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Πέμπτη 15 Μαΐου 2014

YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006) 7ª Bienaventuranza de la Montaña: la paz Bienaventurados y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios)

ΓΕΡΟΝΤΑΣ ΑΘΑΝΑΣΙΟΣ ΜΥΤΙΛΗΝΑΙΟΣ (1927-2006)
YÉRONTAS ATANASIO MITILINEOS (1927-2006)
7ª Bienaventuranza de la Montaña: la paz
Bienaventurados y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios)
Queridos míos, en un museo hay un cuadro, una pintura de oleo que representa una tormenta del mar. Olas salvajes, nubes negras y fuertes esplendores marcan al cielo. Restos de un naufragio flotan en las espumas del mar, y de vez en cuando aparece una mano saliendo del mar pidiendo desesperadamente ayuda. Fuera de la superficie del mar está proyectada una roca que rompen las olas. En una oquedad de la roca existe un poco de verde, y está sentada una paloma salvaje, serena e imperturbable por la tempestad.

Esta imagen manifiesta la paz que reina en la psique del Cristiano, que en las tempestades de la vida permanece sereno, imperturbable y pacífico, porque su paz es de Dios.
Por eso la séptima bienaventuranza dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Realmente el bien más precioso es la paz que sólo el Cristiano puede adquirir, como veremos a continuación en nuestro tema. El mundo esencialmente no tiene paz, tiene la desesperada preocupación, el estrés, la ansiedad y la angustia.
La bienaventuranza de los pacíficos y los pacificadores es fruto de los que tienen el corazón puro, limpio, sereno y claro; es decir, esta bienaventuranza es consecuencia de la anterior, que ya hemos analizado, y dice: “Bienaventurados los puros, limpios y claros del corazón, porque ellos contemplarán a Dios”. Por eso el apóstol Pablo apunta: Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12,14).
Aquí vemos que el apóstol Pablo nos presenta dos elementos, la paz y la santificación, como condición para que uno vea el rostro, persona de Dios. Porque el rostro de Dios es el extremo realizable, es decir, el extremo anhelo humano. ¿Qué otra cosa quería ver y hacerme? Todos estos deseos son inferiores de este extremo, ¡ver el rostro de Dios! Esta contemplación, visión del rostro de Dios me da toda la bienaventuranza y felicidad.
Para que lo entendáis esto os diré un ejemplo con el sol. Cuando el sol nos manda un haz de rayos de luz, este haz es portador de muchas cosas, es portador de calor y de luz, de alteraciones químicas y mecánicas… Así pues la contemplación del rostro de Dios es portadora de bienaventuranza y felicidad, es lo que hace realmente al hombre feliz. Y esta bienaventuranza y felicidad no se puede entender aquí en la tierra sino sólo parcialmente.
¿Pero cómo va a tener el corazón paz si no tiene la santificación? Antes debemos hacer la catarsis de nosotros mismos, de todos los pecados psíquicos y carnales. Pecados carnales son la inmoralidad, de parte corporal. Es decir, si dejamos el sí mismo a moverse en la inmoralidad, no esperemos tener paz en nuestra psique y no esperemos ver el rostro de Dios, es imposible.
El Apóstol Pablo dice que sin la santificación nadie puede tener paz ni visión de Dios. Nada. Como sois jóvenes os ruego que tengan atención a esto, principalmente a los pecados carnales, puesto que existe siempre esta tendencia hacia el mal, por supuesto a causa de nuestra naturaleza caída. Insisto en esto porque insiste el logos de Dios, y la experiencia esto nos dice.
Pero también los pecados psíquicos como la soberbia u orgullo jefe de todos, envidia, odio… todos estos pecados psíquicos impiden la paz en la psique del hombre.
¿Pero qué es exactamente la paz?
Paz es una relación bondadosa de dos personas o grupos de hombres, y allí se busca el mantenimiento y estabilidad de la serenidad, la tranquilidad y el acuerdo. Es decir, todos tener el mismo espíritu, y esto siempre con la dimensión de la agapi cristiana. Porque también los ladrones tienen algún acuerdo entre ellos, pero no tienen el espíritu de Dios y por supuesto no tienen agapi. Ellos se ponen de acuerdo para el mal; pero el acuerdo de los pacificadores está en el espíritu de la agapi, en el espíritu de Cristo.
