Η ΕΥΧΑΡΙΣΤΙΑΚΗ ΖΩΗ
Αρχιμ.
Γεώργιος Καψάνης, Ι.Μ. Γρηγορίου Αγίου
Όρους
VIDA EFJARISTÍACA
(Vida
en gratitud y con la jaris, la energía increada)
+Yérontas
Yeorgios Kapsanis del Santo Monasterio San Gregorio
de Athos.
PRÓLOGO:
Agradecemos al Kirios-Señor
1.
La vida efjarística en el Paraíso
2.
La caída del hombre de la vida efjaristíaca.
3.
La providencia de Dios para el regreso del hombre a la vida
efjarística.
4.
La vida efjarística es posible en la Iglesia
5.
Frutos de la vida efjarística
6.
La cultura no efjarística sin salida.
7.
La tradición de nuestro pueblo forma de vida probada.
8.
Cómo tenemos que luchar
Χάρις
τοῦ Ζεοῦ (jaris
tú zeú),
“Gracia de Dios” energía increada.
El verbo es Χαίρω (jero),
“alegrarse”, “encantarse”, “agraciarse”. De aquí
provienen los términos siguientes entre otros:
Χάρις
(jaris)
gracia, energía increada y favor
Χαρά
(jará) “alegría”,
Χάρισμα
(járisma),
“carisma”,
Χαῖρε
(jere)
“alégrate” u “hola”,
Χαρισματικός
(jarismaticós)
“carismático”,
Χαριτωμένος
(jaritomenos)
“agraciado”, “agradable”, “estar en jaris, energía
increada”
Εὐχαριστία
(ef-jaristía), “Divina Eucaristía”, “buena Jaris”,
“gratitud” “agradecimiento”.
PRÓLOGO
«Εὐχαριστήσωμεν
τῷ Κυρίῳ» (efjaristísomen
to Kirío)
Agradecemos
al Kirios-Señor
En
la divina Εὐχαριστία
(Efjaristía)
Eucaristía agradecemos al Señor por todos Sus regalos “los que
conocemos y los que no, las beneficencias presentes, las visibles y
las invisibles” que nos da y hace para nuestro favor y beneficio.
Dentro
de Sus beneficencias está la obra redentora de Cristo pero también
en la divina Liturgia que nos hace dignos de celebrar.
De
la efjaristía (gratitud) que damos al Señor en cada divina Liturgia
recibimos la jaris (gracia, energía increada) y la iluminación, de
manera que toda nuestra vida se convierta efjaristía (gratitud,
agradecimiento). Todos los días y todas las horas de nuestra vida
vivir efjarísticamente o agradecidamente.
El
ἧθος (izos,
conducta moral, carácter) de los Cristianos es siempre efjaristíaco
(de gratitud o agradecimiento).
Cuando
uno de los diez leprosos, sanado por el Señor volvió a agradecerle,
Cristo le dijo: “¿no se han sanado los diez, los nueve dónde
están? (Lc 17,17)
Los
nueve leprosos sanados fueron ingratos con su benefactor. Nosotros
nos convertimos y hacemos imitadores de ellos cuando nuestra vida
entera no es efjaristíaca (de gratitud).
En
éste pequeño libro se hace un intento de presentar la importancia
de la vida efjaristíaca y la manera que podemos vivirla.
Pedimos
al caritativo Señor, del cual emana “todo regalo bondadoso y
perfecto”, que nos haga dignos de agradecerle, en toda nuestra vida
hasta nuestra última respiración, divina y gustosamente.
Santo
Monasterio san Gregorio Santa Montaña.
+Archimandrita
Yeoryios 12 Abril 2004
1.
La vida efjarística en el Paraíso
Todos
conocemos que el bondadoso Dios creó al hombre por amor y libre para
co-participar en Su Vida. Le dotó de carismas únicos, la lógica,
la libre voluntad o independencia y la fuerza y energía
agapítica-amorosa. Todos estos constituyen al hombre “como
icona-imagen”. Estos carismas los ha dado al hombre para que pueda
vivir en comunión con el Dios, poder amar y conversar con Él y
ofrecerse a Dios. De acuerdo con el primer capítulo del Génesis, el
hombre vivía al Paraíso felizmente dentro a la agapi-amor del Padre
Celeste. Cada día recibía Su visita; Junto conversaba con Él y se
alegraba estando cerca del Señor. En el Paraíso, el bondadoso Dios
puso al hombre como rey, utilizar todos los bienes que le ha dado y
gobernándolas correctamente, ofrecerlas con efjaristía-gratitud a
Dios. Junto con todo esto le dio también el poder de ser a la vez
sacerdote.
Así
el primer hombre era rey y sacerdote. Podía recibir y aceptar los
demás seres humanos, las cosas y a sí mismo como regalos de Dios, y
agradeciendo a Dios contra-ofrecerlas otra vez a su Dios y Padre como
sacrificio; así el hombre vivía teocéntricamente, tenía como
centro de su vida a Dios, todo lo aceptaba como regalo de Dios y todo
lo devolvía a Dios como regalo Suyo. Es decir, en el Paraíso se
hacía un intercambio de regalos. Esta vida efjarística, era la vida
de los primeros hombres, mientras estaban dentro a la agapi (amor,
energía increada) de Dios. Sus vidas enteras eran todas una
gratitud-efjaristía, una manifestación de reconocimiento y gratitud
hacia al Padre Celeste. Era una vida agapítica-amorosa. Cualquier
cosa que hacía el hombre era una expresión de agapi-amor hacia Dios
y hacia su prójimo. Y así recibiendo y aceptando todo como regalo
de Dios y devolviéndolo otra vez a Dios, celebraba de una manera una
Divina Liturgia, la Liturgia del Paraíso, y co-celebraba,
co-oficiaba en esta Liturgia junto con los Ángeles, los cuales antes
que el hombre, fueron creados como creaciones lógicas de Dios y
tenían como misión a venerar, agradecer y a ofrecerse continuamente
a Dios, su Creador.
2.
La caída del hombre de la vida efjaristíaca.
Pero
desgraciadamente, todos conocemos que el hombre fue arrastrado por el
diablo. Quiso revocar el plan de Dios, poner como centro del mundo a
sí mismo (primero su yo como centro y base) en vez de Dios, y así
vivir antropo-humano-céntricamente y no teocéntricamente. No
efjarísticamente-agradecidamente, sino autónoma y egoístamente.
Usar los regalos de Dios, los demás seres humanos y a sí mismo de
una manera egoísta, sin referirlos a Dios, sin agradecer a Dios.
Esta colocación del primer hombre, que también es su pecado,
contribuyó en que el hombre cesara de estar viviendo en comunión
con el Dios y separarse de Él. Ahora ya no tiene aquella bendición
que tenía, es decir, estar recibiendo la visita de su Padre Celeste,
pasear, conversar y alegrarse junto con el Dios.
Después
del pecado, otra vez Dios Padre viene junto a él, pero el hombre no
puede vivir junto a Dios. Tiene miedo, se esconde, porque el egoísmo
ya no le permite sentir a Dios como su Padre, tal y como le sentía
hasta aquella hora.
Algo
parecido ocurre también hoy, cuando algunas veces, los hijos se
arrastran por el egoísmo y quieren rebelarse contra su buen padre,
no tiene aquella comodidad de acercarse como antes de rebelarse;
aunque el padre los ama, se acerca a ellos, pero ellos se van, porque
no pueden aceptar y sentir la agapi-amor de su padre y contra-ofertar
la agapi suya como contra regalo a la agapi del padre.
Cuando
el hombre deja de sentir a Dios como su Padre, es natural que deje de
sentir también a los demás como sus hermanos. Ya no los ve como
regalos de Dios. Entre el sí mismo y el otro ser humano entra la
desconfianza, el recelo y el miedo. El otro hombre se convierte en
objeto de la explotación y de la voluptuosidad o hedonismo, en
enemigo y adversario. En nuestras vidas entran los pazos y así
nuestra vida pierde la facultad de estar en una relación de
comunión, de agapi-amor entre nosotros y se convierte en una
relación infernal.
Os
recuerdo aquí a un filósofo contemporáneo, Sartre, quien dice que
“el otro hombre es la amenaza de nuestra libertad, es nuestro
infierno”. Allí conduce el egoísmo. Cuando no podemos vivir y
aceptar al otro ser humano como icona-imagen de Dios, como nuestro
hermano, lo vemos como amenaza de nuestra libertad, como algo que
amenaza a nosotros mismos y como no podemos tener una comunión de
agapi y amistad con el otro, finalmente nuestras relaciones con el
otro hombre se convierten en un infierno.
El
hombre, pues, pierde la habilidad de sentir a Dios como Padre suyo y
al otro, su prójimo como hermano suyo. También el hombre pierde la
capacidad de sentir las cosas materiales como regalos de Dios y
utilizarlos correctamente. Así empieza el abuso y exceso de la
naturaleza-fisis por el hombre y no una utilidad efjarística-en
gratitud como en principio. No hace vida efjarística-en gratitud
como antes, sino de abuso. Y simultáneamente, la naturaleza se niega
a obedecer al hombre que paró de obedecer a Dios y se rebela contra
Él. Los elementos de la naturaleza se sublevan contra el hombre, los
animales se hacen salvajes y quieren devorar al hombre, se pierde el
equilibrio y la armonía que existía entre el hombre y la naturaleza
antes de que él pecase.
Pero
también el hombre pierde su paz interior. No sólo se separa de
Dios, de su semejante y de la naturaleza. Se divide y se desune
también interiormente. Adquiere y padece un tipo de esquizofrenia.
(Palabra helénica que se compone del verbo σχίζω
(sjizgho)
rompo, destrozo y frenos que son el nus-corazón y la diania
(cerebro, mente, intelecto). Hace lo que no quiere o más aún lo que
odia. Como dice el Apóstol Pablo, sentimos dos leyes en nuestro
interior, la ley del Espíritu que nos llama hacia la vida espiritual
y la ley del cuerpo (carne) que nos arrastra hacia lo bajo. Y estas
dos leyes chocan entre sí en nuestro interior y no sabemos por dónde
ir. Ésta desunión o división interior nos pasa cuando nos hemos
rebelado y sublevado contra nuestro Dios Padre.
Cuando
el hombre cesó de vivir efjarísticamente (en gratitud),
teocéntricamente y empezó a vivir antropo-humanocéntricamente,
egocéntricamente, perdió su eje, el centro del mundo, a Dios. Si
dejas de vivir con el Dios y conectar todo con Él, es normal que ya
el mundo no tiene un centro, un eje; y así toda la vida se
desorganiza. El hombre en sus distintos actos de la vida opera sin
unidad, disolutivamente, puesto que sus praxis no las conecta con el
Dios. El mundo se hace pedazos. Todo está desunido entre sí. Así
en este mundo hecho pedazos se hace también pedazos él y pierde su
paz interior y unión.
