«No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con la dureza del
juicio con que juzgáis y medís los hechos y la vida de los demás,
seréis juzgados y medidos de Dios. ¿Hipócrita, cómo ves la paja
en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo te
atreves decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo,
teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga
de tu ojo y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu
hermano» (Mt 7,1-5).
Terapia
del carácter que cae fácilmente en los juicios.
Θεραπεία
του χαρακτήρας που εύκολα πέφτει στην
κατάκριση
Yérontas
Iosif
de
Vatopedi
(Athos)
Γέροντας Ιωσήφ Βατοπαιδινός
Cómo
se puede sanar el carácter enfermo que fácilmente cae a
lα
κατάκριση
(catákrisi
juicio maligno, condenatorio o crítica maligna).
Cada
carácter humano se considera enfermo, cuando está ausente de él la
divina Jaris
(Gracia, energía increada), que perfecciona y contiene todo, puesto
que “lo enfermo lo sana y lo que falta lo completa”. Esto es lo
recalca también nuestro Señor, cuando nos dice: “…sin
mí no podéis hacer nada”,
“(Separados de mí, sin mi jaris (o
gracia) que es mi energía increada, vivificadora, sanadora y
salvadora no podéis hacer nada bueno)
(Jn 15,5)”.
Pero,
además de la presencia de la Jaris, es imprescindible también la
disposición, intención y colaboración humana, de acuerdo con las
reglas éticas de la lógica y los divinos logos, mandamientos que
son los que provocarán la divina intervención.
El
hombre que acusa fácilmente, lo hace porque se ha acostumbrado a
investigar equivocadamente los hechos y los pensamientos ajenos en
vez de los suyos. Se ha olvidado de los logos de la Escritura: «No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que
juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano,
y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás
a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en
el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y
entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt
7.1-5)». El
hábito tan fácil de juzgar las palabras y
los hechos ajenos es una enfermedad psíquica que proviene de la
degradación, corrupción y degeneración de la fuerza y energía
lógica del nus, que más bien nace del egoísmo.
La
introspección, metania que está acompañada por el
auto-juicio y el auto-reproche, es necesaria para el diagnóstico y
conocimiento de nuestros propios errores y faltas.
Dogma y regla imprescindibles para la vida es la doctrina evangélica,
sin la cual el hombre no puede recuperarse psíquicamente y levantar
cabeza. «La ley del espíritu de la
vida en Cristo» (Rom 8,2), que es
capaz de liberarnos de la muerte (psíquica y espiritual) a la que
nos hemos hundido y nos marca nuevos caminos de vida. Nos enseña:
«En esto, pues, hemos aprendido y
conocido lo que es la agapi (amor, divina energía increada); es
decir, en que Cristo movido por la inmensa agapi hacia nosotros,
entregó su psique-vida a la muerte por crucifixión para nuestra
sanación y salvación. Por lo tanto, tenemos como modelo a Cristo y
nosotros también debemos de poner nuestras psiques-vidas para los
hermanos» (1Jn 3,16). Y
«sobrellevad los unos las cargas de los
otros” (Gal 6,2) y “todas vuestras cosas sean hechas con agapi»
(Cor 1ª 16,14).
La
ignorancia de la enseñanza evangélica permite la influencia de lo
absurdo y aleja la divina Jaris (gracia, energía
increada). El hombre que aún no ha llegado a la iluminación, no
tiene la gnosis (conocimiento increado) de Dios, por lo tanto, está
engañado por sus juicios. De aquí empieza su razón y derecho del
“por qué”, del “si” y del “quizá” y así empieza el
juicio, la acusación, la resistencia, la rebeldía, el odio y
generalmente la maldad.
La
liberación y anulación de todo esto puede ofrecernos nuestro Señor
con sus logos: «Un mandamiento nuevo os
doy: «que os améis los unos a los otros como yo también os he
amado. En esto se convencerán y conocerán todos que sois mis
alumnos: si tenéis la agapi entre vosotros»
(Jn 13:34,35). Aquel que se ha ocupado en mantener la agapi
evangélica de acuerdo con el mandamiento de nuestro Señor, se libra
completamente de la contenciosa maldad. Porque no juzga, ni condena,
no culpa al otro, no mal quiere, ni codicia, no abusa, ni malea. Sin
esfuerzo especial se libera del hombre antiguo y de toda la ley de la
perversión, puesto que todo lo regula la agapi (amor desinteresado).