Pacificadores se llaman los que restablecen la paz entre dos grupos o personas enfrentadas. El que trae la paz, el que reconcilia, este se llama pacificador. Pero para que uno sea pacificador, por supuesto el mismo debe tener paz, que sea hijo de la paz y esto es muy grande. Esta expresión “hijo de la paz” tiene un gran significado (Lc 10,3 Mt 10,16).
El Señor dijo una vez a Sus discípulos: “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros” (Lc 10, 5-66). Veis pues que significa hijo de la paz.
La paz se manifiesta en tres partes. Una es cuando existe paz entre el hombre y el Dios. Después es la paz entre las propias fuerzas del hombre, como veremos más abajo. Y finalmente es la paz del hombre con su semejante.
Vamos a ver primero la paz del hombre con el Dios.
Por supuesto que el Dios siempre quiere que el hombre tenga paz, pero el hombre no siempre lo quiere esto. Esta paz del hombre con el Dios es realización y aplicación del himno angélico del Génesis, “y la paz en la tierra” (Gen 2,14).
Esto está muy malentendido. Muchos creen que esta “la paz en la tierra” es la que cesaría las guerras sobre la tierra. Pero no es esto, sino la paz del hombre con el Dios, porque una vez el hombre en la persona de Adán y Eva, pidió ser autónomo, desertando de Dios. Sin embargo, el mayor pecado es esta autonomía del hombre de Dios; es decir, que digamos: ¡Dios no te necesito. Para qué. ¿Para qué me sanes?… No. ¡Tengo la ciencia médica! ¿Para qué me des de comer? No. ¡Tengo mi salud, basta que esté lleno mi bolsillo y produzcan mis tierras!
Lo insensato que llega a ser el hombre que piensa así, no hacen falta comentarios. El hombre en su arrogancia se convierte insensato, necio y ve las cosas así. Lo de “paz en la tierra”, pues, es la realización del himno angélico, es decir, que venga la reconciliación del hombre con el Dios. Si cada persona se reconciliara con el Dios, automáticamente tendríamos también la paz sobre la tierra. No habría guerras, no tendríamos discordia, ni todas estas cosas…
Así que no nos creamos que lo de “paz en la tierra” fue malogrado, porque hace ya dos mil años continúan las guerras sobre la tierra. Exactamente porque existe esta mala interpretación –totalmente mal interpretada, fuera del espíritu de Dios- por eso los hombres, los negativos, aquellos que insisten en su autonomía llegan a decir que el Cristianismo ha quebrado y que no nos ha dado lo que esperábamos, y por eso nos vamos del asterismo del Piscis al asterismo del Acuario y construimos la Nueva Era (New Age). La Nueva Era es esta: “Cristo Jesús, en dos mil años no has conseguido nada. Ahora nos vamos al otro Cristo, -Cristo significa Mesías- al otro Mesías, es decir, al Anticristo. ¡Es terrible! El corazón del tema del Anticristo y de su aceptación está en esto que os digo ahora: “No nos has dado y nos vamos allí”. Lo dijo el mismo Cristo: “si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis” (Jn 5,43). Y como los hebreos estaban torcidamente posicionados, creían que el Cristo vendría a imponer paz sobre la tierra, pero en el sentido que aquellos querían, es decir, la política, la nacional, la económica… y no en el sentido de reconciliación del hombre con el Dios, es decir, dejando de existir el pecado sobre la tierra.
Esto lo repito, es el corazón, el núcleo de la presencia del Anticristo y su aceptación. ¡Esto es toda la historia, esto es todo!
Pero aquella paz que fue adorada y cantada por los santos ángeles era la paz por excelencia.
Cuando el Dios creó al hombre, no le ha dejado solo, aunque se suponga que estaba en el Paraíso. El Dios buscaba siempre tener comunión, conexión con el hombre y tener relaciones amistosas con él; lo subrayo: amistosas, y esto por supuesto permanecería si los primeros en ser creados, Adán y Eva, tuvieran paz y santidad del corazón.
Desgraciadamente esta santidad se perdió rápidamente, porque quisieron, como os dije antes, autonomizarse. Así simultáneamente se fue también la paz.