Lo
mismo ocurre con las liturgias (funcionamientos, actos) parciales de
la vida. Todas las liturgias-funciones de la vida, que antes estaban
conectadas con el Dios, ahora están desconectadas y disueltas entre
sí y de Dios, y como no tienen centro y unidad, pierden la facultad
que formen todas juntas una Liturgia (Culto, Funcionamiento), es
decir, toda la existencia del hombre una oferta a Dios. Así el
hombre deja de funcionar-liturgizar como rey de la creación, como
liturgo (celebrante) y sacerdote. Deja de participar en la Divina
Liturgia que se hacía en el Paraíso, donde toda su vida era un
ofrecimiento y Liturgia a Dios. Se aparta, se depara y sale de ésta
Iglesia-Comunión de Agapi-Amor que vivía al Paraíso con el Dios
Tríadico y los Ángeles. Se separa de Dios, de los Ángeles y de su
semejante. Se aísla así mismo, se desliturgiza y deja de funcionar
correctamente.
Viviendo
dentro en su egoísmo y su soledad, separado de Dios Padre, de los
Ángeles y sus semejantes, expuesto y vulnerable, se entrega y
subyuga al diablo, al pecado, a los pazos y a la muerte (espiritual).
Se enferma ya gravemente, casi se hace como un cadáver andante.
Junto con él subyuga, somete al desgaste y la corrupción también
la naturaleza; porque el hombre en su interior contiene también la
naturaleza del mundo creado. Así empieza la gran aventura, peripecia
del género humano. La peripecia del alejamiento del hombre del
bondadoso Dios.
3.
La providencia de Dios para el regreso del hombre a la vida
efjarística o de gratitud.
El
hombre abandona a Dios, pero el Dios Padre no abandona Su criatura,
tal y como todo buen Padre y toda buena madre que ama a su hijo, no
le abandona, a pesar de que el hijo los haya abandonado. Así, pues,
el bondadoso Dios incomparablemente superior de todos los padres que
existen, no abandona Su hijo. Sufre para el ser humano que se aleja
de Su cercanía y manda Su Hijo Unigénito, nuestro Cristo, para
sacar al hombre de esta vida egocéntrica, no efjarística y
devolverlo a la vida efjarística (de gratitud). Sacarle de la
escisión, del individualismo y volverle a traer otra vez a la unión
con el Dios, a la agapi-amor y la hermandad. Volver hacerle
sacerdote, liturgo (celebrante, funcionario) y rey; vivificarle,
resucitarle y hacerle partícipe de la vida divina, restablecer la
iglesia y la comunión que se perdió después de la caída del
hombre. Librarle del diablo, de la muerte (espiritual), de los pazos
y del pecado. Los Santos Padres nos enseñan
que la primera Iglesia es esta que existía en el Paraíso que con el
pecado del hombre se disgregó. Ésta Iglesia nuestro Señor Jesús
Cristo restableció con Su venida, con Su obra sanadora y salvadora.
En
esto aspira la obra de Cristo, que la Santa Escritura la define como
Economía= arreglo, ordeno (del verbo “οἰκον
νέμω” (ikon
nemo),
arreglo mi casa). Dios restaura y renueva su casa. El hombre con su
pecado esta bella casa de Dios la estropeó, la destruyó, la
desorganizó y la entregó al diablo. El diablo entró en la casa de
Dios. Mientras que antes el diablo no tenía poder, después se hace
de dueño. Porque el hombre le concedió este poder. Llega pues, el
Kirios-Señor, nuestro Cristo, entra en ésta casa de Dios estropeada
para volver hacerla, restaurarla, renovarla y quitar el diablo de
medio; para que el hombre vuelva a ser dueño de la casa que le había
dado el Dios, volver hacerlo rey y sacerdote de esta casa, y que
liturgize-funcione y ofrezca todo con su doxología (alabanza) y
efjaristía (agradecimiento) a Dios.
Esta
reorganización y recomposición de la casa de Dios, se llama
Economía de Dios Logos; y en el Nuevo Testamento se llama también
recapitulación, es decir, arreglo otra vez de la casa de Dios,
reorganización y reunificación de todo con el Dios.
¿Pero
cómo el Señor podrá sacar de la casa a éste que provisionalmente
la gobierna, sobre todo al diablo que no tiene mandato de Dios para
gobernarla? Debe de rescatar al hombre de la esclavitud del diablo.
Debe de hacer al hombre poder volver a ofrecerse a Dios; y esto se
hace con el sacrificio de nuestro Señor. El Señor debería
sacrificarse, para poder tomar el poder del diablo y darlo al hombre.
La humanización-encarnación de nuestro Señor es sacrificio; y esto
la Santa Escritura lo llama kénosis-vaciación. Desde el momento que
la segunda persona-hipóstasis de la Santa Trinidad, nuestro Señor,
dejó la doxa-gloria de la Deidad y se envolvió la pobreza de la
fisis-naturaleza humana, esto es una kénosis, un vaciamiento, un
despojo, una humildad y un empobrecimiento de Dios. Cristo se hace
pobre para re-enriquecer al hombre. Esto es sacrificio de parte de
Cristo Dios. Este sacrificio culmina encima en la cruz.
Allí
arriba en la cruz, el Señor da la batalla final contra el diablo.
Vence al diablo, vence la muerte: “Nos rescataste de la maldición
de la ley con tu honrada sangre, en la cruz atendido y con la
bayoneta pinchado, has emanado la inmortalidad de los hombres”.
Vence la muerte con Su muerte: “la muerte por la muerte pisoteó”.
Debería morir él mismo para vencer la muerte. No se podía vencer
la muerte de otra manera. Así da vida al hombre muerto
(espiritualmente) y le vuelve a unir otra vez con el Dios Padre, le
da la habilidad de poder ofrecerse a Dios, le transmite la vida
divina. Nuestro Cristo es el Gran y Primer
Sacerdote, aquel que está sostenido entre el Dios y el hombre, entre
Creador y creación, y ofrece todo el mundo como un sacrificio a Dios
con Su propio sacrificio.