San
Luca Obispo de Krimea
No
juzguéis para que no seáis juzgados por el Dios.
«No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con la dureza del
juicio con que juzgáis y medís los hechos y la vida de los demás,
seréis juzgados y medidos de Dios. ¿Hipócrita, cómo ves la paja
en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo te
atreves decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo,
teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga
de tu ojo y entonces verás para quitar la paja del ojo de tu
hermano» (Mt 7,1-5).
Este
mandamiento, logos de Cristo es muy grande y terrible. Todos
nosotros, empezando de mí, acusamos, juzgamos y condenamos
continuamente el uno al otro y por eso daremos cuentas en el Terrible
Juicio del Señor y Dios nuestro Jesús Cristo. Nos juzgará Él
mismo porque nosotros también juzgamos a los demás, buscamos a
encontrar el error mínimo de nuestro prójimo mientras que nuestros
pecados no los vemos, ni siquiera queremos pensarlos.
San
Pablo, el Apóstol, en su carta a los Romanos nos dice lo siguiente:
«Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!,
quién quieras que seas, tú que juzgas; pues en lo mismo que juzgas
a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces lo mismo tú que juzgas.
Pues sabemos que el juicio de Dios es conforme a la verdad contra los
que hacen tales cosas. ¿Y piensas tú, que juzgas a los que hacen
tales cosas, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de
Dios?» (Rom2, 1-3).
La
gran verdad se encuentra en estas palabras del apóstol Pablo. No
vigilamos nuestros defectos y pecados, mientras en los demás
encontramos muchos errores y faltas. Tratamos de encontrarlos y
cuando los encontramos, vamos y los pregonamos en todo el mundo. Esto
ya se ha hecho un mal hábito, apenas nos enteramos algo de nuestro
prójimo, rápidamente vamos y lo anunciamos en todas partes. Nos
quema nuestra lengua y salimos corriendo decir a los demás lo que
hemos oído y visto.
Nos
olvidamos que si nosotros juzgamos a los demás, también a nosotros
nos juzgará el Dios. Nos olvidamos que no tenemos ningún derecho de
juzgar a nuestro prójimo, porque esto no es asunto nuestro sino de
Dios, que es el Juez Supremo, es el único que conoce el corazón del
hombre y puede adjudicar juicio justo. Pero nosotros juzgamos y
condenamos nuestro prójimo muchas veces con palabras muy groseras,
feas y malas. No pensamos que nuestro hermano puede ser que se haya
arrepentido profundamente y su pecado haya sido perdonado.
“Tampoco,
pues, juzguéis nada antes de tiempo, mientras no venga el Señor,
que iluminará los secretos de las tinieblas y hará manifiestos los
propósitos e intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada
cual de Dios la alabanza que le corresponda” (1ªCor 4,5).
Nosotros, sin embargo, siempre nos apresuramos a juzgar a los demás
y no esperamos el juicio de Cristo. Somos jueces del prójimo y no de
nosotros mismos.
Un
sabio de Israel, el hijo de Sirac dijo: “Has escuchado algún
secreto, pues, que muera contigo. Ten coraje y valor y no te
agobiará” (Sirac 19,10). Muy importantes estas palabras. ¿Nosotros
olvidamos alguna vez los errores de nuestro hermano? ¿Mueren
con nosotros las
malas palabras?
No, nunca.
Nosotros las divulgamos y de esta manera nos convertimos como las
moscas que circulan por todas partes transmitiendo la suciedad.
Debemos ser como las abejas que vuelan de flor en flor recogiendo la
miel. Y nosotros debemos recoger la miel dando importancia
sólo a lo bueno que hay en nuestro hermano.
Para
los que hablan mal y condenan a sus hermanos, el profeta David dice:
“La garganta de ellos es como una tumba abierta” (Sal. 5,10).
Abrid una fosa y veréis qué suciedad hay en esta y el hedor
que sale. El mismo hedor, hedor espiritual, sale de nuestra boca
cuando criticamos y juzgamos al prójimo. En el mismo salmo el
profeta dice: “echa todos los que hablan mal y dicen mentiras”.
¿Pero nosotros echamos a los que calumnian a nuestro prójimo? No,
no les expulsamos aunque deberíamos hacerlo.
Lo
que debemos hacer nosotros es domar y controlar nuestra lengua. Todos
somos culpables ante Dios y todos tenemos muchos pecados. A nuestros
pecados debemos controlar y no los de nuestro prójimo. “Nadie es
justo ante Dios, todos somos culpables” (Sal 142,3).
Aquellos que critican, juzgan a los demás a menudo se convierten
también en calumniadores, porque les acusan de
algo sin fundamento.
Ayer
hemos festejado la memoria del gran santo Juan el Misericordioso,
Patriarca de Alejandría. Él para enseñar aquellos que les gusta
criticar y condenar a los demás, una vez contó la siguiente
historia. En la gran ciudad Tiro, una vez vivía un monje, allí
también vivía una prostituta llamada Porfiria. Un día que el monje
estaba caminando por la calle, se le acercó la Porfiria y le dijo:
“Padre santo sáname y sálvame, igual que el Cristo una vez salvó
aquella prostituta.” Aquel monje santo la tomó de la mano y la
condujo fuera de la ciudad en un monasterio para mujeres, para que se
sanara y purificara allí su psique con las lágrimas de metania
(arrepentimiento, confesión y conversión). En el camino encontraron
un bebé que lo habían abandonado sus padres y Porfiria se lo llevó
para criarlo.
Cuando
esto se supo por unas cuantas personas que les encantaba juzgar y
criticar a su prójimo, empezaron a difamar la Porfiria, diciéndola:
“Bravo Porfiria, qué niño tan guapo has hecho con el monje.” Y
así hablaban mal
para el monje y le difamaban también.
Pero el monje oraba sin cesar para sí mismo y para Porfiria. Llegó
la hora de ir al otro mundo y cuando se encontraba medio-moribundo en
la cama pidió que le trajesen un incensario con carbones encendidos.
Tomó los carbones y los puso encima de su pecho. El fuego
no tocó su
cuerpo ni
siquiera la ropa.
Entonces el monje dijo: “Sabed todos vosotros que me habéis
criticado, juzgado y condenado a mí y la Porfiria, que soy inocente.
El pecado carnal no me ha tocado igual que ahora este fuego no me ha
tocado.
No
es suficiente este ejemplo para aquellos que gustan juzgar, criticar
y condenar a los demás. No paran de
hablar mal. Hay
de ellos, tal
como ellos juzgan
a su prójimo,
así serán juzgados por
el Dios. Nuestro gran santo
Dimitrio, metropolita
de Rostov, dice
lo siguiente sobre las
críticas malignas y los juicios: ”No
mires los pecados
de los demás,
sino tu propia
maldad. Porque no
declararás, ni darás cuentas sobre los demás, sino solamente para
ti mismo. No hay necesidad de que vigiles a los demás, cómo vive
cada uno y que pecados comete. Tú cuídate
y vigílate
a ti mismo.
¿Agradas a Dios?
¿Tu vida se parece con la vida de los santos?
¿Sigues el camino de vida de ellos? ¿Tu obra es agradable ante
Dios? El hombre que juzga y critica a los demás parece al mal-astuto
espejo que refleja a los demás y a sí mismo no se ve. También
parece a un baño sucio que a los demás los lava y este mismo
permanece sucio.
Lo
mismo también aquel
que juzga a
los demás.
Ve qué comen,
qué beben y qué pecados cometen, pero él mismo
no se ve. En su prójimo ve hasta el pecado más pequeño e
insignificante. Pero su propio pecado para él es como si no
existiera. No quiere saber nada sobre su pecado y no dice nada sobre
esto. En cambio a los demás los calumnia, los critica, los juzga y
los condena.
¿Aquí no es nuestra imagen que nos da san
Demetrio? Está claro que aquí el santo habla de nosotros y
particularmente para los que el juicio, la crítica y la calumnia se
han convertido ya en su forma vida y se encuentran muy lejos de lo
que dice Jesús Cristo. Son hombres que quieren sacar, limpiar una
pequeña basurilla de su hermano y no sacan, ni limpian el contenedor
de basura de ellos mismos. Miremos, pues, no parecer a ellos. No
juzgar, ni criticar para que no seamos juzgados tampoco nosotros por
el Uno, Único y Eterno Juez, nuestro Señor Jesús Cristo, en el
Cual pertenece el honor y el poder junto con Su Padre y el Espíritu
Santo. Amén.
San Luca Obispo de Krimea Logos y homilías tomo 1º
San Luca Obispo de Krimea Logos y homilías tomo 1º
No juzguen Μή
κρίνετε!
Juicio y
condena o
crítica maligna Κρίση
– Κατάκριση
Por
el memorable obrero de
Evangelio Dimitri Panagopulos.
Es
obvio que este
mandamiento es
ligero. Ligero,
porque si
examinamos la
cosa con
atención,
veremos que es
fácil evitar
el juicio o crítica
y proteger nuestra psique y nuestra boca de esto.
Además, el juicio y la mala crítica no es algo que está arraigado
y amasado en nuestra psique desde el principio del nacimiento. Más
bien es algo exterior, sobre todo cuando se trata del juicio que se
hace con odio y malicia, incluso por la superficialidad, el descuido
y la tendencia de hablar siempre sobre los demás.
Sin
embargo, la κατάκρισις
(katákrisis) juicio, condena o crítica
maligna no es
sólo un
pecado ligero,
sino un gran pecado,
por desgracia muy extendido. Lo encontramos en
todas partes. Constituye un ambiente contaminado que continuamente
respiramos. Es un fenómeno
que puede decir que se ha convertido ya es un estado natural del
hombre. Exactamente esta amplia difusión del juicio condenatorio o
crítica convierte difícil la lucha contra este pecado y nos
presenta el divino mandamiento “no juzguéis” como difícil y
duro de cumplir.
Nadie
puede negar esta
triste realidad y
ningún hombre
sensato puede
sostener seriamente
que está
justificado acusar,
juzgar y condenar
a los demás
porque ellos también juzgan y condenan. ¡Ay de nosotros!, si
como criterio ético y regla de nuestra vida ponemos la vida
desordenada de los demás. Nuestra propia
conciencia por
mucho que se
haya ensombrecido y
contaminado de la
vigente confusión
y desorden de
nuestra sociedad,
protestará y
condenará la
crítica maligna o el juicio condenatorio. Ella
misma clamará que la regla de nuestra vida no debe ser la voz y la
costumbre del mundo, sino su propia voz de la conciencia, que en
definitiva es la voz o logos de Dios. Por eso
también cada
hombre encuentra
justo y correcto
el mandamiento de
Dios “no
juzguéis”,
aunque el mismo sea arrastrado a juzgar.
“No
juzguéis” ¿Es
verdad, por qué
tenemos que juzgar a los
demás? ¿Por qué
tenemos que
ocuparnos de lo
que dicen y hacen los demás? ¿Quién
nos ha hecho
investigadores y
jueces de los
comportamientos de los demás? Nadie. Además,
¿nosotros no
pecamos? Al
contrario, el
logos de Dios
y muchas veces de forma muy dura prohíbe
esta crítica y reproche a los demás. El Señor
nos manda: “No
juzguéis”.
Porque el derecho
de juzgar lo
tiene Él. Él
es el legislador
y el juez,
estamos ante Él
para rendir cuentas, tanto los criticadores como
los criticados. Por lo tanto, nuestra disposición y costumbre de
juzgar y condenar a los demás, es arrebato y usurpación de los
poderes y derechos del Señor. Es impiedad
frente al mismo
Juez justo.
Por
eso, el Apóstol
Santiago escribe
sobre al que
critica y juzga: “Uno
es el juez
y legislador, el
que puede salvar
y condenar; ¿Tú
quién eres
para juzgar a
otro? Ya que para
ti mismo el
Dios ha legislado
que respetes y
ames al prójimo.
Pero cuando juzgas a tu hermano, transgredes y desprecias la ley de
Dios, con tu acto condenas y anulas la ley de la agapi
(amor desinteresado). Ya no eres
tu el cumplidor
de la ley,
sino el
incumplidor de
ella y te
presentas tú el
hombre pecador
con reivindicación
descarada a
juzgar y
reprochar a los
demás y
arrebatar los
derechos ajenos
(Sant 4:11-12). Y
así con tu
juicio o crítica
cometes pecado
quizás más grande que aquello que ha cometido tu
hermano. Y añade
el apóstol
Pablo: “Por lo cual
eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas,
pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tú que
juzgas haces lo mismo” (Rom 2,1).
Todos
somos responsables ante Dios. En Él
rendiremos cuentas
por nuestros
actos. Pero
cuando tú juzgas
y condenas al
otro, ¿qué
excusa presentarás
adelante del
Señor y
cómo te
atreverás a pedir misericordia y clemencia?.
Precisamente como
conoces cuánto se
enfada el Dios
contra los
pecadores, y al juzgar es pecado, por eso serás
inexcusable durante aquel gran día de la Segunda Presencia. Piensa
que al hombre que tú estás juzgando, puede arrepentirse,
convertirse y encontrar la misericordia y el perdón ante Dios y
sanarse, salvarse y glorificarse, mientras tú permaneces en la dura
culpabilidad del juicio. Y así
mientras juzgas
al otro, tú
mismo te condenas a ti mismo.
Estos
dictámenes de la Santa Escritura inspirados por Dios parecen duros.
Las condenas contra el juicio o crítica maligna son severas. Pensad
que no son las únicas. En muchos más capítulos la Santa Escritura
con justa severidad condena el juzgar o criticar, porque lo considera
como impiedad contra el Dios y falta de agapi-amor para el prójimo.
Todo esto tenía
en cuenta san
Juan el Crisóstomo
cuando decía:
“Hermanos, no
nos convirtamos
en amargos jueces
y acusadores de los demás, para que no nos encontremos duramente
responsables ante Dios. No olvidemos que nosotros también hemos
cometido serios pecados, que quizá tengan necesidad de mayor perdón.
Seamos pues indulgentes hacia los demás, por mucho que hayan pecado,
para que también salvaguardemos para nosotros la misericordia y la
indulgencia de Dios”.
Queridos,
sea pues, el
lema y la
regla de nuestra
vida, el logos del Señor: “No juzguen, para que
no sean juzgados”.
Es
malo juzgar a los demás. Κακόν
το κρίνειν τους άλλους
El juicio,
crítica o condena a los
demás, para
que tenga un
propósito y fin
bueno, se debe hacer en presencia del que juzgamos. En caso
contrario la finalidad del juicio no es bueno y tampoco tiene
resultado bueno para el que juzga, ni para al que se está
juzgando sin su presencia. El juzgar los actos de uno estando
presente, significa iluminarlo y según
la persona, le ayudas a mejorar su carácter y restablecer el mal
que ha hecho. Al contrario, si le juzgas y le condenas cuando está
ausente, significa mal carácter, es decir, egoísmo y venganza
contra al juzgado de parte del que juzga.
Los
que juzgan y
condenan a los
demás, aunque
que digan que
tienen razón,
no la tienen,
porque: “el
bien no es
bueno, si no
se hace bien”,
perjudican a
los que juzgan
y se irritan
ellos mismos y
por el
carácter
anti-evangélico,
son siempre
retrógrados, al
no tener
tiempo de
cultivarse a
sí mismos,
porque critican, juzgan e investigan
las faltas de
los demás.
Filocalía,
t.1 v.30, san Antonio nos dice: 30. Los hombres buenos que
aman a Dios, examinan y juzgan a los
hombres por sus malos actos y conductas cuando están presentes
cara a cara. Pero cuando no están presentes tampoco los acusan,
ni dejan que los demás les juzguen y acusen.
No
juzguemos, pues,
ni critiquemos malamente, a los
demás y recordemos siempre lo que dijo el
Señor: «El que sea impecable que
tire la primera piedra».
ΔΗΜΗΤΡΙΟΣ
ΠΑΝΑΓΟΠΟΥΛΟΣ
Dimitri Panagópulos
Traducido
por: χΧ jJ
www.logosortodoxo.com
(en español).
|
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου