ΟΣΙΟΥ
ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ
ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra
invisible, san Nicodemo el Aghiorita
PRÓLOGO
“La guerra invisible” es muy
ecuánime y justo y este título merece este libro tan
psicoterapéutico y terapéutico espiritualmente. Porque muchos
libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento inspirados por el Dios,
tomaron su nombre inmediatamente por las mismas cosas que enseñan;
así por ejemplo, el Génesis de Moisés se llama así, porque se
refiere sobre el nacimiento y Creación de la nada (del cero); y los
cuatro Evangelios porque describen históricamente la buena noticia,
los redentores, sanadores y salvíficos mensajes para los hombres.
Uno sería ciego si no viera, por el material expuesto en este libro,
porque se ha llamado “Guerra invisible”, precisamente porque se
ocupa de estas cuestiones y razones.
Porque no enseña sobre una guerra
visible, ni para enemigos físicos y vistos por el ojo, sino sobre
una guerra invisible que se hace en la mente, cerebro y en el corazón
o espíritu, y en la que toma parte todo cristiano inmediatamente
desde el momento del bautismo, donde se ha comprometido ante el Dios
combatir hasta la muerte, a causa del este nombre divino.
Por eso, en
relación con esta guerra se ha escrito parabólicamente en los
Números… Por eso este libro (del A. Testamento) se llama Guerra
del Señor (Num 21,14), y enseña sobre enemigos incorpóreos e
invisibles, los cuales son los distintos pazos, las voluntades de la
carne y los malvados demonios, quienes odian a los hombres y no paran
de atacarnos y guerrearnos día y noche. Como dijo el apóstol Pablo:
“Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso,
sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de
este mundo tenebroso y pecador, contra los espíritus del mal, que se
encuentran en los espacios entre cielo y tierra” (Ef 6,12).
Y los soldados que combaten en esta
guerra son todos los cristianos, como aprendemos de este libro. Como
Capitán General se presenta nuestro Señor Jesús Cristo, rodeado de
todas las legiones de Ángeles y Santos; el lugar donde se realiza
esta guerra es nuestro propio corazón y todo el hombre interior, y
el tiempo de esta guerra es durante toda nuestra vida.
¿Cuáles son las armas con las que
equipa a sus soldados esta Guerra Invisible?
Escuchadlos; el casco de los soldados,
son la completa desconfianza y desesperanza de ellos mismos; la
bandera de ellos es la camisa de hierro, que es el ánimo hacia el
Dios y la esperanza confiada, segura; el tórax y el corpiño es el
estudio de los pazos-padecimientos del Señor; el cinturón es la
abstinencia de los pazos carnales; los zapatos y la camisa de hierro
son la humildad y el reconocimiento de la enfermedad de uno mismo; el
escudo es la paciencia en las tentaciones y el alejamiento de la
negligencia; la espada que está en una mano es la oración divina,
tanto la llamada noerá, del corazón o de Jesús, como la
oral, como también aquella que se hace por el estudio; y mástil o
lanza tridente que tienen en la otra mano es no consentir el pazos
que les está atacando y combatiendo y lo expulsen con ira y así con
su corazón llegan a tenerlo asco y repulsión.
Alimento que toman para el
fortalecimiento contra los enemigos es la continua divina Comunión o
Efjaristía, tanto del misterio del sacrificio de la Divina
Liturgia, como también del espiritual; y el aire iluminante y sin
nubes, por el cual ven de lejos a los enemigos, es la continua
práctica del nus en conocer correctamente las cosas y el
continuo ejercicio de la voluntad en querer agradecer sólo a Dios,
más la hisijía paz y serenidad del corazón.
Aquí en esta Guerra Invisible, o mejor
dicho, en esta Guerra del Señor, los soldados de Cristo aprenden las
diversas estafas, engaños y maquinaciones de todo tipo, los
difíciles estratagemas y artes, que utilizan contra ellos los
enemigos inteligibles a través de los sentidos, de la fantasía y
mediante la reducción de la devoción o piedad; y mediante de los
cuatro asaltos, ataques que traen la muerte (espiritual); es decir,
la incredulidad, la desesperación u oscurantismo, la vanagloria y
la transfiguración de los demonios en ángeles de luz. Y a
continuación los soldados estudian también cómo contraatacar,
disolver y destruir las maquinaciones de los enemigos. Y aquí ya son
enseñados qué orden y ley deben guardar y mantener y con cuánta
valentía deben luchar. En resumen, en este libro cada ser humano que
ama su sotiría sanación, redención y salvación, aprende
cómo vencer a los enemigos invisibles, para obtener los tesoros, es
decir, las virtudes divinas y verdaderas, para recibir el premio y la
corona inmarchitable, que es la unión con el Dios, tanto en el siglo
presente como en el futuro.
