ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ
ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra invisible,
san Nicodemo el Aghiorita
PRIMERA PARTE
Capítulos Α.
10. 11. 12. 13. 14 sobre
la voluntad
Capítulo A. 10: Cómo debemos ejercitar
nuestra voluntad para que en todas nuestras praxis interiores y
exteriores quiera y tenga como propósito u objetivo finalizador sólo
el agrado de Dios.
Capítulo A. 11: Algunos pensamientos que
promueven el deseo del hombre en querer hacer en cada cosa la
voluntad de Dios.
Capítulo A. 12: La multitud de voluntades y
deseos que existen en el hombre y la lucha que existe entre ellos.
Capítulo A. 13: Cómo debe uno luchar
contra la voluntad insensata o animal de los sentidos y la relación
con las praxis que debe realizar la voluntad para poder adquirir las
costumbres de las virtudes.
Capítulo A. 14: Qué se debe hacer cuando
la voluntad lógica superior parece que está vencida por la voluntad
inferior insensata o animal y de los enemigos.
Capítulo A. 10
Cómo debemos ejercitar nuestra
voluntad para que en todas nuestras praxis interiores y exteriores
quiera y tenga como propósito u objetivo finalizador sólo el agrado
de Dios.
Más allá del ejercicio y la formación
de tu nus, debes gobernar también tu voluntad de tal manera
que no le dejes que se dirija hacia sus deseos; la voluntad se tiene
que hacer toda una con la voluntad de Dios. Piensa bien que querer y
pedir aquellas cosas que gustan a Dios, esto no es bastante para ti;
además de esto, como movido de Dios, debes querer solo un fin:
gustar a él claramente. Por esta razón tenemos mayor y más pelea
con la naturaleza que las cosas que antes hemos dicho. Porque nuestra
naturaleza se desvía sola tanto, que en todas las cosas, incluso
algunas veces de las cosas buenas y espirituales, busca su descanso y
su agrado e incautamente se alimenta de esta desviación como si
fuera de comida.
Por eso cuando nos son ofrecidas las
cosas espirituales, inmediatamente las vemos y las deseamos, pero no
estamos promovidos por la voluntad de Dios o sólo para agradar a
Dios, sino por aquella alegría y placer que viene en nosotros
queriendo aquellas cosas que el Dios quiere. Este error, engaño está
más escondido aún que aquello que hemos deseado como espiritual
bueno y mejor. Porque no basta sólo que queramos aquellas cosas que
quiere el Dios, sino que las queramos también cuándo, cómo y por
qué las quiere; Por eso el Apóstol nos pide que probemos cuál es
la voluntad de Dios; “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos, metamorfoseas por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (Rom 12,2). Así que al desear al mismo
Dios, en esto por regla general se encuentran muchos engaños que son
causa y producto de nuestra φιλαυτία
filaftía egolatría, excesivo amor a uno mismo y al
cuerpo. Porque muchas veces ambicionamos más a nuestro propio bien e
interés en vez de la voluntad de Dios, el cual sólo por su
doxa-gloria se agrada y quiere que le amemos, anhelemos y
obedezcamos, como hemos dicho antes.
Así que, hermano mío, para que seas
protegido de esta cadena que impide el camino de la perfección, y
para progresar en el querer hacer que cada praxis tuya sea sólo para
la voluntad, la doxa-gloria y el agrado a Dios, (el cual en cada
praxis y loyismós quiere que sea sólo él principio y fin),
utiliza esta manera o método.
Cuando tratas de emprender alguna
praxis que la quiere el Dios, la que simplemente es buena, no dirijas
tu deseo inmediatamente en quererla si primero no elevas tu nus
a Dios para ver si es también Su voluntad para quererla, si él
quiere así y si dentro de esta gustas solamente a él. Y cuando
pienses que de esta divina voluntad está movida tu inclinación,
entonces debes querer aquella praxis y realizarla, porque el Dios
quiere y que es sólo para su doxa-gloria y su obediencia.
De la misma manera, cuando quieres
detestar aquello que no quiere el Dios, es decir, el mal, no lo
detestes inmediatamente, si primero no has fijado la mirada de tu nus
en su divina voluntad, la cual quiere que lo detestes para agradar a
él. Debido a que el engaño de la naturaleza es muy fino, por eso
esto es conocido en pocos, porque la naturaleza siempre busca para sí
misma; y muchas veces hace ver en nosotros que nuestro propósito es
agradar sólo a Dios, pero la verdad no es así.
Por eso ocurre muchas veces que creamos
que aquello que queremos o no queremos no es para nuestro interés
propio, sino sólo para gustar a Dios. Así que para evitar este
engaño, la verdadera terapia es la catarsis, (sanación y purgación)
del corazón, que es expulsar al antiguo hombre y revestirnos el
nuevo (y en esto nos orienta toda esta guerra).
