ΠΑΤΗΡ
ΓΕΩΡΓΙΟΣ ΚΑΨΑΝΗΣ ΗΓΟΥΜΕΝΟΣ Μ. ΓΡΗΓΟΡΙΟΥ
ΑΓΙΟΥ ΟΡΟΥΣ
Mensajes sobre la fiesta de Pascua
(Liberación de la muerte y la
resurrección)
Prólogo
Con el conocido himno del
Penticostarion: «Hemos contemplado la Resurrección de Cristo,
alabamos al Santo Señor Jesús el único impecable...» Los
creyentes que hemos visto al Resucitado Señor estamos llamados a
alabarle, reverenciarle, cantarle y glorificarle. Es posible que no
lo hayamos visto con los ojos del cuerpo, pero, puesto que lo han
visto «...los que desde el principio fueron testigos viéndole con
sus ojos, convertidos después en ministros del Logos» (Lc 1,2), «A
estos mismos, después de su pasión, se les presentó con muchas
pruebas evidentes de que estaba vivo, dejándose ver ante ellos
durante cuarenta días y hablándoles de la realeza increada de Dios»
(Hec 1,3), le vemos también nosotros con los ojos espirituales de
nuestra psique.
No es menos importante el hecho de que
en la Santa Montaña Athos, el oficio de la Resurrección empieza con
la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Porque en este
libro vemos de una manera particular los admirables hechos de la
nueva Iglesia constituida por Cristo, la dinamis (potencia y energía
increada) del Resucitado Señor.
Todo el edificio de nuestra Santa
Iglesia está edificado encima de esta piedra angular que es el
Θεάνθρωπος (zeánzropos, Dios y hombre) Cristo. Y el
Señor manifiesta y revela claramente que es el Θεάνθρωπος
zeánzropos, el único Θεάνθρωπος, principalmente
con el hecho de Su Resurrección. Con Su muerte mostró que es hombre
perfecto y con Su Resurrección que es perfectísimo Dios.
La Iglesia de Cristo no es religión,
como son las demás religiones que se han creado por los hombres, no
es filosofía, no es fe en inexistentes dioses transcendentales o
hombres deificados. Es el cuerpo de Cristo, el Crucificado y
Resucitado. Es el edificio cimentado «sobre el cimiento de los
Apóstoles y los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo
Jesús, en quien todo edificio, bien coordinado, va creciendo para
ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu»
(Ef 2,20-21). La fe de ellos que «nadie puede poner otro cimiento
que el ya puesto, que es Jesús Cristo» (1ªCor 3,11), el
Crucificado y Resucitado, lo demostraron los santos Apóstoles, los
Mártires, los Confesores, los Santos, los Justos, los creyentes y
piadosos Cristianos de todos los siglos con su propia sangre, sus
esfuerzos ascéticos, el martirio de sus conciencias y sus vidas
prudentes hacia los santos mandamientos del Señor.
Así nosotros también, siguiendo sus
huellas, podemos ver al Resucitado Señor, reverenciarle y alabarle
con gemidos inefables de nuestro corazón, predicarle con nuestros
labios, pero principalmente con nuestra vida, como el único Santo,
el único Señor y el único verdadero Dios, que nos ha redimido de
nuestros grandes enemigos, el diablo, el pecado y la muerte. Gracias
al Resucitado Señor redescubrimos también el significado de nuestra
vida, la cual sin Él, según san Justino Pópovits, no es más que
«una exposición caótica de tonterías repulsivas». Por eso sólo
Él es nuestra salvación y la esperanza de nuestro mal torturado
mundo.
Esta pequeña colección está
constituida de mensajes Pascuales de nuestro Monasterio, es una
oferta humilde a los “en Cristo” hermanos nuestros.
Deseamos y bendecimos que este escrito
humilde nos ayude a todos a vivir en metania de la luz del Resucitado
Señor y hacernos dignos, después de nuestra salida de esta vida, a
disfrutar la Pascua del «día sin crepúsculo de la realeza increada
de Cristo Dios».
Del santo monte Athos, Archimandrita
Yeoryios. Pascua 2005
Hemos contemplado la resurrección
de Cristo.