Acordaos cuando el Cristo apareció por una vez más dentro al Paraíso… diciendo aquello: “Adán, dónde estás” (Gen 3,9). ¡Tal y como el visitante toca la puerta de la casa y no tiene contestación, porque el dueño se va corriendo a esconderse al sótano de la casa! Así se justifica también el diálogo entre Dios y el hombre. “Adán, ¿dónde estás? ¿Por qué te has escondido? –Estoy desnudo por eso tengo vergüenza” contesta Adán. “¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Quién ha venido y te ha susurrado en la oreja de que estás desnudo?” ¿Veis? qué relación amistosa.
Ahora el Dios Logos visita otra vez al hombre; se hace hombre y viene más cerca para decir: Pero vosotros (por los que yo me sacrifico) sois mis amigos y seréis siempre mis amigos si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,14). Y esta amistad perdida se reencuentra con la santificación.
Insisto en el tema de la santificación, porque el Señor ha dicho: “Todo esto que os he dicho, os pido que lo apliquéis”. Esto es la santificación que trae la apocatástasis (restablecimiento) de la amistad. Por eso, el Profeta Isaías que recibe y acepta al Señor, dice: “Señor danos la paz, porque todo esto que tenemos Tú nos lo has dado” (Is 26,12).
Los sacrificios de la antigüedad, que se llamaban hecatombes, porque se ofrecían cien bueyes, -los sacrificaban encima de una madera que estaba puesta encima de un riachuelo, por debajo estaba aquel que quería expiarse ante el Dios, recibía la sangre de los animales sacrificados- pero también los cultos de los pueblos de la tierra no manifiestan otra cosa que la búsqueda y el restablecimiento de esta paz entre el hombre y el Dios, que se había cortado.
No se ha encontrado ningún otro anhelo en la psique humana que sea tan profundo como el anhelo de la paz.
Y la perspectiva de los pacificadores es reconciliar a los hombres con el Dios, conduciéndoles otra vez cerca de Él. ¿Hombre por qué te has largado de Dios? Vuelve atrás, no peques. Esto por supuesto no lo puede hacer el pacificador, si el mismo no tiene la paz.
En la parábola del hijo pródigo uno ve como se proyecta este regreso y restablecimiento. Con la metania del pródigo retorna la paz (Lc 15,11-35).
Esto lo encontramos hoy al Misterio de la Metania y Confesión, que es el misterio por excelencia de la reconciliación con el Dios. Yo personalmente como clérigo que soy y ejerzo el misterio de la Confesión, tengo la profunda conciencia que cuando los hombres vienen a confesarse, yo me convierto en pacificador, reconciliador entre el Dios y los hombres que han pecado. Cuando uno se arrepiente y se confiesa, se reconcilia con el Dios. El Pnevmatikós (guía confesor y espiritual) pues, es el reconciliador y pacificador. Es muy importante esto y os dije que tengo gran conocimiento sobre el tema.
Ahora vamos a ver la paz con nosotros mismos.
El hombre después de su caída, en la persona de Adán no está simplemente dividido, sino hecho pedazos. Especialmente el hombre contemporáneo es una personalidad hecha pedazos, y aquí está la tragedia del hombre actual.
Así que tenemos conflictos terribles, es decir, conflictos de comprensión o entendimiento, emoción y voluntad. Estas son las tres fuerzas de la psique que se chocan entre sí. Pero la psique choca también con el cuerpo.
Tenemos aún el choque de nuestros deseos personales y la ley de Dios. La ley de Dios dice esto, pero yo hago algo distinto.
Aún en nuestro interior existen anhelos insatisfechos. Quisiéramos conseguir esto o aquello y no lo conseguimos, pero a pesar de esto los anhelos persisten como sea quieren ser realizados. ¡El resultado quizá sea que nos encontremos en una clínica neurológica!
Por eso hoy tenemos muchos hombres que tienen trastornos psicológicos, conflictos y problemas como nos acostumbramos a decir, principalmente en la juventud. No hay paz entre las tres fuerzas de la psique, la comprensión, la emoción y la voluntad y entre la psique y el cuerpo.