Ahora
el hombre puede otra vez agradecer a Dios. Hasta ahora no podía. Tal
y como estaba separado de Dios no podía decir un “gracias” digno
y merecido a Dios. Jesús Cristo pudo con Su sacrificio decir este
“gracias” a Dios por parte del hombre que no podía decirlo.
Ahora mediante Cristo cada hombre puede decir otra vez gracias a Dios
por todos sus regalos. Y diciendo “gracias” a Dios puede unirse
con Él, dejar de hacer vida egoísta, egocéntrica y empezar a vivir
la vida efjarística (de gratitud).
Ahora
por Jesús Cristo, el hombre puede otra vez volver estar viendo en
Dios, como su Padre y llamarle otra vez Padre: “Padre nuestro, el
de los Cielos”, hasta ahora no podía. Puede volver a decir no
“Padre mío” sino “Padre nuestro”, porque ahora se siente que
los demás seres humanos son sus hermanos. Puede volver a sentir
mediante Jesús Cristo las demás personas como hermanos suyos. Puede
también sentir que todas las cosas materiales son regalos de Dios y
para todo dar gracias a Dios. Todo esto se hace mediante Jesús
Cristo, dentro en Su Cuerpo, la Iglesia.
4.
La vida efjarística es posible en la Iglesia
Los
Cristianos que quieren coparticipar a la obra efjarística de Cristo,
se convierten y se hacen miembros de Su obra efjarística. Se unen
con el Cristo en Su Cuerpo, en la Iglesia. Sin el Cristo, fuera de la
Iglesia, vivimos la vida del primer Adán, la vida egoísta. Si no
nos unimos con Cristo no podemos decir “gracias” a Dios y volver
a vivir efjarísticamente. Dentro, en Su Cuerpo, en la Iglesia,
vivimos en Cristo y por Cristo la vida de segundo Adán, de nuestro
Cristo, la vida efjarística. Nuestro Cristo es el segundo Adán que
arregló el error del primer Adán. En la Iglesia vemos a Cristo
sacrificarse y aprendemos también nosotros a sacrificamos para
nuestros hermanos. En la Divina Liturgia disfrutamos del sacrificio
de Cristo. El Cristo se ofrece a sí mismo a Dios Padre y también a
nosotros. “Tomad, comed, éste es mi Cuerpo... ésta es mi Sangre,
beber de esta todos”. En la divina Liturgia se revela y vemos que
la conducta ética y carácter de Cristo no es autoritario, ni
individualista que asegura su propio interés, sino conducta y
carácter de ofrecimiento, agapi-amor y sacrificio.
Así
aprendemos nosotros también amar, ofrecernos, sacrificarnos y
humildarnos.
Por
eso el misterio (sacramento) central de nuestra fe y de nuestra
Iglesia es la divina efjaristía. Porque en la divina Liturgia el
Cristo se ofrece efjarísticamente al Dios Padre y nosotros por
Cristo podemos agradecer a Dios Padre por todos Sus regalos y primero
de todos Su grandioso regalo, Jesús Cristo.
Por
eso cuando tiene que empezar la divina anáfora (demanda), la parte
principal de la Divina Liturgia, el liturgo o celebrante se dirige al
laós-pueblo y dice “Agradecemos al Kirios-Señor”, el pueblo
debe de contestar “Digno y Justo”. Es digno y justo agradecer al
Señor. Entonces puede continuar la Liturgia. Si el pueblo no dice
“Digno y Justo”, el sacerdote no puede continuar la demanda y
oferta de la Divina Liturgia. Tiene que querer el pueblo agradecer a
Dios, para que pueda ser el sacerdote junto con el pueblo
copartícipes en el sacrificio efjarístico de Cristo.
Así,
pues, dentro de la Divina Liturgia podemos nosotros también junto
con Cristo ofrecerlo todo a Dios. Cuando el Sacerdote ofrece y
levanta el Pan y el Vino diciendo: “de todo lo tuyo te ofrecemos
para siempre”, en aquel momento toda la Iglesia, todos nosotros que
somos miembros de la Iglesia, por las manos del liturgo-celebrante,
quien está el lugar o tipo de Cristo, ofrecemos a Dios la
efjaristía-agradecimiento por todos Sus regalos. De esta manera
hacemos lo contrario que hizo Adán, cuando pecó y cesó de
agradecer a Dios. Adán cuando pecó, dejó de agradecer a Dios.
Nosotros decimos que no queremos hacer lo que hizo Adán, vivir
egoístamente e ingratamente hacia Dios. Nosotros queremos agradecer
Dios y vamos al altar, ante el trono de Dios y decimos; “Señor te
agradecemos por todos tus regalos”.
Junto
con toda la Iglesia estamos en presencia del sacrificio terrenal y
celestial de Dios, del trono de Dios y decimos “para todos Tus
regalos, por los que conocemos y por los que desconocemos”
Muchos
de los regalos de Dios los conocemos y los relata la
oración-bendición efjarística: ”Tú que nos has traído de la
nada y al caernos, otra vez nos resucitaste y no nos has abandonado
para siempre, nos has conducido hasta el cielo y nos has regalado la
realeza increada para ahora, para el futuro y para siempre”. Además
en cada uno de nosotros nos has dado beneficencias particulares que
quizás no las hemos concienciado. Por eso en la Divina Liturgia Le
agradecemos para todo, por lo que sabemos y lo que desconocemos.
Sobre todo, agradeciendo a Dios queremos contra-ofertarle un regalo,
que es nuestra vida: “Señor tú nos la has dado esta vida «lo
tuyo de los tuyos»;
de los regalos que Tú nos diste nosotros te ofrecemos, porque no
tenemos nada que sea nuestro. Todo es de Dios. Tomamos de las cosas
que nos da Dios y le damos, contra-ofertamos también nosotros. Pero
no queremos simplemente dar algo de lo que nos dio, queremos darle
toda nuestra vida, no una parte de ella. No basta dar sólo un trozo
de nuestra vida. En el interior del pan y del vino está toda nuestra
vida. El pan y el vino simbolizan y contienen toda la vida del
hombre. Para que se haga el pan tiene trabajo y cansancio, primero
debemos cultivar el campo, sembrarlo, molerlo, amasarlo y asarlo. Lo
mismo también para el vino, la uva para hacerse vino, tiene
cansancio. Entra pues dentro en el pan y el vino toda nuestra vida,
nuestro trabajo y nuestro cansancio. Por supuesto que no tiene
importancia el que no seamos todos campesinos para hacer el pan y el
vino. La importancia que tiene es que el cansancio que hace el
campesino para hacer el pan y el vino, es cansancio que nos
representa a todos, porque nosotros hacemos otra cosa que necesita el
campesino.
Así
con base el pan y el vino está toda la vida nuestra, nuestros
trabajos, nuestras familias y nuestros prójimos.
Dice
Apóstolos Pablo: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser
muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”
(1Cor 10, 17). En el pan uno, estamos todos. Dice un texto antiguo:
“tal y como ésta parcela estaba dispersa encima de las montañas y
reunida se hizo una, así se reunirá la Iglesia desde los fines de
la tierra en tu realeza” (Enseñanza de los 12 Apóstoles). Un pan
no es de una semilla es de muchas. Así muchas semillas, muchos
Cristianos, todos los Cristianos estamos dentro en el Pan sagrado.
Dentro, pues, en los divinos regalos que ofrecemos a Dios estamos
todos nosotros y está toda nuestra vida. Entonces ofrecemos con el
Pan y el Vino de la Divina Efjaristía toda nuestra existencia, toda
nuestra vida, todas nuestras relaciones, amistades, conocidos, todos
y todo.
Ofrecemos
todo nuestro mundo y decimos a Dios: “Esto tenemos. No tenemos otra
cosa superior para darte y esto no es nuestro, es Tuyo. Además esto
no podríamos a ofrecértelo, sino hubiese venido Tu Hijo a
crucificarse y resucitar. Tu Hijo nos ha dado el poder y la fuerza
estar agradeciéndote y ofrecerte el Pan y el Vino”.
Cuando
el sacerdote clama “lo tuyo de los tuyos te ofrecemos...” eleva
los divinos regalos. Como dicen los teólogos de nuestra Iglesia, ¡es
el tiempo que el laós-pueblo de Dios, se ha levantado y se encuentra
delante del trono de Dios! Ofrece los regalos y se ofrece a Dios “en
todo”, por todo que nos ha dado, y “para siempre”, para todos
los años de nuestra vida. El Dios Padre se alegra por nuestra
oferta, porque ve que no cometemos el mismo error que el primer Adán.
Ve que nosotros se lo entregamos todo y entregándolo nos unimos
junto a Él. Esto espera y quiere de nosotros.
¿Y
este momento Aquel que hace? Nosotros le damos nuestro mundo humano,
al pobre, al enfermo, al humilde, lo que tenemos, esto que somos. Él
nos da lo grande y rico que tiene. Esto que está lleno de salud y
santidad, se nos da a Sí Mismo. No nos da algo de sí mismo, no nos
da sólo Sus logos, no nos da sólo uno de Su regalos, nos da Su
vida. Lo superior que tiene para darnos. Nos da el Sí Mismo, el
Cuerpo y la Sangre de Su Hijo. Nosotros damos pan y vino, aquel nos
da Cuerpo y Sangre de Cristo. ¡Es verdad, qué gran bendición! Se
hace un intercambio de regalos. Nosotros por agapi-amor a Dios le
damos nuestro regalo. Aquel por agapi-amor a nosotros nos da Su
regalo. Esto es la Divina Liturgia y no sólo la Divina Liturgia sino
toda la Iglesia.
Esta
es nuestra vida en la Iglesia, el intercambio de regalos. Dar a Dios
para que nos regale el Dios.
Y
cuando nosotros hemos tomado el regalo de Dios y lo hacemos nuestro,
cuando hemos comulgado el Cuerpo y Sangre de Cristo, entonces ¡qué
bendición tan grande! La vida de Dios se hace nuestra vida. Ya no
somos aquel pobre humano, enfermo, pequeño y delimitado, sino que
nos elevamos y somos cuerpo zeantrópino (divino-humano). ¡Este
humilde y pobre hombre se ha convertido y hacho dios por la Jaris
(energía increada)! ¡Qué doxa-gloria más grande para el hombre,
que se convierta dios por la jaris, comer y beber la Sangre y Cuerpo
de Cristo!
Por
eso también los santos Padres de nuestra Iglesia, cuando comulgaban,
se veían en sí mismos y en los otros la doxa (gloria, luz increada)
de Dios. Se veían a sí mismos luminosos. Tenían devoción, piedad
a sus miembros como miembros del Cuerpo de Cristo.
Así
dentro en la Iglesia podemos nosotros también por la Divina Liturgia
y la Iglesia vivir efjarísticamente-en gratitud. Después de la
Divina Liturgia podemos percibir y sentir a Dios como Padre nuestro.
Habéis visto qué dice el sacerdote cuando acaba el misterio: “Señor
Soberano haznos dignos de atrever a decirte: Padre nuestro…”.
Ahora
podemos decir y sentir a Dios como Padre nuestro y nuestros
semejantes como hermanos. Ahora podemos recibir los regalos de Dios
que nos regala el Kirios-Señor y agradecerle por estos regalos.
¿Cuáles
son estos regalos? Principalmente son: el Cristo, Su Cuerpo y Su
Sangre; son nuestra Panayía (Todasanta Madre), los Santos de nuestra
Iglesia; son nuestros prójimos. Cada hombre ahora se convierte en
regalo de Dios. Nuestro cónyuge es un regalo de Dios. Nuestra madre,
nuestro padre, nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestro prójimo y
nuestro amigo, son regalos de Dios. Todo es y se convierte en regalo
de Dios y empezamos a estimarlos todos como regalos de Dios.
¡Qué
cosa más bella empezar a vernos los unos con los otros en nuestras
vidas como regalos de Dios! Pensar cuando va a cambiar nuestra vida,
cuando no nos vemos el uno al otro con indiferencia, como extranjero,
o peor aún con antipatía y odio.
Cuando
amo al otro, perdono, estoy con él y quepo junto a él. En cambio,
si no perdono, no puedo caber en el otro, no lo siento como mi
hermano, no puedo estar con él, me molesta su presencia. Sin embargo
podemos aguantar a nuestro hermano con sus caprichos, podemos
comprenderlo en sus caídas y ser indulgentes con él. Podemos
entregar a nuestro yo mismo y las cosas materiales que tenemos.
Podemos aún perjudicarnos gracias a nuestro hermano. Podemos
sacrificar nuestra casa, nuestra hisijía (paz y serenidad), gracias
al hermano. Podemos respetar a nuestro prójimo como imagen de Dios.
Todo esto emana del sacrificio de Cristo que vivimos en la Divina
Liturgia.
En
la Iglesia dejo de ser yo y nos convertimos en nosotros. En la
Iglesia dejo de decir “mío, mi” y digo “nuestro, nosotros”,
si realmente dentro en la Iglesia vivimos esto que vive la Iglesia y
el Cristo. Dice san Juan el Crisóstomo (boca de oro): “No digas
aquel logos agrio y frío “lo mío” y “lo tuyo” que introduce
muchos males en nuestra vida”.
Los
primeros Cristianos en Jerusalén vivían como una familia. Existía
propiedad común, todos ofrecían lo que tenían. Tal y como en un
Monasterio Kinovio (de vida común), donde cualquier monje o monja no
tiene nada suyo. Donde todo pertenece a Dios, a la Iglesia y todos
participan. No participan sólo los monjes sino también las personas
que van. Porque las personas que van al monasterio comerán, beberán,
dormirán y descansarán, porque todo es de todos. Esta es la
verdadera forma de vida efjaristíaca monástica kinovia-común
ortodoxa. Así nos salvamos del aislamiento y la soledad.
Aceptamos
al mundo como un regalo de Dios, y así podemos no abusar de él, ni
despreciarlo. Si no vemos los bienes materiales como regalos de Dios,
los despreciaremos, tal y como hacían los Manikeos, haremos mal uso
y abuso de los regalos. Poro ejemplo, el vino es un regalo de Dios,
pero uno en vez de beber poco vino y deleitar de esto, bebe mucho y
se destruye. Este tipo abusa del los regalos de Dios, del mundo. Pero
el Dios no los ha dado para que abusemos. Los ha dado para hacer uso
con agradecimiento-efjaristía. Por eso dice el Apóstolos Pablo:
“Porque todo lo que el Dios creó es bueno, y nada es de
desecharse, si se toma con acción de gracias” (1Tim 4,4)
En
la Iglesia, pues, aprendemos a decir “doxa-gloria y gracias a
Dios”, beber un vaso de agua y decir gracias y gloria a Dios.
Muchas veces nos olvidamos a estimar este sencillo regalo de Dios.
Podemos beber el vaso de agua egoístamente sin acordarnos a decir
“gracias y gloria a Dios”. Así perdemos la ocasión unirnos con
el Dios mediante el uso efjarístico del agua que bebemos. Pero
cuando lo bebemos efjarísticamente, con respeto y relación hacia
Dios, y con el “doxa, gloria y gracias a Dios”, este vasito de
agua y pequeñito regalo nos une con Él.
Agradecemos
a Dios también por las más pequeñas, sencillas y humildes cosas
diarias. No hace falta que el hombre haga grandes cosas para unirse
con el Dios. Estas pequeñas cosas sencillas diarias que hace el
hombre, si las hace diciendo “doxa gloria y gracias a ti Dios”,
le unen con Él.
5.
Frutos de la vida efjarística
Así
que viviendo la vida efjarística, vivimos con centro el Dios. Todo
que hacemos lo conectamos con Él. Así en el mundo nos hacemos otra
vez todos sacerdotes. Cada cristiano que ofrece culto y alabanza a
Dios, se convierte de una forma en sacerdote. Volvemos a encontrar la
unión del mundo con el Dios. Se levanta la disgregación y todo
funciona en una unidad orgánica. También nos unimos interiormente.
Porque cuando el hombre encuentra el centro del mundo y lo conecta
todo con el Dios, y vive sobre Dios y tiene como base y centro del
mundo el Dios, encuentra su unión interior, y no está dividido.
Hoy
en día padecemos de esta desunión, de esta división y disolución.
Por eso han aumentado tanto las enfermedades psíquicas, neuróticas
y las depresiones; padecemos un tipo de esquizofrenia, que quiere
decir rompo mis frenos; un hombre esquizofrénico tiene dos yo.