Pág 17. Creemos y confesamos que el
más que filántropo (amigo del hombre) Señor nuestro «se ha
entregado a la muerte para nuestras faltas, pecados y ha resucitado
para nuestra justicia» (Rom 4,5).
Creemos y confesamos que el Resucitado
Señor es el único Salvador de los hombres, porque es el único que
con independencia venció la muerte y se hizo «el primogénito de
los muertos» (Col 1,18) y «es hecho primicia de los que se han
dormido o muerto» (1ªCor 15,20).
Nuestra co-resurrección con Cristo
Pág.60. Se ha dicho que el único
benefactor del género humano es el Señor Jesús Cristo, porque sólo
él nos libera de nuestro mayor enemigo, que es la muerte. Todos los
demás benefactores ofrecen algo, pero su oferta es provisional, es
útil sólo en la vida terrenal, en cambio, el resucitado Señor nos
regala la vida eterna y por eso es el único sanador y salvador
nuestro.
El Θεάνθρωπος
(Zaeántropos Dios-hombre) contesta al hombre.
Pág 9. El hombre tiene necesidades
espirituales profundas, la necesidad de amar y ser amado con la agapi
desinteresada. La necesidad de perpetuar su especie y sobretodo la
necesidad de superar la muerte. La necesidad de sentir el perdón de
sus pecados, que consciente e inconscientemente crean remordimientos,
ansiedad, angustia y envenenan su vida. Finalmente el ansia de
transcendencia produce la necesidad de superar la convencionalidad y
la relatividad y a extenderse hacia lo infinito y absoluto.
En estas necesidades suyas, contesta la
persona y la obra del Zeántropos (Dios-hombre) Salvador Cristo,
sobretodo, Su muerte por la cruz y Su Resurrección.
Pág 10. En la necesidad básica del
hombre sobre su inmortalidad, el Señor contesta con Su Resurrección.
Con Su muerte vence nuestra muerte y nos regala resurrección y vida
eterna. Al resumido himno de la Iglesia: «Cristo ha resucitado de
entre los muertos, por la muerte pisoteó la muerte y los que están
en las tumbas les regaló la vida», se anuncia el acontecimiento
mayor de la historia, la grandísima victoria del mundo. Aquel que
coparticipa en la agapi del Crucificado Jesús, coparticipará en su
victoria contra la muerte. El que está privado de esta experiencia,
está llamado a probarla, y estoy seguro que sentirá como suya esta
realidad, la de su victoria contra la muerte y la vida eterna con
Cristo. La nube oscura de la muerte se disolverá por la
supra-luminosa luz increada de la Resurrección de Cristo.
Pascua, pase de la muerte hacia la
vida. 1994.
Pág 54. ...Todo el misterio de nuestra
Fe Ortodoxa, de acuerdo con el maestro universal Apóstol Pablo, está
resumido en el misterio de la Resurrección de nuestro Cristo. Dice
el santo Apóstol: «Y si el Cristo no resucitó, vana es nuestra
fe...» (1ªCor 15,17). Y eso porque el mundo tiene muchos maestros,
muchos fundadores de religiones. Pero redentor que resucitó al
hombre de la muerte, sólo tiene uno, nuestro Salvador Cristo. Por
eso sólo el Señor Jesús Cristo, el Crucificado y Resucitado es el
redentor de los hombres.
Por consiguiente, nosotros solamente
adoramos a Él, solamente creemos en Él y sólo a Él seguimos. Sólo
a Él glorificamos y alabamos. Sólo Él y nadie más, por muy sabio
y virtuoso que fueran otros, no pudieron resucitar de entre los
muertos y redimir al hombre de su peor enemigo, es decir, la muerte.
La cuestión de la sanación y la
salvación del hombre no es simplemente hacerse más ético, ni
aplacar a Dios, de manera que se asegure de Él una decisión de
indulto, un salvoconducto. Nuestra sanación y salvación está en
que el hombre pueda desde muerto vivificarse (despertar espiritual) y
resucitar. Por lo tanto, sólo aquel que vivifica al hombre es el
Salvador y Redentor de los hombres.