Pacificador aquí puede ser otra vez el mismo guía confesor, pero básicamente os diría que somos nosotros mismos. El hombre debe de entender porqué choca con esto o con lo otro dentro de sí mismo, señalar estos conflictos y acercarse al Señor para restablecer la paz entre estas fuerzas divididas, es decir, estas cosas contrarias de su psique que ahora están en conflicto. Sí, y estas cosas como os he dicho son deseos, anhelos de placeres insatisfechos.
Tenemos que decirnos a nosotros mismos: “Vamos a ver, ¿no estás contento que tienes sólo esto? ¿Quieres también aquello o lo otro? Y si no lo consigues no se va a perder el mundo. Elena Keler decía: ¿Por qué tengo que persistir tocando una puerta que está cerrada, cuando al lado de esta hay otra abierta? ¿Por qué queremos como sea conseguir algo y si esto no es posible, puede ser que lleguemos hasta el suicidio? ¿Por qué?
Zigavinós nos dice: Tienes que pacificar la voluntad de tu cuerpo con la voluntad de tu psique, y así someterás lo peor y menor al mejor y mayor, el cuerpo a la psique, y toda tu existencia a Dios. Si lo haces esto entonces seguro que tendrás paz.
Corazón que “está afanado y turbado con muchas cosas” como dijo el Señor a Marta (Lc 10,41), tiene la paz perdida. Al corazón que no cree en la providencia de Dios no puede asentarse la paz. Corazón que se autoengaña a sí mismo separándose de la gracia y la voluntad de Dios para entregarse a su propia voluntad es un corazón que ha perdido la paz. Corazón que se ha perdido a sí mismo, entonces está perdido totalmente. Dice el libro de los Proverbios: “Hay de aquellos que han perdido sus corazones”.
Finalmente tenemos también la paz con los demás hombres. La raíz de todo conflicto, división y enemistades es el egoísmo y la filaftía (egolatría). La filaftía que es la satisfacción del yo, toma muchas formas; y a veces se presenta como reivindicación de los intereses, otras como honor, estima y reputación, y otras como búsqueda de placer (hedonismo). ¿Sabéis cuántos llegan aún hasta matar, porque no se satisfacen sus placeres? Así el hombre apenas sea privado algo de estas cosas, enseguida se enemista, discute, riñe, odia y codicia.
Qué dimensiones puede tomar una situación así, si alguien no interviene, no hace falta que lo diga. El hombre que ayudará aquellos que están en división es el pacificador.
Pero para que uno sea pacificador tiene que aspirar a su eterno prototipo (modelo), a Cristo. De allí absorberá paz, porque el Cristo “es nuestra paz” (Ef 2,14), como dice el apóstol Pablo a los Efesios.
Y el Señor dijo: “Me voy y os dejo la paz, os doy mi profunda y verdadera paz; no como este mundo la da que es hipócrita, engañosa e inestable. No estéis angustiados, ni tengáis temores interiores, tampoco estéis acobardados en vuestros corazones por miedos y amenazas exteriores” (Jn 14,27).
¿Y cuál es la recompensa de los pacíficos y pacificadores? “Ellos serán proclamados hijos de Dios” (Mt 6,9), aquí en la tierra y también en el Cielo. Esto será el gran premio de los pacificadores: ¡la adopción, el hacerse hijos de Dios! E hijo de Dios significa también hermano de Cristo, heredero de Cristo y de Dios, “coheredero de Cristo(Rom 8,17) como dice san Pablo.
Amigos míos, ¡es un gran premio honorífico que uno sea pacificador, no en temas de la paz del mundo, sino en temas de la paz de Dios! Por eso de cualquier manera debemos encontrar la paz y ejercerla como pacificadores. Que seamos siempre como el Dios nos quiere, y entonces estamos expresados por la bienaventuranza: Bienaventurados y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios) (Mt 5,9). Amín.
Domingo 21 Enero 1996 Yérontas Atanasio Mitilineos

San Juan de Cronstandt: 7ª Bienaventuranza
El Señor ahora bendice y beatifica a los pacificadores y nos recuerda que esto debe ser nuestro propósito, tener con todos “paz… y nuestra santificación”. Porque sin estos, como dice el apóstol Pablo: “nadie verá a Dios” (Heb 12,14). Aquel que no es pacífico en su interior y con los demás, no será digno de ver a Dios. Porque él es nuestra paz, que de ambos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Ef 2,14). Nuestra paz es Aquel que ha venido en la tierra para devolver esta paz “y nos dio el logos de la reconciliación” (2Cor 5,19). Aquellos, pues, que quieren adquirir bienaventuranza y felicidad eterna, deben convertirse y hacerse pacificadores.
