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Δευτέρα 12 Μαΐου 2014

YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006) Y SAN JUAN DE CRONSTAND (1829 - 1908) 6ª Bienaventuranza de la Montaña: catarsis y pureza del corazón Bienaventurados los sanos, puros del corazón, los que han hecho la catarsis, la sanación y limpieza de su corazón de cada mancha del pecado, porque ellos contemplarán y verán a Dios (Mt 5,8)

ΓΕΡΟΝΤΑΣ ΑΘΑΝΑΣΙΟΣ ΜΥΤΙΛΗΝΑΙΟΣ (1927-2006)
YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006)
Y SAN JUAN DE CRONSTAND (1829 - 1908)
6ª Bienaventuranza de la Montaña: catarsis y pureza del corazón
Bienaventurados los sanos, puros del corazón, los que han hecho la catarsis, la sanación y limpieza de su corazón de cada mancha del pecado, porque ellos contemplarán y verán a Dios (Mt 5,8)
Queridos míos, las cinco bienaventuranzas anteriores, que ya hemos desarrollado, definen más bien una situación o estado que se expresa exteriormente; la sexta bienaventuranza es totalmente interior y manifiesta el principio de todas las manifestaciones exteriores.
¿Pero cuál es este corazón limpio, puro, y cuál es la pureza, limpieza o claridad? Tenemos, pues, que ver dos temas que son: el corazón que debe permanecer puro, limpio y sano, y cuál es la καθαρότης (kazarótis) pureza, limpieza, claridad o catarsis que debe hacer el corazón para ser sano y limpio.
Todos sabemos que nuestro corazón, si ponemos nuestra mano a la izquierda del pecho sentimos que allí está latiendo. El corazón es un músculo, no tiene huesos, pero es un órgano importantísimo y si se detiene un poco morimos.

Este músculo blande rítmicamente y es como una bomba que canaliza la sangre hasta la última célula de nuestro cuerpo. Con este empuje, la sangre va con las arterias hasta las últimas moléculas, transportando oxígeno y sustancias nutritivas. Después, como toma de las moléculas las sustancias inservibles, se ensucia; por eso primero debe pasar por los riñones para limpiarse y después por los plumones para dejar el dióxido de ántrax y tomar el oxígeno, y retorna al corazón que vuelve hacer el mismo proceso en nuestro organismo.
Los latidos rítmicos de este corazón carnal se mueven un poco más rápido cuando la psique siente alegría. Cuando la psique siente culpa, odio, envidia, resentimiento o agonía, éste corazón late también algo más rápido. Así, nuestro corazón se hace el espejo de nuestra psique-alma, porque expresa en nuestra cara nuestra forma, las distintas situaciones y reacciones. Si estamos alegres o tristes se refleja inmediatamente en nuestra cara. Así como es la cara que ve uno al otro, así también el corazón es la cara de la psique-alma que siente la psique, (la cara es el espejo del alma, como dice el dicho).
Por eso la Santa Escritura muchas veces identifica la psique con el corazón. En vez de decir la palabra psique-alma, dice la palabra corazón, tal y como aquí en la bienaventuranza que dice “bienaventurados y felices los puros de corazón”, mientras que podría decir “bienaventurados los puros de la psique”.
Pero la psique tiene tres facetas: la comprensión, la emoción y la voluntad. Esto tenemos que acordarnos siempre. Por eso el corazón unas veces expresa compresión, otras emoción y otras voluntad, puesto que es la cara de la psique.
Así, por ejemplo, sobre la emoción la Santa Escritura escribe: “Amarás a Dios con todo tu corazón” (Deut 6,5 Lc 10,27 Mrc 12,30). Aquí la palabra corazón, si la tomamos con su principal significado, es decir, como emoción, es como esto que a veces decimos: “te tengo en mi corazón”.
Sobre la diania (mente, intelecto) dice el Señor: “¿Por qué vosotros os recordáis de las cosas malignas de vuestros corazones?” (Mt 8,4). El verbo recordar expresa una cualidad de nuestra mente. También el Señor pregunta: “¿Por qué estáis turbados, y bajan a vuestro corazón estos pensamientos?” (Lc 24,38). Aquí presenta el corazón como unido con diania (mente, intelecto), se expresa la faceta de la energía de la mente unida al corazón. Esto también es muy importante.