Queridos lectores, amigos de Cristo,
recibid este libro con alegría y aprended de este el arte de la
Guerra invisible; ocupaos no sólo simplemente de luchar, sino
combatir legalmente como se debe, para que seáis coronados (con la
doxa gloria luz increada). Porque, según el apóstol Pablo:
“Y el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha
legítimamente, si no se atiene a las reglas del deporte” (2 Tim
2,5). Armaos con las armas que os enseña, para con estas matar
vuestros enemigos inteligibles e invisibles, los cuales son los pazos
que corrompen la psique y los demonios que son los creadores de estos
pazos. “Revestíos de la armadura de Dios para que podáis
resistir las tentaciones y maquinaciones del diablo” (Ef 3,10-17).
Acordar que en el bautismo os habéis
comprometido que negáis y combatís al Satanás, todas sus obras,
todo culto de él y todo pecado; las cuales obras de él son el
hedonismo, la voluptuosidad, la vanagloria y la avaricia y todos los
demás pazos. Por lo tanto, luchad a lo que podáis, para
ponerle en fuga, avergonzarle y derrotarle totalmente con toda
vuestra perfección. Por esta victoria, la recompensa y el salario
que tendréis será muy grande. Escuchadlo esto de las mismas
palabras por la misma boca del Señor, Quien en el libro del
Apocalipsis nos promete: “Al vencedor le daré a comer del árbol
de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apo 2,7). “El
vencedor no será víctima de la segunda muerte” (Apo 2,11). “Al
vencedor le daré el maná oculto, escondido…” (Apo 2,17). “Al
vencedor le entregaré el poder que yo he recibido de mi Padre y
también le daré la estrella de la mañana” (Apo 2,28). “El
vencedor será revestido de vestiduras blancas, yo no borraré jamás
su nombre del libro de la vida y reconoceré su nombre delante de mi
Padre y de los ángeles” (Apo 3,5). “Al vencedor le haré columna
del templo de mi Dios…” (Apo 3,12). “Al vencedor lo sentaré
conmigo en mi trono…” (Apo 3,21). “El vencedor heredará todo;
y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apo 21,7).
¡Veis cuántos axiomas! ¡Veis cuántos
salarios! ¡Veis esta corona multiplicada por ocho y que está llena
de flores y es inmarchitable, pero hermanos cuántas más coronas os
harán si vencéis el diablo! ¿En esto pues, tenéis que estar
practicando e instruyéndose en la continencia o autodominio y en la
lucha y “guardad bien lo que tenéis, para que nadie os quite
vuestra corona (de luz increada)” (Apo 3,11). Porque es una
vergüenza grande que aquellos que se entrenan en el pentatlón y
hacen luchas y esfuerzos exteriores, tienen continencia casi en todo,
para que reciban una corona marchitable y corruptible de olivo o de
laurel o de cualquier otra planta. Y vosotros, que habéis recibido
una corona inmarchitable, paséis vuestra vida con negligencia e
indiferencia. Pues, que os convenza por eso Pablo que dice: “¿No
sabéis que los que corren en el estadio todos corren, pero sólo uno
consigue el premio? Corred de modo que lo conquistéis. Los atletas
se privan de muchas cosas, y lo hacen para conseguir una corona
corruptible; en cambio, nosotros, por una incorruptible” (I Cor
9,24-25).
Así que, esta victoria y la brillantez
de estas coronas deseo que disfrutemos. Y acordaos, hermanos míos,
pedir al Señor que perdone mis pecados, de éste que se ha hecho
ayudante vuestro, para la edición de este bello libro; pero más que
nada, acordaos de levantar los ojos hacia el cielo y agradecer y
glorificar al Primer Causante y Autodidacta Dios y a vuestro capitán
general Jesús Cristo, y decir cada uno hacia Él aquello que dijo
Sorozábal: “De ti viene la victoria… Y la doxa (gloria,
luz increada) es tuya y yo soy pariente tuyo” (II Esd 59). Y esto
del profeta David: “Tuya es, Señor, la grandeza, el poder, el
honor, la majestad y la gloria, pues todo cuanto hay en el cielo y en
la tierra es tuyo” (I Cron 29,11). Ahora y para siempre. Amén.
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
En qué y cómo se encuentra la
perfección cristiana. Cómo uno debe combatir. Las cuatro armas
necesarias para esta guerra.