¿Cómo podremos aplicar este mandamiento?
Primero, hermanos míos, debemos dejar de ser dominados por nuestros pazos. Al contrario, cuando aparecen y nos atacan, debemos rechazarlos inmediatamente y mantener en nuestro interior la paz, como dice el apóstol. “Tened paz entre vosotros” (1ª Tes 5,13), “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros (2ªCor 13,11).
¿De dónde vienen los conflictos, las discusiones y las peleas? Por el hecho de que no hemos restringido de nuestros corazones las causas de los pazos, cuando apenas aparecen en el primer estadio. No hemos aprendido a pacificarnos con nosotros mismos en las profundidades de nuestra psique. Por eso todos tenemos necesidad de adquirir espíritu pacífico para llegan a este tipo de situación, de modo que nuestro espíritu no sea exasperado por nada. Debemos hacernos muertos o como sordos y ciegos cuando afrontamos aflicciones, ataques, ofensas y privaciones, que por supuesto son inevitables para aquellos que han escogido caminar al camino correcto de Cristo. Los hombres que quieren adquirir un estado espiritual de este tipo son realmente bienaventurados y benditos, porque han logrado la jaris (gracia, energía increada) de Dios y han llegado a la fuente de la paz y la alegría en Espíritu Santo y no se enfadan de ninguna manera. San Teofílacto de Bulgaria escribe: “La paz es la madre de la jaris de Dios. La psique exasperada debe alejarse de las discusiones con los otros y también pacificarse consigo mismo si quiere ganar la jaris de Dios.
Muchos de nosotros conocemos esta verdad por nuestra experiencia personal. Por eso, hermanos míos, busquemos con toda nuestra fuerza tener el estado espiritual pacífico. Cuando hayamos adquirido la paz de los pazos también lograremos la jaris de Dios que nos hará felices, bienaventurados e hijos de Dios. Bienaventurados y felices aquellos que están en paz consigo mismos y con los demás, porque a ellos el Dios los llamará hijos Suyos.
Segundo, tal y como nos hemos hecho pacíficos con nosotros mismos, debemos también hacerlo con los demás. Debemos estar amistosos hacia todos y no ser causa de conflictos sino evitarlos de cualquier manera posible. Y si alguna vez surge algún desacuerdo por cualquier razón, debemos arreglarlo como sea aunque esto requiera sacrificar algo de nosotros. Basta que este comportamiento no sea contrario a nuestras obligaciones… Aquel que ha llegado a conocer el valor y la importancia que tiene la paz en nuestra vida –en la iglesia, en la sociedad y en la familia- y entiende el gran perjuicio que puede provocarnos el desacuerdo y el conflicto, intentará estar de acuerdo con todos y estará propulsando la paz y la serenidad entre los hombres. “…porque a paz nos llamó el Dios” (1Cor 7,15).
Los clérigos de la Iglesia tienen una obligación especial en ser pacíficos. Diríamos que han sido llamados especialmente para este servicio, es decir, reconciliar a los hombres entre sí y con el Dios… Los sacerdotes deben dar a entender a los hombres que todos somos hijos del Padre celeste, somos redimidos por la sangre del Señor Jesús Cristo y hemos sido llamados a heredar Su realeza celeste e increada. Por eso debemos vivir con recíproca agapi y concordia, ser fieles a la Iglesia de Dios que nos ha renacido en la misma pila bautismal y nos alimenta del mismo santo cáliz. “Ved qué hermosura y felicidad el que los hermanos vivan siempre unidos… Allí manda el Señor la bendición, la vida para siempre” (Sal 132,1-3).
La paz y la concordia son realmente grandes bendiciones. Nos acercan a Dios, atraen Su jaris (gracia, energía increada) y nos proporcionan la agapi (amor desinteresado) y la estima de los hombres. Sin paz y concordia el hombre no puede tener paz y concordia ni consigo mismo. La discusión, el desacuerdo y la discordia con nuestro prójimo ahogan en nuestro interior los buenos y amables sentimientos. Poco a poco nos enfrían y desencantan y nos hacen insensibles, crueles, malos, salvajes y agresivos. Nos hacen inhumanos, infieles y nos privan de la serenidad interior, la alegría y de cada bien.
