ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ
ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra invisible,
san Nicodemo el Aghiorita
SEGUNDA PARTE
Capítulo B. 5 La atribución de los carismas y
el agradecimiento.
Capítulo B. 6 El ofrecimiento mental y
espiritual, es decir, cómo uno debe mental y espiritualmente ofrecer
(con el nus o espíritu del corazón de la psique y la mente)
el sí mismo y cada obra suya a Dios.
Capítulo B. 7 La piedad sensible, más la
frialdad y sequedad de esta.
Capítulo B. 5 La
atribución de los carismas y el agradecimiento.
Como todo el bien que
hacemos proviene de Dios y se hace para Dios, por eso estamos
obligados a agradecerle por todo nuestro ejercicio bueno, por cada
victoria y por todas las beneficencias que hemos recibido de su mano
caritativa, tanto las evidentes como las ocultas, tanto las comunes
como las particulares, tal y como se refiere: “Dad gracias en todo,
porque esta es la voluntad de Dios tal y como se ha
apocaliptado-revelado en nosotros por Cristo Jesús” (1Tes
5,18). Porque según san Juan el Crisóstomo: “la mejor reserva de
la beneficencia es el recuerdo de ella y el continuo agradecimiento”.
Y esto para hacerlo de
manera debida, tenemos que pensar el propósito por el que Dios se
mueve para transmitirnos sus beneficencias. Por cada beneficencia el
propósito primero y principal de Dios es por descontado el honor y
la obediencia a su voluntad, por eso tú piensa que:
A. El mayor
agradecimiento que puedes ofrecer a Dios por todas las beneficencias
que te ha dado, es aplicar y guardar sus mandamientos o logos,
rendirle honor y estar preparado a seguir su voluntad, como se ha
escrito: “Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, y lo
que el Señor exige de ti es esto: practicar la justicia (virtud en
general), amar la misericordia y caminar diligente y humildemente con
tu Dios” (Miqueas 6,8).
B. Viendo que no tienes
algo digno de alguna beneficencia, porque no has hecho nada más que
pecados, desgracias e ingratitudes, con profunda humildad di a Dios:
“Cómo es posible, Señor mío, que te dignes a ofrecer tantas
beneficencias a mí que soy muerto (espiritualmente) y sucio. Por
eso, bendito sea tu nombre por los siglos de los siglos”.
C. Pensando que él con
sus beneficencias que te hace, pide de ti que le ames y le sirvas,
entonces enciéndete de la agapi de tu tan amado Señor y del
deseo honesto de servir como él quiere. Pero para esta cosa debes
hacer una ofrenda total de ti mismo de la siguiente manera.
Capítulo B. 6 El
ofrecimiento mental y espiritual, es decir, cómo uno debe mental y
espiritualmente ofrecer (con el nus o espíritu
del corazón de la psique y la mente) el sí mismo y cada obra suya a
Dios.
Para que la afrenta de ti
mismo sea completa, perfecta y amada a Dios, hacen falta dos cosas:
uno es unir tus ofrendas con las ofrendas que hizo Cristo a su Padre.
El otro es que tu voluntad y tu corazón sean desapegados del amor de
toda cosa creada.
Por el primero sepas que
el Hijo de Dios viviendo en el valle de llanto y lágrimas, ofreció
a su padre Celeste el sí mismo y sus obras juntas también con
nuestras obras; de modo que nuestras ofrendas, para que sean gustadas
por Dios, deben hacerse con la unión y con la esperanza de las
ofrendas de Cristo.
Por el segundo, piensa
antes de hacer la ofrenda, si tu voluntad tiene algún obstáculo o
apego. Porque si tienes algo así, tú debes desapegarte de todo
amor, a medida que puedas, y recurrir a Dios para que él con su mano
derecha te desapegue totalmente y así suelto y libre de toda cosa
podrás ofrecerte a ti mismo a la divina majestuosidad.
Ten cuidado en este
punto. Porque si te ofrendas a ti mismo a Dios al tiempo que estás
apegado a las creaciones, no ofrendes el ti mismo sino las
creaciones, porque tú tampoco entonces perteneces a ti mismo sino a
las creaciones, en las que está apegada tu voluntad; cosa que no es
gustada de Dios, que es lo mismo como si quisieras engañarle. Porque
al igual que al Antiguo Testamento no eran aceptados los sacrificios
que tenían algún defecto – por eso el Dios manda que no le
ofrendan sacrificios de los animales ciegos o que tuvieran algún
defecto. “No ofreceréis animal defectuoso, pues no sería
aceptado” (Lev 22,20). De la misma manera no es aceptada la ofrenda
de nosotros mismos, cuando tiene algún apego y defecto semejante;
porque estas ofrendas que se ofrecen a Dios, deben ser dignas para
Él, según Sirac que dice: “Al Señor ofrecerás sacrificios y
ofrendas dignas” (Sab. S 14,11).