La mayor y más perfecta hazaña que
una persona puede pensar, es acercarse de una manera a Dios y unirse
con Él. La perfección cristiana es requerida como mandamiento y es
entregada al Nuevo Testamento, porque dice el Señor: “Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto” (Mt 5,48). Y Pablo dice: “Hermanos, no seáis niños en
el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el
modo de pensar” (I Cor 14,20); “Que seáis perfectos y en todo
cumplir con la voluntad de Dios” (Col 8,12); “Seamos conducidos
en la perfección” (Heb 6,1). La perfección fue proclamada como
mandamiento en el Antiguo Testamento, porque dice el Dios a los
Hebreos en el Deuteronomio: “Que seas perfecto ante el Señor tu
Dios” (18,18). Y David manda lo mismo a su hijo Salomón: “Y
ahora hijo mío, conocerás a Dios de tus padres y le servirás con
todo tu corazón y el ánimo de tu psique” (I Cron 28,9). Deducimos
pues, que el Dios requiere de todos los cristianos que se ejerzan y
estén plenos de perfección, es decir, el Dios pide de nosotros
hacernos perfectos en todas las virtudes.
Por tanto, si tú, querido lector en
Cristo, deseas llegar en esta cima, primero debes conocer en qué
consiste la vida espiritual y la perfección cristiana. Porque son
muchos los que dicen que esta vida y perfección, se encuentra en los
ayunos, en las vigilias, en las prosternaciones y otros similares
ejercicios duros del cuerpo. Otros por su lado dicen que se encuentra
en la abundancia de las oraciones y en los largos oficios. Otros
creen que la perfección se encuentra completa en la oración del
corazón o de Jesús*, en la soledad, en
la huida del mundo, en el silencio y en la instrucción por el canon
o regla; es decir, que caminen con la regla y con la mesura, y que no
lleguen en excesos ni en escaseces. (*Sobre esta oración ver más
abajo capítulo 46). Pero estas virtudes, por sí solas, no son esto
que buscamos y pedimos como perfección cristiana, sino que unas
veces son los medios e instrumentos para que uno llegue a la jaris
(gracia, energía increada) del Espíritu Santo, y otras veces son
fruto del Espíritu Santo.
De que son instrumentos muy fuertes y
dinámicos, para el deleite de la jaris del Espíritu Santo,
no hay ninguna duda, porque vemos muchos virtuosos que las utilizan
como debe ser, con este propósito; es decir, para obtener el poder y
la fuerza contra la maldad y la flojedad, para que sean fortalecidos
contra las tentaciones y engaños de los tres enemigos comunes, o
sea, de la carne, del mundo y del diablo; para que de estas reciban
ayuda espiritual que es necesaria a todos los siervos de Dios, y
sobre todo a los principiantes, y sencillamente para que se hagan
dignos de recibir los carismas del Espíritu Santo; tal y como los
enumera el profeta Isaías: “espíritu de sabiduría y de
prudencia, espíritu de voluntad y de valor, espíritu de
conocimiento y de piedad y espíritu de temor del Dios” (Is 11,2).
Tampoco hay duda de que estas praxis o
acciones son fruto del Espíritu Santo y como dijo Pablo, su
resultado son “agapi-amor, alegría, fe, tolerancia,
continencia, paz, magnanimidad, templanza, bondad, paciencia” (Gal
5,22), y en esto tampoco hay duda. Porque los hombres espirituales
ejercitan el cuerpo con estos ejercicios, porque ha afligido a su
Creador y para tenerlo siempre dominado y sometido a trabajar las
cosas de Dios. Se silencian y hacen vida de monje, para evitar el más
mínimo perjuicio y daño hacia Dios1.
Oran y prestan atención al culto a Dios y a las obras de piedad,
para que tengan el gobierno o régimen de los cielos, estudian la
vida y los padecimientos de nuestro Señor, no para otra cosa sino
para conocer más su propia maldad, y la bondad y compasión de Dios,
siguen a Jesús Cristo olvidando y renunciando de sí mismos y llevan
la cruz en sus hombros, para que sean calentados más de la agapi
(amor, energía increada) de Dios y se aborrezcan de sí mismos.