Y sobre la voluntad leemos: “Amarás al Señor con toda la fuerza y energía de tu voluntad” (Mrc 12, 30). Aquí se expresa el corazón como voluntad la voluntad (y como muy finamente la dice san Máximo el Confesor la voluntad es potencia y energía).
Y estas tres cualidades o energías, están resumidas en el primer mandamiento, que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu psique, con toda la fuerza de tu voluntad y con toda tu diania-mente” (Lc 10,27). Las pone todas. Aquí se cubre todo el campo de las fuerzas y energías de la psique humana. Precisamente debe cubrir también el cuerpo, no sólo la pureza del corazón. Lo veremos esto.
Corazón pues, significa lo interior del hombre: la comprensión o entendimiento, la emoción y la voluntad. Estas cosas deben estar limpias, sanas, por supuesto con el cuerpo.
¿Ahora cuál es esta pureza, limpieza o catarsis del corazón, puesto que el corazón reúne todas las facetas de la psique? Su limpieza, catarsis o sanación es espiritual e interior. Es pureza y claridad de la psique, que disuelve y destruye la suciedad y la porquería que ha creado el pecado. Es el hombre íntegro, el correcto, el hombre sin maldad. Una vez el Señor, cuando vio a Nathanael, después de la invitación que le hizo Felipe, había dicho: “he aquí un hombre sin malicia” (Jn ,48). ¡Esto es un gran título de honor! ¡Qué magnífico es que nos diga el Señor que soy un hombre sin malicia!… El hombre sin maldad es recto, sincero en sus praxis e intenciones, es decir, es puro y claro; es un hombre bello, tal y como salió de las manos de su Creador, como era el primero en ser creado Adán antes de pecar. Los antiguos helenos decían: “hombre gratificado, bello”. Es cierto que tenemos hombres y mujeres, chicos y chicas que viven en este estado, y uno los ama mucho, demasiado… ¡Uno realmente se revela ante ellos!
Pero vamos a ver ahora las cosas parcialmente.
En principio sobre la pureza de la comprensión, entendemos los pensamientos y recuerdos limpios y las fantasías e impresiones limpias, puras, no sucias.
¿Podemos imaginar, queridos míos, cuál era realmente la Zeotocos? ¿Si pidiésemos decir gratificados, bellos algunos hombres que tienen pureza del corazón, entonces la pureza del corazón de la Zeotocos cuál sería?... ¡No podemos captarlo esto con nuestra mente, no podemos percibir la magnitud de la pureza de nuestra Panayía (santísima)!... ¡Es imperceptible e inconcebible! Y para que se crea que yo lo entiendo así, os recuerdo que también ¡el mundo angelical se revela ante ella! Estas expresiones de que “es la más honrada que los Querubín y la más glorificada incomparablemente que los Serafín y más amplia que los cielos” y es… y es… no son expresiones poéticas, son realidad. ¿Decidme, pues, cuán pura sería la mente de nuestra Panayía?.. ¡Reamente es inconcebible!
Es decir, la diania (mente, intelecto) está liberada de falsas ideas, engaños, supersticiones, o planes pecadores, criminales y malos pensamientos en cómo vamos hacer el mal al otro.
La falta de ocultación de los pensamientos manifiesta mente pura y clara. Cierto que nuestra Panayía no decía nada sobre su Anunciación, ni siquiera de su padrino José. Pero allí estaba el plan de Dios, no debía decir nada. Era un misterio de Dios, era el misterio de los misterios en el sentido místico. Pero el hombre generalmente oculta sus malos pensamientos; uno no sabe qué cree uno y cuáles son sus intenciones. Tenemos personas de este tipo, y decimos: “Cómo voy a confiar a este hombre… Si no sé qué cree y cuáles son sus ideas”...
Pureza, claridad en su mente tampoco tiene el hombre orgulloso, este que es altanero. La Santa Escritura dice: “El sucio para el Dios es todo aquel de corazón altanero, orgulloso” (Prov 16,5). Por consiguiente un hombre de este tipo no tiene pureza ni claridad.
Vamos a ver ahora la pureza en el espacio de la emoción. Aquí entendemos los sentimientos y las emociones puras de la agapi-amor, la filoxenía-hospitalidad y la magnanimidad. El interés o provecho propio en el espacio de la emoción es infundado. No debemos mover el recelo o sospecha de los demás, de modo que digan: ¿por qué esta persona es tan magnánima, quizá tenga algo en su mente, quizá piensa por su propio interés? No, simplemente queremos ser magnánimos.
El pundonor (buena intención), esta bella virtud prevalece al hombre con pura emoción, prevalece sin egoísmos. La buena intención prevalece en todo y reina la santidad.
Finalmente, ahora vamos al espacio de la voluntad. Por supuesto que la voluntad es libre y siempre se mueve al espacio de la voluntad de Dios. El hombre no se presiona, si quiere acepta y si no quiere no acepta la voluntad de Dios. Así que la pureza de la voluntad es que podamos identificar nuestra voluntad con la voluntad de Dios. El Cristo en Su oración sacerdotal decía: “…además no como yo quiero sino como tú” (Mt 26,39 Lc 22,42). Es decir, el hombre con voluntad pura, clara hace lo que el Dios quiere por muy difícil que sea esto. No tiene voluntad propia; por eso sacrifica todos sus derechos y comodidades, no le importan sus esfuerzos, aún da hasta su sangre y su vida. Tiene una voluntad libre de consentimientos, comodidades y decisiones pecadoras, es realmente una voluntad limpia, pura y clara.
Y todo esto, en este breve análisis que hemos hecho sobre las tres partes de la psique, está resumido sin agotarse en aquello que dice el apóstol Pablo a los Filipenses: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad… y haced. (Fil 4, 8-9). Es decir, en otras palabras, el apóstol Pablo aquí quiere recalcar el valor de esta bienaventuranza. “Bienaventurados los sanados, puros, limpios y claros del corazón, ellos contemplarán a Dios”.
Pero tenemos también una pureza especial del corazón. San Juan el Crisóstomo sobre esto escribe: “Puros aquí se dicen aquellos que han adquirido la virtud completa –por la que hablaremos más abajo- y que no piensan nada vilmente con mala astucia y viven con pureza en la psique y el cuerpo. Atención a esto, debo decir que aquí hay una percepción curiosa.
Una vez hablaba con un médico. Yo era aún laico y muy joven, y me decía que no tiene ninguna relación la pureza de la psique con la del cuerpo; y me dijo como ejemplo María Magdalena, diciendo que no tenía el cuerpo puro. Decía que era pura en la psique, porque siguió al Señor, pero no al cuerpo, y sostenía que son dos cosas distintas. En principio cometía un error, porque María Magdalena nunca fue inmoral, nunca fue prostituta.
Pero no nos engañemos, si uno no tiene el fondo de la pureza somática no puede desarrollar ninguna virtud, y sobre todo la pureza de la psique. De ninguna manera. Y la pureza es un elemento importante, tanto para la psique como para el cuerpo. Atención a esto, psique y cuerpo.
El hombre tiene de Dios dos tesoros: la fe y la pureza. Si uno pierde la pureza entonces la fe se pierde por sí sola. Atención aquí algo muy importante. Un sabio decía que cada vez que tocaba el tema de la pureza tenía dudas sobre los dogmas de la Iglesia y la Fe. Esto es muy verdadero. Nunca escucharéis a un o una joven puros de corazón, pureza verdadera –porque no caen en pecados- que os proyecten temas de dudas sobre la fe, ni de ateísmo que es peor. Aquel que ha perdido la pureza, éste tiene dudas sobre la Fe.
Pero aquí hay un mecanismo que comenta san Juan el evangelista: “Porque todo hombre que obra mal odia y detesta la luz y no viene a la luz para que no sean reveladas y juzgadas sus obras malas” (Jn 3,20). Este es el mecanismo. Desde el momento que quieres y cedes a la inmoralidad, empezarás a proyectar dudas: ¿Existe el Infierno? ¿Seremos juzgados? ¿El Dios es Justo? ¿Resucitaremos?... esto es un proceso, un mecanismo de praxis y loyismí (pensamientos, reflexiones e ideas).