Por esta razón sucede
que por muchas ofrendas que hagamos a Dios, no sólo permanecen sin
ningún fruto, vacías y desacertadas, sino que después caemos en
varios defectos, errores y pecados. Es verdad que podemos ofrecer a
Dios nuestro sí mismo, a pesar de que estamos apegados en las
creaciones, pero con el propósito que su bondad nos libere de las
cadenas que estamos atados, y así después poder rectificarnos por
completo a su divina Majestuosidad y a su servicio. Y esto debemos
hacerlo muchas veces con mucho ánimo, con predisposición, con ganas
y con amor de nuestro corazón.
Pues, hermano mío, tu
ofrenda hacia el Dios que sea sin dependencia de algo, sin ninguna
voluntad tuya y sin fijarte a las cosa terrenales ni a los bienes
celestiales, sino sólo a la voluntad y a la providencia de Dios; a
Él debes sujetarte por completo y sacrificarte como sacrificio
perpetuo. Y olvidando toda cosa creada decir al Señor: “He aquí
Señor y Creador mío, te ofrezco por completo mi voluntad a la mano
de tu voluntad y a tu providencia eterna. Haz, pues, de mi vida
aquello que tú crees y te gusta, en mi muerte y después de mi
muerte, en toda mi estancia y eternidad”.
Si tú ofertas de esta
manera (lo conocerás cuando te sucedan varias vicisitudes sobre
esto), de terrenal te convertirás en consignatario del Evangelio y
estarás muy feliz. Porque tú serás de Dios y el Dios será tuyo.
Porque él es siempre amigo de aquellos hombres que elevan el sí
mismo desde las creaciones (terrenales) y se entregan y se sacrifican
por completo a su divina Majestuosidad.
Ahora pues, hijo mío, tu
aquí ves una manera o forma muy potente por la que puedes vencer
todos tus enemigos. Porque, como se ha dicho, cuando la ofrenda te
una con el Dios, tú te haces todo de Dios y el Dios se hace todo
tuyo. ¡Así qué enemigo podrá alguna vez perjudicarte!
Cuando por otro lado
quieres ofrecerle alguna obra tuya, como el ayuno, la oración, toda
praxis de paciencia y otras obras buenas, piensa tal como hemos dicho
anteriormente, la ofrenda que hizo Cristo hacia su Padre; sus ayunos,
sus oraciones y las otras obras y así con la fuerza de tu ánimo de
estas cosas, ofrécele también las tuyas. Si por otro lado quieres
hacer al Padre celeste la ofrenda de las obras de Cristo por tus
deudas, la harás de la siguiente manera: Echa una ojeada general en
todos tus pecados, y algunas veces en cada uno de tus pecados y
viendo claramente que no puedes solo expiar la ira de Dios a causa de
tantos pecados tuyos, ni calmarás su justicia divina, entonces
obligatoriamente recurrirás a la vida y pazos-padecimiento, pasión
de su Hijo, pensando alguna obra suya (104),
cuando ayunaba y oraba o derramaba su sangre. «He aquí Padre mío
eterno, según Tu voluntad, yo alivio tu rica justicia por mis
pecados y por las deudas de este sirviente: que disfrute, pues, tu
divina Majestuosidad, perdónale y recíbele en la cuenta de tus
elegidos». Entonces tú puedes ofrecer al mismo Padre esta misma
ofrenda y estas mismas súplicas para ti mismo, llamándole a
liberarte de toda deuda mediante la fuerza de aquellas. Y esto
comenzarás hacerlo no sólo pasando de un misterio a otro de su vida
y su pazos-padecimiento, sino también de una praxis a otra praxis de
cada misterio suyo. Incluso para los otros puedes utilizar esta forma
de oración y no sólo para ti.
104
Apunta que toda obra y todo tipo de pazos de
nuestro Señor, por algunos maestros se llama misterio, porque cada
uno de estos pazos contiene también algún significado misterioso.
Por eso en el capítulo más abajo dice que pasemos de un misterio a
otro de su vida y pazos. Al saber esto, pues, no dudes.
Capítulo B. 7 La
piedad sensible, más la frialdad y sequedad de esta.
Hermanos mío, la piedad
sensible, es decir, que te sientas a ti mismo interiormente de que
estás con ánimo y ganas para las cosas divinas, y que tienes agapi,
compunción y piedad, esto proviene unas veces de la naturaleza
física (105), otras veces del diablo
(106) y otras de la jaris divina
(gracia, energía increada). De sus frutos puedes conocer de dónde
proviene esta piedad. Porque si no acompaña el mejoramiento de tu
vida, puedes sospechar que proviene posiblemente del diablo o de la
naturaleza física; mucho más si esta piedad es acompañada del
apetito, de la dulzura y de la dependencia o apego en algo o de
alguna fantasía (idea) sobre ti mismo. Cuando pues, percibas que tu
nus o corazón siente alguna dulzura de sabores espirituales,
no te pares a pensar de qué parte vienen, no te sostengas en esto,
ni dejes que tu nus salga de tu humilde conocimiento de ti
mismo, sino que con más diligencia y odio de ti mismo, ocúpate a
detener tu corazón libre de todo apego o dependencia, incluso
espiritual. Y desear sólo a Dios y lo que a él le gusta.
105.
Por ejemplo hay algunos devotos que fácilmente
tienen compunción, como las mujeres, y los que por suerte por su
naturaleza tienen temperamento blando.
106.
Se dice que tienen compunción del diablo los
que hacen estas cosas por vanagloria, por gustar a los demás, por
embriaguez o por otros distintos pazos similares.
De la misma manera
también la frialdad y la sequedad de la piedad proviene de las tres
causas que hemos dicho anteriormente: 1) del diablo, para impedir al
nus de las obras espirituales y dirigirle a las obras
vanidosas y los placeres del mundo; 2) de nosotros, de nuestros
deseos y de nuestras dependencias que tenemos en las cosas terrenales
y de nuestra indiferencia; y 3) de la jaris, por los
siguientes motivos: es decir, para que la jaris (gracia,
energía increada) nos haga más diligentes y abandonemos todo apego
y ocupación que no es de Dios, ni termina a Dios; o para que
conozcamos en praxis que cada bien nuestro proviene sólo de Él; o
para que en adelante honremos más a sus carismas y seamos más
humildes y cuidadosos en guardarlos; o incluso para que nos unamos
más fuerte con su divina majestuosidad, con el abandono total de
nosotros mismos, incluso de estos júbilos espirituales, de modo que
no separemos nuestro corazón en dos, teniéndolo apegado a estos,
porque el Dios lo quiere todo para él; o también porque el mismo
Dios se alegra cuando nos ve luchar con todas nuestras fuerzas
utilizando también su propia jaris (energía increada).
Pues, cuando percibas y
veas que estás enfriado y seco y no tienes la debida agapi
(amor desinteresado), devoción y compunción que se debe para las
cosas divinas, examínate a ti mismo y mira de qué defecto se te ha
sido reducida semejante devoción, piedad y lucha contra este defeco,
no para recibir otra vez el sentimiento de la jaris, sino para
reducir de ti mismo aquello que no gusta a Dios. Pero si no
encuentras el defecto y la causa, entonces tu piedad sensible que sea
de verdad piedad; es decir, bien dispuesta para su sugestión a la
voluntad de Dios. Por eso preocúpate en no abandonar por ninguna
razón tus ejercicios espirituales, sino practicarlos con toda tu
fuerza, aunque te parezcan que no dan fruto ni beneficio, bebiendo
con tu voluntad el cáliz de la amargura; el cual cáliz te da el
enfriamiento de la piedad, devoción y la privación de la dulzura
espiritual de la amada voluntad de Dios.
Y no quieras seguir a
Jesús sólo cuando va al Monte Tabor, sino también cuando va al
monte Gólgota. Es decir, no quieras sólo sentir en tu interior la
divina luz increada, las dulzuras y las alegrías espirituales, sino
también las oscuridades, los dolores, los sufrimientos y los
fármacos amargos que saborea la psique de las tentaciones de los
demonios, interiores y exteriores. Y si alguna vez semejante frialdad
y sequedad es acompañada de oscurantismos del nus, de manera
que no sepas qué hacer ni dónde poner tu atención; (107)
a pesar de esto, no te asustes ni tengas miedo, sino mantente firme a
la cruz, lejos de todo vicio y placer mundano que te puede ofrecer el
mundo o las creaciones. 107. Estudia
el logos de Isaac el Siro y verás la alteración que recibe la
psique y el oscurecimiento, la depresión y la duda sobre la fe, mas
las blasfemias, y sabrás el cómo, el porqué y quiénes son los que
padecen estas cosas y cómo se terapian, sanan.
