ΜΕΓΑΛΗ
ΠΕΜΠΤΗ ΕΣΠΕΡΑΣ (ΟΡΘΡΟΣ Μ. ΠΑΡΑΣΚΕΥΗΣ)
JUEVES SANTO POR LA
NOCHE (MAITINES DEL VIERNES SANTO)
“Tus
santos pazos-padecimientos veneramos, Cristo”
῾Προσκυνοῦμέν
Σου τά πάθη, Χριστέ᾽
1. “Los
santos, sanadores, salvadores y terribles Pazos del Señor y Dios y
Salvador nuestro” que celebramos el Viernes Santo y Grande, son el
punto culminante de todos los Pazos del Señor. Porque Su vida entera
es un Pazos-Padecimiento, desde el principio de Su venida al mundo
-recordemos los acontecimientos de Su Nacimiento- pero también
posteriormente. Por lo tanto, estas cosas que ocurren los últimos
días de Su vida en la tierra y principalmente Su sacrificio por la
cruz culminan Sus Pazos. Y aún más, el Apóstol
Pablo es el que recalca otra dimensión mística del Pazos del Señor
y después la resurrección: la continuación de Este Pazos dentro de
los padecimientos de los miembros de Su cuerpo vivo, de los
cristianos particularmente, es un acontecimiento que significa que el
Señor finalmente está siempre en la Cruz hasta el final de los
siglos. “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo
en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo,
que es la Iglesia” (Col 1,24);
Por eso se ha formulado la opinión teológica que el Pazos del Señor sobre la tierra debe ser relacionado también con Sus cualidades, como la Segunda Persona de la Santa Trinidad, algo que ciertamente interpreta también la causa de la encarnación de la Persona en concreto y no de algún otro.
2. Los
pazos-padecimientos, pasiones del Señor y sobre todo Su sacrificio
por la cruz, van más allá de los límites de la lógica humana. Su
Cruz es un misterio, porque exactamente Éste que sufre no es
una persona humana común, sino el Dios encarnado.
Padece el Mismo Dios en lo humano. Por eso no podemos comprender lo
que se desempeña con la medida de nuestras fuerzas, con nuestra
lógica e intuición y aún con nuestras emociones. Vemos un hombre
sufrir sobre la Cruz, pero se nos escapa Su fondo y la escondida
realidad. ¿Qué es aquello que puede, aunque sea parcialmente,
ayudar en este acercamiento del misterio”. Sólo la fe que está
iluminada, por supuesto de la jaris (gracia, energía increada) de
Dios. Si el mismo Dios no nos iluminara y no transformase nuestras
capacidades, de modo que los ojos (espirituales) reforzados por el
Espíritu Santo puedan ver los acontecimientos, permaneceríamos
siempre dentro de la oscuridad de la dimensión horizontal y en noche
espiritual. Y aquello que es requerido para esta iluminación es la
metania
(introspección, conversión, arrepentimiento y confesión)
acercamiento en Cristo y Su Pazos, que limpia y sana los ojos
(espirituales) y energetiza, activa los sentidos espirituales en
general. “Bienaventurados los sanados y purificados del
corazón, porque estos conocerán y contemplarán a Dios”.
3. ¿Qué
podemos, pues, tocar de manera espiritual? ¿Y qué podemos por lo
tanto decir sobre el misterio de la Cruz, conducidos excelentemente
de personas portadoras del espíritu, que son los santos de nuestra
Iglesia? Por supuesto que no esto que se ha empeñado la teología
escolástica de Occidente, expresada por la boca de Anselmo de
Canterbury; es decir, que el pazos-padecimiento de Cristo es una
expiación de la Justicia de Dios, que buscaba la satisfacción a
causa de los pecados del hombre; porque una cosa así aboga a
sucumbir exactamente en la trampa que hemos dicho: el acercamiento a
la Cruz con la lógica, razón, por lo tanto en la falsificación y
alteración de su sentido, su significado y su contenido. A Dios en
este sentido le convierte como imagen del hombre, y sobre todo del
hombre caído al pecado. La teología ortodoxa de nuestros Padres,
con posición de infinito respeto hacia el misterio, “ha visto”
principalmente dos cosas y estas dos destacaron primeramente:
a) el abismo del pecado humano, de tal manera que debería sacrificarse un Dios, algo que significa la impotencia de la redención humana, por lo tanto la condena de cualquier tipo de mesianismo basado en los discursos humanos y sólo en las capacidades humanas.
a) el abismo del pecado humano, de tal manera que debería sacrificarse un Dios, algo que significa la impotencia de la redención humana, por lo tanto la condena de cualquier tipo de mesianismo basado en los discursos humanos y sólo en las capacidades humanas.
b)
la infinita
agapi de Dios,
que se “vacía,
kénosis” a
Sí Mismo,
“declina los
cielos” para
tomar encima Suyo
nuestro pecado Él
y ofrecernos la
dulzura de
nuestra terapia y
Su justicia. Con
otras palabras,
la justicia de
Dios funcionó y
funciona de
manera distinta
que la del
hombre, quien
requiere el
castigo del
culpable y la
absolución del
inocente. Con base la justicia de Dios, el
inocente Cristo es castigado, mientras que el hombre culpable es
absuelto y justificado, y desde este aspecto uno entiende que el
castigo de Dios, para la humanidad caída al pecado, fue su terapia.
¡Así nos castiga el Dios: sanándonos! Dice san Justino Popovits:
¡El hombre crucificó a Dios y Dios le ha condenado a la
inmortalidad!
4.
El hecho que el Cristo encima de la Cruz “quita
el pecado del mundo” se precisa que:
encima de la Cruz no sólo se borraron los pecados de la época de
Cristo, sino también los de antes y después que esta. No hubo, ni
hay y tampoco habrá hombre después de la Cruz Cristo que no se
encuentre alzado sobre la Cruz, hecho que se había predicho de los
profetas del A. Testamento y sobre todo de Isaías, y esta fe de las
profecías pedía el Señor de los Judíos, e incluso de Sus
discípulos. El Señor “debe
padecer”
precisamente por las razones que nos hemos referido: el levantar el
pecado de los humanos, y este acontecimiento es lo que más consuela
de todo lo que se ha escuchado jamás en la historia del género
humano. Y esto porque
después de la Cruz no existe pecado sin ser
perdonado. Haga lo que haga el hombre, cualquier tipo de pecado que
cometa, ante la agapi crucificada el pecado es borrado y se pierde. Y
desde entonces se considera pecado la duda o negación de la
infinidad de esta agapi
(amor, energía increada). Es decir, aquel que contando sus muchos y
grandes pecados ponga interrogación a la capacidad de perdón por
Cristo, esencialmente blasfema directamente Su Cruz y revela
simplemente su incredulidad y su ateísmo. En este caso se pone en
primer lugar la lógica humana frente a la voluntad y la energía
(increada) de Dios. Vamos a describirlo con palabras de san Juan el
Crisóstomo: Todo el pecado de los
hombres si se junta por un lado y la agapi de Dios por otro, el
pecado es como una gota frente a un océano. ¿Qué puede hacer una
gota sobre el océano? Y este ejemplo no es absolutamente correcto,
porque el océano tiene algunos límites, en cambio la agapi (amor,
energía increada) de Dios es ilimitada.
5. Por lo tanfo, la
única posición y actitud del creyente delante de la Cruz es la
veneración. “¡Veneramos tus pazos-padecimientos, Cristo!
Es decir:
-en
fe aceptamos y creemos,
-
nos arrodillamos en contrición y devoción ante la agapi de Cristo y
tocamos nuestro pecho, como el publicano, por la magnitud de nuestro
pecado
-Le
rogamos con humildad para reforzarnos a seguir Sus huellas con el
sentimiento de nuestro corazón,
-ante todo venimos
siempre en metania (introspección, arrepentimiento y
confesión) para comulgar Su cuerpo y sangre, tal y como dice otra
vez san Crisóstomo: Cuando vienes a comulgar, debes venir con la
convicción de que comulgas de la costilla atravesada por la espada
en del crucificado Cristo, donde fue derramado sangre y agua.
Finalmente
la veneración de los Pazos del Señor se identifica como una
disposición por lo menos con la vivencia del apóstol Pablo: “Ya
no vivo yo en mí, sino Cristo en mí”.
A la medida que vivimos la Cruz, vemos también la viva presencia de
Cristo en nuestras vidas.
Pero esto significa
también la contemplación de su Resurrección. “Enséñanos
Tu gloriosa Resurrección”. Amín.
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