Φιλοκαλία των Ιερών Νηπτικών
Άγιος Κασσιανός ο Ρωμαίος
FILOCALÍA DE LOS SANTOS NÍPTICOS
Tomo
I, San Casiano el Romano
1)
6. ΠΕΡΙ ΤΗΣ
ΑΚΗΔΙΑΣ
SOBRE LA ACIDIA tedio, pereza espiritual
2)
5. ΠΕΡΙ ΤΗΣ
ΛΥΠΗΣ
SOBRE LA LIPI (aflicción, tristeza y pena)
Sobre
los ocho loyismí mortales espiritualmente
5.
ΠΕΡΙ ΤΗΣ
ΛΥΠΗΣ
SOBRE LA LIPI (aflicción, tristeza y pena)
La
quinta batalla nuestra es contra el espíritu de la λύπη (lipi,
aflicción, tristeza y pena) que oscurece la psique y no le
permite ninguna zeoría-contemplación espiritual, impidiéndole cada
obra buena. Cuando este espíritu malvado agarra la psique y
la oscurece, no le permite orar con buena disposición de ánimo, ni
perseverar en el provecho que traen las sagradas lecturas, no tolera
que el hombre sea apacible y moverse con simpatía hacia sus
hermanos, por cualquier tipo de actividad le genera odio, incluso
hasta de la promesa de la vida monástica. En general la λύπη
(lipi, aflicción, tristeza y pena), removiendo y confundiendo
todos los saludables y salvadores pensamientos de la psique,
paralizando su actividad y su vigor, la vuelve estúpida y necia,
atándola con el loyismós, pensamiento de la desesperación.
Por
eso, si tenemos el propósito a luchar por la batalla espiritual y,
con la ayuda de Dios, vencer a los espíritus malignos, deberemos
poner la máxima atención, la más que podamos, y custodiar y
vigilar nuestro corazón contra el espíritu de la λύπη (lipi,
aflicción, tristeza y pena). Así como la polilla roe el traje, y el
gusano la madera, así la λύπη (lipi, aflicción, tristeza
y pena) carcome la psique del hombre. Ésta induce al hombre a
evitar toda buena conversación espiritual y no permite aceptar una
buena palabra de consejo, ni siquiera de amigos sinceros, ni a su vez
darles una respuesta buena o pacífica; pero una vez haya captado
toda la psique, la llena de resentimientos, de amargura, de tedio, de
melancolía y de depresión. Entonces le convence rehuir de los
hombres, como si éstos fueran culpables de su turbación. No permite
a la psique entender y reconocer que su enfermedad, la lleva dentro y
que no le viene del exterior; y que se manifiesta cuando vienen las
tentaciones y con la prueba es llevada a la superficie. Porque nunca
un hombre será perjudicado de otro si no lleva almacenadas en su
interior las causas de los pazos.
Por
eso, el Dios, creador de todas las cosas y Médico de las psiques,
Él, que es el único que conoce con precisión las heridas y los
traumas de la psique, no nos manda abandonar nuestras
relaciones con los hombres, sino que eliminemos en nosotros mismos
las causas de la malicia y reconozcamos que la salud de la psique
no se practica por la separación nuestra de los hombres, sino con la
permanencia y ejercicio (práctica) junto con hombres virtuosos.
Cuando
pues, abandonamos a los hermanos con un pretexto cualquiera,
supuestamente razonable, no hemos eliminado las causas o motivos que
producen la λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena),
solamente las hemos cambiado por otras, porque el mal, la enfermedad
que tenemos dentro de nosotros las renueva a causa de otras cosas y
motivos.
Por
lo tanto, toda nuestra guerra beberá ser contra nuestros pazos que
están en nuestro interior; porque, una vez que, con la jaris
(gracia, energía increada) y la ayuda de Dios, los hayamos echado de
nuestro corazón, entonces podremos vivir fácilmente, no sólo con
los hombres, sino también con las bestias salvajes, según lo dicho
por el bienaventurado Job: “Estarán en paz contigo las bestias
salvajes” (Jb 5:23).
Primero
de todo deberemos luchar contra el espíritu de la λύπη (lipi,
aflicción, tristeza y pena) que trae en la psique la
desesperación, a fin de expulsarlo de nuestro corazón. Porque es
éste el espíritu que no ha permitido a Caín arrepentirse después
del asesinato de su hermano, ni a Judas después de la traición al
Señor.
Solamente
una λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena) debemos
tener, que es la metania (introspección, conversión,
confesión y arrepentimiento) por nuestros pecados, unida a la buena
esperanza, por la que el Apóstol nos dice: La λύπη (lipi,
aflicción, tristeza y pena) según Dios produce una metania
que nos conducirá a la sanación y salvación”, (2 Co 7:10). Y eso
porque la λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena) según
Dios, al nutrir la psique con la esperanza siguiendo la
metania, está mezclada con la alegría. Por eso, esta
λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena) según Dios
convierte al hombre bien dispuesto y obediente en cada obra buena; se
torna apacible, humilde, tolerante, paciente, capaz de soportar todo
esfuerzo bueno y toda derrota, puesto que es según Dios. Y por esto
se reconocen en el hombre los frutos del Espíritu Santo, es decir,
la alegría, la agapi (amor), la paz, la paciencia, la bondad, la fe,
la continencia (Gal 5,22).
De
la λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena) contraria,
reconoceremos los frutos del espíritu malo que son: la acidia, el
tedio, la intolerancia, la contradicción, la desesperación, la
angustia, la depresión, el odio y la pereza en la oración. De la
λύπη (lipi, aflicción, tristeza y pena) de este tipo,
deberemos huir, como también de la lujuria, de la codicia, de la
avaricia, de la ira y del resto de los pazos. Esa λύπη (lipi,
aflicción, tristeza y pena) se cura con la oración, la esperanza en
Dios, el estudio y reflexión de los divinos logos y conviviendo o
relacionándonos con hombres devotos e iluminados.
6.
ΠΕΡΙ ΤΗΣ
ΑΚΗΔΙΑΣ
SOBRE LA ACIDIA tedio, pereza espiritual
Nuestra
sexta lucha es contra el espíritu de la acidia, que se une y ayuda
al espíritu de la λύπη (lipi, aflicción, tristeza y
pena), siendo éste un terrible y pesado demonio, ofreciendo siempre
una batalla contra los monjes (y a los fieles practicantes).
Este
demonio ataca, sobre todo contra al monje, al mediodía, provocando
atonía, desasosiego, miedo y odio hacia el lugar donde se encuentra
y contra los hermanos que están con él, y también contra cualquier
trabajo y lectura de las divinas Escrituras. Le insinúa también
pensamientos de cambiar de lugar y la idea de que, si no cambia y no
se muda, aquí está perdiendo el tiempo y se esfuerza vanamente.
Además de esto, alrededor del mediodía le trae un hambre tal como
no le sucedería después de tres días de ayuno, o de un largo viaje
o de un gran esfuerzo. Luego le susurra varios loyismí, tales como
que no podrá liberarse nunca de tal enfermedad, de tal mal o de tal
peso, si no sale frecuentemente visitando a sus hermanos, con el
pretexto que supuestamente por su visita serán beneficiados los
enfermos. Y cuando no pueda engañarle con todo esto, le sumerge
entonces en un sueño profundo, atacándole aun con más violencia y
fuerza, y no podrá ser vencido si no es por medio de la oración,
evadiendo toda charlatanería, con el estudio y reflexión de los
divinos logos y con la paciencia a las tentaciones. Porque si este
espíritu no encuentra al monje u hombre defendido por estas armas,
lo golpea con sus flechas convirtiéndolo en inestable,
fantasmagórico, perezoso, indolente y ocioso, conduciéndolo a
recorrer varios monasterios, y no ocuparse de otra cosa más que
lugares donde hay buenos banquetes y comidas. Porque la mente del que
ha caído en la acedia no piensa más que en los pensamientos
vanidosos de lo que nos hemos referido o en la excitación que
proviene de estas cosas. Y llegado a este punto, el demonio lo
enrolla en asuntos mundanos, y poco a poco lo engancha mediante estas
peligrosas ocupaciones, hasta que expulse al monje de la misma vida
monástica.
El
divino Apóstol, sabiendo cuán pesada es esta enfermedad, y
queriendo, como médico sabio, erradicarla completamente de raíz de
nuestras psiques, nos muestra sobre todo las causas que la
generan y nos dice: “Os rogamos hermanos, en el nombre del Señor
nuestro Jesús Cristo, manteneros alejados de todo hermano que se
comporta indisciplinadamente y no sigue de acuerdo con la tradición
que habéis recibido de nosotros. Vosotros sabéis cómo imitarnos,
puesto que no nos hemos portado desordenadamente entre vosotros: no
hemos comido gratuitamente el pan de nadie, sino que hemos trabajado
día y noche con fatiga y afán para no ser una carga para vosotros;
no porque tuviésemos potestades para no trabajar, sino con el fin de
darles un modelo a imitar. Cuando estuvimos entre vosotros, les
pedimos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.
Sentimos que algunos de entre vosotros caminan indisciplinadamente,
sin hacer nada, pero inmiscuyéndose en asuntos ajenos. A éstos nos
dirigimos y les recomendamos en Cristo Jesús que coman de su pan,
trabajando con tranquilidad” (2 Tes 3:6-12).
Escuchemos
con cuanta sabiduría el Apóstol nos muestra las causas de la
acidia. Llama “desordenados, indisciplinados" a los que no
trabajan; pone en evidencia con esta sola palabra una gran malicia,
porque el que lo hace no es piadoso, es descarado al hablar e
improvisado para criticar y acusar, y por eso inadecuado para la
hisijía (paz y serenidad interior) y esclavo de la acidia. El
Apóstol nos ordena mantenernos alejados de tales personas como de
una enfermedad contagiosa. Y con la frase: “no según la tradición
que han recibido de nosotros (2 Ts 3,6), indica cómo aquellos son
soberbios, despreciadores, malos difusores y anuladores de las
tradiciones apostólicas. Después dice: “No hemos comido
gratuitamente de nadie, sino que hemos trabajado día y noche con
fatiga y afán (2Ts 3:8).
El
maestro de las naciones, el heraldo del Evangelio, aquel que ha sido
raptado hasta el tercer cielo, aquel que dice cómo el Señor ha
establecido que aquellos que anuncian el Evangelio viven del
Evangelio (1Cor 9,14), trabaja de día y de noche para no ser una
carga para nadie. ¿Qué haremos nosotros, que frente al trabajo nos
mostramos tediosos y buscamos el reposo del cuerpo? Nosotros, a
quienes no nos ha sido confiado el anuncio del Evangelio, ni la
preocupación de las Iglesias, sino sólo el cuidado de nuestra
psique. Y el Apóstol agrega, mostrando claramente el daño
causado por el ocio y la inactividad: “...sin hacer nada pero
inmiscuyéndose en todo” (2Ts 3:11). Del ocio o la inactividad
viene la curiosidad, de la curiosidad, la falta de disciplina y de
ésta toda malicia. Pero el Apóstol prevé una terapia para todos
estos y agrega: “A éstos recomendamos que coman de su pan
trabajando sosegadamente” (2Ts 3:12). Y de modo aún más severo,
agrega: “El que no quiera trabajar, tampoco coma” (2Ts 3:10).
Estos
preceptos apostólicos teniendo en cuenta los santos Padres que
vivían en Egipto, no permiten a los monjes o los cristianos
permanecer ociosos e inactivos en ningún momento, sobre todo si se
trata de jóvenes. Porque saben que con el trabajo alejan el tedio,
obtienen su propia comida y ayudan a los necesitados. Éstos no
trabajan sólo para obtener su propia comida, sino para proveer a los
extranjeros, a los pobres y a los presos con su propio trabajo;
porque creen que las buenas obras que hacen se convierten en un
sacrificio santo y grato a Dios. También dicen esto los Padres: "El
que trabaja, no tiene a menudo más que un solo demonio a quien
combatir y por el cual está oprimido, mientras que el ocioso está
atormentado por miles de malvados espíritus.
Es
bueno acordarnos también un logos del abad Moisés, hombre muy
virtuoso entre los Padres. En un breve período transcurrido por mí
en el desierto, fui tentado por el demonio de la acidia, por lo que
acudí a su consejo contándole lo que me había ocurrido: “Ayer
habiéndome atacado exageradamente la acidia, no me salvé de ella
hasta cuando acudí al abad Pablo”. El abad Moisés me contestó
así: "Ten buen ánimo y coraje. No te has liberado de la
acidia, sino que te has entregado totalmente en ella como esclavo.
Debes saber que, puesto que has desertado, el demonio de la acidia te
hará una guerra aún más grave, si de ahora en adelante por medio
de la paciencia, de la oración y del trabajo manual no te dedicas
contra la acidia a combatirla y vencerla.
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