Κυριακὴ
του Παραλύτου
El
paralítico y los paralíticos Παράλυτος
καὶ παράλυτοι.
(+Μητροπολίτου
Φλωρίνης Αυγουστίνου Καντιώτου)
«Levántate, toma tu
camilla y anda» (Jn 5,8)
¡Queridos míos, han
escuchado el evangelio! El evangelista Juan nos narra un milagro:
Cómo el Señor ha curado un paralítico que estaba 38 años enfermo.
El milagro es conocido.
Muchos
escuchan el Evangelio con indiferencia. Los acontecimientos que narra
no les emocionan. Algunos incluso dicen irónicamente: Estas cosas
pasaban en aquellos tiempos… Es decir, consideran las cosas que
describe el Evangelio no sólo son increíbles sino que no tienen
nada que ver con la vida actual de hoy en día. Pero estas cosas que
escribe el evangelista, queridos míos, son también para nosotros
que hoy vivimos aquí y para aquellos que vivirán después por
muchos siglos. Para todos los hombres son interesantes y relevantes.
El
paralítico que
hemos visto hoy
es la fotografía
de la sociedad actual y de todos nosotros. Me dirán: gracias a Dios
nadie de nosotros es paralítico o en una silla de ruedas. Si te
dirigieras a los paralíticos, el caso del evangelio de hoy sería
consolador. Podrías decirlos: “Os traigo un saludo y junto con
esto os aconsejo el fármaco de él, que es la paciencia…” Este
milagro consuela a los paralíticos. Ves y dígaselo a ellos no ha
nosotros… Lo digo porque nosotros tenemos necesidad de esta
enseñanza. Porque nosotros también somos paralíticos. Paralíticos
no tanto al cuerpo, como en la parte más noble de nuestra
existencia, nuestra psique-alma. Y a causa de nuestra parálisis
psíquica, queda paralizado también nuestro cuerpo. El
hombre de hoy
día mientras satisface todos
sus apetitos
carnales, está en
inquietud continua,
pero en esencia
está paralítico
-psíquica y
físicamente-
para lo grande
y lo alto. El
hombre entero debe estar moviéndose hacia el bien, hacia la
realización de la voluntad de Dios. Pero no se mueve. Por eso os
digo que hay paralíticos más de lo que os imagináis. Os presentaré
algunos.
¿Qué
día es hoy? Domingo, es decir, el día dedicado
al Señor. Hoy el primer trabajo y deber alto que tenemos, como seres
lógicos y como Cristianos, es al escuchar la campana, inmediatamente
debemos correr todos al templo, para agradecer a Dios. ¿Os pregunto:
lo hacen todos? En cada parroquia hay personas muy saludables, que
pueden y caminan kilómetros, y a pesar de eso la Iglesia no los ha
visto, no los conoce. La presencia de ellos durante el Domingo al
templo es desconocida. ¿Por qué? Porque son
paralíticos.
Tienen pies para
otros movimientos,
actividades y tareas, pero pies para la Iglesia no
tienen; como son paralíticos espiritualmente, se han convertido
físicamente también en paralíticos. Y no sólo ellos, hay también
otros.
Hay
personas que
tienen dinero,
personas que
podrían ofrecer mucho y ayudar enormemente. Pero
la mano de estas personas está paralítica para este tipo de cosas.
No la meten al bolsillo, no abren su cartera, ni desbloquean la caja
fuerte para dar algo en algún pobre. Manos que están solamente para
tomar; tomar aún de allí donde no está permitido, incluso toman
hasta las ofertas del diablo. Otras manos para dar no tienen. La
avaricia, el excesivo amor al dinero ha paralizado sus psiques-almas
y también sus manos, y no dan nada.
Paralíticos pues, los
que no van a la Iglesia y también los que no dan caridad. Pero hay
también otros paralíticos. Algunos tienen orejas sólo para oír a
todas horas las cosas mundanas, los sonidos y los mensajes de la
corrupción y perversión; orejas pegadas en los auriculares, discos,
radios y televisiones. Pero estos Cristianos no tienen orejas para
escuchar un himno, un tropario, un asma eclesiástico. Así que
tienen orejas y no tienen.