San Gregorio de Nicea alaba la paz y la concordia entre los hombres. ¿Existe algo más agradable para los hombres que la vida pacífica? Lo que consideras agradable y alegre en esta vida es lo que está acompañado de la paz… El Señor y Donador de todo bien, literalmente destruye y elimina todo aquello que no es natural, normal y ajeno hacia bien. Y a ti también te pide que hagas lo mismo. Debes hacer desaparecer el odio, abandonar la enemistad y la venganza, olvidar las discusiones, expulsar la hipocresía, desarraigar el resentimiento de tu corazón y en lugar de estos poner las correspondientes virtudes, agapi, alegría, paz, bondad, tolerancia y toda la serie divina de los buenos sentimientos y emociones. ¿No es bienaventurado, feliz y bendito el hombre que con sus dones imita a Dios, de quien las buenas praxis se asimilan a los grandes dones de Dios? (San Gregorio de Nicea: Homilía sobre las Bienaventuranzas de Cristo).
Pero hay casos que la separación es más preferible que la paz. Entonces cuando el hombre tiene necesidad de evitar la misma paz. Esto ocurre cuando tenemos que hacer con la paz de hombres ilegales, por los que David dice: “Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos y malvados” (Sal 72,3). No es verdadera la paz cuando uno sigue las cosas que quieren los malos hombres, que se enriquecen utilizando cualquier método ilegal, que buscan alabanzas, insignias etc. San Gregorio de Nicea dice: “No crean que digo que uno debe estimar cualquier tipo de paz. Existe discordia grandiosa como también peligrosa paz. El hombre debe amar la paz buena que tiene fin bueno y bondadoso y une al hombre con el Dios… Pero cuando tenemos ante nosotros alguna impiedad evidente, entonces uno tiene que darse prisa en tomar la espada y el fuego en vez de participar en una praxis mala y tener contacto con los contaminados” (Homilía sobre la paz). Por otro lado san Juan el Crisóstomo dice que: “la paz está implantada, cuando la parte contaminada se ha eliminado y cuando lo perjudicial es apartado de lo bueno. Sólo así puede unirse el cielo con la tierra. Porque también el médico salva algunos miembros del cuerpo cuando quita otros miembros incurables. Y el general del ejército implanta otra vez la paz, cuando haya introducido la discordia entre hombres malignos y cómplices. Lo mismo ocurrió en Babel. La mala paz fue disuelta por la buena discordia y después implantó firmemente la buena paz. Tener la misma opinión no siempre es bueno. También los malhechores y asesinos están de acuerdo entre ellos” (Homilía 25, al Evangelio de Mateo).
Bienaventurados los pacíficos y pacificadores. Los primeros entre ellos son aquellos que se pacifican consigo mismos, contra sus pazos e intentan mantener de cualquier manera una paz buena con sus vecinos. Segundos son aquellos que intentan y utilizan siempre de cualquier manera reconciliar a los que están en conflicto, separados y discuten. Estos serán llamados hijos de Dios. Estos el Dios los llamará hijos Suyos. Es decir, serán honrados ante los ángeles y los hombres con el honor más alto. No hay mayor honor para un mortal que sea llamado hijo del Dios inmortal, hacerse el mismo inmortal, bendito y heredar la realeza increada de los cielos como heredero de Dios y coheredero de Cristo. La bienaventuranza de los pacíficos pacificadores es indescriptiblemente grande. Los pacificadores implantan en los hombres el mayor bien de la paz, y aseguran para ellos tanto la bienaventuranza y felicidad provisional como la eterna. Seamos, pues, pacíficos y pacificadores. Hermanos, amemos la paz. Y no seamos indiferentes perdiendo ocasiones de reconciliar aquellos que están en enemistad el uno contra el otro. Destruyamos siempre las trampas del espíritu de la enemistad que está acechando y sembrando en todas partes. Por este servicio tendrás la gran jaris (energía increada gracia) y la paz de nuestro Padre, el Dios y el Señor Jesús Cristo. Amín. San Juan de Cronstandt.
© Monasterio Komnineon de “Dormición de la Zeotocos y san Demetrio” 40007 Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)

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