Por eso tenía razón aquel que decía que desde el momento que se culpó en el tema de la pureza entró en dudas sobre temas de Fe. ¡Hace falta pues, tener mucho cuidado! La pureza del cuerpo es condición básica para la santidad. Si uno no es puro al cuerpo tampoco puede convertirse en santo. No, no se puede sino sólo si se arrepiente y hace la metania.
Por eso la pureza del cuerpo es el aspecto negativo de la santidad. El Apóstol Pablo dice: pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1Thes 4,3).
Pero debemos ver también sobre una pureza del corazón general. San Crisóstomo nos habló de una virtud general, una santidad íntegra, pero también de una especial, que se refiere al tema del cuerpo. La totalidad de la virtud crea una pureza, y sobre todo de la parte positiva. La relación de la pureza del corazón y la contemplación a Dios, nos será explicado por un texto del siglo III, que es del Teófilo de Antioquía. Es la primera de las tres epístolas que había mandado aun tal llamado Aftolikos. Escuchad lo que dice: “Si me dices: muéstrame tu dios; yo te diré que me muestres quién eres, y entonces te mostraré mi Dios. Porque el Dios se manifiesta sólo en aquellos que pueden verle y tienen los ojos de su psique abiertos, y no a los que sus ojos se han inundado por las praxis del pecado y la mala astucia. Tal y como es un espejo lustrado, así también el hombre debe tener el corazón”. Si un espejo no está bien lustrado o abrillantado los rayos no se reflejan.
Apuntad que todas las energías increadas de Dios vienen a nosotros y las recibimos y aceptamos reflejándolas hacia el Dios. Por ejemplo. Si me manda la energía increada de la fe, y yo la acepto, si mi espejo está limpio, la reflejo en retorno a Dios. Reflejo hacia Dios quiere decir acepto, hablo y creo. Así también la pureza. Por eso aquí el Teófilo de Antioquía dice que depende en qué estado está todo tu corazón respecto a los pecados. “Muéstrame qué hombre eres y te mostraré mi Dios”. Es una respuesta fundamental: primero muéstrame qué hombre eres y después te mostraré mi Dios.
Aún tenemos un texto admirable de san Isaac el Sirio que nos habla sobre esta pureza: “En pocas palabras, ¿qué es pureza? Es el corazón misericordioso por toda la creación; es el corazón que arde en su interior por toda la creación, para los hombres, los pájaros, los animales, aún hasta los demonios… Y sólo porque uno recuerda todo esto y sólo porque lo ve, corren lágrimas de sus ojos… asimilando a Dios”. Veis, pues, que es pureza del corazón.
Este ardor del corazón sintieron también los dos discípulos en el camino a Emaús, cuando escuchaban las palabras de Jesús y dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría el nus y la mente para entender las Escrituras?” (Lc 24, 13-35). Pero estos hombres, los dos discípulos de Cristo, vivieron la presencia de Cristo y sintieron esto porque tenían una pureza del corazón; ¿pero si uno fuera Caifás y algún Anás, sentirían lo mismo? ¡Capturarían otra vez a Jesús y Le volverían a crucificar!
Y la recompensa de los que tienen el corazón puro, limpio y claro es que verán a Dios; “ellos contemplarán a Dios”.
Hemos visto que san Isaac identifica la pureza con la agapi (amor desinteresado). Y como “el Dios es agapi”, por eso contemplarán, verán la cara, el rostro de Dios, es decir, la doxa (gloria, luz increada) de Dios, aquí en la tierra y también en el cielo. Aquí “como en espejo en enigma” y allí al Cielo “cara a cara” (1Cor 13,12). Lo siento que no tengo mucho tiempo para hacer un análisis más extendido.
Nos dice san Juan: “2 Queridos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos, contemplaremos tal y como Él es.