Cuando
ofrecemos y referimos todo a Dios, toda nuestra vida toma otro
sentido y significado.
¿Qué
significado tienen las distintas funciones y trabajos de nuestra
vida, cuando no las conectamos efjarísticamene-agradecidamente con
el Dios?
El
trabajo que no se ofrece a Dios, resulta ser pesado, maldito y
produce ansiedad. En cambio, por muy difícil que sea, ofreciéndolo
a Dios, nos une con Él y adquiere un significado eterno. Lo mismo
ocurre con la familia y el matrimonio. ¡Qué diferente es la boda
civil, el matrimonio fuera de Dios y el matrimonio dentro en Dios y
por Dios! ¡Igual es la boda efjarística de nuestra Iglesia! La boda
o matrimonio civil es una boda egoísta, se ofrece al egoísmo y el
centro es nuestro yo, está fuera y sin agradecimiento a Dios.
¡Además,
con cuánta diferencia te comportas con los hijos, cuando los ves
como regalos de Dios, y cómo te comportas cuando los ves como
propiedad tuya, como algo que no tiene ninguna relación con el Dios!
¡Con
qué diferencia afrontas las pruebas de la vida, cuando también
éstas las aceptas como regalos de instrucción a la agapi-amor de
Dios! ¡Así el dolor en este caso santifica al hombre y le expía!
6.
La cultura no efjarística sin salida.
El
error del hombre contemporáneo es el mismo error de Adán. Quiere
construir un mundo que no tenga como centro a Dios, sino nuestro yo.
Por
eso la cultura que hemos creado es una cultura egocéntrica, de
filaftía (ególatra, excesivo amor a sí mismo y al cuerpo). Y como
es cultura de la filaftía-egolatría es también des-comunión. No
podemos realmente los hombres comulgar el uno con el otro, sentirnos
y unirnos como hermanos en Dios. Es natural que una cultura de este
tipo se convierta en sofocante y sin salida. El hombre se ahoga y
explota. Los que más lo sienten son los jóvenes, como son más
sensibles y susceptibles, no pudiendo a respirar esta cultura
egoísta, no efjarística y cultura de la filaftía (egolatría) que
les entregamos, tenemos este drama de nuestros jóvenes que huyen en
las drogas, en la anarquía y en otras manifestaciones antisociales
que conocéis.
Lo
desagradable es que esta cultura de la filaftía (egolatría), que es
también nuestra enfermedad, la enfermedad de nuestra cultura, que
nos conduce lejos de Dios y nos lleva otra vez al poder del diablo,
se intenta a imponer y transmitir por los medios de comunicación
social, televisión radios…, e implantar costumbres, instituciones
y leyes anticristos.
Es
cierto que esto no es algo reciente. Es una cosa que ha comenzado
hace bastantes años. Creo que es algo que vosotros también lo veis,
lo sentís y por lo que os duele. Yo no veo la televisión, porque en
la Santa Montaña no tenemos televisión.
Cuando
salgo al mundo, encuentro hermanos que me expresan su dolor por lo
que enseña la televisión. A mí también me duele junto con ellos,
porque compruebo que esto que indica la televisión no es la
tradición de nuestro pueblo, no es la ética y conducta
helenortodoxa, no es la vida efjarística por la que hablamos, sino
la cultura egocéntrica y enferma del hombre occidental.
Vivimos
en una época histórica crítica y crucial, en la cual se hace un
esfuerzo de imponernos esta forma de vivir, egocéntrica,
individualista y no efjarística. Quieren construir un mundo sin
Dios. Quizás nuestros gobernantes tienen intenciones buenas, quieren
arreglar las cosas, hacer cambios y mejorar. Esto es bueno y debemos
de elogiarlo.
Lo
malo es que todas estas cosas buenas quieren conseguirlas sin el
Cristo, sin el Dios, y sin conectarlas con Él.
Y
nosotros conocemos que toda cosa que no está conectada con el Dios,
conlleva en su interior la muerte. No tiene en su interior la jaris,
la energía increada de Dios. No da la capacidad al hombre unirse con
el Dios.
Permítanme
referirme otra vez sobre el tema del matrimonio. Dos personas que
hacen la boda en Cristo, en la Iglesia, tienen la conciencia que su
boda o matrimonio es un camino que les llevará a Dios. Con la lucha
en Cristo que hacen dentro en el matrimonio, con la humildad, con el
sacrificio, con la oración y los Misterios de la Iglesia, el
matrimonio se convierte en un camino de santificación y salvación
para ellos y sus hijos.
Otros
hombres se casan sin Cristo, fuera de la Iglesia, egoístamente. El
centro no es Dios, sino su yo egoísta. Este tipo es la boda civil,
boda fuera de la efjaristía-agradecimiento a Dios.
El
matrimonio no es malo, es algo bueno. Pero si éste bien se hace
fuera de Dios, fuera de la jaris de Dios, no santifica y no salva los
cónyuges. Y un matrimonio así egoísta que no se ofrece a Dios,
sino para satisfacer mi yo, finalmente aleja y separa al hombre de
Dios.
Esto
ocurre con todas las manifestaciones de nuestra cultura, como la
educación, que es un regalo de Dios. “Letras y estudios, regalos y
cosas de Dios”, como decían nuestros progenitores durante la
esclavitud Turca.
La
educación sin Cristo y Dios es algo que separa al hombre de Dios. La
enseñanza y la educación conectadas con el Dios, acercan y unen al
hombre con Él.
Por
eso pues, en este esfuerzo e intento que se hace de hombres que no
son de buena disposición y no pueden ver las cosas más
profundamente y quieren hacer un mundo mejor pero separado de Dios,
nosotros en esto debemos decir “No”.
No
decimos no al cambio, no al mejoramiento, sino que decimos “No” a
este cambio, a este mejoramiento que no conecta con el Dios; y cuando
no se conecta con el Dios no conecta con la tradición de nuestro
pueblo. No conecta ni comulga con la Ortodoxia que es la verdadera
tradición de nuestro pueblo.
7.
La tradición de nuestro pueblo forma de vida probada.
Nosotros
ésta tradición Ortodoxa hemos recibido de nuestros padres, de
nuestras abuelas y no la negaremos, porque hemos visto que esta ésta
es la vida verdadera, no queremos cambiarla porque está probada y
reconocida. Yo lo que he recibido de mis padres, de mis abuelos no lo
negaré ni rechazaré, porque he visto que es la verdadera vida, la
vida en Cristo.
Y
no es solo la vida de nuestros antepasados. Es la vida de aquellos
que hicieron la revolución del 1821, la vida de Makriyanis, de
Kolokotronis, de todos aquellos que se sacrificaron “para la santa
fe en Cristo y la libertad de su patria”. Es la fe de San Kosmás
de Etolia, que guardó y salvó la etnia helénica de la turkización
o exterminación turca.
¿Conocéis
aunque sea un héroe del 1821 que fuera anticristo, ateo? Todos eran
cristianos devotos, se confesaban, comulgaban y luchaban. Querían
hacer la Élada-Grecia libre en Cristo, un país santo en cual reina
el Cristo. ¿Tenemos derecho nosotros de negar ésta tradición, sin
que cometamos una hibris*? Personalmente
creo que no lo tenemos.
*Hibris:
Para los antiguos Griegos era, injuria contra la voluntad divina y el
orden natural.
Por
eso nosotros, con la jaris (energía increada) de Dios, quedaremos en
esta tradición, la teocéntrica. Cristo será el centro de nuestra
cultura y vida. No queremos una cultura con Cristo al margen. Porque
esta cultura será una cultura de filaftia (egolatría) que no ayuda
al hombre esencialmente, todo lo contrario que la cultura teocéntrica
de la Iglesia que lo recibe y lo santifica todo. La Iglesia existe no
para imponer, oprimir y deprimir a los hombres sino para liberarlos.
Por eso necesitamos la Iglesia.
8.
Cómo tenemos que luchar
En
el esfuerzo que se hace para separar el mundo de Dios y de la
Iglesia, diremos “No”, con nuestra lucha diaria, no viviendo
egocéntricamente, sino efjarísticamente. Entregándonos a Dios y a
nuestro prójimo.
Diremos
“No”, participando en la Divina Liturgia. Porque cada vez que
participamos a la Divina Liturgia, decimos un “No” a esta
corriente de mundanización. Además, diremos “No”, con la manera
que afrontaremos nuestros prójimos y los intereses y las cosas
materiales. Cuando vamos a la Iglesia y después nuestra vida no es
vida de ofrecimiento, de agapi-amor, justicia y respeto de la
libertad de los otros hombres, mentimos, no decimos verdaderamente
“No” a este esfuerzo. Por eso no basta sólo que vayamos a la
Iglesia a vivir el sacrificio de Cristo, sino que saliendo de Ella
sacrificarnos también por nuestro prójimo. Entonces tendrá valor
nuestra participación a la Divina Liturgia.
Podríamos
decir mucho, hermanos míos, pero no quiero cansarles. Quiero
terminar con el logos de san Kosme de Etolia, el cual vivía al mundo
efjarísticamente, y así enseñó nuestra etnia a vivir y así se
sacrificó. Tal y como conocéis san Cosme selló su kerigma con la
sangre que derramó por la agapi-amor a Cristo y por la agapi a sus
prójimos. Tenía el anhelo de sufrir el martirio y testimoniar por
la agapi-amor a Cristo y no cesó hasta que derramó su sangre.
Enseñaba
pues el santo mártir e isapóstolos (igual que apóstol) Kosme:
“Primero tenemos el deber de amar a nuestro Dios, porque nos
regaló esta tierra tan grande, amplia, en la que vivimos
provisionalmente con tantas miríadas de vegetales, árboles,
fuentes, ríos, pozos, peces, el mar, el aire, el día, la noche, el
fuego, el cielo, las estrellas, el sol, la luna. ¿Todo
esto para quién lo hizo? Para nosotros. ¿Nos
debía algo? Nada, todo es regalado. Nos hizo humanos y no animales,
respetuosos y ortodoxos cristianos y no heréticos e indignos. A
pesar de que nosotros podemos pecar miles de veces cada hora nos
compadece como Padre y no nos mata ni arroja al Infierno, sino que
espera nuestra μετάνοια (metania,
giro del nus hacia nuestro interior conversión y arrepentimiento),
con sus brazos abiertos y que paremos de hacer el mal para obrar el
bien, arrepentirnos y rectificarnos para abrazarnos y ponernos en el
Paraíso a fin de alegrarnos para siempre. ¿Ahora
bien, un Dios tan dulce como Éste, no
debiéramos también nosotros amarlo derramando nuestra sangre, si
fuera necesario, miles de veces por Él, tal y como lo hizo Él por
amor hacia nosotros?
¡Deseo
y bendigo que la jaris (energía increada) de Dios nos ayude a que
todos cada día traspasemos de la vida egocéntrica a la vida
efjarística mediante la Jaris (gracia, energía increada) que se
proporciona por los divinos Misterios ortodoxos en nuestra Iglesia
Ortodoxa!
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