Éste pues, nuestro Señor, ofrece en
toda la humanidad la vivificación. Toma al hombre muerto y le
vivifica. Primero toma al muerto espiritualmente y le constituye
espiritualmente vivo. Con esta resurrección espiritual le resucitará
también somáticamente, durante Su Segunda Presencia.
Creemos que esta segunda resurrección
es un acontecimiento indudable, porque proviene de la alianza de esta
Resurrección, que es la Resurrección espiritual. Los que por la
Jaris la energía increada de Dios, se hacen partícipes desde esta
vida de la primera Resurrección, la espiritual, adquirieron no sólo
la esperanza sino también la certeza de la segunda Resurrección, la
corporal.
En paralelo, el Señor nos ha dado
también muchas demostraciones tangibles, que realmente el cuerpo del
hombre santo se glorifica, no se corrompe, resucita también, antes
de la futura resurrección junto con el Resucitado Señor. Por eso,
también, las santas reliquias tienen puntos de incorruptibilidad,
perfuman, hacen milagros y permanecen siglos inalterados sin
desgastarse y se convierten en símbolos de la futura doxa (gloria,
luz increada) que disfrutarán los cuerpos de los Santos, cuando
resucitarán durante la Segunda Presencia del Señor.
La cuestión es, cómo el Cristiano
podrá hacer la vida de Cristo en su propia vida de manera que
resucite él también. Cómo se convertirá la Resurrección de
Cristo, también su propia resurrección.
Hermanos y Padres:
El Señor no ha dejado en el mundo
solamente una enseñanza ética y unas recetas sociales. Ha dejado Su
Cuerpo, el Sí Mismo y a cada uno que quiera resucitar no tiene que
hacer otra cosa que unirse con el Cuerpo del Resucitado Señor. El
Cuerpo del Resucitado Señor es la Iglesia. Cada uno que se hace
miembro vivo de la Iglesia, inmediatamente recibe la vida de Cristo y
la hace su propia vida. Por lo tanto, cuando vivimos dentro de la
Iglesia, luchamos con humildad y oración, co-participamos en los
santos Misterios y sobretodo de la divina Efjaristía (Eucaristía)
que es el Cuerpo y Sangre de Cristo, adquirimos esta experiencia de
vivificación de nuestro cuerpo mortal, que es el paso de la muerte a
la vida. Esto es la verdadera Pascua. Porque Pascua quiere decir
pase, pase de “la muerte hacia la vida.”
Cada vez que el Cristiano ora con
humildad y agapi hacia Dios, realiza un traspaso, un paso desde el
egoísmo a la participación en la vida divina. Cada vez que el
Cristiano vence su propia voluntad egoísta, apasionada y mala astuta
y hace la santa voluntad de Dios, realiza un traspaso de la muerte
hacia la vida. Cada vez que el Cristiano comulga el Cuerpo y Sangre
de Cristo, entonces hace el mayor traspaso de la muerte a la vida.
Estos gloriosos y grandes misterios de
nuestra vivificación e inmortalidad existen dentro de nuestra santa
Iglesia, y es una pena, hermanos míos, no aprovecharlos, en
abandonarlos, no utilizarlos, no valorizarlos para nuestro beneficio
y realización.
Es triste que hoy, mientras todos
espiritualmente estamos asfixiados y principalmente nuestra juventud
al igual que muchos mayores sensibles, ignoremos o neguemos en
conectarnos con el Jefe de la vida, el Salvador Jesús Cristo, y no
decidimos hacer Su vida, nuestra vida, de manera que pasemos de la
muerte a la vida. Y mientras existe el Vivificador Cristo, nuestra
alegría y paz, nosotros preferimos morir en la soledad, la ansiedad,
la angustia, el vacío y la falta de significado y sentido en nuestra
vida.
Humildemente deseo a todos los
co-festejantes con nosotros y de parte de los hermanos de nuestro
Monasterio (san Gregorio de Athos), en esta santa noche de
Resurrección, durante la cual “todo se colma de luz, el cielo, la
tierra y las subterráneas o infernales”, sea realizado este
traspaso en todos nosotros, esta pascua, el traspaso de la muerte
hacia la vida. Creer y amar más a Cristo. Unirnos con Cristo, de
manera que nuestra vida se convierta en vida de Resurrección.
Entonces ya no tendremos miedo a la muerte somática o biológica.
Porque el que se ha unido con el Señor Resucitado, no tiene miedo a
la muerte corporal, porque ya ha pasado de la muerte a la vida. Ya se
ha resucitado y ya ha entrado en la Realeza increada de Dios.
Deseo, otra vez, que el Resucitado
Señor nos conduzca en Su unión, consolar nuestros corazones,
llenarnos todos de Su Jaris (gracia, energía increada), regalarnos
la iluminación de la teognosia (conocimiento de Dios), de manera que
estemos unidos junto a Él.
Finalmente deseo que nuestra vida esté
siempre plena de luz y alegría resucitante.
El Señor ha reinado
Pág 15. Separados del Señor
resucitado tenemos un sabor amargo de la muerte.
Nuestra cultura niega al Resucitado y
se autocondena a ser cultura de la muerte.
Ni los disfrutes, ni sus logros, ni
nuestras exaltaciones humanas pueden vencer la ley de la corrupción
total. Sentimos la muerte reinar sobre nosotros y nos inunda.
Pero mientras nos acercamos y
comulgamos con el Señor Resucitado, sentimos que la muerte no nos
domina. La fuerza del Resucitado vivifica nuestros miembros, llega
hasta nuestros huesos, nos da paz, jaris y libertad de la muerte. Nos
vestimos nosotros también con Su propia dignidad y brillantez.
Cruz y Resurrección
Pág.22. La Cruz, la Resurrección y
los supralógicos Misterios del Logos, nos sacan de lo parálogo,
(contra-lógico, insensato o paradójico) del mundo. Nos dan la
posibilidad de vivir, en la medida que participamos de ellos, la
victoria del Logos contra lo parálogo, el pecado, la muerte y el
diablo.
Hoy todos vivimos el drama del hombre,
de nuestras sociedades “culturales” que dentro de la abundancia y
su autosuficiencia, se están tiranizando por la falta de sentido y
significado de su vida. Quiere la alegría pero no la encuentra,
porque rechaza la Cruz y la Resurrección del Crucificado y
Resucitado. Esta sociedad conduce a los jóvenes desesperados a las
drogas, a los psiquiátricos y al desorden. Así el hombre
contemporáneo está crucificado en la ansiedad, la angustia, el
estrés, el nihilismo, la desesperación y la soledad. Esta
crucifixión no es la Cruz de Cristo, por eso, está sin esperanza,
sin resurrección y sin alegría.
La crucifixión del infiel trae la
muerte.
La crucifixión del fiel en Cristo trae
vida y resurrección.
El crucificado y resucitado Jesús,
el único Salvador del mundo.
Pág 90. De la Cruz de Cristo emana la
absolución de nuestros pecados. La sangre de Jesús Cristo “nos
sana de todos los pecados” (1ªJn 1,7). Comemos Su Cuerpo y bebemos
Su Sangre durante la divina Efjaristía en absolución de los pecados
y la vida eterna.
Qué hombre, por muy pecador que fuera
y es, cuando se arrepiente y pide el perdón al Crucificado, no
recibirá abundantemente la absolución y no sentirá el perdón de
Su agapi (amor, energía increada).
Un devoto monje de mediana edad que
estaba muriendo por enfermedad incurable, dijo: Con la Jaris de Dios
he luchado, tal y como debía como monje. Pero ahora no tengo
esperanza en mis virtudes y mi lucha. Sólo tengo esperanza en la
Sangre del Crucificado”.
El monje budista Soma Ram Thero, que
fue condenado con la pena de muerte, en vísperas de su ejecución
pidió bautizarse y dijo, porque sólo en Jesús Cristo encontró
perdón, en ninguna otra religión.
Además, por eso el Señor nos llama
cerca de Él, para darnos realmente descanso, alivio perdonando
nuestros pecados: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y
cargados, que yo os aliviaré” (Mat 11,28).
Pág 91. Creemos en el Señor Jesús
Cristo, el Zeántropos (Dios y hombre), como el único Salvador y
Redentor nuestro, porque sólo Él ha vencido la muerte, el pecado y
el diablo y mediante Él y en Él participamos también nosotros los
pecadores en Su victoria y nos hacemos inmortales y eternos. Los que
antes éramos hijos de la muerte, ahora nos hacemos “hijos de la
Resurrección” (Lc 20,36). Esta es nuestra alegría, que según el
logos del Señor es “completa” (Jn 16,24), es decir, perfecta.
La Cruz y la Resurrección
Pág 23. La Iglesia es el Cuerpo del
Crucificado y del Resucitado Señor. La Iglesia en los siglos es
crucificada por los pecados de sus miembros y los ataques de sus
enemigos. Pero no muere, porque su cabeza el Zeántropos (Dios y
hombre) Cristo venció la muerte. El mundo con sus soberanos, el
poder mundano, la jerarquía de la Iglesia que algunas veces está
conciliada con el poder, la prensa y otros medios, quieren otra vez
enterrar el Cuerpo de Cristo. Pero esto es imposible. Porque el
Resucitado no se puede limitar en ninguna tumba.
Los Cristianos ortodoxos conocen que
tienen una cabeza inmortal, por eso no agonizan con la desesperación.
Conocen que Cristo siempre vence la muerte mediante sus miembros,
aunque sea necesario que sus miembros vayan a recibir nuevas
crucifixiones por sus “verdugos” crucifixores contemporáneos.
También conocen que los que atacan al Crucificado y Resucitado son
los que más le necesitan.
Cristo, ayer me co-enterraba
contigo. Hoy me co-levanto con tu Resurrección.
Pág 49. La Semana Santa que ha pasado,
se nos ha dado la posibilidad y el poder de crucificarnos
místicamente también nosotros y enterrarnos con nuestro Señor.
Hemos oído hoy por los escritores de la vida, los santos, que se
diga: “llevamos a cabo los santos Pazos del Señor”. No
festejamos, sino realizamos los santos Pazos. No es que nosotros
crucifiquemos a Cristo, -así lo entiendo- sino que nosotros nos
co-crucificamos con Cristo y sentimos Sus Pazos como nuestros pazos,
y Su Cruz como nuestra. Así podemos vivir hoy su Resurrección como
nuestra.
Pág 50. ...Realmente, algo que
demuestra que nuestra fe es viva y que nos hemos co-enterrado y
encontrado con Cristo, es nuestra actitud frente a la muerte. Es
decir, no tememos la muerte como la temen los idólatras y los no
creyentes, sino que la vemos con esperanza, puesto que nuestro Señor
venció la muerte, ya que nosotros también nos hacemos copartícipes
de Su muerte y Su Resurrección. Entonces tenemos alegría verdadera,
la Santa Pascua. Porque, ¿cómo uno puede tener alegría si no ha
afrontado la cuestión de la muerte y la cuestión de la absolución
y perdón de sus pecados y la situación eterna de su existencia?
Cuando estos grandes misterios se han resuelto, entonces el hombre
puede tener alegría y festejar la Pascua del Señor felizmente.
La alegría de la Pascua no viene de
las buenas comidas, ni de las diversiones. Con esto intentamos
esconder nuestro vacío y nuestra desgracia. La alegría de la Pascua
emana del sentido que nos hemos co-enterrado y encontrado con Cristo
y junto con Él hemos vencido nuestros mayores enemigos, que son la
muerte, el diablo y el pecado.
Habiendo conseguido estas victorias
podemos alegrarnos en esta vida y podemos sentir la obra de Cristo y
tener sentido que realmente Cristo es nuestro redentor. Y nadie más
puede ser nuestro redentor que el vencedor de la muerte, el Señor
Jesús Cristo.
Pag 52. San Justino Pópovits dice “el
hombre crucificó a Dios y Dios le ha condenado a la inmortalidad.
Antes de la resurrección de Cristo la muerte era terrible para el
hombre, desde la Resurrección de Cristo el hombre se convierte en
terrible para la muerte. En su libro “Condenados a ser inmortales”
leemos que el Señor vence la muerte y nosotros también podemos
vencer la muerte, mientras venzamos al pecado. Cada vez que pecamos,
dice san Justino Pópovits, nos hacemos más mortales. Cada vez que
superamos el pecado nos hacemos más inmortales.
Roguemos al Resucitado Cristo a que nos
ayude en esta lucha de victoria contra el pecado y nuestros pazos,
para que nosotros también estemos vistiéndonos la vestimenta de la
inmortalidad. Y aún con Su presencia, que está llena de luz
increada, iluminar nuestras psiques, el hombre interior, que más o
menos cada uno de nosotros tiene puntos oscuros. Cuanto más cerca de
Cristo está uno, tanta más luz existe en su interior y menos
oscuridad. Sólo los hombres santos, los que se han unido totalmente
con Dios han podido expulsar toda oscuridad de su interior y todo su
mundo interior sea luz increada.
Depende de nosotros, de nuestra
voluntad, de nuestra lucha, pedir al Señor Jesús que entre y habite
en nuestro interior para expulsar las oscuridades y traer la luz
increada, de manera que todo nuestro mundo interior se convierta luz.
Entonces seremos dignos de la Realeza (increada) de la Luz (increada)
sin crepúsculo.
Por la muerte pisoteó la muerte
(pág 86)
El hombre contemporáneo absorbido por
la multitud de ocupaciones, los programas de la televisión y varios
otros medios de comunicación y “ocio”, no tiene tiempo conocer a
sí mismo, a su prójimo y a su Dios. Así desvía también sus
problemas serios existenciales, como el problema de la muerte. Sólo
en el entierro de alguno de sus familiares o conocidos reflexionará
un poco sobre la muerte, para volver rápidamente a la rutina de la
vida diaria.
Las fiestas sobre los divinos Pazos
(padecimientos, pasiones) y la santa Resurrección de nuestro Dios,
nos ofrecen la ocasión de ver el acontecimiento de la muerte y
afrontarlo.
Contemplando la muerte del Señor,
comprobamos que la muerte es realidad, la cual también el mismo Hijo
de Dios sufrió.
Aún vemos que la muerte tiene como
raíz suya la infracción y el pecado del hombre. “En cuanto más
se alejaba de la vida, más se acercaba a la muerte. Porque Dios es
vida y la privación de la vida es la muerte (San Basilio, “Porqué
Dios no es la causa de los males” EPE tom 7). Según el aviso del
Santo Dios: “El día que comeréis esto, por la muerte, moriréis”
(Gen 2,17).
Cada muerte es trágica, no sólo por
nuestra separación provisional de lo que amamos, también porque es
la consecuencia y demostración de nuestra pecaminosidad.
El impecable Señor Jesús Cristo muere
por nuestros pecados. Muere voluntariamente por infinita agapi (amor)
para nosotros. Su muerte es sacrificio, ofrecimiento de agapi por la
vida del mundo, la sanación y salvación.
Nuestros pecados le han subido a la
Cruz. Pero la divina agapi ha vencido a la muerte.
En la realidad de la muerte se añade
una nueva realidad aún más fuerte, la de la Resurrección.
La última palabra que sella al mundo
no es el “se ha terminado” del Señor, sino el evangelio de las
Miroforas (las mujeres que llevan la mirra), que el Señor ha
resucitado de los muertos. Esta es también nuestra esperanza y
nuestra alegría. Nadie puede quitárnosla, al no ser que nosotros
por no creer y con la poca fe la rechazamos.
Si la agapi de Cristo fue tan fuerte de
modo que venza la muerte, también nuestra agapi hacia Cristo vencerá
nuestra muerte.
En estos santos días rogamos a nuestro
Señor hacernos dignos de vivir este misterio; ver cara a cara
nuestra muerte y no tenerle miedo, porque la vence el Crucificado y
Resucitado Señor.
La agapi, la esperanza y la alegría
del Crucificado y Resucitado Señor deseamos y esperamos que colme
también vuestros corazones durante estas santas fiestas y durante la
vida presente y la eterna.
Hermanos
Χριστός
ἀνεστη!!!
Ἀληθῶς
ἀνεστη!!!
Jristós anesti, alizós anesti
¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad
ha resucitado!!!
Santa Pascua 2001. Yérontas
Yeoryios Kapsanis, Athos.
Traducido por: χΧ
jJ www.logosortodoxo.com
(en español)
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου