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Σάββατο 19 Μαρτίου 2016

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita SEGUNDA PARTE

ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita
SEGUNDA PARTE

Capítulo B. 5 La atribución de los carismas y el agradecimiento.
Capítulo B. 6 El ofrecimiento mental y espiritual, es decir, cómo uno debe mental y espiritualmente ofrecer (con el nus o espíritu del corazón de la psique y la mente) el sí mismo y cada obra suya a Dios.
Capítulo B. 7 La piedad sensible, más la frialdad y sequedad de esta.

Capítulo B. 5 La atribución de los carismas y el agradecimiento.
Como todo el bien que hacemos proviene de Dios y se hace para Dios, por eso estamos obligados a agradecerle por todo nuestro ejercicio bueno, por cada victoria y por todas las beneficencias que hemos recibido de su mano caritativa, tanto las evidentes como las ocultas, tanto las comunes como las particulares, tal y como se refiere: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios tal y como se ha apocaliptado-revelado en nosotros por Cristo Jesús” (1Tes 5,18). Porque según san Juan el Crisóstomo: “la mejor reserva de la beneficencia es el recuerdo de ella y el continuo agradecimiento”.

Y esto para hacerlo de manera debida, tenemos que pensar el propósito por el que Dios se mueve para transmitirnos sus beneficencias. Por cada beneficencia el propósito primero y principal de Dios es por descontado el honor y la obediencia a su voluntad, por eso tú piensa que:
A. El mayor agradecimiento que puedes ofrecer a Dios por todas las beneficencias que te ha dado, es aplicar y guardar sus mandamientos o logos, rendirle honor y estar preparado a seguir su voluntad, como se ha escrito: “Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, y lo que el Señor exige de ti es esto: practicar la justicia (virtud en general), amar la misericordia y caminar diligente y humildemente con tu Dios” (Miqueas 6,8).
B. Viendo que no tienes algo digno de alguna beneficencia, porque no has hecho nada más que pecados, desgracias e ingratitudes, con profunda humildad di a Dios: “Cómo es posible, Señor mío, que te dignes a ofrecer tantas beneficencias a mí que soy muerto (espiritualmente) y sucio. Por eso, bendito sea tu nombre por los siglos de los siglos”.
C. Pensando que él con sus beneficencias que te hace, pide de ti que le ames y le sirvas, entonces enciéndete de la agapi de tu tan amado Señor y del deseo honesto de servir como él quiere. Pero para esta cosa debes hacer una ofrenda total de ti mismo de la siguiente manera.