(2 Queridos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado qué seremos al futuro. Pero conocemos que cuando Cristo se manifieste con toda su doxa-gloria y jaris-gracia, nosotros también nos convertiremos y seremos semejantes a él en doxa y jaris increadas. Entonces lo veremos y contemplaremos tal y como es con su doxa y jaris que también será nuestra doxa y jaris increadas.)
3 Y todo el que tiene esta esperanza en Cristo hace su catarsis y se purifica de cualquier pecado convirtiéndose puro tal y como él es, y sólo ellos lo contemplarán, verán. (1Jn 3,2-3).
Y en su Apocalipsis 22,4 san Juan dice que veremos Su rostro.
¿Pero cómo se ve el Dios aquí? Eso se hace internamente, desde el fondo – siempre discerniendo la esencia de la doxa (gloria, luz increada), claro está si podemos discernir estas dos. Uno da su vida por un martirio; pero si no viera a Dios no la daría a favor de Él y sobre todo en forma de martirio.
Aún el Dios se ve con Sus intervenciones en la historia, como en el mar rojo. Moisés se llama θεόπτης (zeóptis) visionario de Dios. El protomártir Esteban se dice que vio la doxa de Dios (Hec 7,55).Todos los Santos tienen experiencia de la contemplación de la doxa increada de Dios, y generalmente de Sus energías increadas.
Queridos míos con absoluta convicción y sentimiento oremos por aquello que oraba también David: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo” (Sal 50,12). Amín.
Domingo 14 Enero 1996 Yérontas Atanasio Mitilineos

San Juan de Cronstandt: 6ª Bienaventuranza
Con este mandamiento el Señor bendice y beatifica aquellos que tiene el corazón sin maldad y limpio y nos recuerda que debemos nosotros también pretender tener sencillez cordial. Tal y como nos asegura la Santa Escritura, el corazón es el instrumento de la vida. “Sobre todas las cosas, vigila tu corazón, porque de él brotan fuentes de vida” (Prov 4,23). Nuestras alegrías y penas de allí dependen, como la felicidad y la tristeza.
¿Existe hombre encima de la tierra que tenga corazón limpio, puro y sin maldad? En el Nuevo Testamento, en el reino de las bienaventuranzas, el Señor seguro que conoce hombres con corazón puro. Dice el apóstol Pablo: Conoce el Señor a los que son suyos” (2Tim 2,19). Algunos de ellos los conocen los demás hombres. Semejantes eran los santos que el Dios los ha glorificado con los carismas de perspicacia, prever y milagrosos, pero también todos los hombres apacibles, humildes y sencillos. Puesto que el Señor bendice y beatifica aquellos que tienen el corazón limpio y sin maldad, significa que realmente existen este tipo de hombres. Pero esta pureza se encuentra raramente en los hombres, como es difícil encontrar oro puro y piedras preciosas. Este tipo de hombres es difícil encontrarlos hoy, pero más difícil aún era en el Antiguo Testamento, entonces cuando el pueblo de Israel vivía bajo la ley y no bajo la jaris (gracia, energía increada). Entonces en el mundo la mayoría de la humanidad estaba hundida a la idolatría. Todos los hombres fueron concebidos “en ilegalidad” y todos nacidos “en pecado”. Solamente la jaris de Dios puede limpiar las ilegalidades y convertir algunos de ellos dignos de ser instrumentos escogidos, mientras antes les hace la catarsis de sus corazones y psiques. “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Is 6,7), dijo el candente Serafín al escogido Isaías mientras tocó el ántrax en sus labios. El hombre de Dios después de aquel roce del ántrax se le hizo la catarsis de su pecadora suciedad. “¿Quién puede hacer limpio a lo inmundo o sucio? Nadie” (Job 14,4), clamará Job.
¿De dónde proviene la suciedad del corazón y el pecado del hombre; puesto que se ha creado “a imagen y semejanza de Dios”, y el Dios es todo santo y puro! Pues, hermanos míos proviene del diablo. Del diablo a quien la Santa Escritura y las oraciones de la Iglesia le llaman espíritu sucio… Es aquel espíritu sucio que después de la caída del hombre y su alejamiento de Dios, el hombre se hizo recipiente lleno de suciedad pecadora. Es aquello que ha pervertido los corazones de los primeros en ser creados con su soplo mal oliente. Y mientras había contaminado toda la existencia de ellos y con la oposición contra el Dios, transporta esta suciedad hereditaria en todas las generaciones aún hasta nosotros. Y continuará manchando a los hombres, principalmente los indiferentes, negligentes e infieles hasta el fin del mundo, tal y como ha dicho el ángel al evangelista Juan: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apoc 22,10-12).
Por lo tanto la suciedad del corazón proviene del diablo o de la caída de los primeros en ser creados, que tuvo como resultado que se conviertan esclavos del pecado todos los hombres que siguieron. Esta suciedad pecadora es tan grande que ha contaminado profundamente los corazones de los hombres de modo que ya sea difícil liberarse de esto. Aún los santos de Dios que estaban en vigilia y vigilancia de cada movimiento y loyismós del corazón, muchas veces sentían que fueran inundados de loyismí malos, malignos y blasfemos y oraban al Señor y Su santísima Madre para someter estas terribles olas sucias y apaciguar este tormento demoníaco. Es tan grande la fuerza del mal, de manera que algunos hombres santos que habían llegado en grandes alturas de pureza y santidad, de repente cayeron en pecado y perdieron su pureza. Es tan potente el pecado que continuará acompañándonos hasta la tumba. Es una vergüenza para los hombres, pero algunas veces la suciedad del corazón se revela apenas antes del final de sus vidas y sobre todo con gran descaro.
El hombre no limpio, sucio, lo ve todo con su ojo sucio, porque su nus (energía o espíritu del corazón psíquico) y su conciencia están corrompidos. El Señor que conoce los corazones, dice: “…que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Mrc 7,21-23). ¡Esta es la suciedad del corazón! Es una espina muy complicada que pincha al hombre desde dentro y no lo deja en paz. Es una nube oscura que en la psique esconde la verdad de Dios y el camino salvador que deben seguir los hombres para llegar a su destino.
Para hacer la catarsis, limpiar y sanar al corazón hace falta mucha y grande lucha. Tenemos necesidad de lágrimas, oración del corazón incesante y contrición. Más bien, debemos estudiar el logos de Dios y los textos y vidas de los santos. Pero más que nada tenemos necesidad de metania permanente, Divina Comunión o Efjaristía frecuente y auto-examen diario. Debemos reflexionar cuánto puros fueron los primeros en ser creados y cómo la mala astucia del pecado entró al mundo. Meditar en nuestro interior el “como imagen y semejanza a Dios” y la obligación que tenemos asimilarnos a nuestro prototipo, a santísimo Dios. Debemos reflexionar la redención que hemos recibido por la inestimable sangre del Hijo de Dios, nuestra divina adopción en Cristo Jesús y el mandamiento que se nos fue dado para convertirnos y hacernos santos: “sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1Ped 1,15). Debemos estar pensando en la muerte, el juicio y el terrible infierno.
También debemos sufrir con paciencia muchos sufrimientos porque estos sanan las heridas y queman las espinas de los pazos. “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en la realeza (increada) de Dios” (Hec 14,22), dice el apóstol Pablo. Todos los santos han pasado por muchas tribulaciones y sufrimientos para adquirir la catarsis, la pureza del corazón. Sin sufrimientos nadie de ellos fue coronado. Muchos han sufrido mucho de sus perseguidores, otros voluntariamente se agotaron con ayunos, vigilias, ascesis y prosternaciones. Estaban en vigilia, en oración y con su dulzura rechazaban cada ataque pecador. Participaban regularmente al misterio de la Divina Efjaristía, porque la divina comunión es un arma potente y un medio para la catarsis, la santificación y la renovación de la psique y el cuerpo. Estudiaban mucho y profundamente el logos de Dios, y el nus de ellos estaba entregado al Señor. También durante el ascesis de los ojos de algunos de estos benditos salían lágrimas imparables, como san Efrén el Sirio. Las lágrimas las necesitamos mucho porque sanan y limpian nuestros corazones…
Aquellos que lloran por sus pecados, saben cómo las lágrimas ayudan para que logremos la pureza y catarsis, la paz y la bienaventuranza de nuestro corazón. Porque tal y como salen las lágrimas de nuestros ojos, juntos con ellos se van también los pecados de nuestra psique. Con las lágrimas se serena y pacifica nuestra psique y corazón y sentimos en nuestro interior una especie de dulzura espiritual, “aroma espiritual”. Entonces nuestros ojos espirituales ven a nuestro interior a Dios limpiar y sanar todas nuestra ilegalidades y suciedades y nos regala Su inexpresable increada misericordia. Sólo entonces podemos entender empíricamente cuánto bienaventurados y felices, pacíficos y alegres, son aquellos que tienen corazón puro y sin maldad. La conciencia ya no los tortura. Los pecados han sido perdonados de la infinita increada misericordia de Dios. Tienen el sentido y sentimiento que descansan cerca de Dios, la fuente de la bienaventuranza y el Dios descansa con ellos. Bienaventurados los puros, sanos y claros del corazón.
El corazón limpio es fuente rica de paz y alegría estable; cualquier cosa buena que ellos vean se alegran en sus interiores. En cada creatura ven el sello de la bondad de Dios, Su sabiduría y omnipotencia. Pero se sienten felices consigo mismos. La pureza cordial y la increada misericordia de Dios los hace felices como también los bienes futuros “que ojos no ha visto, oído no ha escuchado y corazón no ha sentido”, la existencia de todo esto la sienten con certeza y claridad en sus corazones.
Por otro lado, qué deplorables son los hombres que tienen el corazón manchado y con maldad. El corazón de ellos es fuente de sufrimiento y pena. Miedo y temblor los contiene, a pesar de que tienen pretextos y se muestran alegres. ¿Por qué esto? Porque los pecados y los pazos se mueven como gusanos en sus corazones y la secan. La conciencia de ellos protesta, no les deja en paz. El juicio de Dios los aterroriza. Bienaventurados los puros, sanos y claros del corazón. Bienaventurados y mil veces felices son aquellos que tienen el corazón limpio y sin maldad, porque ellos cara a cara verán a Dios en la vida futura. Es natural que los limpios y puros vean al Puro, igual que es característica del ojo limpio y saludable ver la luz.
Si hemos abandonado todo lo mundano y nos sentimos bienaventurados y felices aún desde esta vida, nos entregamos con dedicación a la oración. Entonces hablamos con Él, como los hijos a sus padres, a pesar que no le vemos con nuestros ojos sino “en espejo, oscuramente, en enigma” (1Cor 13,12). Por supuesto, basta con tener muy intenso sentido de Su presencia. Y si nosotros nos hacemos dignos tener este tipo de bendiciones, ¡qué diremos sobre los santos y los justos y los “puros del corazón”, qué sentirán aquellos que verán a Dios cara a cara en la vida futura, Aquel que es la fuente de la eterna luz increada y la bienaventuranza! ¡Qué diremos sobre las órdenes de los ángeles, los profetas, los apóstoles, los jerarcas, los mártires, los monjes/as y todos los santos con los que vive y deleita cada criatura al cielo y la tierra! ¡En efecto! Esta será la felicidad y bienaventuranza pragmática, infinito placer, allí está la inenarrable alegría de los que contemplan la inenarrable belleza de Su imagen.
Procuremos, pues, todos en adquirir corazón puro y limpio con lágrimas de metania, con vigilias y oraciones, con contrición y continuo estudio del logos de Dios. Apresurémonos en desarraigar y expulsar de nuestros corazones la ceguera de los pazos, para poder ver a Cristo, nuestro Dios, el Sanador y Salvador de nuestras psiques.
Cristo la verdadera luz increada, ilumina y santifica a todo hombre que viene al mundo; sea marcada en nosotros la luz de tu rostro, para que contemplemos la inefable luz increada; y dirija nuestros pasos hacia el trabajo de tus mandamientos; por la intercesión de Tu inmaculada madre y todos Tus santos”. Amín.
© Monasterio Komnineon de “Dormición de la Zeotocos” y “san Demetrio” 40007 Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)

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