Pero las virtudes que nos hemos
referido, en aquellos que ponen todo el peso en estas, pueden
provocar más daño y perjuicio que los pecados obvios; no a causa de
estas, (porque estas son todas santísimas), sino porque aquellos que
las utilizan, al fijarse sólo en estas, dejan su corazón correr
detrás de sus propias voluntades y las del diablo; el cual diablo,
al verlos que van directos por este camino, los deja no sólo que
luchen con alegría en los ejercicios corporales, sino que con el
pensamiento vano, que les susurra, se extiendan en las grandezas del
Paraíso. De ahí que estos de este tipo creen que se han elevado
hasta las legiones de los Ángeles y que sienten a Dios en su
interior; y algunas veces sumergidos en este tipo de pensamientos y
reflexiones raras y altas, creen que casi ya han dejado este mundo y
han sido arrebatados hasta el tercer cielo.
Pero en cuántos errores están metidos
y enredados estos hombres y cuán lejos están de la verdadera y
bienaventurada perfección, uno los puede conocer por la vida, el
carácter, los modales y las conductas éticas de ellos. Porque ellos
quieren que sean considerados y preferidos de los demás por
cualquier cosa. Son peculiares y tenaces en sus propias voluntades,
son ciegos en sus propias cosas; pero examinan cuidadosamente los
logos y las praxis de los demás, y si alguien les toca un poco la
vana reputación de su honor que ellos creen que tienen, quieren que
los demás tengan en cuenta su reputación; y si alguien los impide
de aquellas reverencias y virtudes con las que se están ocupando
(¡que Dios nos guarde de esto!), inmediatamente se enfurecen, se
incendian de ira y se convierten en frenéticos.
Y si el Dios quiere traerles al
conocimiento exacto de sí mismos y al verdadero camino de la
perfección, les envías aflicciones y enfermedades o concede que
vengan persecuciones, (que son pruebas con las que el Dios prueba sus
auténticos y verdaderos siervos), entonces manifiestan las cosas
secretas y ocultas de sus corazones, de que están pervertidos de la
soberbia u orgullo. Porque en cada acontecimiento triste que les
ocurre, no quieren seguir la voluntad de Dios, permanecen reposados
en los justos, aunque ocultos juicios de Dios, ni quieren seguir el
ejemplo del humillado y padecido Hijo, nuestro Señor Jesús Cristo y
hacerse humildes teniendo como amigos sus perseguidores o enemigos,
como instrumentos de la divina bondad y cooperantes en su sanación y
salvación.
Así que es obvio que están en gran
peligro. Porque estos teniendo su ojo interior, es decir, el nus
entenebrecido, se ven a sí mismos con este ojo interior oscurecido;
y pensando conseguir obras exteriores buenas, creen que han llegado a
la perfección y critican, enjuician y condenan a los demás. Por eso
no es posible para uno poder hacerles cambiar, sino sólo una ayuda
especial y particular de Dios. Porque mucho más fácil se convierte
en bueno el pecador evidente que el oculto y cubierto con la coraza
de las aparentes virtudes.
Ahora, pues, que has conocido muy bien
que la vida espiritual y la perfección no se sostiene en estas
virtudes que hemos dicho, sepas que no se constituye de otras cosas
más que la gnosis (conocimiento) de la bondad y la grandeza de Dios
y de nuestra nimiedad, tendencia y declinación a cualquier mal
contra la agapi de Dios y al odio, aborrecimiento de nosotros
mismos; en la obediencia, sumisión no sólo a la voluntad de Dios,
sino también en todas las creaciones, para la agapi de Dios y
la repulsión, desobediencia de toda voluntad nuestra y la perfecta
obediencia a la voluntad de Dios; incluso, todas estas cosas que las
queramos hacer claramente para la doxa gloria luz increada de
Dios y gustar sólo a Él; y porque así lo quiere Él, así debemos
amarle y servirle. Por eso el apóstol
Pablo en general nos manda que todas las obras “ya comáis, ya
bebáis, hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios”
(I Cor 10,31).
Esta es la ley de la agapi
(amor, energía increada divina), esta que se ha escrito por la mano
del mismo Dios en los corazones de sus siervos fieles. Esta es la
abnegación de nosotros mismos, la que pide el Dios de nosotros. Este
es el yugo dulce de Jesús y su peso ligero. Esta es la sumisión a
la voluntad de Dios, a la que nos llama nuestro redentor y Didáscalos
(Maestro) con su propio ejemplo y con su voz. Y verdaderamente, el
que nos sometamos a la voluntad de Dios y que prefiramos siempre la
de él y no la nuestra, esto nos lo ha enseñado con su voz el mismo
jefe y perfeccionador de nuestra sanación y salvación Jesús
Cristo, Quien nos ha pedido que oremos diciendo: “Padre nuestro el
de los cielos…hágase tu voluntad tal y como en el cielo en la
tierra también” (Mt 6,10); y con su ejemplo, desde el principio de
su vida e inmediatamente cuando entró en el mundo, pidió hacer la
voluntad del Padre, según Pablo que dice: “He aquí, vengo hacer
tu voluntad” (Heb 16,9); y en la mitad del Evangelio esto decía:
“he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
de aquel que me ha enviado” (Jn 6,38); y al final de su vida en la
oración, esto mismo selló diciendo: “Padre, no se haga mi
voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).