También esconda este
pazos tuyo de toda persona y manifiéstalo sólo a tu padre
espiritual; pero no lo presentes a tu guía espiritual para que te
liberes de la prueba sino para que te explique la manera que podrás
soportar y sufrir de modo que guste a Dios. (108)
Y san Isaac dice en el mismo logos que al
hombre que padece de estas cosas, para que el mismo sea iluminado y
fortalecido, le hace falta tener un hombre iluminado y que tenga
experiencia en temas semejantes.
Incluso las oraciones y
las divinas comuniones, tus otros ejercicios y luchas no las utilices
para las dulzuras divinas y para bajar de la cruz y cortar tu
voluntad; sino para que recibas fuerza y puedas levantar la cruz para
mayor doxa-gloria del Crucificado, siendo realmente contento
con lo que Él quiere. Y cuando alguna vez por confusión mental y
del nus no puedes orar y estudiar cómo estás acostumbrado,
estudia de la mejor manera que puedas, y aquello que puedas hacer con
tu nus y mente intenta hacerlo con tu voluntad y con palabras,
hablando contigo mismo y con el Dios, y tendrás resultados
admirables y tu corazón recibirá fortaleza y ánimo.
Por tanto, en tiempo de
oscurecimiento de tu nus y mente puedes decir: “¿Psique-alma
mía, por qué te afliges, por qué te quejas? Espera en Dios, que he
de alabar de nuevo al Salvador y Dios mío” (Sal 42,6). Y de nuevo:
“¿Por qué Señor mío paras lejos de mí y estás ausente en los
tiempos difíciles y en los sufrimientos? Señor y Dios mío no me
abandones ni te alejes de mí” (Sal 9,2). Y acordándote la divina
enseñanza que inspiró el Dios a las aflicciones de Sara la mujer
amada de Tobit, utilízala tú también diciendo con voz fuerte:
«Esto sucederá al que te venera: esta vida es para pruebas y será
coronado el que se libere de toda tribulación, aflicción. Y si se
tiene que destruir, esto no se puede hacer sin tu misericordia
increada, porque tú no te alegras por nuestra destrucción, porque
después de la tempestad viene la calma y la serenidad, y después de
los llantos se esparce la alegría. Dios de Israel que sea bendito tu
nombre por los siglos de los siglos. Amín.
Aún acuérdate de Cristo
cuando se encontraba en el jardín y en la cruz para mayor prueba,
parte sensible de él estaba abandonada de su Padre Celeste. Así tu
también con este recuerdo, sufriendo la cruz, dirás con todo tu
corazón: “Señor, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt
26,39). Y operando así, tu paciencia y tu oración, elevarán las
llamas del sacrificio de tu corazón y llegarán hasta el trono de
Dios; y permanecerás realmente devoto, piadoso, porque la verdadera
devoción es un deseo vivo de la voluntad y una agapi estable
para seguir a Cristo con la cruz en sus hombros en cada camino que el
mismo nos invita para sí mismo; y querer a Dios para el mismo Dios,
es decir, porque así lo quiere Dios. Por eso si los hombres
quisieran medir su progreso por esta devoción, piedad, no por lo que
se ve con los sentidos, es decir, sólo sentir en sus corazones la
dulzura espiritual de la jaris (energía increada), no caerían
en engaño de sí mismos, ni del diablo y tampoco se afligirían sin
beneficio. Sobre todo agradecerían a Dios por un bien tan grande que
les concede y tendrían más cuidado de aquí en adelante en trabajar
con mayor celo en la majestuosidad divina que gobierna el universo y
muchas veces permite cosas semejantes para su propia gloria y nuestro
beneficio.
Por eso algunos se
engañan cuando por supuesto con temor y prudencia evitan los motivos
de los pecados, pero cuando son molestados de loyismí
(pensamientos simples o con fantasías, ideas, reflexiones) feos y
horribles y algunas veces también con sueños terribles y
repugnantes, se confunden, se acobardan y creen que han sido
abandonados de Dios y así se alejaron totalmente de Dios. Y estos
hombres así quedan muy marchitados, decepcionados, casi se
desesperan y se deprimen, y abandonando toda buena práctica para las
virtudes, regresan otra vez al Egipto de los pazos y no perciben ni
entienden bien el favor que les hace Dios, dejándoles a ser
molestados de estos espíritus de la tentación, para que ellos
entiendan su humildad y se acerquen a Dios como enfermos y como
hombres que tienen necesidad de ayuda. Por eso desgraciadamente se
quejan de aquello que deberían agradecer por Su inmensurable bondad.
Cuando pues, suceden
cosas similares, lo que tú tienes que hacer es lo siguiente: pensar
bien y meditar tu tergiversada inclinación, la que el Dios quiere
que conozcas, la que es por tu propio bien; conocer que estás
preparado caer en cualquier mal grande y que sin la ayuda de Dios,
habrías sufrido mayor destrucción y daño. Después tener esperanza
y estar seguro que el Dios está pronto para ayudarte, porque te hace
ver el peligro y quiere atraerte más cerca, estimulándote a rezar y
correr de cerca junto con Él. Por eso debes rendirle humildes
agradecimientos. Y estate seguro que semejantes loyismí
blasfemos, malignos y repugnantes que te molestan y te tientan, se
expulsan mejor con una esperanza perseverante, con un perfecto
desprecio y con una repulsa diestra, no con una oposición hábil y
una guerra objetiva. También lee y estudia atentamente la nota 23
del capítulo 13 de la primera parte. (A mí el traductor me parece
correcto ponerlo otra vez, porque es muy importante, así el lector
no tiene que correr al capítulo 13,).
23.
Aquellos que han progresado en la práctica se han hecho fuertes del
loyismós
con liberarse de toda vanagloria falsa y absurda, han adquirido logos
y razón correcto a través de la zeoría-contemplación
de los logos verdaderos y espirituales, estos que se encuentran en la
divina Escritura, como también en la creación; por tanto ellos
pueden resistir, rechazar y combatir contra los pazos
(emociones, pasiones y padecimientos)
y los loyismí
(pensamientos simples o con fantasía, ideas, reflexiones) con
reacción irascible, es decir, unas veces con logos, lemas o versos
de la divina Escritura contra los pazos
y los loyismí
que les atacan, puesto que con esta contradicción el Señor venció
las tres tentaciones o ataques que le trajo el diablo, a) la
tentación de la filidonía
(hedonismo, sensualidad o voluptuosidad) , b) la
filodoxía-vanagloria,
vanida y c) la filaryiría-avaricia.
Y
otras veces, contra al que trae la falsedad y el engaño de los
sembrados loyismí
y de los pazos
que nos atacan, se liberan con el logos natural y correcto; por eso,
para esto se dice que luchan directamente contra los enemigos, los
vencen y son coronados. Pero los que son débiles en el loyismós,
es mejor que combatan contra los loyismí
y los pazos
indirectamente; es decir, mientras sean atacados, inmediatamente
correr en contacto consciente con Dios hasta que con la oración
serenen los pazos
y frenen las conversaciones con los loyismí,
como enseña san Isaac el Sirio. (Aunque esto principalmente no se
llama guerra sino huida de la guerra).
Pero
estos enfermos, alguna vez cuando son atacados exageradamente de los
pazos
y los loyismí,
o cuando conocen que en sí mismo tienen la fuerza, deben luchar
también directamente contra los loyismí
y los pazos,
para que se vea también su propia valentía y la libertad de la
voluntad contra este malvado, ya que esto también nos lo dice el
mismo San Isaac el Sirio.
Sin
embargo, cuando atacamos directamente los pazos
y los loyismí,
una ayuda invencible, como arma de guerra, es tener el nombre del
Señor Jesús Cristo; es decir, «Κύριε Ἰησοῦ Χριστὲ
Υἱὲ τοῦ Θεοῦ ἐλέησόν με Kirie-Señor Jesús
Cristo Hijo de Dios, eleisón me, ayúdame, sáname, ten compasión o
misericordia de mí…», sea con el corazón o con los labios, tal y
como diremos más abajo en el capítulo 16º. Porque de esta manera
también combatimos contra los enemigos y vencemos, y por eso no nos
enorgullecemos porque adscribimos esta victoria al nombre vencedor
del Señor.
Apunta
también que el desprecio (al demonio) es el vehículo supremo y
fuerte contra la guerra de los loyismí
y los pazos.
Es decir, que uno desprecie como ladridos de perros (sin dientes) los
asaltos y ataques de los loyismí
y los movimientos de los pazos
y sobre todo aquellos que antes han llegado a guerrear contra ellos y
expulsarlos; pero estos que con descaro le molestan, siendo serio y
silencioso en sí mismo, ni si quiera girar a verlos ni escucharlos,
cumpliendo aquel Salmo que dice: “Pero
yo me hacía como sordo que no quiere oír y como el mudo que no abre
la boca para hablar” (Sal 37,14);
Pero que corra al camino de la virtud y del progreso, sin que sea
impedido por los nimios sustos o espantos de los loyismí,
y aquel que quiere pues, que utilice esta arma y será muy
beneficiado.»
San Nicodemo el
Aghiorita, autor de la Filocalía.
Traducido por: Jristos
Jrisoulas www.logosortodoxo.com
(Blog en español)
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