Pero, para enseñarte el arte para
hacer esto, escucha. Al principio de cada praxis tuya, a medida de lo
posible, debes salir de cada voluntad tuya y no quieras hacer ni
detestar ninguna cosa, si primero no has entendido que en esto estás
promovido y arrastrado sólo por la simple voluntad de Dios. Y si en
todas tus obras exteriores y sobre todo en las interiores de la
psique, no puedes sentir siempre esta energía de que estás
promovido de Dios para gustarle, por lo menos estate contento que la
tienes en potencia; es decir, que tú por ti mismo tengas siempre
verdadera opinión y convicción en gustar a Dios en cada praxis y
obra tuya. Sentirnos activa la inducción
de Dios, esto se hace con divina y espiritual iluminación en el nus,
con la que en los limpios y purificados se apocalipta-revela la
voluntad de Dios contemplativamente o con inspiración de Dios con un
logos o con otras energías y actos de la divina Jaris (gracia,
energía increada), la cual es un calor que da vida, una inenarrable
alegría, resaltos espirituales, fervor espiritual, lágrimas de
corazón, agapi y los demás pazos-pasiones y emociones
divinas y nobles, las cuales no son obtenidas por nuestra voluntad
sino de Dios, movidos por él y pasionalmente; mediante la percepción
y sentimiento de todas estas cosas nos informamos que aquello que
pedimos hacer es según la voluntad de Dios. Pero antes de todo esto,
sobre nuestro tema, tenemos el deber de hacer oración ardiente y
lúcida a Dios, una vez, dos y muchas veces.
Pero en las obras que durarán algún
tiempo, no sólo al principio es bueno que te motives a ti mismo en
este agrado a Dios, sino que hasta al final debes estar ocupándote
de renovar este agrado con la memoria o recuerdo, porque si no haces
así peligras en enrollarte en las cadenas de la agapi física,
la cual declina más hacia sí misma que a Dios; y muchas veces
después de algún tiempo acostumbra hacernos inconscientemente
cambiar las cosas modificando nuestros primeros objetivos y fines.
Por eso san Gregorio el Sinaita escribía que: “estate atento
también en la predisposición, intención y con exactitud investiga
cada hora hacia dónde declina; si estás sentado en la hisijía
por Dios para este bien o para beneficio psíquico, sea psalmodiando,
sea orando o trabajando para alguna virtud, ten cuidado no seas
capturado sin saber lo que haces. (Filocalía c.12).
Por lo tanto, cuando uno no tiene mucho
cuidado en esto, muchas veces comienza hacer una obra con el
propósito de gustar sólo al Señor, y después dentro de poco es
conducido sin percatarse en gustar su propia voluntad de tal manera
que olvida la voluntad divina; y queda tan atado con el agrado,
placer de aquella obra, que si el mismo Dios le obstruya con alguna
enfermedad o tentación de los demonios o de los hombres o de
cualquier otra manera, éste se disgusta y se trastorna completamente
y queda atormentado y muchas veces juzga y condena a los demás de
que fueron su obstáculo (por no decir que gime contra al mismo
Dios), cosa que manifiesta claramente que su juicio no era totalmente
de Dios, sino que nació de la raíz podrida y corrupta de la
filaftía (egolatría, excesivo amor a sí mismo y al cuerpo).
Porque aquel que se mueve sólo para la
voluntad y el agrado a Dios, no prefiere más una obra superior y
grande que la humilde e inferior, sino que quiere por igual las dos,
porque son gustadas a Dios por cualquier razón que sólo Él conoce.
Por consiguiente, si la obra es importante y grande o pequeña y
humilde, permaneces igual en paz y reposado; porque de cualquier
manera disfrutas de tu objetivo que era parecer agradable a Dios en
todas tus obras sea en vida sea en la muerte. “Por eso, en el
cuerpo o fuera del cuerpo, nos esforzamos con celo y fervor por
agradar al Señor” (II Cor 5,9). Por lo tanto, amigo mío, que seas
siempre cuidadoso y reservado contigo mismo e intentar dirigir tus
praxis a este propósito final.
Sin embargo, si alguna vez estás
promovido por el deseo de tu psique hacer el bien para evitar las
situaciones del castigo y disfrutar del Paraíso, en esto también
puedes pensar que tu propósito final es el agrado y el deseo de
Dios, el cual quiere que entres en Su realeza increada y no al hades.
Pero este fin uno no lo puede conocer correctamente por mucho poder y
fuerza que tenga.
Para una obra, por muy pequeña y
humilde que sea, si se hace sólo con el propósito de gustar sólo a
Dios y Su doxa (gloria, luz increada), vale infinitamente más que
muchas obras gloriosas, importantes y grandes que se hacen sin este
propósito. Así junto con Dios es más agradable dar un céntimo a
un pobre, sólo por hecho de agradar a Dios, en vez de despojarte de
todos tus bienes para otro propósito y fin; y si lo haces con el
propósito de disfrutar de los bienes celestes, no sólo es bueno
sino también muy deseable. Este ejercicio, el querer gustar en cada
praxis a Dios, al principio te parecerá difícil, pero después te
será fácil.
El tener en cuenta esta infinita
magnanimidad y recompensa digna de Dios, cuanto más profunda y
continua se hace, tanto más continuas y ardientes son las praxis
antes mencionadas de nuestra voluntad. Así mucho más fácil y más
rápido obtendremos la costumbre de hacer cada praxis nuestra para la
agapi y agrado del Soberano que es el único digno de ser
amado. Finalmente, si quieres entender si el Dios te incita en cada
praxis tuya, debes pedirlo a Él con ardiente oración, rogándole
que te añada también esta jaris(o favor) junto con las
innumerables jaris y donaciones que te ha hecho y te hace
continuamente sólo por agapi sin ningún beneficio suyo.
Capítulo A. 11
Algunos pensamientos que promueven
el deseo del hombre en querer hacer en cada cosa la voluntad de Dios.
Para promover tu voluntad con mayor
facilidad para querer en todo el agrado y la doxa (gloria) de Dios,
acuérdate muy menudo que Él antes de distintas maneras te ha
honrado y amado; te ha creado de la nada a imagen y semejanza suya y
todas las creaciones las ha hecho para que te sirvan; y te ha
redimido y liberado de la esclavitud del diablo, mandando no un ángel
sino Su Hijo Unigénito para rescatarte no con precio de oro y plata,
sino con su preciosa sangre y con la muerte más tormentosa e
injusta, y después de todo esto en cada momento te protege de los
enemigos; lucha para ti y con Su divina jaris (gracia, energía
increada) tiene preparado tu alimento y tu honor en los inmaculados
Misterios que es el Hijo bien amado.
Esto es una señal de grandioso honor e
infinita agapi que tiene el Dios para ti, tan grande que nadie
puede entender, y cuánto honor y respeto debemos nosotros a Su
majestuosidad, que por nosotros ha hecho tantas cosas admirables.
¡Y si los reyes terrenales, cuando son
honrados por los hombres se sienten obligados a recompensarlos,
cuanto más nosotros los insignificantes debemos hacerlo al Rey del
universo por el cual somos tan amados y apreciados! Además de lo que
hemos dicho antes, ten siempre en tu memoria más que cualquier otra
cosa, que la divina majestuosidad por sí sola es infinitamente digna
de ser honrada y servida limpiamente por todos de una manera que le
gusta.
Capítulo A. 12
La multitud de voluntades y deseos
que existen en el hombre y la lucha que hay entre ellos.
Conozca bien que en esta guerra en
nuestro interior hay dos voluntades contrarias entre ellas; una es la
voluntad de nuestra parte lógica de la psique, por eso se llama
voluntad lógica y superior; y la otra es la del sentido y por eso se
llama voluntad sensible e inferior, la cual por costumbre se llama
también voluntad animal, voluntad de la disposición de la carne y
del pazos; con la voluntad superior deseamos todos los bienes;
y con la voluntad inferior e insensata deseamos todos los males. Así,
pues, cuando nosotros queremos alguna cosa sólo con la voluntad del
sentido, hasta que no la hayamos emparejado y combinado con la
voluntad suprema y la lógica, no quiere decir que la queremos de
verdad. Por lo tanto, toda la guerra invisible es esto, que la
voluntad superior no se incline hacia la inferior. Porque la voluntad
lógica que se encuentra entre la voluntad divina que está por
encima y la voluntad sensible o del sentido que está por debajo,
siempre es atacada tanto por una como por la otra. Debido a que cada
una de ellas quiere arrastrarla, dominarla y someterla en sí misma.
Estas tres voluntades se llaman también leyes por el apóstol Pablo
(Rom cap. 7). La voluntad lógica, la ley del nus
y la ley animal irracional que se encuentra en los miembros del
cuerpo y va en contra de la ley del nus y del
deseo de Dios, contra de la ley espiritual y de la ley de Dios con
las que conecta la ley del nus; y añade también
una cuarta que es la ley del pecado; que según san Juan Damasceno es
el ataque o asalto que lanza el diablo con malos loyismí,
en donde queda cautiva la ley del nus que se
encuentra en los miembros del cuerpo; y el deseo lógico junto con
la ley del nus, esto san Juan Damasceno lo llama
conciencia.
Por eso al principio, aquellos que se
han acostumbrado al mal, sufren y se cansan mucho cuando deciden
cambiar de forma de vida y entregarse a la agapi y al servicio
de Dios. Porque las contradicciones que recibe la voluntad lógica de
ellos de la lógica de Dios y de la lógica sensible (o carnal), las
cuales permanecen en una parte y en otra y pelean, son pruebas muy
fuertes y las sienten fuertemente, cosa que no ocurre en aquellos que
ya se han acostumbrado vivir y reposar en las virtudes o en las
maldades.
Porque los virtuosos se conforman
fácilmente con la voluntad de Dios, en cambio los malos se inclinan
fácilmente sin ninguna oposición a la voluntad del sentido (carnal
o instinto animal). Por tanto, que no se
jacte alguno que puede obtener las verdaderas virtudes cristianas y
servir a Dios como es debido, si no se esfuerza de verdad para
abandonar no sólo a los más grandes placeres sino también a los
más pequeños en los cuales estaba dedicado con agapi-amor
mundana. Y causa de esto muy pocos llegan a la perfección. Debido a
que han dominado con esfuerzo los mayores placeres, no quieren
después de todo esto presionar a sí mismos para vencer también sus
insignificantes deseos, los cuales a todas horas les conquistan.
Porque la perfección y la unión con el Dios es una cosa tan fina,
de modo que el más mínimo obstáculo, tan fino como un pelo, puede
privarnos de la unión con el Dios; como dice san Simeón el Nuevo
Teólogo: “De modo que si por nuestra negligencia y descuido
tenemos algún pequeño loyismós, o duda de fe, o cobardía,
o cualquier otro pazos, no seremos dignos de tener como
cohabitante en nuestra psique a Dios”.
Por ejemplo, hay algunos que no quitan
una cosa ajena, pero aman excesivamente la suya propia; hay otros que
no buscan honores con medios ilegales e indebidos, pero no las
aborrecen como es debido, sino que las desean, y algunas veces las
buscan de distintas maneras. Otros cumplen los ayunos estipulados por
su obligación, pero están dominados por la glotonería y la gula
comiendo más de lo necesario. Otros viven con continencia pero no se
desapegan de las compañías que les gustan y les son grandes
obstáculos en la vida espiritual y la unión con el Dios; y sobre
todo aquellas compañías que se hacen con personas jóvenes y
piadosas, de las que cuando menos teme uno, tanto más debe evitar.
Aquí apunta, hermano mío, que por algunas tendencias naturales o
pazos, los cuales ni se llaman mortales, ni excusables o
perdonables, porque no se hacen por nuestra predisposición o
voluntad, están sujetos a la idiosincrasia, temperamento de los
cuerpos y estos se llaman imperfecciones, defectos y fallos
naturales; por ejemplo, son muchos que por su naturaleza son
amargados y melancólicos o depresivos; otros estrictos e irritables;
otros ligeros en el loyismós e insostenibles; otros
irascibles… y otros defectos naturales. Por lo tanto, debemos
luchar también contra estos defectos, corrigiendo los excesos y las
deficiencias con el discernimiento del logos correcto,
transformándolos en virtudes. Porque ningún defecto natural, por
muy salvaje que sea, no resiste tanto a la predisposición y a la
voluntad que no pueda ser vencido con la jaris (energía
increada) de Dios, con nuestro esfuerzo y cuidado y con nuestra
diligencia. Digo que luchemos contra estos, porque aunque sean
naturales y no voluntarios, sin embargo nos impiden al
perfeccionamiento. Por lo tanto, de todas estas cosas que hemos
dicho, en estas personas ocurre lo siguiente: que hacen obras buenas,
pero deficientes y adecuadas con su deseo de honor y alabanzas del
mundo. De estas cosas el resultado es que no progresan en el camino
de la sotiría (redención, sanación y salvación), sino que
regresan atrás y recaen en los primeros males; porque no aman la
verdadera virtud ni son agradables a Dios que antes les liberó y les
salvó de la tiranía del diablo; aún mas, de estas cosas continúan
siendo siempre ignorantes y ciegos y en ningún momento ven el
peligro que se encuentran, porque creen que están seguros y sin
peligro.
Y aquí se manifiesta un engaño, que
cuanto menos conocido es, tanto más perjudicial se convierte; porque
son muchos que siguen la vida espiritual, pero aman más de lo debido
a sí mismos, aunque en realidad no conocen amarse a sí mismos.
Porque se ocupan más con aquellas luchas que declinan hacia sus
deseos y dejan las demás que son contrarias a sus declinaciones y
tendencias físicas y los deseos sensibles o carnales que justamente
deberían pelear contra ellos a toda costa con todas sus fuerzas.
Por eso, hermano en Cristo, te pido que
ames siempre la dificultad y la prueba que trae consigo esta guerra,
aún si alguna vez seas vencido. Porque dice Sirac: “No odies el
trabajo duro y cansino” (7,16). Porque aquí se encuentra todo.
Porque cuando más fuerte amas la dificultad que trae la virtud y la
guerra en los principiantes, tanto más rápido ganarás; y qué
digo, si tu amas más la guerra dura y cansina contra los pazos,
en vez de las virtudes y las victorias, naturalmente mucho más
rápido obtendrás todo bien.
Capítulo A. 13
Cómo debe luchar uno contra la
voluntad insensata o animal de los sentidos y la relación con las
praxis que debe realizar la voluntad para poder adquirir las
costumbres de las virtudes.
Cada vez que por un lado el deseo
insensato de los sentidos y por otro lado voluntad de Dios, atacan tu
deseo lógico, y cada uno quiere vencer, tú debes ejercitarte de
muchas maneras para que venza totalmente el deseo de Dios.
Entonces, a) cuando seas atacado de los
movimientos de algún deseo insensato de los sentidos, debes resistir
fuertemente para que la voluntad de la lógica no sea captada por
ellos. b) Una vez que sean detenidos y parados, muévelos otra vez
contra tuya para vencerlos y expulsarlos lejos con mayor ímpetu y
fuerza. Y otra vez después de todo esto, vuelve a reclamarlos en
esta tercera guerra c), en la que te acostumbrarás y los odiarás
con toda la fuerza de tu psique y los tendrás asco. (23)
Estas tres guerras o combates, deben
hacerse en todos nuestros deseos desordenados, (excepto los pazos
carnales, por los que te hablaré en otro punto).
23. Aquellos que
han progresado en la práctica se han hecho fuertes del loyismós
con liberarse de toda doxa-gloria falsa y absurda, han adquirido
logos correcto a través de la zeoría-contemplación
de los logos verdaderos y espirituales, estos que se encuentran en la
divina Escritura, como también en la creación; por tanto ellos
pueden resistir, rechazar y combatir contra los pazos
y los loyismí
con reacción irascible, es decir, unas veces con logos, lemas o
versos de la divina Escritura contra los pazos
y los loyismí
que les atacan, puesto que con esta contradicción el Señor venció
las tres tentaciones o ataques que le trajo el diablo, a) la
tentación de la filidonía
(hedonismo, sensualidad o voluptuosidad) , b) la filodoxía-vanagloria
y c) la filaryiría-avaricia.
Y otras veces,
contra al que trae la falsedad y el engaño de los sembrados loyismí
y de los pazos
que nos atacan, se liberan con el logos natural y correcto; por eso,
para esto se dice que luchan directamente contra los enemigos, los
vencen y son coronados. Pero los que son débiles en el loyismós,
es mejor que combatan contra los loyismí
y los pazos
indirectamente; es decir, mientras sean atacados, inmediatamente
correr en contacto consciente con Dios hasta que con la oración
serenen los pazos
y frenen las conversaciones con los loyismí,
como enseña san Isaac el Sirio. (Aunque esto principalmente no se
llama guerra sino huida de la guerra).
Pero estos
enfermos, alguna vez cuando son atacados exageradamente de los pazos
y los loyismí,
o cuando conocen que en sí mismo tienen la fuerza, deben luchar
también directamente contra los loyismí
y los pazos,
para que se vea también su propia valentía y la libertad de la
voluntad contra este malvado, ya que esto también nos lo dice el
mismo San Isaac el Sirio.
Sin embargo,
cuando atacamos directamente los pazos
y los loyismí,
una ayuda invencible, como arma de guerra, es tener el nombre del
Señor Jesús Cristo; es decir, «Κύριε Ἰησοῦ Χριστὲ
Υἱὲ τοῦ Θεοῦ ἐλέησόν με Kirie-Señor Jesús
Cristo Hijo de Dios, eleisón me, ayúdame, sáname, ten compasión o
misericordia de mí…», sea con el corazón o con los labios, tal y
como diremos más abajo en el capítulo 16º. Porque de esta manera
también combatimos contra los enemigos y vencemos, y por eso no nos
enorgullecemos porque adscribimos esta victoria al nombre vencedor
del Señor.
Apunta también
que el desprecio (al demonio) es el vehículo supremo y fuerte contra
la guerra de los loyismí
y los pazos.
Es decir, que uno desprecie como ladridos de perros (sin dientes) los
asaltos y ataques de los loyismí
y los movimientos de los pazos
y sobre todo aquellos que antes han llegado a guerrear contra ellos y
expulsarlos; pero estos que con descaro le molestan, siendo serio y
silencioso en sí mismo, ni si quiera girar a verlos ni escucharlos,
cumpliendo aquel Salmo que dice: “Pero
yo me hacía como sordo que no quiere oír y como el mudo que no abre
la boca para hablar” (Sal 37,14);
Pero que corra al camino de la virtud y del progreso, sin que sea
impedido por los nimios sustos o espantos de los loyismí,
y aquel que quiere pues, que utilice esta arma y será muy
beneficiado.»
Por último, debes hacer también
praxis opuestas en cada uno de tus pazos.
Por ejemplo, si alguien te ha
deshonrado y tú sientes guerra de los movimientos de impaciencia,
presta bien atención y sentirás que estos movimientos siempre
combaten contra la voluntad lógica y superior e intentan someterla y
hacerla condescender, consentir; entonces tú resista a estos
movimientos con todas tus fuerzas y apresúrate con tu deseo lógico
en no dar consentimiento a estos para no desviarte y decaer, diciendo
tú también junto con Oseas: “resistiendo los destruiré” (1,2);
y no parar nunca este combate, hasta que conozcas bien que el enemigo
está casi cansado y ha quedado vencido y mortificado; pero ten mucho
cuidado, vigila y protégete de la mala astucia del diablo. Porque
cuando él entienda que resistimos fuertemente a los movimientos de
un pazos, no sólo no los revoluciona en contra nuestra, sino
que intenta pararlos a que no nos ataquen, para que no adquiramos
formación y experiencia por este ejercicio para el hábito de las
virtudes; y además, para hacernos caer al orgullo y a la vanagloria,
convenciéndonos de una manera hábil de que somos soldados valientes
y hemos derrotado rápidamente a nuestros enemigos.
Por eso tú, hermano mío, pasa a la
segunda guerra, es decir, con la memoria despierta revoluciona contra
tuyo aquellos loyismí que fueron la causa de tu impaciencia;
y con continuos deseos y más violencia que la primera, expúlsalos
lejos de ti, diciendo junto con David: “Perseguiré mis enemigos
hasta que los destruya” (Sal 17,41). Pero como no es bastante con
sólo expulsar nuestros enemigos, sino que debemos odiarlos con
nuestro corazón, para que no seamos vencidos otra vez de ellos, por
eso tú con la tercera c) guerra debes oponerte con tanto ímpetu a
los loyismí de la impaciencia hasta que los odies y los
tengas asco, diciendo aquello del Salmo: “Detesto y
aborrezco la injusticia y la mentira” (Sal 118, 162) y “los he
odiado con perfecto odio; y se hicieron enemigos personales” (Sal
118,21). Por último, para hacer perfecta tu psique con la costumbre
o hábito* de las virtudes, debes hacer aún praxis interiores que
son directamente opuestas a tu impaciencia según el Salmo: “Aléjate
del mal y haz el bien” (Sal 33,14). *Por eso esta costumbre o
hábito se llama segunda naturaleza, porque, como la naturaleza así
también el hábito con facilidad proyecta sus energías y acciones.
Por ejemplo, si deseas obtener
totalmente la costumbre de la paciencia, no basta sólo que te
ejercites con las maneras de guerra que te he dicho, sino aún debes
amar el deprecio que has recibido de aquel que te ha deshonrado o
insultado, deseando que seas deshonrado e insultado otra vez, como la
primera vez por el mismo hombre; y estar preparado a sufrir mayores
desprecios e insultos, porque praxis similares son necesarias para
hacernos perfectos en las virtudes. Porque de otra manera, las otras
praxis por muchas y muy fuertes que sean no son capaces de extraer y
extinguir la maldad de sus raíces. Por eso es necesario que allí
donde antes estaba arraigada la maldad, en vez de ella, allí tiene
que sembrar y arraigar la virtud que es contraria a la maldad, para
que según los médicos, las cosas opuestas se conviertan terapia,
curación de las opuestas (25).
25.
«Excelentemente aquí se enseña
de acuerdo con san Isaac el Sirio, que es mejor engañar y vencer
nuestros pazos
con el recuerdo de las contrarias virtudes, en vez de poner
resistencia. Sepas también que las tres partes de la psique que son
lo logístico (lógico), lo anhelante (voluntarioso) y lo irascible
(o emocional), nacen tres tipos de loyismí.
De la parte logística (lógica) nacen los loyismí
de increencia o infidelidad, ingratitud y gemidos a Dios, el no
discernimiento o indiscreciones, ignorancia o desconocimiento y
oscuridad y simplemente los llamados universalmente loyismí
blasfemos; y de la parte anhelante (o voluntad) de la psique nacen
los loyismí
hedónicos de la filidonía (placer, voluptuosidad, hedonismo), los
de la avaricia , los de la vanagloria y generalmente todos los
llamados loyismí
indecentes; y de la parte irascible de la psique nacen los loyismí
de homicidios, de venganza, de odio, de envidia, de conflictos,
perturbaciones y simplemente los llamados loyismí
maliciosos, viles o astutos malos. Pues, tú debes vencer con las
virtudes contrarias; es decir, la infidelidad con la fe
inquebrantable a Dios; la ingratitud y el bostezo a Dios con el
agradecimiento; la indiscreción o no discernimiento con el
discernimiento del bien y del mal; la ignorancia y oscuridad con la
verdadera gnosis (increada) de lo que realmente existe; y las
blasfemias e insultos con las doxologías (alabanzas). Similarmente
la filidonía (hedonismo) con la continencia y el ayuno; la
vanagloria con la humildad; y la avaricia con la austeridad y la
sencillez. Igualmente, la envidia y el odio con la agapi-amor;
la venganza con la mansedumbre, magnanimidad y la paciencia; el
conflicto y la perturbación con serenidad del cerebro o mente y la
paz del corazón. Y generalmente como dice san Máximo el Confesor:
En la parte anhelante (volitiva) de la psique poner la virtud de la
continencia, autodominio; en la parte irascible la virtud de la
agapi;
y por supuesto que la luz de tu nus
no se oscurecerá nunca, y los anteriores loyismí
pueden fácilmente nacer de estos.»
Así que si nosotros no nos
acostumbramos con muchas y continuas praxis a amar el desprecio y
alegrarnos por ello, porque en la agapi-amor con el desprecio
se cimienta la paciencia, y no nos libraremos nunca de la mala
impaciencia, la que se fundamenta sobre el odio de que nos desprecien
u ofendan. Por eso, permaneciendo viva la raíz de la maldad, brota
siempre de una manera que se marchita la virtud y algunas veces la
ahoga totalmente. En cualquier momento que se nos presente nos hace
peligrar y recaer otra vez. Es cierto pues, que sin las praxis
opuestas o contrarias que hemos dicho, no es posible que obtengamos
la verdadera costumbre de las virtudes.
Conozca también esto, que estas praxis
deben ser muchas y muy continuas de modo que puedan destruir
totalmente el hábito del mal, que como ha arraigado y dominado en
nuestro corazón, mediante la multitud de las malas praxis, así se
debe desarraigar el mal con muchas y continuas praxis buenas; y
entonces en nuestro corazón echaremos raíces del hábito de las
virtudes; de hecho yo digo que deben ser muchas más las praxis
buenas que las malas, para que el hábito se convierta virtuoso;
porque muchas praxis no son como las praxis del mal que son
sostenidas por la naturaleza, la cual está corrompida por el pecado.
Además te digo también esto; que si
la virtud que ejerces lo requiere, debes aún hacer praxis exteriores
similares a las interiores; por ejemplo; para obtener la paciencia no
sólo debes amar con el corazón aquellos que te han despreciado o
molestado de cualquier manera, sino que digas hacia ellos logos
apacibles y de agapi; aún si puedes servirles con obras con
su permiso (26).
26. «El
divino san Juan el Crisóstomo (boca de oro), en su homilía 15,
capítulo 5, sobre el Evangelio de Mateo, dice que el Señor en este
capítulo enseña nueve grados, en los que los todos cristianos son
elevados con sus divinos mandamientos o logos: 1) que los Cristianos
no deben cometer ninguna injusticia a ninguno; 2) si alguien comete
una injusticia contra ellos, ellos no deben vengarse con la misma
injusticia; 3) que no hagan a los demás aquellas cosas malas que
aquellos les han hecho, sino que tengan paciencia, se serenen y se
pacifiquen; 4) no sólo que se pacifiquen sino que se entreguen
voluntariamente a padecer con más ánimo estos pazos
y estos males; 5) que sean dispuestos a padecer más de estos pazos
que aquel que quiere hacerles mal; 6) no odiar aquel que les hace el
mal; 7) amar de corazón aquel que les hace mal; 8) y beneficiarle 9)
y rogar a Dios por él.
Y san Simón el
nuevo Teólogo, en su logos en relación con la apacia
(sin pazos,
impasibilidad) y los carismas,
añade junto con los nueve grados otros tres más grandes: 1) no sólo
que oremos por aquellos que nos han hecho mal, sino que los marquemos
en nuestra fantasía y besarlos sin pasión, con lágrimas de
corazón, como amigos auténticos. Y tercero que uno se olvide
totalmente de las cosas que le han pasado y no las recuerde, tanto
cuando están presentes como cuando no están, sino que se comporte
con ellos igual que con sus amigos, conversando y comiendo junto con
ellos.»
Y estas praxis interiores y exteriores
por muy difíciles que te parezcan por la debilidad de tu nus,
por mucha dificultad que te traiga tu deseo, de ninguna manera debes
abandonarlas, sino que luches por hacerlas. Porque, por muy débiles
que sean, te mantienen estable y valiente en esta guerra y te
facilitan el camino para vencer.
Estate con atención y concéntrate
bien en ti mismo para combatir no sólo contra tus deseos grandes y
eficaces de cada pazos, sino también contra los pequeños y
ligeros; porque algunas veces los pequeños deseos abren el camino a
los grandes, y entonces después de todo esto nacen en nuestro
interior los malos deseos; y por el poco cuidado y esfuerzo que
tienen algunos en extraer de sus corazones los pequeños deseos,
mientras han dominado los grandes del mismo pazos, lo que a
continuación sigue en ellos es que de repente e inesperadamente son
dañados y vencidos por los enemigos con más potencia y desgaste que
antes.
Te recuerdo también que vayas
recortando y mortificando tus deseos y voluntades, incluso de cosas
que son permitidas, pero que no son necesarias; y de este tipo son
las muchas charlatanerías, las compañías, las comidas más
grasientas y las similares. Porque de esto saldrán muchos bienes.
Debido a que te harán más preparado y más animado para vencer a ti
mismo y a las demás cosas. Debido a que te harás más fuerte y más
experimentado en la guerra de las tentaciones, te escaparás de
varias trampas del diablo y conseguirás cosas muy agradables y
gustadas a Dios.
Pues, amigo mío, si sigues estos
ejercicios divinos de la manera que te he dicho, estate seguro que en
poco tiempo progresarás mucho y te convertirás en hombre espiritual
verdadera y realmente, no falsamente, sólo de nombre. Porque si
emprendes otra manera o método y otros ejercicios agradables a tu
deseo, tanto que llegues hasta creer que te has unido con el Dios y
conversas con él dulcemente, sepas que no es posible que obtengas la
jaris (gracia, energía increada) del Espíritu Santo o
ninguna virtud; porque la jaris del Espíritu, tal y como he
dicho en el primer capítulo, no es creada, ni nace con ejercicios
agradables y similares con nuestra naturaleza, sino de aquellas cosas
que ponen en la naturaleza cruces y esfuerzos corporales duros, y de
aquellas que se recompone y se renueva el hombre a través de los
deseos de las virtudes evangélicas y se une con su crucificado
Creador.
Conozca también esto; que los hábitos
del mal se hacen con muchas y continuas praxis de la voluntad lógica,
porque es ella la que se entrega en los deseos insensatos del sentido
o de los instintos animales. Así que los hábitos de las virtudes
evangélicas se obtienen con hacer praxis continuas y muchas y que te
entregues a la voluntad de Dios, por el cual estamos llamados e
invitados unas veces a una virtud y otras veces a otra. Porque tal y
como nuestra voluntad lógica no puede ser mala y terrenal nunca, por
mucho que sea atacada por el deseo insensato de la carne y del mal,
si no se entrega por sí misma a la carne y se someta a ella; así de
esta manera nuestra voluntad lógica, nunca puede ser virtuosa y
estar unida con el Dios, aunque está llamada e invitada por la jaris
(gracia, energía increada) de Dios, si no se entrega totalmente a la
voluntad y a la jaris de Él, tanto con praxis interiores como
con exteriores.
Capítulo A. 14.
Qué se debe hacer cuando la
voluntad lógica superior parece que está vencida por la voluntad
inferior insensata o animal y de los enemigos.
