede calificar como
esperada y paralelamente como realizada: “Ahora somos hijos de
Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos
que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es” (1Jn 3,2). El Ladrón en la cruz rogó a
Cristo al acordarse de él cuando venga con Su Realeza, el Cristo le
aseguró que: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,
42-43).
Ésjato
es lo último, postrero o el definitivo. Es aquello hacia al cual se
dirigen y con el cual se completan todas las cosas que suceden dentro
en el mundo. Correspondientemente esjatología es la referencia sobre
el fin del mundo, que se realizará con la segunda venida o presencia
de Cristo con la plena aparición de la Realeza increada de Dios. La
Realeza de Dios que se espera al final de la historia y del mundo, se
manifestó con la venida de Cristo y ya existe en el mundo y en la
historia.
El Cristo que se
manifestó al mundo como hombre, fue crucificado, murió, resucitó y
ascendió en “doxa” (gloria luz increada) en los cielos,
es el Dios intemporal, eterno y perpetuo, es el “que es, el que era
y el que siempre viene… ὁ ὤν καί ὁ ἦν καί ὁ
ἐρχόμενος” (Apoc 1,4). La gloriosa aparición de los
fieles en la Realeza increada de los Cielos requiere la incorporación
e integración de ellos en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia Ortodoxa.
“Esta integración se hace con el Misterio del Santo Bautismo y se
mantiene con el Misterio de la Divina Efjaristía y Comunión
del Cuerpo y Sangre de Cristo. La Iglesia Ortodoxa se encuentra en la
frontera entre el siglo presente y el futuro. Los fieles son miembros
del Cuerpo de Cristo. La cabeza de este Cuerpo se oculta durante el
siglo presente, pero se manifestará en el siglo futuro. Cuando se
manifieste la doxa (gloria, luz increada) entonces se
manifestará también el resplandor de sus miembros” (San Nicolás
Cabásilas sobre la vida en Cristo, 2). Somos miembros del Cuerpo de
Cristo. Permanecemos unidos cuando comulgamos del Cuerpo y Sangre del
Soberano.
Es decir, la Iglesia
Ortodoxa, es el Cuerpo θεανθρώπινο (zeazrópino)
divino-humano de Cristo, fue creado durante el Pentecostés con esta
forma; es decir, de esta manera como Cuerpo de Cristo metamorfosear,
transformar al mundo y toda la creación. Después de la caída de
Adán y Eva, toda la creación fue arrastrada a la caída y a la
corrupción. “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a
una está con dolores de parto hasta ahora” y por eso “el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los
hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no por su
propia voluntad, sino por causa del que la sometió en esperanza;
porque también la creación misma será librada de la esclavitud de
corrupción, para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de
Dios” (Rom 8, 22 y 19-21).
La Iglesia Ortodoxa desea
restablecer la naturaleza humana a su estado de antes de la caída,
para que la suba aún más “yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan de sobras en
abundancia” (Jn 10,10). Lo deseado es que el hombre se convierta en
miembro del Cuerpo de Cristo y toda la creación convertirse en
reinado de Realeza increada de Dios.2 La Iglesia Ortodoxa
como continuación de la obra salvífica de Cristo es una etapa
preliminar y un sabor anticipado del reinado de la futura Realeza
increada de Dios.
2Dentro
de esta perspectiva hablamos sobre la vivencia, experiencia de las
cosas ésjatas también desde esta vida, pero también la esperanza
de las ésjatas cosas durante la Segunda Presencia de Cristo y
después de esta. La metamorfosis del hombre no es independiente de
esta experiencia ésjatológica desde ahora como compromiso o en
arras, y la esperanza esjatológica como boda para el futuro, como
nos enseñan los santos Padres de la Iglesia Ortodoxa. Realmente la
percepción ortodoxa sobre la esjatología tiene un carácter
diacrónico. Esto significa que la Realeza increada de Dios y todos
los acontecimientos de los ésjatos tiempos se ha vivido al pasado
por los primeros en ser creados antes de la caída, y se viven en el
presente de la historia por los santos y deificados “como en espejo
en enigma” (1Cor 13,12) y se vivirán en un grado perfecto después
de la resurrección de los muertos.
La Iglesia Ortodoxa
transforma la realidad histórica (hombre, creación) con la Divina
Jaris (energía increada) que trajo y derrama al mundo el
Cristo. Que es “el primero y el ésjato-último, el que estuvo
muerto y vivió” (Apo 2,8) y es también “el A Alfa y el Ω
Omega, el primero y el ésjato-último, el principio y el fin” (Apo
23,13)3.
3
Hoy vivimos en abundancia un cristianismo secularizado, mundanizado,
hemos perdido la vida de los ésjatos, tanto como vivencia de la
experiencia de la zéosis o deificación desde esta vida, como
también como esperanza de esta vida después de la Segunda Presencia
de Cristo, y la Resurrección de los muertos. La absolutización del
elemento histórico, con la simultanea expulsión de la esperanza y
la vivencia, experiencia esjatológica, la definición horizontal de
la vida esquivando la dimensión vertical hacia Dios, el intento de
vivir uno en un cristianismo mundanizado, secularizado y sobre todo
la orientación a la llamada vida “moral” del Evangelio, consiste
en la secularización de los cristianos.
El propósito de la
Iglesia Ortodoxa es la “psicoterapia”, sanación, redención y
salvación de los hombres. ¿Pero cómo podremos permanecer dentro en
la Iglesia para “psicoterapiarnos” y salvarnos? ¿Cómo podremos
vivir según la voluntad de Dios, según el Espíritu Santo? Sólo
una cosa tiene importancia: guardar nuestra unión con el Señor;
guardar y aumentar la intensidad de la oración y de la metania.
Entonces la muerte no será una perdición y una separación eterna
de la fuente de la vida, sino el desplazamiento y traspaso al reinado
de la Realeza increada de Dios, por la que nos hemos preparado con la
comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, con la incesante
oración noerá o del corazón que es la invocación de Su
Nombre: «Jesús Cristo Dios nuestro, eleisón nos, compadécete de
nosotros… y de tu mundo…Κύριε, Ἰησοῦ Χριστέ, ὁ
Θεός ἡμῶν, ἐλέησον ἡμᾶς καί τόν κόσμον
Σου».
El Α y el Ω, τό
ἔσχατο lο ésjato (último)
vino en la historia. El reinado de la Realeza increada de Dios vino a
nosotros y podemos comenzar a saborearla desde esta vida con el
renacimiento en Cristo y con los Misterios (Bautismo y Divina
Efjaristía Εὐχαριστία).
Pero existe una intensa nostalgia y esperanza de lo “perfecto y
completo” de esta vida que se apocaliptará-revelará en el siglo
futuro4. Pero esta
Realeza increada de Dios esjatolójica, se hace realidad tangible
cuantas veces la Iglesia Ortodoxa, el nuevo Israel de la
jaris, el pueblo esparcido de Dios se reúne “sobre lo
mismo”, en un lugar, principalmente, para celebrar la Divina
Efjaristía, no como una mágica celebración mística o una
praxis de culto de salvación individual, sino como una expresión
dinámica de comunión en comunidad y reflejo de la perfecta comunión
de la Santa Trinidad, mas presabor y revelación preventiva del
reinado de la Realeza increada de Dios. La Iglesia Ortodoxa se
configura y se hace esto lo que es realmente, es decir, “Cuerpo de
Cristo”, “laós o pueblo de Dios” y «κοινωνία kinonía
comunión» del Espíritu Santo cada vez que hay asamblea eucarística
en cada comunidad local cristiana ortodoxa. 4.
Si uno aparta esta vivencia esjatológica y la esperanza del mensaje
del Evangelio y de la Iglesia, entonces se seculariza y el Evangelio
se hace una enseñanza moral, similar a la enseñanza de los otros
sistemas religiosos y filosóficos.
A. La Realeza increada
de Dios es realeza de Sangre, divina Sangre propia de Cristo Dios que
se derramó en Gólgota y se ofrece en cada Divina Liturgia.
Nuestro Dios es agapi
(amor, energía increada) y paz. Y Su Realeza increada es paz y
agapi (amor, energía increada). El
predominio de la agapi y la paz entre nosotros y entre el
hombre y el Dios, fue logrado gracias al Sacrificio Cruciforme de
nuestro Cristo. El que comulga del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
se apropia personalmente de las donaciones que emanan del
Sacrificio Cruciforme de Cristo y reina junto con Él en la
eternidad. La sangre de Cristo nos introduce en el reinado de Su
Realeza increada que es la “realeza del Cordero Degollado” (Apo
13,8).
La Realeza de Dios es
Realeza de Sangre porque es paz divina; y esta paz divina se ha
logrado con el sacrificio Cruciforme de Cristo. Cristo Dios es
“nuestra paz y expiación”.
El Dios Líder de la Paz,
ha creado al hombre pacífico y amigo de la paz. “La naturaleza
humana, según san Máximo el Confesor, fue creada pacífica, sin
conflictos ni guerras, atada fuertemente con la agapi (amor
energía increada) de Dios”. Pero el pecado y el egoísmo trajeron
en los hombres la separación y la enemistad con el Dios y también
los odios, las divisiones, los conflictos, la envidia, el
resentimiento el exterminio mutuo y el deseo de venganza entre los
seres humanos. El diablo asesino de los hombres explotando los pazos
de los hombres los separó de Dios y los dividió. El Cristo Dios
subió en la Cruz para reconciliar α los
hombres con el Dios, con el sí mismos y entre ellos. La paz que
anunciaron los Ángeles la noche de la Natividad
del Señor con el “doxa-gloria en los cielos y paz en
la tierra” emanó y fluyó de la Cruz de Cristo.
El Apóstol Pablo en su
epístola a los Colosenses escribe que el Dios condescendió por el
Cristo para que en sí mismo reconcilie todo: “y por
medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están
en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz
mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en
otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas
obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de
la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles
delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe,
y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el
cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo”
(1,20-23).
Tan grande e insoldable
fue la enemistad de los hombres hacia el Dios y hacia ellos mismos,
de manera que hizo falta derramar el mismo Dios Su propia Sangre para
pacificarnos. Por tanto, el regalo del Cristo Crucificado es la paz,
la reconciliación, la alegría y la agapi que son
características de Su Realeza increada.
Este regalo no se nos
concede de una manera mágica, sino que requiere nuestra lucha para
recibir este regalo y valorarlo. Hace falta sinergia (cooperación de
la energía increada de la voluntad divina con la energía de la
voluntad humana). Sin el Cristo Crucificado tampoco podemos solos
conquistar Su Realeza increada, ni el Cristo nos la da sin nuestra
lucha, porque si fuera así anularía nuestra libertad.
Aunque a la Santa
Iglesia Ortodoxa terrenal y militante en la que se celebra la divina
Efjaristía que es la imagen de Su Realeza increada, a veces
se introduce la tentación y aprovechando nuestros pazos,
expulsa nuestra paz y agapi, sin embargo en la Iglesia
Ortodoxa en núcleo muy interior está siempre “el palacio de asilo
o refugio de la paz”, dice san Máximo el Confesor; y el Señor
sacrificado en el Santo Altar es la fuente de la paz. Dice san Juan
el Crisóstomo: “Encima del Santo Altar se encuentra degollado el
Cristo. Fue degollado para traer paz entre el cielo y la tierra, para
hacerte amigo con los ángeles y reconciliarte con el Dios del todo y
de todos. Para hacerte amigo de Dios a ti que eres su enemigo y
contrario… para que tengas paz con tu hermano se hizo este
sacrificio” (P.G. 49, 382-2).
La Iglesia se encuentra
siempre en lucha permanente, en un camino continuo hacia el reinado
de la Realeza increada de Dios, “la imperturbable, inquebrantable y
permanente” del futuro siglo, teniendo en cabeza nuestra Panayía,
los Apóstoles, los Mártires y los Santos, más los piadosos y
pacíficos Cristianos ortodoxos de todos los siglos.
Este camino no se
promociona ni se pregona, sino que irradia místicamente la paz de
Cristo al mundo y testifica que la Realeza increada de Dios ya ha
venido y siempre viene. Tal y como el Señor dijo que su realeza
increada “no viene por observación” (Lc 17,20), es decir, con
ruido exterior.
La sangre de nuestro
Señor Jesús Cristo nos purga y nos sana de todo pecado y crea las
condiciones para la entrada en Su Realeza increada. La Divina
Comunión en el estado provisional que ahora nos encontramos es
presabor o sabor anticipado de la futura y más perfecta Divina
Comunión del reinado de Su Realeza celeste e increada. “¡Oh
Pascua mega y Santísimo Cristo, oh sabiduría, potencia y Logos de
Dios, danos la máxima pureza y claridad para participar en Tu día
sin crepúsculo en el reinado de la Realeza increada!”, este
tropario canta el Sacerdote inmediatamente cuando haya tomado la
Comunión.Esta Comunión de máxima pureza
y claridad con el Cristo, será también la
fuente infinita de la inefable alegría y gozo en la futura Realeza
celeste e increada de Dios.
La Realeza increada de
Dios es Realeza de Sangre, porque es un pase a la Pascua eterna
mediante la sangre del Cordero inmaculado y sin mancha, de Cristo.
La Realeza increada
de Dios es realeza de sangre, porque la imagen de la Realeza increada
de Dios es la Divina Comunión o Efjaristía.
La Divina Efjaristía
Εὐχαριστία es imagen de la
Realeza increada de Dios. Cada Domingo en la Divina Liturgia
participamos en “la Bendita Realeza” increada del Dios Trinitario
y disfrutamos anticipadamente la vida y la alegría de la gloriosa
Eternidad, el verdadero Octavo Día.
5 Octavo Día: el período
intemporal que comenzará con la Segunda Presencia del Señor, es
decir, la Eternidad. Esta será también la finalización de la obra
creadora de Dios (7 días creativos +1=8), es decir, el Domingo que
se considera el 8º día. De esta manera pasamos al octavo día de la
eternidad, la que se hará realidad con la Resurrección común.
En la Divina Liturgia
vivimos y saboreamos anticipadamente el estado que estará viviendo
el mundo cuando domine la Realeza increada de Dios que todos los
fieles esperamos y para su venida oramos cada vez en el Padre
nuestro: “venga en nosotros tu Realeza ελθέτω η Βασιλεία
σου (elzéto i Vasilía su)”. Las características de la
Realeza increada contienen todas las cosas que observamos en la
Divina Liturgia Ortodoxa;
Es decir, a) la
sinaxis-reunión del mundo esparcido sobre lo mismo. Para los Santos
Padres de la Iglesia, como san Máximo el Confesor, san Anastasio el
Sinaita, san Theodoro el Studita etc., la Divina Efjaristía
tenía sólo un nombre: Σύναξις sinaxis reunión de
fieles. Y esto porque en la Realeza increada de Dios nuestro mundo
dividido y muy fragmentado, la muerte y la decadencia que no es otra
cosa que la división y la fragmentación de nuestra existencia,
cederán su posición a la unidad y a la agapi que son
sinónimas con la verdadera vida eterna. Este es también el logos o
razón teológica por el que nuestra Iglesia ha prohibido la
celebración de más de una Divina Liturgia en un día en la misma
parroquia de la congragación local. Como imagen de la Realeza
increada de Dios, la Divina Efjaristía reúne todo el pueblo
dentro en un lugar y para lo mismo.
b) La sinaxis-reunión
del mundo esparcido sobre lo mismo, en la Realeza increada de Dios
tendrá un centro concreto y una cabeza concreta, el Rey Jesús
Cristo, el cual sentado sobre el trono, como tipo y lugar de Dios,
reunirá los esparcidos en uno y alimentará al mundo con la vida
eterna que emana de Su Cuerpo.
Este Rey Cristo tal y
como vendrá con Su Realeza increada le iconiza o representa en la
Iglesia el Obispo que dirige la Efjaristía. 6El
Obispo tiene como obra principal y esencial liderar la Divina
Efjaristía. Todas las demás obras suyas son segundarias, porque en
todas se confiere sentido por la relación de ellas con la Divina
Efjaristía. No es casual que en la antigua Iglesia todos los
Misterios de la Iglesia se celebraban dentro en la Divina Efjaristía.
Tal y como demostró el memorable Trémpelas en un estudio que el
Bautismo, la Crismación, el Matrimonio, etc., se celebraban en la
Divina Liturgia. Por esta razón el Obispo adquirió el poder de dar
el permiso no sólo de la celebración de la Divina Efjaristía, sino
también de todos los Misterios. Este poder lo adquirió por el hecho
de que dirigía la Divina Efjaristía y por consecuencia también
todo lo que se celebraba dentro de la Efjaristía recibía su
bendición. Por consiguiente, el Obispo cuando gobierna no ejerce
gobiernos o poder tal y como lo decimos, sino que extiende en todos
los ámbitos de la vida de la Iglesia la jaris (gracia) y la
bendición de la Divina Efjaristía la que dirige. Sin la Divina
Efjaristía no existe santificación, divinización y bendición en
la vida de los fieles. San Iglacio el Teoforo, ve al Obispo dentro en
la Divina Efjaristía como sentado en lugar o tipo de Dios rodeado de
los presbíteros, los cuales funcionan como tipo o modelo de
Apóstoles. Esta imagen dominó en toda la trayectoria de la Iglesia
Ortodoxa mediante los siglos y se expresa con la estructura de los
templos sagrados y la estructura de la Divina Liturgia.
Por eso el Obispo se
asienta también al trono, pero no al que hoy llamamos Trono
Despótico (Soberano), sino al que está detrás del santo altar y se
llama Co-Trono. El trono del Obispo es imagen del establecimiento de
Cristo en Su Realeza increada, con los doce Apóstoles que le rodean
sentados y estos según la frase del Señor “sentados sobre doce
tronos juzgarán las doce tribus de Israel”. Y esto según san
Ignacio se representa en la Iglesia por los presbíteros.
Por lo tanto, no es de
menos importancia que el Obispo y sus liturgos (servidores,
co-celebrantes) en la Divina Efjaristía lleven vestimentas
brillantes. Malamente se escandalizan algunos hoy en día por el
esplendor de las vestiduras de la Iglesia y hablan de supuestamente
simplificarlas. Todo dentro en la Iglesia está bañado de la luz y
el esplendor, porque de esta manera nuestra Iglesia quiso indicarnos
que en la Divina Liturgia vivimos la Realeza increada de Dios.
Me acuerdo que en mi
juventud era indispensable que los niños fuéramos en la Iglesia sin
poner ropa nueva festiva. En la Santa Montaña Athos, la expresión
más auténtica del Monaquismo Ortodoxo, allí donde la privación,
la ascesis y la simplicidad de la vida se viven al extremo, no es
casualidad que se encuentran las vestimentas más lujosas para los
liturgos (servidores). La humildad y la sencillez de la vida diaria
de los monjes no pueden continuar y extenderse en la Divina
Efjaristía. Porque en la Divina Efjaristía vivimos la
transcendencia de la Cruz y la glorificación en la Realeza increada
de Dios. Por eso también la Iglesia ha prohibido la celebración de
la Divina Efjaristía en días de ayuno, con dos excepciones
que confirman la regla. Efjaristía y ayuno son incompatibles,
precisamente porque la Efjaristía es alegría y fiesta,
“partición del Pan en deleite”, como se ve en la vida de los
primeros Cristianos. Todas las cosas en la Divina Efjaristía
y al Templo son resplandecientes. Las imágenes-iconas tienen
el fondo dorado, los candelabros están encendidos y naturalmente el
dirigente Obispo de la Divina Efjaristía, como imagen de
Cristo Rey, es más que normal que tenga vestimenta brillante y
luminosa.
También: el templo es
como imagen de la Realeza increada. El obispo es como imagen de
Cristo. El sentido de la imagen-icona.
Hoy hemos perdido el
lenguaje de la imagen-icona en nuestra vida eclesiástica. Así
que cuando decimos que el Obispo en la Divina Efjaristía
Εὐχαριστία
es como imagen de Cristo no podemos entenderlo esto. Pero la Divina
Liturgia es totalmente impensable sin el sentido de
iconización-representación. ¿Qué es la imagen-icona y cómo
se aplica en la Divina Efjaristía? Ante todo la iconización
está difundida en el templo Ortodoxo ya desde la época de la
iconoclasia. Así en la iconografía Bizantina la cúpula es el lugar
donde se representa la Iglesia Celeste, mientras que inmediatamente
en la zona de abajo la decoración está dedicada a la iconización
de la Iglesia terrenal. Un baile de Santos por orden del calendario
de su memoria está asignado en todo el templo. Los patriarcas, los
maestros de la Iglesia y los sacerdotes tienen su posición en el
ábside principal, al altar y en los espacios colaterales, o
inmediatamente debajo de la cúpula en las bóvedas. Los Santos
Mártires en un bloque cubren los arcos de la cúpula, las paredes,
las columnas y el resto de las partes abovedadas, mientras que los
ascetas, los monjes simples y los Santos locales ocupan la parte
oriente del templo a lado de la entrada. Todo esto significa una
cosa: en la Divina Liturgia los fieles deben sentirse que se
encuentran en comunión con los Santos, en la que reina el Cristo,
tal y como sucederá en el reinado de la Realeza increada de Dios.
Pero la iconización no
se delimita al templo y a las imágenes-iconas que lo adornan.
Se extiende también en lo que se celebra en el templo y en los
celebrantes o liturgos. Así siguiendo fielmente a San Máximo el
Confesor quien hace eco a san Ignacio de Antioquía, san Germanós,
Patriarca de Constntinopla 8º siglo, en su “interpretación de la
Divina Liturgia” escribe que el co-trono del Obispo es “el lugar
y el trono donde el Rey de todo Cristo se asenta con Su Apóstoles”.
Indica también la Segunda Presencia de Él donde vendrá en doxa
(gloria, luz increada) -apuntad aquí el elemento de esplendor y
brillantez- dando a cada uno según su obra y juzgará todo el
mundo”.
Todo pues, dentro en la
Divina Efjaristía representa algo. El laós-pueblo representa
al mundo, el Obispo a Cristo Rey, los sacerdotes a los Apóstoles,
los diáconos a los Ángeles que son los espíritus litúrgicos “los
que se mandan en diaconía-servicio”, según la expresión de la
Escritura. La representación de la Divina Liturgia con el Obispo
como Cristo Rey, los diáconos como Ángeles etc., es muy ilustrada
en la iconografía de los templos bizantinos. El que niega la
iconografía en la Iglesia, niega toda la historia de la Salvación,
comenta san Teódoro el Studita.
7 Entre
los ortodoxos de nuestros tiempos dominó una confusión y
contrariedad en un grado extremadamente peligroso. Así por un lado
nuestros fieles aceptan la iconización sobre los santos iconos, las
que reverencian con devoción, por otro lado, resisten en aproximarse
con el mismo realismo devocional a los liturgos y al Obispo. Es
cierto que hay muchos que ven en la persona del Obispo al mismo
Cristo, pero el número se va reduciendo continuamente y se pierde la
percepción iconográfica de las cosas que se celebran en la Divina
Efjaristía. ¿Cuántos ven al dirigente Obispo de la Divina
Efjaristía como imagen-icona de Cristo? La razón por la que empieza
a desaparecer este concepto es doble. Por un lado es porque ignoramos
lo qué significa “icona-imagen”, “iconización” e “iconizar
o representar” en el lenguaje eclesiástico ortodoxo. Por otro lado
se ve que no entendemos cuál es la necesidad de iconización o
representación en el culto.
Vamos a analizar en
brevedad estos dos elementos. Icona-imagen o representación, podría
uno decir epigramáticamente, es la presencia personal o hipostática
(substancial) sin la presencia de la esencia o natura. Así san
Theodoro el Studita, gran defensor de los sagrados iconos es claro:
“según la frase conocida de san Basilio, en el icono está el
prototipo personal por eso también la reverencia o adoración se
dirige hacia el prototipo”. Esto significa que sin la teología de
la persona no podemos entender el sentido de la imagen-icona. El
hombre contemporáneo tiende hacia el individualismo y se dificulta a
entender la icona-imagen. Así ve al otro como individuo, se arrastra
de sus cualidades físicas y no puede llegar más allá de estas, en
algo que induce personalmente la icona-imagen. Para limitarnos sobre
el tema de nuestra homilía, al decir que el Obispo es icona-imagen
de Cristo molesta al hombre actual, el cual acostumbra ver todo y al
Obispo concreto como individuo, del cual el cuerpo, la forma y las
características de su personalidad, positivas o negativas, atrapan
el pensamiento del hombre y no le permiten traspasar más allá del
individuo que está viendo.
¿Pero por qué es
imprescindible el sentido de la imagen-icona de la Divina Efjaristía?
San Niciforo el Confesor y san Teodoro el Studita dan en la
imagen-icona prioridad frente al logos, que puede conducir a malos
entendidos por dos razones principales. Una es que el logos puede
conducir en malos entendidos, en cambio la icona es mucho más
difícil. Y la otra razón, más esencial según ellos, es porque la
icona-imagen se aproxima más hacia la visión
esjatológica. Por eso también la contemplación de la
icona-imagen de Cristo constituye presabor o presentimiento de la
contemplación esjatológica. “El que no adora la icona-imagen del
Salvador Cristo, tampoco verá Su forma en la Segunda Presencia”.
Si no tenemos el concepto o sentido de la icona-imagen entonces no
podremos entender cómo la Realeza increada de Dios puede acercarse y
tocarnos a través de la historia, y así permanecemos atrapados en
la historia, en esto que vemos con nuestros sentidos. El Obispo es
para nosotros el señor tal, con las cualidades de su existencia
individual, buenas o malas, sin poder traspasar a través de él
hacia la Realeza increada. Así nuestra comunicación con el Dios
desvía al hombre y se realiza mediante la fantasía. El fiel que va
a la Divina Efjaristía y cierra sus ojos o lee el libro de la Divina
Liturgia se comunica –más bien cree que se comunica o conecta-
espiritualmente con el Dios y a los demás hombres que están a lado
suyo los considera como impedimento y molestia. Este hombre podría
muy bien quedarse en su casa y orar espiritualmente – sobre todo
ahora que está en su disposición la transmisión de la Divina
Liturgia por radio o televisión- sin ser molestado del que está a
lado o escandalizarse por el liturgo.
La icona-imagen ofrece
paradójicamente una dignificación de la historia y de nuestro
prójimo, como también una superación y referencia de ellos a la
Realeza increada de Dios.
La consideración del
Obispo como imagen de Cristo tiene consecuencias importantes en la
manera que se celebra la Divina Liturgia. Además de la vestimenta
que ya hemos hablado, dentro en el tipikón de la celebración de la
Divina Liturgia por el Obispo, existen elementos importantes que
representan la venida y el establecimiento de la Realeza increada de
Dios a través de la Divina Efjaristía. Me limitaré a decir
sólo algunos de ellos.
a) La entrada del Obispo.
En las antiguas liturgias esta entrada no se identifica con la
llamada Pequeña Entrada. Antes de esta el Obispo no se encontraba al
templo. Se vestía con las vestimentas en la sacristía y entraba al
templo donde le esperaba el pueblo para recibirle como si fuera el
mismo Cristo. Desde aquí el canto “venid, adorad y prosternad a
Cristo Dios” evidentemente acompañado de una reverencia del pueblo
al Sumo Sacerdote Cristo. Así lo veían san Máximo, san Germanós,
etc.
b) El ingreso del Obispo
al Co-trono como hemos visto, los Padres que han interpretado la
Divina Liturgia insistieron mucho de que es la imagen básica del
carácter esjatológico de Cristo. Y esto tiende a debilitarse.
Apuntar que sólo el obispo local se siente en el co-trono, porque
sólo él es la cabeza de la Iglesia local concreta.
c) El kerigma del logos
inmediatamente después de las lecturas, como explica san Máximo el
Confesor “después de estas lecturas todo ya se celebra en los
ésjatos”, a la Realeza increada de Dios, donde el kerigma ya es
impensable. Y esto desgraciadamente muy a menudo se elude y así de
deroga el sentido de la Efajaristía como reinado de la
Realeza increada.
d) La Gran Entrada
demuestra que el Obispo es la imagen de Cristo, porque sólo él no
toma parte de la procesión sagrada de los Regalos Divinos y aguarda
hacia la Santa Entrada para recogerlos. Es muy importante este
detalle, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Antigua Iglesia,
el Obispo no se acerca en la Prótesis y no participaba en la
Proscomidí, como ocurre hoy en día. Como imagen de Cristo recoge
los regalos para atribuirlos al trono de Dios y santificarlos. Se
trata de una praxis cristológica por excelencia.
e) La oración de la
Anáfora que comienza con “agradecemos al Señor” y termina con
los dípticos, se dice toda por el Obispo dirigente porque es un
todo, uniforme e indisoluble. Los dípticos además constituían el
elemento esencial de la Divina Liturgia y son dobles: de los difuntos
y de los vivos, y por un lado para los difuntos que tienen como
cabeza la Panayía (Santísima), “excelentemente” y por otro
lado, los vivos con el Obispo dirigente, “primeramente”.
• La Realeza
increada de Dios es Realeza de Sangre, porque es un pase a la Pascua
eterna mediante la sangre del Cordero inmaculado y sin mancha, de
Cristo.
San Gregorio el Teólogo
divide la Pascua en tres: a) la Pascua jurídica, b) la Pascua de la
jaris (gracia increada) y c) la Pascua del futuro siglo.
a) La Pascua jurídica,
en la que se festejaba el pase milagroso de los hebreos por el mar
rojo, era un recuerdo de ellos de la amarga esclavitud en Egipto y la
liberación con la ayuda de Dios. En realidad esta Pascua era una
protiposis-pretipificación de nuestra Pascua.
b) La Pascua de la divina
Jaris (gracia, energía increada) es la Resurrección de
Cristo, por la que se hace el pase de la muerte a la vida y de la
tierra hacia cielo”. San Gregorio el Teólogo nos dice: “Oh
Pascua mega, santo y purificante de todo el mundo”. San Gregorio
el Sinaita dirá: “el que no ve y no escucha y no siente
espiritualmente, éste está muerto”. Por lo tanto, la Pascua es la
llegada de Cristo dentro en el corazón. San Máximo nos dirá muy
característicamente: “La Pascua es la venida del Logos al nus
humano”. Realmente el hombre cuando con la Divina Comunión recibe
a Cristo, vive espiritualmente y el Cristo se hace su vida, la psique
de su psique. “La resurrección se hace psique de la psique, es
decir, segunda psique” (San Nilos).
c) La Pascua del siglo
futuro es “el más perfecto y puro”. El Cristo cuando celebraba
la Pascua, un poco antes de Su Pasión, y sobre todo cuando celebró
la Cena Mística, dijo: “Y os digo que desde ahora no beberé más
de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con
vosotros en el reinado de la realeza increada de mi Padre” (Mt
26,29). Aquí se habla claramente sobre la Pascua de la Realeza
increada de los Cielos. Aún la Pascua de la vida presente es típico
o modelo de la Pascua del siglo futuro. Entonces los Santos tendrán
mayor comunión con el Cristo, puesto que el Logos apocaliptará y
enseñará “las cosas que ahora ha enseñado y entregado
medianamente” (San Gregorio el Teólogo).
Los Cristianos luchan para pasar de la Pascua
típica a la Pascua de la jaris (gracia increada), y de allí
a la Pascua eterna. Durante la Pascua de los Hebreos se sacrificaba
el cordero inmaculado, joven y perfecto. Era protiposis-pretificación
del cordero Cristiano que es el mismo Cristo, inmaculado, joven y
perfecto. Este se sacrificó y se ofrece a los Cristianos para que se
unan con Él eternamente: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo, bebed
esta es mi sangre” (Mt 26,26). “54 El que come mi sarx y bebe mi
sangre, mediante el misterio de la divina Efjaristía, tiene
vida eterna y yo lo resucitaré al ésjato-último gran día del
juicio.
56 El que come mi sarx y bebe mi sangre en mí
permanece y yo en él.
56. Cada uno que come
mi sarx y bebe mi sangre, se une conmigo en un cuerpo espiritual, de
modo que éste permanece dentro de mí y yo en su interior y se
convierte en templo mío” (Jn 26,26). «Torrentes
de absolución, de perdón, de incorrupción y de vida eterna emanan
y continúan inundando a los que comulgan el Deificante Cuerpo y
Sangre y entran clamando en la Realeza increada de la Vida. La Divina
Comunión es el medicamento de la inmortalidad, el antídoto del no
morir sino del vivir para siempre en Cristo»,
(San Ignacio, epístola a los Efesios cap. 20) La Divina Efjaristía
es cuerpo de Dios, es la levadura y el pan de la inmortalidad”.
“El pan de la liturgia
transforma a los creyentes y los integra. Se hacen pan y como el pan
es el Cristo se convierten en cristos” (San Nicolás Cabásilas
Filocalía 22,13) y se introducen en la Cena de Su Realeza increada,
la Pascua Eterna. Por eso san Juan el
Crisóstomo nos enseña: “La Divina Comunión es fármaco salvífico
de nuestros traumas, riqueza auténtica y productora de la realeza
increada de los cielos. La privación de la Cena Mística es hambre y
muerte”.
• La Realeza
increada de Dios o el día ésjato (postrero) es el mismo Señor.
El día ésjato (último),
que se llama también “día del Señor” es el mismo Señor. Es el
día de Su plena y definitiva apocálipsis-revelación. Cada Divina
Comunión es una manifestación o aparición a los deificados. Por
eso después salmodian jubilosamente: “Hemos visto la luz
(increada) verdadera”. Pero entonces tendrán plena y definitiva
aparición y Su Autoapocálipsis. Entonces cederán todas las cosas
visibles como también el tiempo, y estará nuestro Señor sólo con
nosotros y con Dios. Así el invisible e inefable Dios que se encarnó
y apareció al mundo como hombre humilde, será el día sin
crepúsculo e interminable día de la alegría de los santos y para
los pecadores pena y dolor. Y mientras que la presencia encarnada de
Dios al mundo es redención, sanación y salvación, Su segunda
Presencia gloriosa será de juicio del mundo, porque juzgará a los
que permanecerán con los pazos y la increencia.
• La Realeza
increada de Dios es Realeza de Sangre porque el mismo Cristo es el
árbol de la vida, es decir, la Divina Comunión, si la comemos, nos
sanamos y nos salvamos.
El fracaso del hombre a
seguir el camino hacia la zéosis o deificación, la que había
marcado el Dios, no fue totalmente catastrófico, es decir, no
contribuyó a la irrevocable y eterna desaparición del hombre. Lo
que el hombre no ha conseguido con una prueba relevante al Paraíso
de Edén, esto lo ha conseguido el Cristo con Su humanización. Pero
ahora el hombre pasó a través de una prueba muy dolorosa y de gran
sufrimiento. Probó lo qué quiere decir muerte y alejamiento de
Dios. El mismo Cristo con Su encarnación abrió la puerta del
Paraíso. No simplemente deja al hombre entrar al Paraíso, sino que
el mismo árbol es el Cristo que camina y se mueve hacia el hombre.
Ahora el vientre de la Zeotocos que desde el primer momento el Dios
tomó naturaleza humana y la deificó, es el Paraíso. Y la Iglesia
que es el bendito cuerpo de Cristo, es el Paraíso sensible e
inteligible. Los que viven dentro en la Iglesia y son miembros reales
y vivos del Cuerpo de Cristo, pueden saborear del árbol de la vida,
superar la muerte y adquirir otra dimensión existencial. Porque
realmente fuera de Cristo domina la sombra y el lugar o país de la
muerte.
9Con
la unión de la naturaleza divina y la humana en la Persona del Logos
se hace más estable el camino hacia la zeosis o deificación. Por
eso ahora la salvación no es cuestión de obediencia en un
mandamiento de Dios, sino κοινωνία comunión, conexión y
unión del hombre con el Θεάνθρωπο Zeánzropo Dios-hombre
Cristo. Por eso en la Iglesia no debemos pedir simplemente
emocionalmente ni aspirar simplemente en la satisfacción de las
emociones individuales y filántropas, sino vivir unidos
ontológicamente con el Cristo. Nuestro camino debe ser camino de
victoria de la muerte. Y naturalmente esto se consigue sólo con el
sabor del árbol de la vida que es el Θεάνθρωπο Zeánzropo
Dios-hombre Cristo.
Por eso la
humanización de Cristo es más amplia que una redención judicial,
una expresión exterior y un amor emocional, es reparación del
camino decaído, disfrute de la vida de antes de la caída, incluso
más, es continuación de manera segura hacia la zéosis o
deificación. Es esto que dice el Cristo “yo he venido para que
tengan vida en abundancia, de sobras” (Jn 10,10) Este “de sobras
o en abundancia” es la zéosis, glorificación del hombre.
Sobre el árbol de la
vida se habla en el libro del Apocalipsis de san Juan: “Al que
venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en
medio del paraíso de mi Dios” (Apoc 2,7).
San Andrés el obispo de
Cesaria interpretando este punto, dice que el árbol de la vida
“perifrásticamente… manifiesta la vida eterna”, es decir, el
mismo Cristo. “Él es el verdadero Dios y la vida eterna”. El que
uno coma del árbol de la vida no es otra cosa que “participar de
los bienes del siglo futuro”. El Dios dará la bendición para
comer del árbol de la vida en aquel que vencerá “en la guerra
contra los demonios”. Y esta victoria es contra los pazos
por los que el diablo ataca contra los hombres.
10 De
esta interpretación se ven algunas verdades. La primera es que el
árbol de la vida se identifica con la vida eterna y con el Cristo.
Él es la verdadera vida, Él es el árbol de la vida que suministra
cada ser humano.
La segunda verdad es
que se trata de un regalo grande que se da al hombre que vive en la
Iglesia Ortodoxa, la que es el nuevo Paraíso de la divina Jaris
(energía increada), pero entonces se dará como en boda en aquellos
que vencerán. El reinado de la Realeza increada de Dios y la vida
eterna ha comenzado desde ahora. No se trata de una realidad que
vendrá al siglo futuro. Los justos la saborean y sienten desde
ahora. Esto lo indican las aureolas en las cabezas de los santos,
puesto que los santos han visto la luz increada que es la vida eterna
y la Realeza increada de los cielos. Ahora viven como con compromiso
o en arras, entonces como en boda.
La tercera verdad es
que la Realeza increada de los cielos, la participación del árbol
de la vida se da al que ha vencido al diablo. Naturalmente esta
victoria no es victoria del hombre, sino de Cristo a través del
hombre. Con la humanización de Cristo fue vencido el diablo, la
muerte y el pecado, y así se ha dado la facultad en cada hombre que
se unirá con el vencedor Cristo a vencer también.
El fin de la vida
espiritual del hombre es la comida del árbol de la vida. Esto se
consigue con la Divina Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo y
esto se conseguirá más perfecto aún en la Realeza increada de los
Cielos, después de la Segunda Parusía (Presencia) de Cristo.
11Comer
del árbol de la gnosis (conocimiento): San Nicodemos el Aghiorita
referiéndo a la comida del árbol de la gnosis por Adán, hace unas
bellísimas observaciones que indican hoy también se puede cometer
el mismo error que hizo Adán y que los contemporáneos Cristianos es
posible que saboreen del árbol de la gnosis.
Cuando el nus del
hombre es atraído por el hedonismo de los sentidos y el olvido de
Dios, esto es una caída adámica. Se trata esencialmente del mismo
pecado y el mismo estado de caída de Adán. Esencialmente la caída
de Adán consiste en que se oscureció el nus-espíritu de Adán, fue
cautivado del placer o hedonismo, puesto que no aplicó el
mandamiento de Dios. Este cautiverio del nus es un gravísimo error.
En este hecho consiste todo pecado que comete el hombre.
Nadie puede sostener
que es imposible que sea vencido de la fuerza del diablo. Porque Adán
era incompleto, a pesar de que fue creado por Dios y estaba adornado
con tantos carismas, mucho menos puede jactarse el hombre de que es
completo, perfecto, puesto que se reviste de la corruptibilidad y la
mortalidad. Y si Adán, sin tener la gnosis del pecado, vio
pasionalmente y ha comido de aquel fruto “hedónico”, entonces
¿cómo yo el pasional, (lleno de pazos) puedo decir que trato sin
pasión las cosas hedónicas del mundo, y por esto no caigo?”.
Por lo tanto, cada día
se pone ante nosotros tanto el árbol de la vida como el árbol de la
gnosis. El primero se pone con la existencia de la Iglesia, que es el
nuevo Paraíso, con el ofrecimiento de la divina Comunión y la
capacidad de llegar a la zéosis o deificación por la Jaris (gracia,
energía increada). Pero antes del árbol de la vida se pone ante
nosotros el árbol del conocimiento del bien y del mal. La libertad
del hombre es probada diariamente en aplicar la ley de Cristo o negar
Su mandamiento, en cautivarse nuestro nus por la Divina Jaris o
permanecer cautivo a la naturaleza hedónica de las cosas sensibles y
fantasiosas.
• La Realeza
increada de Dios es Realeza de Sangre porque es la Realeza de la vida
eterna, es decir, la eterna comunión con el Dios y la infinita
perfección. Es Realeza increada durante la cual el hombre se hace
incorruptible, inmortal y por la jaris increado.
Esto se consigue con la Divina Comunión del Santísimo Cuerpo y la
Santa Sangre del Salvador.
El hombre aunque haga una
clonación, permanece creado, es decir, tendrá un principio
concreto, vivirá la corruptibilidad y tendrá la libertad, la que no
obligatoriamente estará operando positivamente como se hace con la
naturaleza increada, sino también negativamente y tendrá un final
biológico. Por supuesto que, como creado, podría tener también un
final existencial, pero esto no se hace porque el Dios así lo quiso,
ya que el hombre es inmortal por la jaris (gracia, energía
increada). Pero dentro en la Iglesia hablamos de otra clonación, la
que la ciencia no puede dar al hombre.
Con la humanización de
Cristo se unió lo increado con lo creado. Así en cada hombre se dio
la facultad de adquirir experiencia de la unión por la Jaris
(energía increada), de la naturaleza creada con la energía
increada de Dios en Jesús Cristo. Los Santos adquirieron la
experiencia y se hicieron por la Jaris increados e inmortales,
puesto que se trasplantó en el interior de ellos la energía
increada y la inmortalidad, y adquirieron experiencia de la vida
eterna, incluso desde esta vida biológica. Por lo tanto, el problema
no es el trasplante físico o genético, sino “trasplante” de
Dios dentro en nuestra hipostasis (base substancial). Y esto se hace
con la Divina Comunión del Santísimo Cuerpo y Sangre. Por supuesto
a condición de tener el Misterio ortodoxo del Bautismo y la
Crismación. Una experiencia de este tipo da sentido de vida al
hombre.
• La Realeza
increada de Dios es Realeza de Sangre porque es participación al
Simposio de la Divina Efjaristía
Εὐχαριστία,
a la Cena de la Vida. Y la Vida es el Cristo. Imagen (icona) de Su
Realeza increada es la Divina Efjaristía.
El Domingo y cada día
durante la cual estamos liturgizados en la Divina Liturgia es el día
de nuestra restructuración. Toda la semana vivimos en un delirio de
privación y trabajo que se ha evolucionado en esclavitud. El hombre
actual no tiene muchas posibilidades de vivir la esencia de su vida.
Se gusta decir que lucha por el pan de cada día; y “comer y beber”
se ha convertido en eslogan de nuestra sociedad de consumo. Pero esto
por muy desviado que parezca, esto esencialmente expresa lo que
sentimos hoy lo que somos. Los hombres debemos comer y beber para
vivir. Con la diferencia que esta comida que por regla general nos
referimos es “comida perecedera”, mientras que existe también el
otro pan y vino que se ofrece para “vida eterna”.
Dice el padre A. Sleman:
“El hombre para vivir debe comer, debe poner en su cuerpo al mundo
y transformarlo en ser humano, en cuerpo con carne y sangre.
Realmente el hombre es esto que come y todo el mundo se presenta para
el hombre como una mesa de comer de un simposio general. Y esta
imagen de simposio en la Biblia permanece la imagen central de la
vida. Es la imagen en la vida inicial, en el final y en la plenitud
de ella: “para que comáis y bebáis sobre mi mesa en mi Realeza
increada” (“Para vivir el mundo” pág. 13-14).
Esta comida
sobre-esencial y mística la ofrece la Iglesia dentro en la
Efjaristía
Εὐχαριστία,
en la mesa del Señor “nueva” como en la Realeza increada de Dios
y “por todo el mundo y su salvación”. Esto que come el hombre
para vivir se lo ofrece el Dios, porque todo es regalo de Dios al
hombre. Y el hombre tiene hambre, come bien y puede bendecir a Dios
tomando su comida de ÉL. De toda la creación sólo el hombre tiene
la facultad de estar recibiendo y agradeciendo a Dios con todas las
cosas que dispone: comida, aire, agua, comodidad y naturaleza. Sólo
el hombre puede realizar como praxis la acción de gracias, de
agradecimiento. El Dios bendiciendo al hombre participa al proceso de
la acción de gracias. Toma los regalos de la creación de Dios y se
las ofrece en el culto con agradecimiento, metamorfoseados y
santificados en santidad y en sacrificio. Entonces vive el misterio
de la presencia de Dios que se completa con la apocatástasis del
hombre a la antigua belleza de su esencia, que fue oscurecida por la
caída.
“La única caída real
del hombre es la vida no efjarística dentro en un mundo no
efjarístico” (A. Sleman Idem pag.25). Con el Cristo, la vida
volvió a ser propiedad del hombre, se donó de nuevo como misterio,
como comunión y como efjaristía. Esta Efjaristía
como misterio es la senda de la Iglesia hacia la Realeza increada y
la metamorfosis de los hombres en Iglesia de Dios. Dentro en la
Iglesia el hombre vive porque come el Cuerpo y bebe la Sangre del
Cordero. Sin esta comida su final está prescrito. La inanición
marchita las fuerzas y de esto el hombre es conducido a la muerte…
El hambre y la sed son
por Dios. Si el hombre no siente como necesidad el hambre y la sed
por Dios, significa que está enfermo espiritualmente, que está
caminando al desierto donde peligra “morir” de
inanición.
Cada Domingo, como
también en cada Divina Liturgia en la Iglesia, se pone la mesa, el
simposio de Dios. Y los que sienten la necesidad de comer se ponen
firmes de pie para participar de la divina alimentación. Los que
sienten la necesidad. Porque existen muchos que sus órganos
sensitivos se han alterado. No sienten ninguna necesidad. No
saborean, están autocondenados en la inanición espiritual con todas
sus consecuencias. La participación en la Divina Liturgia es:
1. Asegurar el alimento espiritual y la solidez
psíquica.
2. Renovación y mejora de las funciones
psíquicas.
3. Vivencia y experiencia de la verdadera
sociabilidad que se salvaguarda en la comunidad eucarística.
4. Mucha confesión de la fe dentro en nuestro
mundo desorientado.
5. Confirmación de la cualidad de miembro de
la Iglesia
• La Realeza
increada de Dios es Realeza de sangre, porque es vida en Cristo y por
Cristo.
Es la permanencia del
hombre en Cristo y el Cristo en el hombre. Esto no se hace de otra
manera sino sólo con la comunión del vivificante Cuerpo y la santa
Sangre de Cristo. “El que come mi carne y bebe mi sangre en mí
permanece y yo en él” (Jn 6,54). Nadie puede convertirse en santo
y ser miembro de la Realeza increada de Dios sin su participación al
Uno y Santo Señor Jesús Cristo, el cual en la Divina Efjaristía
ofrece Su Cuerpo y Su Sangre para muchos. Precisamente porque sólo
en la Divina Efjaristía existe el Cuerpo y la Sangre de
Cristo y toda la jaris (energía increada) y la santificación
de nuestra vida emanan de allí. Participando en la Divina Liturgia y
comulgando, el fiel vive en el reinado de la Realeza increada de Dios
desde aquí y ahora. Con la Divina Comunión el fiel saborea los
frutos de este sublime Misterio.
Escribe san Nectario: Los
frutos de este misterio son tres: a) el recuerdo de la pasión y la
muerte de Cristo; b) Expiación o propiciación, porque este misterio
es nuestra propiciación o expiación hacia Dios por nuestros
pecados, siendo vivos o muertos, dice la santa Escritura: “Hijitos
míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, consolador tenemos para con el Padre, a Jesús Cristo
el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna. En esto consiste la agapi, no en que
nosotros hemos amado a Dios sino que él nos ha amado y ha enviado su
hijo para propiciación de nuestros pecados”. c) Catarsis, porque
la sangre del Señor Jesús Cristo, del Hijo de Dios nos limpia, nos
purifica y nos psicoterapia de todo pecado o enfermedad (1Jn 1,7).
San Gregorio el Teólogo dice sobre el Misterio de la Divina
Efjaristía
Εὐχαριστία:
“El santísimo regalo de Cristo cuando el fiel participa dignamente
de la Divina Comunión, para los que combaten es arma y para los que
se alejan es retorno, refuerza a los enfermos y deleita a los
fuertes, sana las enfermedades y protege la salud. A través de este
misterio nos hacemos más apacibles y más dispuestos a corregirnos,
más tolerantes a los dolores y más ardientes a la agapi, más
inteligentes sobre la gnosis, más obedientes y más sagaces para
operar los carismas”. Con la Divina Efjaristía se consigue
el cambio ontológico del hombre. Se co-realiza nuestra Catarsis,
Iluminación y Zéosis o Deificación. Cuando el Cristo venga en
nuestro interior todo cambia. El fiel se metamorfosea, se transforma
y sufre un cambio ontológico; no cambia sólo unos comportamientos
exteriores. “Conoce” a Dios ontológicamente, es decir, con todo
su ser, con toda su existencia, no adquiere simplemente unos
conocimientos intelectuales sobre el Dios. Y esto porque el encuentro
litúrgico y la unión mistérica con el Dios constituye al hombre en
“ser litúrgico, hombre doxológico y oración encarnada”,
teoforo (portador de Dios o de Su luz increada) y visionario de Dios.
El hombre ya no “hace oración” sino que “se convierte el mismo
oración”. Se asimila a Dios, se convierte dios por la jaris
(increada energía) de Dios, no simplemente un ser humano más bueno.
En la Divina Liturgia el
fiel: 1) se incorpora en Cristo y 2) se une con sus hermanos en
Cristo y así se compone la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
1) El fiel se
incorpora en Cristo y se santifica toda la creación.
En la Divina Liturgia,
con el misterio de la Divina Efjaristía nos convertimos y nos
hacemos “del mismo cuerpo y de la misma sangre que Cristo”. El
hombre recibe en su interior a Cristo y Cristo al hombre. El Cristo
es a la vez casa y residente del hombre. San Juan el Crisóstomo dice
que es necesario que aprendamos lo “qué es el milagro de los
misterios, por qué se ha dado y cuál es la utilidad y el beneficio
de este; nos hacemos miembros y cuerpo de Su carne y Sus huesos…
Para que no nos hagamos cuerpo de Cristo sólo con el amor emocional,
sino también esencialmente, por eso mezclémonos con el cuerpo o
carne de Cristo. Esto se consigue con la comida que nos ha regalado,
queriendo mostrarnos la gran agapi que tiene para nosotros…
Por eso ha mezclado el Sí Mismo con nosotros, y se hizo Su cuerpo un
alimento (una masa) con nosotros, para que estemos como en uno, tal y
como exactamente el cuerpo está unido con la cabeza. Esto es la
muestra de los que aman con vehemencia… No se bastó sólo en
hacerse hombre, ser golpeado y degollado, sino que mezcla el Sí
Mismo con nosotros; y no sólo con la fe, sino que pragmáticamente
nos hace cuerpo Suyo”.
Y de nuevo en otra parte
escucha lo que le dice el Cristo: “No sólo me mezclo contigo, sino
que me entrelazo, me corto en trocitos pequeños, soy comido para que
se haga plena la alteración, la mezcla y la unión. Porque las cosas
unidas mantienen sus propias formas y límites. Pero yo me entrelazo
contigo. No quiero que haya algo entre nosotros; quiero que sea dos
en uno”. Entre el Cristo y el fiel, el Señor no quiere que
intervenga nada. Todo se funde dentro en Su agapi (amor,
energía increada): “Nosotros y el Cristo somos uno”, dice san
Crisóstomo. Sólo los Santos se atreven hablar así, porque no
aprendieron sino que “padecieron las cosas divinas”.
Escuchemos a san Simeón
el Nuevo Teólogo:
“Nos hacemos miembros de Cristo y Cristo
miembro nuestro,
y también el Cristo es mano y pie mío que soy
miserable,
y yo el miserable me hago mano y pie de Cristo,
muevo mi mano y mi mano es toda Cristo,
porque debes entender indivisible o completa la
deidad divina!
Muevo mi pie, he aquí alumbra como Él,
no digas que blasfemo, sino que acéptalas,
y alaba y reverencia a
Cristo que te ha hecho así” (San Simeón el Nuevo Teólogo: SC
156,228).
Los santos se hacen luz,
iluminantes y vivificantes porque se han comulgado e inundado de la
Vida y la Luz (increada). Con la vida y la Divina Jaris (luz y
energía increada) que transmiten sus miembros santifican también
toda la creación.
La Divina Liturgia, el
Misterio de la divina Efjaristía, constituye la verdadera
pedagogía y realización de la persona humana, perfecta preparación
del hombre y participación preventiva a la Realeza increada de Dios,
la verdadera comunión con el Cristo y con nuestros hermanos en
Cristo.
La divina Liturgia es
nuestro Tabor personal donde el muy filántropo Dios urde nuestra
metamorfosis (transformación).
Escribe san Máximo el
Confesor: “El bondadoso Dios nos transmite la vida divina
haciéndose a Sí Mismo comestible como Él conoce… deificando a
los que Le comen, por supuesto que con esto que se llama y es pan de
la vida y potencia”.
En cada Divina Liturgia
el fiel con la Comunión, a) recibe la absolución de los pecados, b)
se santifica o diviniza psíquica y corporalmente, c) se deifica o
glorifica y d) se une con todos los demás cristianos que comulgan en
un cuerpo.
Con la Divina Liturgia y
con la Sangre de Cristo se santifica no sólo el hombre sino toda la
creación se hace Reino de Dios.
La Divina Liturgia es el
mismo sacrificio de Cristo sobre la Cruz. Escribe san Juan el
Damasceno: “la muerte se anuló… se regaló la resurrección…
se abrieron las puertas del paraíso… nos hemos convertido en hijos
de Dios y herederos”. El hombre se ha liberado de la esclavitud del
diablo, y se restableció su primera belleza creada. Todo el hombre y
el mundo se ha divinizado por los siglos; dice san Gregorio el
Teólogo: “Unas gotas de sangre reconstruyen el mundo entero y se
hacen como zumo o leche para todos los hombres y nos conectan y
reúnen en una unidad”.
El Misterio del Cuerpo
Santo y la Sangre Santa de nuestro Cristo convierten toda la creación
en reinado de la Realeza increada de Dios.
Ofreciendo a Dios pan y
vino ofrecemos el mundo entero. Y el mundo se hace Efjaristía,
se diviniza y se hace reinado de la Realeza increada de Dios. Junto
con nosotros toda la creación adora a Dios y se renueva, se hace
reinado de la Realeza increada de Dios. Toda la Creación y el hombre
como la culminación de la Creación, por este propósito fueron
creados, para adorar a Dios y manifestar Su doxa-gloria (luz
increada). Manifestando Su doxa-gloria, Su sabiduría, Su
omnipotencia y Su bondad, ofrecen un Culto Cósmico, una Liturgia
Cósmica universal al Creador y Señor del todo. Esta es la salvación
del hombre y de todo el mundo.
Con el descenso del
Espíritu Santo “sobre nosotros y los regalos expuestos”, se
diviniza y cristifica el hombre, se santifica y se renueva la
creación. El hombre se hace dios por la jaris (gracia,
energía increada) y el cosmos-mundo casa de Dios, reinado de Dios.
Saborean por anticipado la futura renovación y la Realeza increada.
Y el Misterio de la Divina Efjaristía se hace el camino, el
método y la puerta por la que pasa y camina el Cristo y se introduce
al mundo y al hombre. Las cosas ésjatas (últimas, postreras)
entran en el presente. La Divina Efjaristía es una fiesta
pascual, resurrectiva, donde también todo se vuelve nuevo: el mundo
que “suspira y sufre” de nuevo recibe la bendición de Dios y el
hombre se restablece a la “belleza antigua”, aún más, se
deifica. Así vive el comienzo del nuevo siglo. El comienzo aquel del
día sin crepúsculo, durante la cual el Soberano retornará y se
montará el baile de Sus bondadosos siervos a Su alrededor, y
mientras Él estará resplandeciendo también ellos estarán
resplandeciendo. Entonces será el Θεάνθρωπος (zeánzropos)
Dios-hombre, el Dios entre dioses, el Bello de los bellos será el
líder o primero del baile.
2) Con la Divina
Comunión del santo Cuerpo y la santa Sangre de Cristo, el fiel se
une con sus hermanos en Cristo y así se compone la Iglesia, el
Cuerpo de Cristo.
El Señor en Su Oración
Sacerdotal pide de todos los que van a creer en Él que sean uno. Que
vivan la alegría de la unidad y de la agapi. La perfección
de esta unión se consigue dentro en la Iglesia con la Sangre de
Cristo. Esto es la gran profundidad y el mayor sentido que tiene la
Iglesia. Allí se encuentra el misterio; en unirse todos como un
hombre en Dios, dice el nuevo santo Porfirio el Athonita.
Realeza de Dios, Divina
Efjaristía e Iglesia conectan y se unen orgánicamente. Esto
significa que la Iglesia se manifiesta litúrgicamente a través de
los misterios y sobre todo con la Divina Efjaristía. Pero en
ningún caso significa que como existe la Divina Efjaristía
por eso existe también la Iglesia o que Efjaristía e Iglesia
se identifican.
No es la Efjaristía
“el sí mismo real de la Iglesia”, ni la Efjaristía es la
que realiza la Iglesia, sino que la Iglesia se manifiesta
litúrgicamente por la divina Efjaristía y por los demás
Misterios. La Iglesia es “la causa” de los misterios y no los
misterios la causa de la Iglesia. Como existe la Iglesia existen los
Misterios y no porque existen los misterios existe la Iglesia.
Señala el profesor de
dogmática Dimitrio Tseleguidis en su libro “Ortodoxia y
heterodoxia”: “El sacerdocio como todos los misterios, constituye
la manifestación litúrgica de la Iglesia, “la Iglesia se
manifiesta con los Misterios” (dice san N. Cabásilas). Esto
significa que para que existan los misterios antes tiene que haber
Iglesia. Los misterios son como los ramos de un árbol. Son ramos
vivos que florecen, fructifican y pueden existir sólo cuando estos
son extensión orgánica del árbol, es decir, cuando están unidos
ontológicamente con el tronco del árbol”.
San Nicolás Cabásilas
esto lo aclara muy bien: La Iglesia se marca y se define con los
misterios, no como símbolos, sino como miembros y como ramos sobre
la raíz del árbol, y como dijo el Señor, “como los sarmientos en
relación con la vid”. Porque no existe la vid a causa de los
sarmientos, sino los sarmientos a causa de la vid.
Decía el padre Juan
Romanidis: “No es la Efjaristía que hace la Iglesia, sino
la Iglesia es la que hace la Efjaristía ser realmente
Efjaristía”. En otras palabras, “el caballo (dogma y
Cánones) precede del carro y no viceversa” (Ierotheo Vlajos en
“Teología patrística y la herejía metapatrística).
Además, el Metropólita
de Lepanto Ierotheo Vlajos en “Teología patrística y la herejía
metapatrística”, observa: “Fuera de la Iglesia Ortodoxa, con los
dogmas y los santos Cánones no hay Efjaristía con el
significado y sentido ortodoxo de la palabra. Por lo tanto, podemos
hablar de Efjaristía eclesiástica y no de efjarística
eclesiología”.
La Iglesia se compone al
mundo con la Divina Efjaristía. Cada fiel que participa en la
Divina Efjaristía se une con el Cuerpo de Cristo, en el cual
pertenecen también los demás fieles; no sólo los que viven, sino
los que han vivido al pasado o los que vivirán al futuro. La
incorporación de ellos en este Cuerpo Eclesiástico es también su
salvación. Porque la reconciliación del hombre con el Dios, su
unión con el Señor y la entrada en el reinado de Su Realeza
increada no es cuestión individual; no es algo que se hace “por sí
mismo” y como cada uno “cree y quiere”. Es fruto de
incorporación y participación del fiel en el Cuerpo Eclesiástico
ortodoxo; es decir, participación al Misterio de la Divina Comunión
o Efjaristía. La Espiritualidad Ortodoxa no es una gnosis que
aprendes, sino una gnosis que la padeces, la experimentas y la vives.
Y la padeces dentro al Culto Divino. Es una metamorfosis, un cambio
ontológico, un segundo nacimiento y la vida en Cristo; y esta se
realiza dentro en la Iglesia con la participación del fiel a la
reunión Ritual y a la Divina Efjaristía. Precisamente estas
son también las condiciones para la entrada en el reinado de la
Realeza increada de Dios. Sin Culto, sin reunión Ritual y sin Divina
Comunión no hay sanación y salvación. Nos salvamos entrando en el
reinado de Su Realeza increada todos juntos como una Comunidad
ritual, como Cuerpo de Cristo, nunca solos. Porque nuestra sanación
y salvación es el Señor que está presente allí donde hay dos o
tres reunidos en Su nombre (Mt 18,20), oculto por extrema
condescendencia a la debilidad humana, bajo las humildes especies del
pan y del vino.
Los primeros Cristianos
celebraban la Divina Liturgia con mucha precaución y con conducta
indomable en las catacumbas o en las Iglesias cuando no era tiempo de
persecución. Consideraban fundamental y primer deber encontrarse con
los demás hermanos al mismo lugar para componer el cuerpo sagrado de
la Iglesia, alabar y glorificar juntos a Dios y Padre para poder
vivir aunque sea poco en el reinado de Su Realeza increada. Dice san
Justino el filósofo y mártir: “Durante el día la que llamamos
día del sol, es decir, el Domingo, se hace la reunión en el mismo
lugar para todos que viven en las ciudades o en los pueblos. Y se
leen memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas hasta
que el tiempo lo permita. Después nos levantamos todos y oramos. Y
como dijimos antes, es ofrecido el pan, el vino y el agua. Y el
oficiante de nuevo dice oraciones, bendiciones y agradecimientos con
toda su fuerza. Y el pueblo está conforme salmodiando “Amín”. Y
también se hace la transmisión a cada uno la comunión de los
regalos de la Efjaristía
Εὐχαριστία.
Y los que no están se les envía la efjaristía por los
diáconos”.
La Realeza increada de
Dios es Realeza de sangre porque es vida en y por Cristo.
Esto se ve también en el
libro del Apocalipsis donde se describe la ciudad celeste: “Y no vi
en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso-Pantocrator es el
templo de ella, y el Cordero” (Apo 21,22). Es decir, en el reinado
de la Realeza increada de Dios los salvados estarán viviendo junto
con el Dios y el Cordero. En realidad, cuando se destruirá el Templo
creado, entonces habrá relación y comunión con el Templo increado,
con el Mismo Cristo Dios… El Templo increado que no está hecho a
mano, lo viven como compromiso, promesa desde aquí y ahora los
deificados, especialmente los que ven la doxa (gloria
increada, luz de luces) que es la misma Realeza increada de Dios…
35Templo
increado y creado
El Cristo es el Logos
increado del Padre, por lo tanto es el Templo increado… El mismo
Cristo dice: “Yo en el padre y el padre en mí” (Jn 14,11).
En el Antiguo
Testamento había la Tienda del Martirio y también el Templo del
Salomón que eran variedades del Templo increado. Con la humanización
de Cristo se anuló la creada tienda y tenemos la Iglesia, la que es
el Cuerpo deificado de Cristo.
Precisamente como el
Cristo es el Logos increado de Dios Padre, por eso invita a sus
discípulos a venir y permanecer en su casa. Los dos discípulos de
san Juan el Bautista dijeron a Cristo: “¿Maestro dónde vives?”
La respuesta de Cristo fue: “venid y lo veréis”. Y según el
testimonio del Evangelista Juan: “vinieron y vieron y se quedaron
con él aquel día” (Jn 1,38-40). Según la interpretación de los
santos Padres esta fue una experiencia de zéosis o deificación de
los discípulos, puesto que fueron dignos de quedar un día entero
dentro en la increada doxa (gloria, luz increada) de Dios.
Los discípulos antes
de la Ascensión vieron a Cristo en cuerpo, pero después del
Pentecostés le ven en espíritu, puesto que viven dentro al increado
Templo de Su Cuerpo.
La Realeza increada de
Dios es Realeza de sangre porque es vida en y por Cristo. Esto se ve
también en el libro del Apocalipsis donde se describe la ciudad
celeste: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios
Todopoderoso-Pantocrator es el templo de ella, y el Cordero” (Apo
21,22). Es decir, en el reinado de la Realeza increada de Dios los
salvados estarán viviendo junto con el Dios y el Cordero. En
realidad, cuando se destruirá el Templo creado, entonces habrá
relación y comunión con el Templo increado, con el Mismo Cristo
Dios… El Templo increado que no está hecho a mano, lo viven como
compromiso, promesa desde aquí y ahora los deificados, especialmente
los que ven la doxa (gloria increada, luz de luces) que es la
misma Realeza increada de Dios… En este punto existe gran
diferencia entre Oriente y Occidente. 36Occidente
vive más el templo creado, a Cristo como Jesús con cuerpo y carne,
en cambio en Oriente ortodoxo como se expresa en los santos Padres,
vive el Templo increado, a Cristo como espíritu. Cuando en
Occidente se habla sobre la Realeza de Dios (que en español utilizan
el término reino), dan a entender más bien realidades creadas, un
reino creado, simplemente un dominio de la ley moral en la tierra. En
el Oriente ortodoxo cuando hablamos sobre realeza increada de Dios,
entendemos participación, conexión y contemplación de la Doxa
(gloria increada, luz de luces) y Jaris (gracia, la energía
increada) de Dios. 37 La
vivencia, experiencia de los esjatos, que hoy en día se
habla mucho por algunos teólogos, no es independiente de la visión,
contemplación de la luz increada en la persona humana del Logos,
como también que no se puede desvincular de la catarsis y la
iluminación, es decir, del ortodoxo hisijasmo. Una esjatología
fuera del ortodoxo hisijasmo es de procedencia occidental, abstracta
y sensacional o emocional.
La realeza
increada en nuestro interior significa que en nuestra vida se hace la
voluntad de Dios y participamos de Su energía y luz increadas.
Nuestro tiempo, nuestra vida y día Le pertenecen y nosotros no
tenemos nada nuestro. Todo es de nuestro Rey, Él tiene nuestra vida
en Sus manos y habita en nuestros corazones. En este caso reino sería
el espacio o lugar que es nuestro cuerpo, nuestra psique alma,
nuestra vida y nuestra existencia. (He conocido fieles Ortodoxos
hispanohablantes que me han dicho que cuando han hecho el cambio del
término reino a Realeza increada se les abrió un mundo nuevo en sus
percepciones y experiencias divinas y han profundizado más). Por
eso:
B. Es imprescindible
la catarsis del fiel para la entrada en la Realeza increada de Dios
de la Sangre de Cristo.
Es imprescindible la
dosis “de la sangre espiritual de la obediencia y de la áskisis”
(ascesis, práctica, ejercicio espiritual) para recibir espíritu
(energía increada). “Dad sangre para recibir espíritu”.
La Realeza increada de
Dios es Realeza de sangre, porque es expectación, contemplación de
la increada doxa (gloria, luz de luces) de Dios que se regala
a los deificados. Y los deificados son los que conectan y comulgan
del Soberano Cuerpo y Sangre, teniendo
paralelamente las condiciones imprescindibles, es decir, que se
encuentren en uno de los tres estadios de la lucha espiritual:
Catarsis, Iluminación y Zéosis o Glorificación. Al haber dado
sangre “espiritual” el de la obediencia y la sangre biológica de
la áskisis, ejercicio espiritual y físico o martirio, se han
catartizado (purgado y sanado), iluminado y deificado y así viven en
el reinado de la Realeza increada de Su Sangre para siempre.
La Metamorfosis
(transformación) de Cristo en el monte Tabor se hizo después de una
declaración de Él: “De cierto os digo que hay algunos de los que
están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto la
realeza increada de Dios venida con poder y potencia” (Mrc 9,1). Y
luego vemos que el Evangelista describe el acontecimiento de la
Metamorfosis que sucedió después de seis días, puesto que,
como vemos en los Evangelios, no intervino
ningún otro acontecimiento, ni enseñanza, ni milagro. Esto
significa que los días entre el logos de Cristo y Su
Metamorfosis pasaron en silencio y quietud.
Es decir, vemos que
la Realeza increada de Dios conecta con Su Metamorfosis: “De
cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte hasta que hayan visto la realeza increada de Dios
venida en potencia y poder” (Mr 9,1). Apocalipta-revela así que la
Realeza increada de Dios es la contemplación, expectación de la
increada Jaris (energía) y de la Doxa increada (luz de
luces) del Dios Trinitario en la naturaleza humana del Logos, que en
efecto es la zéosis deificación o glorificación del hombre.
38
Porque estas cosas sucedieron a los tres discípulos que estaban
presentes en la Metamorfosis del Señor: a) los Discípulos encima
del monte Tabor no vieron la increada natura (fisis), sino la energía
increada, es decir, la increada doxa y jaris del Dios Trinitario en
la natura humana del Logos y, b) Los Discípulos fueron dignos de
tener la zéosis o deificación de la natura humana de Cristo,
precisamente porque los mismos se metamorfosearon, transformaron. Los
Padres hablan de cambio, alteración y conversión de los Discípulos.
“Fueron transformados y así con la conversión vieron”, dice san
Gregorio Palamás. Esto significa que hay cambio, Metamorfosis de
Cristo, pero esto se hizo conocido porque hubo también cambio,
metamorfosis de los Discípulos.
La metamorfosis de los
Discípulos se hizo en toda la existencia psicosomática de ellos.
Los Discípulos no vieron la divina luz increada sólo con sus nus
que es el ojo de la psique, sino también con los mismos sentidos
físicos, los cuales antes fueron reforzados por la energía increada
de Dios y se metamorfosearon para poder ver. Los ojos físicos son
ciegos respecto a la Luz increada. Por eso fueron alterados por la
energía increada de Dios y fueron dignos para ver la doxa increada
de Dios pero no su naturaleza o esencia increada (san Gregorio
Palamás).
En este punto hace
unas observaciones maravillosas san Gregorio Palamás. Enseña que la
Realeza increada de Dios se conecta estrechamente con el rey que es
el Dios, el Cristo. La doxa (luz increada) de la deidad resplandeció
y deificó la naturaleza humana. Por eso a donde se encontraba el
Cristo allí estaba también la Realeza increada. Así que la realeza
de Dios sin el rey Cristo no se puede entender.
Antes de la Metamorfosis
el Cristo dice: “hasta que vean la realeza increada de Dios” (Mrc
9,1). El Cristo en este logos suyo conecta
la realeza (increada) con la visión o expectación. Se trata de la
visión, expectación de la luz increada. Lo de “venida” no
significa que la Realeza increada no viene de alguna otra parte, sino
que expresa “revelarse o aparecer”, puesto que donde está el
Cristo allí existe y está la Realeza increada, porque no se trata
de una venida local, sino de manifestación o revelación
(en el corazón de la psique humana); y esta manifestación o
apocálipsis-revelación se hace por el Espíritu Santo. Esto
expresa lo “en potencia εν δυνάμει en dinami”
(en potencia y energía increada).
Pero es imposible para el
ser humano ver la doxa increada (gloria, luz de luces) de
Dios, si sus sentidos psicosomáticos no son reforzados por la
energía increada de Dios. Este refuerzo se consigue dentro en la
Iglesia Ortodoxa con la lucha del fiel para su catarsis y la
comunión del Divino Cuerpo y Sangre de Cristo. Así adquiere los
sentidos espirituales y contempla, ve Su doxa increada
(gloria, luz de luces).
La Iglesia Ortodoxa
y la Divina Efjaristía o Comunión se pueden llamar Realeza
de Dios, si los que viven en ella llegan a la contemplación de la
increada doxa (gloria, luz de luces) de Dios, que es la
verdadera Realeza increada. Si hablamos sobre Iglesia Ortodoxa y
Realeza increada de Dios sin conectarlas con la θεοπτία
(zeoptía expectación, contemplación, visión divina)
entonces caemos, nos equivocamos y charlataneamos teológicamente
sobre Dios. Además, los Misterios (sacramentos) de la Iglesia
ortodoxa revelan y conducen al hombre a la Realeza increada de Dios;
precisamente porque están conectados y unidos muy estrechamente con
la Divina energía Increada, la catártica (psicoterapéutica o
purgadora), la iluminadora y la deificadora. No se puede conseguir la
Catarsis, la Iluminación y la Zéosis del hombre sin la Divina
Efjaristía
Εὐχαριστία
o Comunión de la Sangre de Cristo que nos catartiza (terapia y sana
la psique) de todo pecado y de toda enfermedad (física, psíquica y
espiritual).
El cristiano ortodoxo
luchando duramente contra sí mismo, contra su egoísmo, su egolatría
y sus pazos, progresa a la agapi, a la filoteía y la
filantropía. Cuanto más lucha y ora, tanto más se pacifica
exterior e interiormente. Como observa san Gregorio Palamás: “La
ocupación diaria en conversación con el Dios, con cantos,
psalmodías y oraciones, calma y palia también los ataques de los
pazos cambiando hacia el bien; frena los deseos carnales, y
delimita la avaricia, codicia; baja y vacía la exaltación y hace
desaparecer la envidia, regula la ira y el resentimiento lo hace
desaparecer; y una vez que haya expulsado de la psique la amargura y
la disputa, proporciona paz, bienestar y felicidad a las ciudades y a
las casas, a las psiques y a los cuerpos, y en aquellos que han
aceptado la vida conyugal y a los que han escogido la vida monástica”
(Homilía 52). En cuanto el fiel da sangre con la ascesis (ejercicio
físico y espiritual) y la obediencia, tanto más recibe Espíritu de
vida y paz.
Está en paz consigo
mismo, con los demás y con el Dios. Vive esta paz que nos ha dejado
el Señor después de Su Santa Resurrección como preciosa herencia
dentro en nuestra Santa Iglesia Ortodoxa. Las primeras palabras del
Señor Resucitado fueron: “la paz en vosotros” (Lc 24,37). Cuanto
más se pacifica uno, tanto más ama, porque dice san Crisóstomo:
“si la paz es también agapi, entonces la agapi
también es paz”. Cuanto más ama, tanto más toma la comunión y
se une con el Dios de la Agapi (amor, energía increada) y
tanto más se introduce y vive en Su Realeza increada. Cuando el
hombre comulga del Vivificador Cuerpo y de la Sangre Divina del
Soberano Cristo Dios, tanto más participa de las donaciones que
emanan del sacrificio cruciforme del Señor, se diviniza más y se
constituye heredero de la Realeza increada de Dios.
Porque como escribe san
Nicolás Cabásilas: “La obra de la celebración sacra de los
divinos misterios es el intercambio de los regalos ofrecidos en
cuerpo y sangre de Cristo. Y el propósito es la sanación,
divinización y santificación de los fieles; los cuales al tomar de
estos divinos misterios reciben la absolución de sus pecados, la
herencia de la Realeza increada de los Cielos y los similares bienes
a estos. (“Interpretación de la Divina Liturgia”).
Pero si el hombre no
lucha y no está en metania, entonces es imposible pacificarse
y adquirir personalmente las donaciones del sacrificio Cruciforme de
Cristo y entrar en la alegría de Su Realeza increada. Como ha
escrito san Siluán el Athonita: “La psique pecadora la que está
rehén de los pazos, no puede tener paz y alegría del Señor
aunque tenga todas las riquezas de la tierra y reine a todo el
mundo”.
El Cristiano que se ha
pacificado con el Dios, consigo mismo y con sus semejantes, transmite
a su ambiente también la paz. Testifica con su vida que ha llegado a
la Realeza increada de Dios y que es factible y realizable para
vivirla también el perturbado y atormentado hombre contemporáneo.
Se hace hombre pacificador y con el estado pacífico de su psique, da
reposo y sosiego a sus semejantes. Al contrario, el hombre perturbado
sin paz, trae el infierno entre las personas y transmite tormento,
ansiedad, angustia y estrés.
El Señor Jesús no sería
el soberano de la Paz, y el reinado de Su Realeza increada no sería
Realeza de paz y alegría si no hubiera vencido al diablo y la
muerte. Los venció derramando Su Santa Sangre encima de la Cruz y
totalmente con Su Resurrección.
• La
Realeza Increada de Dios es Realeza de Sangre porque es Realeza de
participación al misterio de la cruz y de la Resurrección de
Cristo.
Con el Misterio del
Bautismo el hombre se metamorfosea, es decir, hace la catarsis del
“como imagen” que se ha oscurecido con la caída y se da la
capacidad al hombre en caminar hacia el “como semejanza”. Esta
metamorfosis (transformación, cambio) no es ideal, simbólica y
emocional, sino ontológica, es decir, está conectada con la
alteración de la filaftía (excesivo amor a uno mismo y al
cuerpo, egolatría) en filoteía y filantropía. El hombre en su
estado de caída es ególatra e individualista. Con el misterio del
Bautismo adquiere capacidad que de nuevo se determinen sus relaciones
con el Dios y sus semejantes y no vivir para sí mismo y amar
irracionalmente su cuerpo.
39 Observaciones
maravillosas hace en este punto san Nicolás Cabásilas: “Esto es
la obra del bautismo: liberación de los pecados, reconciliación del
hombre con el Dios, hacer al hombre dios, abrir ojos de las psiques y
hacer al hombre saborear la divina luz (increada), y por decirlo en
una palabra, preparar al hombre para la vida futura”.
Es interesante lo que
dice el mismo Santo sobre la importancia del Bautismo en relación
con los otros misterios de la Iglesia, o sea, la Crismación y la
divina Comunión. El santo Bautismo transmite la hipóstasis (base
substancial) y el ser en Cristo. Escribe: “Si bien el bautismo una
vez haya tomado los hombres muertos y corruptos, esto primero los
introduce a la vida.
Con la caída hemos
sufrido una corrupción y pasamos en una situación de necrosis, por
lo tanto ahora se nos da el ser, una nueva hipostasis en Cristo. Así
que con el santo Bautismo adquirimos el renacimiento, con la santa
Crismación adquirimos el movimiento y la energía y con la divina
Comunión la vida. Escribe San Nicolás Cabásilas: ”Si bien el
bautismo es nacimiento, la crismación energía (increada) y
movimiento de nuestro logos, y el pan de vida y el cáliz de la
efjaristía son comida y bebida verdadera.
En otro punto
presentando el valor de los tres misterios, utiliza otra terminología
permaneciendo en la misma realidad: Por el bautismo da el ser o
existencia y toda existencia la en Cristo, porque esto una vez haya
tomado los hombres muertos y corruptos, primero los introduce a la
vida, por otro lado, la crismación perfecciona al que ha nacido en
esta vida poniendo en sus interiores la energía adecuada y por otro
lado, la divina efjaristía contiene y mantiene esta misma vida y
salud (espiritual).
Existe un vínculo
estrecho entre estos tres misterios, precisamente por esta razón
después del Bautismo nos conducimos a la Crismación y a la divina
Comunión, porque este es el propósito del Bautismo, incorporarnos a
la Iglesia y hacernos miembros del Cuerpo de Cristo, y como miembros
del Cuerpo de Cristo hacernos dignos de comulgar del Cuerpo y de la
Sangre de Él.
Con el Bautismo, pues,
el hombre nace en una nueva vida, adquiere hipostasis (base
substancial), nueva forma de existencia, sale de la oscuridad y
contempla la luz (increada), de la ignorancia se conduce a la gnosis
(conocimiento) de Dios. Esta alteración se hace sensible
principalmente por el bautizado y también de otros hombres.
Según san Ignacio el
Teoforo, el hombre no tiene la vida de por sí mismo, sólo el Dios
es autovida. Después de la caída el hombre está dominado por el
diablo y la muerte, por lo tanto debe adquirir vida pragmática,
real. Esta liberación no se puede realizar con mandamientos
exteriores, sino con una renovación y reestructuración del hombre
que se hace en Cristo Jesús. Escribe san Ignacio: “Sólo en Cristo
se puede encontrar el verdadero vivir. Sin él nada se puede hacer”.
Y pregunta el Santo: ¿Cómo nosotros podremos vivir sin él? El
hombre no puede vivir sólo, sino por la comunión con el Dios, y por
supuesto esta verdadera comunión se realiza con la familiarización
de la Cruz y la Resurrección de Cristo. Porque en su época algunos
sostenían que no creen en algo si no lo encuentran registrado en el
Evangelio, y san Ignacio responde: “Mi registro es Jesús Cristo,
sus registros sagrados e íntegros son su cruz, su muerte y su
resurrección y también la fe por él”. El Cristo venció la
muerte y el pecado con Su Cruz y Su Resurrección, y esto se hace con
el misterio del Bautismo, puesto que según Apóstol Pablo: “Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a
fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria
increada del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”
(Rom 6,4).
Pero paralelamente
necesitamos alimentarnos con la deificada sarx (cuerpo, carne)
de Cristo, para adquirir la vida pragmática, real. Escribe san
Ignacio: “no quiero saborear comida perecedera, ni placeres de
cosas hedónicas de esta vida, sino pan de Dios quiero, el pan
celeste, el que es el cuerpo de Jesús Cristo del Hijo Dios, quien se
hizo por esperma de David, y como bebida quiero Su sangre la que es
agapi incorruptible y vida eterna”.
Todo esto significa que
el hombre con la caída se mortificó, murió corporal (física) y
espiritualmente, por tanto necesita un renacimiento y una nueva
apocatástasis (restructuración). Esta apocatástasis no se hace con
mandamientos morales y meditaciones sino con la necrosis o
mortificación de la muerte y la metamorfosis, transformación de su
existencia psicosomática, la que se realiza con nuestra
incorporación al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y la recepción del
alimento real que es el cuerpo de Cristo, de manera que también
nosotros participemos en esta victoria de Cristo sobre la muerte.
Porque realmente, como antes dijimos, esta participación nuestra no
es un hecho moral e intelectual, sino existencial, ontológico.
Pero aquí también
debemos lamentarnos y suspirar de corazón, porque esta pureza y
apocatástasis que hemos recibido con el baño de la regeneración,
es decir, del Bautismo, no dura mucho. Nos arrastramos otra vez al
barro. Cometemos errores. Nos arrastramos por el mal. Pero
afortunadamente la infinita Divina filantropía no nos abandona. Nos
da una segunda forma de catarsis, co-entierro y co-resurrección con
el Salvador Cristo: la metania y la humildad. Llegamos a esto
imitando la vida y la muerte del Señor, teniendo como motivo la
agapi pura hacia Él, viviendo dentro en la Iglesia.
Resucitamos existencialmente y renacemos por… tercera vez. San
Gregorio el Teólogo habla de estos tres nacimientos, en forma de
poema en su “epístola a Vitalio”, por los que debe pasar el
hombre durante esta vida: ”Por el primer nacimiento en cuerpo y
sangre, los hombres vienen en la tierra y rápidamente desaparecen; a
continuación los hombres renacen (segundo nacimiento) a través del
puro Espíritu Santo, cuando en aquellos que se han lavado por el
agua del Bautismo desciende de arriba la Luz (increada). Por el
tercer nacimiento que es la metania, hace la catarsis a través
de las lágrimas y los dolores de nuestra “imagen a Dios” que se
ha ennegrecido por el mal.”
El primer nacimiento
proviene de los padres, el segundo de Dios, pero el tercero eres tú
mismo el autor manifestándote en el mundo como luz benefactora
(Sofronio Sajarof). Por consiguiente, hace falta lágrimas y dolores,
es decir, esfuerzo físico, imitación de la vida y de los pazos
del Señor para hacerse la catarsis de la ennegrecida por los pazos
y del pecado imagen de Dios que todos tenemos en nuestro interior.
Hace falta que demos sangre “espiritual de la ascesis (ejercicio
físico y espiritual) y de la obediencia para que podamos entrar en
la Realeza increada de Dios: “Rasca, hermano mío, la belleza de tu
psique con lágrimas y ayunos y con los demás ejercicios duros”
(Abad Isaac, en Evergetinós t. 2 pág 192). No amemos, pues, el
reposo corporal. Porque la psique que ama a Dios, según san Isaac,
sólo en Dios encuentra reposo. Debemos “dar sangre para recibir
espíritu”, como dice el Gerontikón, para volver a ganar la pureza
que sin esfuerzo hemos recibido con el Santo Bautismo. Por eso:
• La Realeza de Dios es
Realeza de sangre, porque es realmente Realeza de los que están en
metania, en la que se introducen porque luchan con sangre
hasta la muerte para la Catarsis de los pazos, la Iluminación
y la Zéosis o deificación, participando en los padecimientos y en
la Cruz del Señor. Así llegan hasta la Resurrección junto con Él.
El misterio de la
Resurrección de Cristo y Dios nuestro se lleva a cabo de manera
paradójica a los que lo desean. Se realiza continuamente. El Cristo
se entierra en nuestro interior como en el sepulcro, se une con
nuestras psiques y resucita, co-resucitando también junto con Él a
nosotros. San Simeón el Nuevo Teólogo nos dice de nuevo: “Cuando
nosotros salimos del mundo y con la asimilación a los padecimientos
del Señor nos introducimos al sepulcro de la metania y de la
humildad, Él Mismo desciende de los cielos, se introduce en nuestro
cuerpo como en un sepulcro, se une con nuestras psiques mortificadas
y las resucita. Así en aquel que se ha encontrado con Él, le
proporciona la capacidad de ver, contemplar la Doxa (gloria,
luz increada) de Su resurrección mística”.
Por el fiel, pues, es
necesario que se hagan unos pasos decisivos para entrar en la Realeza
increada de Dios: a) ἒξοδος éxodos-salida del
cosmos-mundo (se refiere del mundo pecaminoso, de los pazos,
etc.,) y b) εἲσοδος ísodos-entrada al sepulcro de la
metania y de la humildad.
a) La salida del mundo
por supuesto que es trópica, es decir, la salida de la conducta
mundana es la que se pide de todos. Es el abandono de la vida del
pecado y la decisión de seguir al Señor cueste lo que cueste. Es el
primer paso de la metania; por supuesto que para los monjes
esta salida es también local o de lugar.
b) la introducción en
la tumba de la metania y de la humildad se
consigue con la imitación de la vida, de los padecimientos y de la
muerte del Señor. Debemos imitando la vida y los padecimientos del
Señor co-caminar y co-crucificarnos junto a Él, y mortificarnos
sobre el antiguo hombre, del mundo y del diablo. Entonces con la
metania nos arrepentimos y hacemos humildes de verdad.
Entonces nos co-enterramos junto con Él y resucitamos junto con Él
en la vida de Su Realeza increada, co-glorificándonos o
co-deificándonos con Él. Todas estas cosas nos las enseña
continuamente nuestra Iglesia Ortodoxa con su himnología:
“Vamos, pues, con nuestras dianias (mentes) purificadas y
sanadas a co-caminar, con Él, co-crucificarnos y mortificar los
placeres de la vida por Él, para convivir con ÉL, y escuchar a Él
clamando: ya no me quedo en el Jerusalén terrenal para padecer, sino
que subo hacia mi Padre y Padre vuestro, hacia a mi Dios y vuestro
Dios, y os reuniré en el Jerusalén celeste, en reinado de la
Realeza increada de los cielos” (Verso del Gran Lunes de Semana
Santa).
La necrosis sobre el
pecado, la metania, la catarsis de los pazos
es cierto que se consigue con la sinergia de la Divina Jaris
(gracia, energía increada) y con la ayuda de dos virtudes muy
básicas; a) sufrimiento físico, y b) la humildad.
Nos enseña san Máximo
el Confesor: “el sufrimiento físico y la humildad liberan al
hombre de Todo pecado. La humildad recorta los pecados psíquicos y
el sufrimiento físico de los pecados corporales. Esto se ve también
que lo hacía el bienaventurado David, al estar orando a Dios
diciendo: “Señor, mira mi humildad y el esfuerzo y perdóname
todos los pecados”. Estamos creados de dos elementos: La Sarx
(cuerpo) y la psique (espíritu); somos unidad psicosomática. Por
eso también la catarsis debe ser doble: psíquica y física, es
decir, del soma o cuerpo.
¿Pero por qué estas dos
virtudes, el sufrimiento físico y la humildad son las que hacen la
catarsis del hombre entero de todo mal?
San Juan el Clímaco nos
responde sobre esto: “Las que generan todas las maldades son el
placer o hedonismo y la vileza o mala astucia. Y por un lado el
sufrimiento físico destierra el hedonismo o placer vicioso, por otro
lado, la humildad que es co-habitante con la sencillez, destierra la
vileza o mala astucia”.
a) El sufrimiento físico
(voluntario o involuntario)
El sufrimiento físico
extermina el hedonismo, placer vicioso o la voluptuosidad y purifica
el cuerpo recortando los pecados corporales. Pero paralelamente hace
la catarsis de la psique. Porque humilla al cuerpo y junto con el
cuerpo –cosa de simple vista paradójica- hace humilde también la
psique. La psique humilde atrae la jaris (gracia, energía
increada) de Dios, puesto que “el Dios a los humildes concede
jaris”. Desciende la Divina Jaris catártica
(sanadora y purificadora) y así la psique se “psicoterapia”, se
sana y se purifica. Nos enseña san Nikitas Stizatos: “Como el
veneno del pecado que se ha acumulado es mucho, el hombre tiene
necesidad de mucho fuego catártico de la metania, con
lágrimas y con esfuerzos voluntarios de la ascesis o ejercicio.
Porque nos limpiamos y nos sanamos de las contaminaciones con
esfuerzos voluntarios o con involuntarios sufrimientos que el Dios
permite. Si prevalecen los voluntarios no nos vienen los
involuntarios. Pero cuando los voluntarios no nos catartizan y no
limpian el interior de la copa y del plato, entonces vienen
sufrimientos más feroces y contribuyen a nuestra
apocatástasis-restablecimiento a la belleza y bien original, porque
así lo ha economizado el Maestro” (Filocalía t.4). No hay otro
camino y método. Si no es bastante nuestro intento para la catarsis
con la imitación voluntaria de los padecimientos y la muerte del
Señor, hace falta sufrimiento físico voluntario y aceptación del
involuntario. Para hacer nuestra catarsis y resucitarnos, debemos con
dolor crucificarnos y derramar la sangre “espiritual” de la
obediencia, de la ascesis, del ejercicio corporal y afligirnos,
esforzarnos sea voluntaria o involuntariamente. Porque dice: “Por
muchas aflicciones entraréis en la realeza increada de los cielos”.
Algunos quieren llegar a la Resurrección sin pasar por el camino del
Gólgota. No puede ser. (¡Igual que una herida física del cuerpo
cuando está infectada la tenemos que limpiar y sanar con alcohol, y
eso duele!).
Igual que el apóstol
Pedro, “saliendo lloró amargamente”, igual que la prostituta, el
publicano, igual que todos los santos, continuamente lloraban y
sufrían físicamente imitando al Señor, así lo mismo debemos hacer
también nosotros; sobre todo amar las lágrimas y los sufrimientos
corporales. San Simeón el Nuevo Teólogo dice: “El que quiere
cortar los pazos lo hará con lloro y el que quiere adquirir
las virtudes con lloro las adquiere. Igual que la comida y la bebida
son necesarias para el cuerpo, así también las lágrimas son para
la psique, de manera que el que no llora destruye su psique con el
hambre y se pierde… Si eliminas las lágrimas co-eliminas la
catarsis y sin catarsis nadie verá, contemplará a Dios”. Tal y
como dijimos antes, el sufrimiento físico, el amor por el dolor
corporal conduce a la actitud humilde. Por eso es la causa de la
catarsis también de la psique. ¿Pero cuándo? Cuando se hace con
conocimiento y conciencia. Porque:
Existe el gran riesgo de
la soberbia, cuando sufrimos físicamente voluntariamente sin
conocimiento y sin la actitud correcta. Puede que nos ensoberbezcamos
juzgando a nuestros hermanos, puesto que… “no somos como los
demás hombres” que son descuidados y negligentes; o puede que nos
enorgullezcamos creyendo equivocadamente de que la catarsis se
consigue con nuestros propios méritos y esfuerzos y no con la Divina
Jaris (gracia, energía increada) que sinergiza, coopera y
completa nuestro esfuerzo. Por eso, si queremos llegar a la actitud
humilde y a la virtud de la humildad que es la segunda virtud
imprescindible para la catarsis de los pazos, debe los
esfuerzos corporales y en general los sufrimientos físicos que sean
acompañados también de otras dos cosas; a) poner a nosotros mismos
debajo de toda creación, y b) orar incesantemente pidiendo la
misericordia (energía increada) de Dios, y así lo que vayamos
logrando lo consideraremos como causado de Dios y no de nosotros
mismos.
Por tanto, llegamos a la
humildad: a) amando el esfuerzo corporal, b) poniéndonos a nosotros
mismos por debajo de todos, y c) orar sin cesar.
42 Vamos
a estudiarlas más detalladamente: 1) Amando el esfuerzo corporal.
Dijimos que el
esfuerzo corporal o físico humilla el cuerpo –cosa aparentemente
paradójica- pero se hace también humilde la psique
¿Pero por qué la
humildad del cuerpo provoca también humildad en la psique? La cosa
no es para nada paradójica. Dice san Gregorio el Teólogo: “Cuando
la psique ha caído del cumplimiento del mandamiento de Dios en la
transgresión, se entregó la desgraciada a la filhidonía
(voluptuosidad, hedonismo) y a la autonomía que conduce al engaño,
y amó las cosas corporales y de una manera se identificó con el
cuerpo y se hizo toda carne, como dice la Santa Escritura: no
permanecerá mi espíritu en ellos, porque son carnes (Gen 6,3). Por
tanto, esta psique infeliz sufre junto con el cuerpo con las cosas
que este hace”. De nuevo dice el abad Dorotheo: “Es distinta la
situación de la psique del sano, diferente del enfermo, otra del
hambriento y otra del saciado. Similarmente es distinta la situación
de la psique del que cabalga en un caballo, otra del que va en
burrito, diferente del que se siente en un trono y distinta del que
se siente al suelo, diferente del que está bien vestido y distinta
del mal vestido. Por eso como el Señor conoce que según el
comportamiento exterior se forma a la vez la virtud de la psique, una
vez tomando la toalla nos indicó el método para llegar a la
humildad. Porque la psique se asimila con las obras del cuerpo y
según las cosas que hace se forma según estas. De distinta manera
se siente el que está sentado al trono del que está sentado al
abono. El esfuerzo físico hace humilde al cuerpo y co-humilla
también la psique. Por eso Evagrio cuando fue atacado por la
blasfemia, como conocía que la blasfemia proviene de la soberbia y
cuando se humilla el cuerpo se humilla junto con este la psique,
quedó 40 días en un lugar para que su cuerpo se llenara de
garrapatas, como dice su biógrafo. De modo que este esfuerzo no se
hizo para sanar la blasfemia sino para producir la humildad.
Entonces en la psique
humilde desciende la Divina Jaris (gracia, energía increada) y la
limpia, purifica y sana. “Es una cosa admirable ver que el
incorpóreo nus que se ha contaminado y oscurecido por el cuerpo, de
nuevo a través del barro (cuerpo) el incorpóreo nus se renueve y
vuelve a ser limpio, purificado y fino”.
Somos unidad
psicosomática. Soma (cuerpo o carne) y psique (espíritu); y la
carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Por
eso, el cuerpo cuando más fuerte está tanto más debilita la
psique; y mientras se debilita el cuerpo más se fortifica la psique,
se alumbra y se llena de Jaris increada Divina, puesto que se hace
humilde junto con el cuerpo.
Pero existe, como
hemos dicho, el peligro grande de la soberbia, cuando castigamos el
cuerpo sin conocimiento, sin actitud correcta y cuando no tenemos
yérontas o guía espiritual experimentado. Por eso hacen falta
también las otras dos cosas: a) ponernos por debajo de toda creación
y b) orar incesantemente, pidiendo la misericordia de Dios. Así
imitamos la vida y la muerte del Señor y caminamos al sendero que
conduce a la verdadera humildad, evitando el escollo de la soberbia.
Vamos hacer un pequeño
análisis sobre estas dos: a) ponernos por debajo de toda creación y
b) orar incesantemente, pidiendo la misericordia de Dios.
Estas dos son
imitación de la vida y la muerte del Señor, porque primero el Señor
se humilló y se puso a sí mismo debajo de toda creación; segundo,
ya que oraba sin cesar comunicándose con Su Padre celeste y todo lo
atribuía al Dios-Padre diciendo que “la sabiduría de los logos
que yo os hablo y enseño no los digo de mí mismo, sino el Padre que
permanece unido en mí, él energiza y realiza las obras” (Jn
14,10). Estas dos cosas nos protegen también del escollo de la
soberbia. Vamos a ver por qué.
La soberbia es de dos
tipos.
1) La soberbia frente
a nuestros hermanos. Comprándonos con ellos y criticándolos, nos
elevamos a nosotros mismos y nos colocamos por encima de ellos. Esta
es la primera soberbia y se combate poniéndonos a nosotros mismos
por debajo de toda creación. San Gregorio el Sinaita nos ayuda a
conseguir esto aconsejándonos que nos consideremos a nosotros mismos
a) el más pecador de todos los hombres, por la ignorancia (que no
conocemos el estado psíquico de nadie; y lo seguro es que creamos
que somos más pecadores que nadie); b) inferiores que todos los
demonios puesto que los obedecemos realizando sus voluntades; y c)
peor que todas las creaciones, puesto que ellas están en su
naturaleza tal y como las ha creado el Dios, mientras que nosotros
estamos contra natura, (ya que estamos al pecado, al estado de caída
y pazos).
2) Soberbia luciferina
contra al mismo Dios, es la segunda soberbia. Si no tenemos cuidado
de la primera soberbia llegamos a la segunda. Las beneficencias y los
logros de Dios los atribuimos a nosotros. De esta soberbia nos
protege la oración incesante, la continua búsqueda de la ayuda
Divina y así lo que conseguimos lo atribuimos a la Divina Jaris
(gracia, energía increada).
Con el continuo esfuerzo
para la Catarsis a través de la humildad y la aflicción del cuerpo
como también con la participación en la Divina Ευχαριστία
Efjaristía, vivimos desde aquí y ahora la Realeza increada
de Dios.
Preparación para la
Divina Comunión Κοινωνία kinonía.
Es cierto que es
imprescindible la preparación correcta para la Divina Comunión.
Tal y como se ve en las epístolas de los santos Apóstoles, los
Cristianos de la antigua época tenían en sus corazones operativa la
Jaris (gracia, energía increada) de Dios. Y esta presencia
del Espíritu Santo se manifestaba de los salmos y los himnos que se
hacían dentro en el corazón, con la oración cordial o noerá
(del nus). Teniendo esta energía del Espíritu Santo y siendo
realmente miembros reales del Cuerpo de Cristo avanzaban para recibir
a Cristo y adquirir κοινωνία (kinonía) comunión,
conexión y unión junto con Él. Pero cuando pecaban y cesaba de
operar la Jaris del Espíritu Santo debían arrepentirse y
confesarse y entonces su guía espiritual prepararlos adecuadamente
para que puedan soportar esta gran donación. Por ejemplo, si el
hombre no tiene buen estómago, no podrá comer comidas fuertes,
porque le perjudicarán más. Este significado tiene: “Por tanto,
pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la
copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo
del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual
hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”
(1 Cor 11, 28-30).
Después de la
transformación del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Cristo el
oficiante nos prepara para comulgar del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo con conciencia limpia, de manera que la comunión contribuya a
la absolución de los pecados, el perdón de los delitos, la comunión
del Espíritu Santo, la herencia de la Realeza increada y la
franqueza con Dios y no en vergüenza y condena. Porque la
transformación de los Divinos Regalos puede ser una bendición, pero
también una condena, como se hace con un fármaco que en uno provoca
salud y en otro crea reacciones que provocan mal estado. No tiene la
culpa el Cuerpo de Cristo, sino nuestro estado espiritual.
En el estado de la
preparación el liturgo u oficiante ofrece algunas peticiones a Dios.
Recitamos la oración del “Padre nuestro”, principalmente porque
tiene la petición “el pan nuestro, el sobre-esencial danos hoy”,
pero también porque tiene la petición “de remisión de nuestros
pecados y deudas, tal y como nosotros perdonamos nuestras deudas,
culpas y pecados”. Después de la divina Comunión sentimos a
nuestro Dios Padre. Especialmente los Santos viven la Realeza
increada de Dios, puesto que pueden contemplar la Luz increada de
Dios. Por eso después de cada Divina Liturgia salmodiamos: “hemos
visto la verdadera luz (increada) y hemos recibido espíritu
celeste”.
Dentro en el Santo Cáliz
están el santo Cuerpo y la santa Sangre de Cristo. Por eso el
sacerdote dice: “Estad atentos; los Santos de los Santos…” Sólo
los que luchan de varias maneras para la metamorfosis, conversión de
los pazos, pueden comulgar del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo. Y estos luchadores se separan en tres categorías, según la
incitación del diácono o del sacerdote, “venid con temor a Dios,
fe y agapi”. Es decir, vienen a comulgar los que tienen, a)
temor a Dios, los que luchan con miedo a no ser condenados al
infierno y se comportan como esclavos o siervos; b) los que tienen
fe, es decir, los que luchan y esperan entrar en el Paraíso y se
comportan como asalariados; y c) los que tienen agapi-amor
perfecta y se sienten como hijos de Dios.
La divina Liturgia se
llama divina Ευχαριστία- Efjaristía o
agradecimiento (ef jaris buena gracia), porque desde aquí
agradecemos a Dios, y se llama Divina Comunión (κοινωνία
kinonía) porque comulgamos, nos conectamos y nos unimos con
el Cristo. Ojalá que el Dios nos haga dignos de terminar nuestra
vida, a medida de lo posible, después de una digna Comunión divina,
de manera que sea provisión de vida eterna.
43 La Divina
Comunión Η Θεία zía Κοινωνία kinonía
El misterio de la
Divina Comunión es una donación incalculable hacia el género
humano. Nuestro Señor Jesús Cristo una vez que nos haya liberado
del pecado, humildemente se esconde bajo las especies de pan y vino
que se transforman en Su Cuerpo y Sangre. Es imposible comulgar de
otra manera con Él “porque ningún hombre puede contemplar toda Su
doxa (gloria, luz increada) y vivir” (Ex 33,20).
¡Cómo vamos
agradecer al Señor que nos ofrece Su cuerpo y Sangre para la
remisión de nuestros pecados y la herencia de la vida eterna! ¡Nos
quedamos sin palabras y extáticos ante Su extrema humildad y
condescendencia filántropa! Y para mostrarle nuestro agradecimiento,
no nos queda otra manera que prepararnos como es debido para ser
alimentados con el Pan celeste. Porque el Cristo es el donante de
todos los bienes y carismas, concede Su jaris (energía increada) en
aquel que comulga según su preparación espiritual y su estado
psíquico. Cuán grande es la ayuda y la jaris que da a los que
dignamente se alimentan de Su Cuerpo y Sangre, y viceversa tanto gira
la espalda y abandona a los que se alimentan indignamente. A los
piadosos y virtuosos que vienen arrepentidos a los inmaculados
Misterios, se convierte vida verdadera y eterna. A los impíos y
pecadores que vienen sin metania ni arrepentimiento se hace fuego e
infierno eterno. Los indignos son aquellos que no se han limpiado, ni
purificado de sus pecados con la santa confesión. Para estos el
Apóstol Pablo dice: “De manera que cualquiera que comiere este pan
o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo
y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo,
y coma así del pan, y beba de la copa” (1Cor 11, 27-28).
La Divina Ευχαριστία
Efjaristía es el misterio de la agapi y de la unidad de los fieles
en Cristo. ¿Cómo vamos a participar al misterio si odiamos a
nuestro hermano? El Señor dice a los judíos: “Por tanto, si traes
tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo
contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu
ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Si los judíos
deberían hacer esto cuando iban al templo de Salomón, ¿qué
debemos hacer los Cristianos cuando se trata de comulgar el
inmaculado cuerpo de Cristo? ¿Cómo tomaremos parte en la cena de
boda del Rey Celeste sin la vestimenta de la boda, sin la agapi que
cubre muchos pecados? (Mt 22,12). Y como no tendremos nada que
responder, escucharemos Su terrible voz: “Atadle de pies y manos, y
echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir
de dientes” (Mt 22,13).
Después del odio hay
también distintas contaminaciones carnales. El que va a comulgar
debe estar limpio y sin mancha, tanto en la psique como en el cuerpo,
ya que va a recibir el santísimo Cuerpo de Jesús Cristo, al que dio
a luz la siempre virgen e inmaculada Mariam.
Por tanto, si hemos
pecado y no nos hemos arrepentido y confesado, pues, no atrevamos a
comulgar el Pan de Vida, porque ponemos en nuestra psique fuego y
muerte. Pero si nos hemos arrepentido y confesado por nuestra caída,
si hemos limpiado nuestra conciencia de todo pecado, entonces
comulguemos con verdadera devoción. Preguntaréis hermanos míos,
¿qué es esta devoción o piedad? Pues, la devoción o piedad es una
virtud compuesta, un estado de la psique, una mezcla de fe, temor a
Dios, humildad, agapi y gran anhelo para la comunión con Cristo.
Por tanto, para
cultivar esta devoción debemos tener en cuenta Quién se dignará a
entrar en nuestro interior. Quién se va a unir con nosotros los
mortales y pecadores: el inmortal e impecable Señor. El Pan y el
Vino que tomaremos son el verdadero Cuerpo y la santa Sangre de
Dios-hombre. Por tanto humillémonos y digamos con contrición:
“¿Cómo me atreveré yo el indigno y nimio que cometí tantos
pecados, recibir en mi interior mi Creador y Señor de todo? ¿Cómo
habitará el Altísimo en mi corazón contaminado de toda malicia y
pecado?”.
El Cuerpo y la Sangre
de nuestro Señor elimina los pecados, limpia y purifica la
conciencia, aumenta la fe, calienta la agapi, hace firme la
esperanza, sacia los hambrientos, viste los desnudos y da reposo y
sosiego a los cansados y afligidos. En pocas palabras cualquier bien
que necesita el hombre lo encuentra en este Maná celeste y dulce. Y
los más importante que todo es que con la comparecencia a la Divina
Comunión, el Cristiano recibe el compromiso o garantía de la vida
eterna, se une con el Dios y se hace él también dios “por la
jaris (energía increada)”, igual que el hierro cuando se une con
el fuego se hace también fuego.
En los tiempos de los
Apóstoles los fieles comulgaban muy a menudo, incluso diariamente,
por supuesto con devoción, conocimiento y temor a Dios. Pero en
nuestros días la mayoría de los cristianos comparecen una o dos
veces al Santo Cáliz y sobre todo sin preparación espiritual. Dicen
muchos de ellos: “Hoy el mundo está lleno de pecados. No somos
dignos de comulgar a menudo, es suficiente para uno comulgar en la
Pascua y en Navidad. Pero se olvidan que la confesión y la Divina
Comunión constituyen los fármacos más enérgicos de la terapia
psíquica. Por tanto, ahora que el pecado está de sobra, tenemos
necesidad de contacto más frecuente con el deificante Cuerpo y
Sangre de nuestro Señor.
Son interesantes las
explicaciones que nos recalca san Juan el Crisóstomo: “El tiempo
para la Divina Comunión no son las fiestas sino la conciencia pura y
limpia y la vida irreprochable. Igual que aquel que no tiene
remordimientos de conciencia por ningún mal debe comulgar
diariamente, lo mismo aquel que está lleno de pecados y se
arrepiente no debe comulgar ni en las fiestas hasta que no se haya
arrepentido y confesado”.
Por tanto, teniendo en
cuenta todas estas cosas, reconectémonos con la Fuente de la Vida y
la inmortalidad a través de la continua Divina Comunión o
Efjaristía. Basta que esto se haga cada vez con la debida
preparación.
San Gregorio de Nicea nos
dice: “Por tanto, debemos venir a la Comunión con toda piedad,
limpios de toda contaminación del cuerpo y del espíritu, para que
tomemos dignamente la comunión, ya que el Dios mandó a Moisés que
se quitara los zapatos para acercarse en lugar santo; ¿entonces, tú
cristiano cuánto deber tienes en quitar toda atadura o cadena del
pecado para que recibas en ti el Dios entero? “La copa de bendición
que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan
que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1Cor
10,16). Por tanto, ¿cómo con la conciencia sucia te acercarás al
fuego encendido para los indignos. Porque es carbón ardiente para
ellos. Por lo tanto, desata todos los conflictos y enemistades que
tienes contra tu prójimo, dale lo que es suyo, evita el mal, haz el
bien y retorna al Señor para que seas enteramente santificado,
iluminado y convertido en caja o banco de la divina jaris para
unirte con el Cristo y tú quedes en él y él en ti. “El que come
mi sarx y bebe mi sangre, mediante el misterio de la divina
Efjaristía, tiene vida eterna y yo lo resucitaré al
ésjato-último gran día del juicio” (Jn 6,54).
El carácter del que
comulga dignamente.
¡Oh, cuán feliz y
bienaventurado debe sentirse el que toma los divinos misterios
dignamente! Éste sale del templo totalmente renovado, porque el
fuego (increado) de la deidad, el de la divina comunión que ha
comulgado y unido con la psique del hombre, por un lado ha quemado
los pecados y por otro lado, la ha insuflado de jaris increada
divina, ha iluminado el nus y el temor sagrado a Dios entró
en su corazón y finalmente le ha convertido en reliquia llena sólo
de espíritu. El que ha comulgado dignamente ha recibido el anillo
del compromiso de la increada realeza celeste, se encuentra vestido
con la armadura divina, la que le protege de todo mal y de toda
voluntad mala astuta, y la convierte temible para los mismos
demonios. El corazón del que ha comulgado dignamente se colma de
inefable alegría y deleite, éste sólo siente la alteración que le
ha venido y se deleita por su renovación. Todas las virtudes adornan
el corazón de él y su anhelo es la unión con el Señor. La paz y
la serenidad psíquica por la que le dan el sentimiento del
intercambio y la comunión con el Dios y la paz celeste que reina en
él, se reflejan en la cara hilarante del que ha comulgado
dignamente; además toda su faz exterior testifica este estado ético
interior, pureza e inocencia, estas dos jaris rodean sobre él,
las cuales hablan hacia todos sobre él. He aquí el carácter del
que ha comulgado real y dignamente, así son los resultados de la
divina comunión.
Al contrario, los
desesperados, los no arrepentidos y esclavos de sus pazos, los
no comulgantes o los indignamente comulgantes, los rehenes de la
muerte no pueden pacificarse y entrar en el reinado de Su Realeza
increada. Porque “la Realeza de los cielos se ejerce y se arrebata
con violencia, y los violentos la arrebatan”. Hace falta esfuerzo
personal para apropiarnos de la común salvación y perdón que
regala la Sangre de Cristo y la agapi (amor energía increada)
del Padre y la comunión del Espíritu Santo. Para entrar en Ella
debemos arrepentirnos y blanquear nuestras vestimentas en la Sangre
del Cordero. Este Cordero “de pie como degollado” reina allí
junto con el Padre y el Espíritu Santo. Nuestra Santa Trinidad por
la partición del Pan nos introduce a través del Misterio de la
Divina Efjaristía y nos sella desde esta vida como Suyos. La
agradecemos también como los primeros Cristianos: “Sobre la Divina
Efjaristía así tenéis que dar gracias: Primero sobre el
Cáliz: Padre nuestro te agradecemos por la vida y el conocimiento
que nos has dado a conocer por tu hijo Jesús. Para ti se debe la
doxa en los siglos”. Esperamos también y deseamos la futura
y perfecta aparición de la Realeza increada de Dios: “Tal como
esta fracción estaba esparcida sobre las montañas y recogida se
dedujo en una, así se reunirá tu Iglesia de los confines de la
tierra, porque tuya es la doxa y la fuerza por Jesús Cristo
en los siglos…”.
- Del libro
“Διδαχή didají enseñanza de los
Apóstoles” capítulo 9: El Señor Jesús Cristo nos conduce al
Padre y nos envía el Espíritu Santo. Él… es nuestra paz” (Ef
2,14). Él es la vida eterna, Él es el Paraíso, Él es la Realeza
increada y Él es todo en todos”.
Por eso Le alabamos, Le
reverenciamos y Le glorificamos. Pidamos, pues, la Jaris
(gracia, energía increada) de nuestro Señor Crucificado y
Resucitado para que nosotros con nuestra lucha diaria nos hagamos
partícipes de Su Santo Cuerpo y de Su Sangre sagrada que regala la
verdadera paz divina como compromiso y vínculo de unión con el
reinado de Su Realeza Increada. Amín!!!
Hieromonje Savas el
Aghiorita
Traducido por Jristos
Jrisoulas www.logosortodoxo.com
(en español)
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