Así que, hermano mío, tú que deseas
llegar a la altura de esta perfección, y como es necesario hacer una
lucha incesante con el sí mismo, para vencer y extinguir
valientemente todas las voluntades grandes y pequeñas,
obligatoriamente debes prepararte con ánimo y buena disposición
para esta guerra; porque la corona no se entrega a cualquiera, sino
sólo al guerrero valiente; la cual guerra, como es más difícil que
cualquier otra guerra (porque luchamos contra nosotros mismos, y nos
combate, ataca nuestro propio sí mismo), así también la victoria
que conseguiremos será más gloriosa que cualquier otra y será muy
bien recibida de Dios. Porque si quisieras matar tus desordenados
pazos, los deseos y tus voluntades, gustarás más a Dios y le
servirás mejor, en vez de hacer regresar al bien miles de psiques y
tú dominado realmente de los pazos o en vez que te estés azotando
hasta que te sangres o que hagas ayuno más que los antiguos
eremitas. Casi lo mismo dice san Isaac: “Es mejor que te desates y
liberes de la cadena del pecado que liberar esclavos de la
esclavitud”, y otras muchas parecidas (Logos 23).
Porque, aunque el Dios ama más el
regreso de las psiques que la necrosis de una voluntad pequeña, sin
embargo, tú hermano mío, no debes querer, ni hacer nada más
importante que aquello que pide el Dios, y de aquí en adelante lo
quiere de ti exclusivamente; porque el Dios por supuesto que se
contenta más por tu lucha para mortificar y enterrar tus propios
pazos, en vez de que hagas cualquier otra cosa, aunque sea muy grande
e importante, haciendo la vista gorda de tus propios pazos.
Ahora bien, como has aprendido de qué
se constituye la perfección cristiana y para obtenerla debes hacer
una guerra dura y continua contra ti mismo, es necesario que seas
prevenido y suministrado de cuatro cosas, como armamento muy seguro e
imprescindible, para que te conviertas en vencedor de esta guerra
invisible y recibas la corona (o la doxa- gloria luz
increada). Y estas son: a) no te fíes nunca de ti mismo, b) ten
animo, coraje y esperanza en Dios, c) luchar siempre, y d) orar. Para
estas quiero hablarte especialmente pronto si el Dios lo quiere (a
continuación).
(1).
Apunta que daño o perjuicio a Dios,
para los teólogos es cada pecado, simplemente porque perjudica,
daña, hiere y se opone a Dios. Pero como el pecado no existe como un
ente vivo, perjudica, daña y se opone al ser de Dios y ya que es
malo, perjudica la bondad de Dios; puesto que es enfermedad y
debilidad, perjudica Su fuerza y el valor; ya que es desconocimiento
y oscuridad, perjudica Su sabiduría. Y simplemente, puesto que el
pecado se llama también imperfección y omisión, perjudica y se
opone a las perfecciones infinitas de Dios; como es transgresión e
ilegalidad, perjudica e hiere las leyes y los logos-mandamientos de
Dios, y como todo logos contra Dios se llama blasfemia, porque
perjudica la fama y el nombre de Dios, así también todo pecado se
llama perjuicio y daño a Dios; y no sólo porque el pecado por sí
mismo se opone y va de mal en peor, sino porque se hace en las
creaciones de Dios y hace que sea blasfemado el Creador de estos,
como si él también fuera así de malo y a continuación ha creado
males de este tipo; puesto que la virtud de las creaciones, hace que
sea glorificado y alabado también el Creador de estas.
(2)
Mira amigo mío, cuan perfecto es el orden y el método que utiliza
este libro; antes que cualquier otra cosa, aquí añade el principio,
la perfección y la finalidad o propósito de toda esta guerra
invisible, de modo que conociendo todos aquellos que tratan de entrar
en la guerra y combatir, no sean engañados con alguna otra cosa,
sino que sean dirigidos hacia este libro como punto de referencia y
todas sus praxis (actos, acciones) sean conducidas hacia una
dirección.
Traducido por: χΧ
jJ www.logosortodoxo.com
(en español)
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