Si alguna vez piensas que tu voluntad
lógica no puede resistir para nada a tu deseo insensato y a los
enemigos que te atacan, porque no sientes que anímicamente estás
dispuesto y preparado contra ellos; entonces, tú hermano mío, debes
permanecer firme y no abandonar la guerra, porque te estarás
considerado como vencedor, puesto que no te estarás viendo
claramente a ti mismo como vencido. Así como la voluntad superior
para proyectar sus praxis no tiene necesidad de los deseos
inferiores, así lo mismo, si ella misma no quiere no puede ser
presionada y vencida nunca de los deseos inferiores por muy dura que
sea la guerra que hacen. Porque el Dios ha regalado en nuestra
voluntad tanta libertad y fuerza, de modo que aunque todos nuestros
sentidos y todos los demonios y todo el mundo juntos se armen contra
ella, a pesar de todo esto, nuestra voluntad puede con toda la
libertad despreciar estas cosas y querer aquello que quiere, o no
querer aquello que no quiere, y las veces que quiere y por aquel
propósito que más le gusta.
Y si alguna vez los enemigos
intelectivos o espirituales y tu deseo insensato, indecente, te
atacan, te guerrean y te presionan tanto, deprimiéndote de modo que
así debilitado no puedas hacer ninguna acción u obra espiritual
contra ellos para ayudarte, pues, yo te digo que en este caso no te
acobardes, ni tires por tierra las armas, sino que utiliza este
vehículo contra ellos y diga contra los enemigos: “No cedo ni
abandono esta guerra, ni tampoco ahora os dejaré ilesos”. “El
Señor es la luz increada y mi sotiría (redención, sanación
y salvación), ¿a quién podré temer? El Señor es la fortaleza y
el refugio de mi vida, ¿ante quién puedo temblar?” (Sal 26,1).
“Yo en Tu nombre aniquilaré los enemigos” (Sal 43,7); ahora
bien, si te fortaleces mucho y otra vez caes vencido, como se ha
escrito: “Por mucho que os unáis seréis aplastaos; y por mucho
que os arméis seréis aniquilados” (Is 8,9). Por lo tanto, haz lo
mismo que aquel que tiene en su contra al enemigo y le tiraniza y no
puede hacer nada para pegarle directamente y prueba haciendo un paso
atrás para poder herirle, así lo mismo haz tú también; reúne tus
loyismí en tu interior, reflexiona y piensa que no tienes
ninguna fuerza y así recurre a Dios que siempre puede y llámalo con
ardiente oración, esperanza y lágrimas contra tu pazos que
te está atacando, diciendo: “Señor ayúdame; Dios mío, Dios mío
ayúdame, Jesús Cristo ayúdame, ataca a los que me atacan; toma tu
escudo y tu armadura y ven a socorrerme” (Sal 34,1). “Santísima
Zeotocos, Virgen, ayúdame, para no ser vencido por el enemigo”.
Por otro lado, si el pazos y tu
enemigo te dejan un poco de tiempo, puedes ayudar la debilidad de tu
voluntad contra el pazos, con el contacto consciente con Dios
con reflexiones y ejercicios. Por ejemplo, cuando tú caes en alguna
dificultad o cualquier otro castigo y tu deseo no puede o no quiere
tener paciencia, ayúdate con estas cosas.
A´ Piensa
que esta prueba que estás sufriendo, debes dignamente sufrirla,
porque tú has dado motivo y con razón debes sufrir esta herida que
tú mismo con tus manos has producido y dado a ti mismo.
B´ Si tú en esta prueba no tienes
ninguna culpa, dirija tu loyismós en los otros muchos y
grandes errores tuyos y piensa que por estos el Dios no te ha dado
aún el castigo que mereces, pero que tú tampoco los has moderado
como es debido; por lo tanto, la compasión de Dios ha tenido
misericordia de ti para que no seas castigado eternamente, y te ha
mandado esta prueba provisional; y debes aceptarla con alegría y
gratitud.
C´ Piensa y reflexiona que cuando has
molestado y lastimado la majestuosidad de Dios,
si te ha dado tiempo y has hecho bastante del canon o deber por tus
pecados; pero piensa que en la realeza increada de los cielos no
entra nadie si no es mediante la entrada estrecha de las pruebes y
las aflicciones. “Tenemos que pasar por muchas aflicciones y
tribulaciones para entrar en la realeza increada de Dios” (He
14,22).
D´ El que tú también puedes entrar
en esta realeza increada por otro camino, es decir, entrar dentro en
la agapi (amor y energía increada) de Dios, esto ni siquiera
lo pienses; porque también el Hijo de Dios junto con todos sus
amigos entró en ella por medio de espinas y cruces.
E´ Piensa y reflexiona que esta prueba
que estás sufriendo, es según la voluntad de Dios; es lo que debes
pensar al principio de cada praxis tuya y aflicción que te sucede;
tal y como te dije antes en el capítulo 10 y 11, es decir, querer
que en todos tus actos y hechos se haga la voluntad de Dios; el Cual
por la agapi que te tiene, se agrada y se alegra cuando te ve
que sufres y luchas heroicamente como un valiente guerrero suyo.
Pues, tú para que correspondas esta agapi (amor y energía
increada) de Dios, por muy injusta y pesada que sea la prueba que
sufres, tanto más lucha para sufrirla con paciencia y gratitud.
Porque haciendo así, se ve que sufres en esta praxis y amas también
esta dureza sólo por la divina voluntad, por la cual y cerca de la
cual, cualquier cosa amarga parece dulce y toda cosa desordenada
tiene orden y regla o canon perfecto.
San
Nicodemo el Aghiorita
Traducido por: χΧ
jJ www.logosortodoxo.com
(en español).
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