Y
digo que no
tienen orejas
porque no las
utilizan para el
propósito que
las ha dado
el Dios; hasta
las creaciones
inanimadas obedecen
a sus mandatos,
los animales, las
plantas, las piedras, las aguas, los planetas y
las estrellas, todos escuchan, a su manera, y hacen la voluntad de
Dios. Sólo el hombre es paralítico al oído.
Pero
no quiero
terminar sin
mostraros un
paralítico más.
Existen hombres que tienen una lengua que verborrea como una cotorra.
Todo el día hablan. Hablan y hablan varias cosas, pocas veces
necesarias y la mayoría de las veces vanas y superfluas. Pero dentro
de millares de palabras que dicen no se oye la palabra más grande e
importante, la palabra: DIOS. Es desconocida al vocabulario de ellos.
Pero me parece que me equivoco. Pronuncian la palabra Dios muchas
veces. ¿Pero cuándo? Cuando blasfeman. Entonces tienen lengua.
Cuando deben agradecer a Dios y alabarle por sus donaciones y
grandezas, la lengua de ellos queda paralítica. Espiritualmente
paralíticos. Paralíticos como personas, como familias, paralíticos
como sociedad y como países. ¡Si existieran hombres vitales,
Cristianos ardientes, cuántas cosas se harían! ¡Cuantos
males serían
prevenidos! Ahora
los paralíticos
espirituales están
viendo el mal
que avanza y
no mueven un dedo para
frenarlo. Están viendo al diablo y sus instrumentos quemar y
destruir, pero nadie se mueve para apagar el fuego. Parece que
no son paralíticos sino muertos. ¿Queréis más ejemplos?
En
lugares públicos se oye una blasfemia terrible. Muchos la oyen, pero
nadie protesta. Nadie abre la boca para decir algo. Parece que aquel
ha blasfemado en un cementerio ante los cadáveres. ¡Es una sociedad
paralítica, escuchan el nombre de Dios que sea blasfemado y todos
son indiferentes!
Otro caso. Ves que se
editan impresos asquerosos que los leen los niños, pero tú
permaneces paralítico no los arrebatas y quemarlos, porque estos
prenderán fuego a tu casa. ¿Qué indica esto? Que estamos muertos,
sólo el nombre de vivos tenemos (Apoc 3,1).
¿Queridos
míos! Hay
muchos paralíticos.
Potencias enormes, que podrían cambiar al mundo
en un paraíso, no se movilizan, sino que permanecen en quietud. Pero
no basta sólo con encontrar la afirmación triste del mal. Es
necesario también encontrar la manera de terapia del mal. Es decir,
cómo se moverá la mano para hacer el bien; cómo el pie correrá
hacia la Iglesia; cómo los oídos y los ojos se abrirán a las
voluntades y los mandatos divinos; cómo el hombre entero se
convertirá en un instrumento bien movido hacia la voluntad divina
dentro en la sociedad, en pocas palabras, cómo los paralíticos
serán revividos. El motor y la fuerza vivificante para el paralítico
del Evangelio fue la orden omnipotente de Cristo. Por lo tanto,
necesitamos la corriente de la energía increada Jaris (gracia). Si
venimos en contacto con el Cristo y tocamos esta corriente
vivificante, nosotros también veremos el milagro. Sí. El Cristo,
con una orden curó al paralítico de Bitscesdá, él también hoy
puede hacer el milagro en todos nosotros. Es el mismo. No ha perdido
no un electrono de su infinita potencia. El sol que ilumina al mundo
y se ve que permanece el mismo por miles de años, cada día algo
pierde. Pero esta pérdida es imperceptible; pero llegará el día
que él también se apagará como una vela. Pero el sol Cristo
permanece “el mismo ayer, hoy y por
los siglos” (Heb 13,8). Por encima
del alumbramiento del sol y las estrellas está el Señor. El Señor
vive y reina por los siglos. Con cuanta facilidad dijo al paralítico.
“Levántate y camina”
(Jn 5,8), con la misma facilidad hará otra vez el milagro,
resucitará a cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestros
pueblos en una vida nueva. Por eso escuchemos la voz de los ángeles:
¡Acercaos al Señor y creed firmemente el él! Y entonces amanecerá
en nuestro interior una vida nueva, una vida eterna en doxa=gloria de
Dios. Amín.
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