Capítulo B. 6 El ofrecimiento mental y espiritual, es decir, cómo uno debe mental y espiritualmente ofrecer (con el nus o espíritu del corazón de la psique y la mente) el sí mismo y cada obra suya a Dios.
Para que la afrenta de ti mismo sea completa, perfecta y amada a Dios, hacen falta dos cosas: uno es unir tus ofrendas con las ofrendas que hizo Cristo a su Padre. El otro es que tu voluntad y tu corazón sean desapegados del amor de toda cosa creada.
Por el primero sepas que el Hijo de Dios viviendo en el valle de llanto y lágrimas, ofreció a su padre Celeste el sí mismo y sus obras juntas también con nuestras obras; de modo que nuestras ofrendas, para que sean gustadas por Dios, deben hacerse con la unión y con la esperanza de las ofrendas de Cristo.
Por el segundo, piensa antes de hacer la ofrenda, si tu voluntad tiene algún obstáculo o apego. Porque si tienes algo así, tú debes desapegarte de todo amor, a medida que puedas, y recurrir a Dios para que él con su mano derecha te desapegue totalmente y así suelto y libre de toda cosa podrás ofrecerte a ti mismo a la divina majestuosidad.
Ten cuidado en este punto. Porque si te ofrendas a ti mismo a Dios al tiempo que estás apegado a las creaciones, no ofrendes el ti mismo sino las creaciones, porque tú tampoco entonces perteneces a ti mismo sino a las creaciones, en las que está apegada tu voluntad; cosa que no es gustada de Dios, que es lo mismo como si quisieras engañarle. Porque al igual que al Antiguo Testamento no eran aceptados los sacrificios que tenían algún defecto – por eso el Dios manda que no le ofrendan sacrificios de los animales ciegos o que tuvieran algún defecto. “No ofreceréis animal defectuoso, pues no sería aceptado” (Lev 22,20). De la misma manera no es aceptada la ofrenda de nosotros mismos, cuando tiene algún apego y defecto semejante; porque estas ofrendas que se ofrecen a Dios, deben ser dignas para Él, según Sirac que dice: “Al Señor ofrecerás sacrificios y ofrendas dignas” (Sab. S 14,11).
Por esta razón sucede que por muchas ofrendas que hagamos a Dios, no sólo permanecen sin ningún fruto, vacías y desacertadas, sino que después caemos en varios defectos, errores y pecados. Es verdad que podemos ofrecer a Dios nuestro sí mismo, a pesar de que estamos apegados en las creaciones, pero con el propósito que su bondad nos libere de las cadenas que estamos atados, y así después poder rectificarnos por completo a su divina Majestuosidad y a su servicio. Y esto debemos hacerlo muchas veces con mucho ánimo, con predisposición, con ganas y con amor de nuestro corazón.
Pues, hermano mío, tu ofrenda hacia el Dios que sea sin dependencia de algo, sin ninguna voluntad tuya y sin fijarte a las cosa terrenales ni a los bienes celestiales, sino sólo a la voluntad y a la providencia de Dios; a Él debes sujetarte por completo y sacrificarte como sacrificio perpetuo. Y olvidando toda cosa creada decir al Señor: “He aquí Señor y Creador mío, te ofrezco por completo mi voluntad a la mano de tu voluntad y a tu providencia eterna. Haz, pues, de mi vida aquello que tú crees y te gusta, en mi muerte y después de mi muerte, en toda mi estancia y eternidad”.
Si tú ofertas de esta manera (lo conocerás cuando te sucedan varias vicisitudes sobre esto), de terrenal te convertirás en consignatario del Evangelio y estarás muy feliz. Porque tú serás de Dios y el Dios será tuyo. Porque él es siempre amigo de aquellos hombres que elevan el sí mismo desde las creaciones (terrenales) y se entregan y se sacrifican por completo a su divina Majestuosidad.
Ahora pues, hijo mío, tu aquí ves una manera o forma muy potente por la que puedes vencer todos tus enemigos. Porque, como se ha dicho, cuando la ofrenda te una con el Dios, tú te haces todo de Dios y el Dios se hace todo tuyo. ¡Así qué enemigo podrá alguna vez perjudicarte!
Cuando por otro lado quieres ofrecerle alguna obra tuya, como el ayuno, la oración, toda praxis de paciencia y otras obras buenas, piensa tal como hemos dicho anteriormente, la ofrenda que hizo Cristo hacia su Padre; sus ayunos, sus oraciones y las otras obras y así con la fuerza de tu ánimo de estas cosas, ofrécele también las tuyas. Si por otro lado quieres hacer al Padre celeste la ofrenda de las obras de Cristo por tus deudas, la harás de la siguiente manera: Echa una ojeada general en todos tus pecados, y algunas veces en cada uno de tus pecados y viendo claramente que no puedes solo expiar la ira de Dios a causa de tantos pecados tuyos, ni calmarás su justicia divina, entonces obligatoriamente recurrirás a la vida y pazos-padecimiento, pasión de su Hijo, pensando alguna obra suya (104), cuando ayunaba y oraba o derramaba su sangre. «He aquí Padre mío eterno, según Tu voluntad, yo alivio tu rica justicia por mis pecados y por las deudas de este sirviente: que disfrute, pues, tu divina Majestuosidad, perdónale y recíbele en la cuenta de tus elegidos». Entonces tú puedes ofrecer al mismo Padre esta misma ofrenda y estas mismas súplicas para ti mismo, llamándole a liberarte de toda deuda mediante la fuerza de aquellas. Y esto comenzarás hacerlo no sólo pasando de un misterio a otro de su vida y su pazos-padecimiento, sino también de una praxis a otra praxis de cada misterio suyo. Incluso para los otros puedes utilizar esta forma de oración y no sólo para ti.
104 Apunta que toda obra y todo tipo de pazos de nuestro Señor, por algunos maestros se llama misterio, porque cada uno de estos pazos contiene también algún significado misterioso. Por eso en el capítulo más abajo dice que pasemos de un misterio a otro de su vida y pazos. Al saber esto, pues, no dudes.

Capítulo B. 7 La piedad sensible, más la frialdad y sequedad de esta.
Hermanos mío, la piedad sensible, es decir, que te sientas a ti mismo interiormente de que estás con ánimo y ganas para las cosas divinas, y que tienes agapi, compunción y piedad, esto proviene unas veces de la naturaleza física (105), otras veces del diablo (106) y otras de la jaris divina (gracia, energía increada). De sus frutos puedes conocer de dónde proviene esta piedad. Porque si no acompaña el mejoramiento de tu vida, puedes sospechar que proviene posiblemente del diablo o de la naturaleza física; mucho más si esta piedad es acompañada del apetito, de la dulzura y de la dependencia o apego en algo o de alguna fantasía (idea) sobre ti mismo. Cuando pues, percibas que tu nus o corazón siente alguna dulzura de sabores espirituales, no te pares a pensar de qué parte vienen, no te sostengas en esto, ni dejes que tu nus salga de tu humilde conocimiento de ti mismo, sino que con más diligencia y odio de ti mismo, ocúpate a detener tu corazón libre de todo apego o dependencia, incluso espiritual. Y desear sólo a Dios y lo que a él le gusta.
105. Por ejemplo hay algunos devotos que fácilmente tienen compunción, como las mujeres, y los que por suerte por su naturaleza tienen temperamento blando.
106. Se dice que tienen compunción del diablo los que hacen estas cosas por vanagloria, por gustar a los demás, por embriaguez o por otros distintos pazos similares.
De la misma manera también la frialdad y la sequedad de la piedad proviene de las tres causas que hemos dicho anteriormente: 1) del diablo, para impedir al nus de las obras espirituales y dirigirle a las obras vanidosas y los placeres del mundo; 2) de nosotros, de nuestros deseos y de nuestras dependencias que tenemos en las cosas terrenales y de nuestra indiferencia; y 3) de la jaris, por los siguientes motivos: es decir, para que la jaris (gracia, energía increada) nos haga más diligentes y abandonemos todo apego y ocupación que no es de Dios, ni termina a Dios; o para que conozcamos en praxis que cada bien nuestro proviene sólo de Él; o para que en adelante honremos más a sus carismas y seamos más humildes y cuidadosos en guardarlos; o incluso para que nos unamos más fuerte con su divina majestuosidad, con el abandono total de nosotros mismos, incluso de estos júbilos espirituales, de modo que no separemos nuestro corazón en dos, teniéndolo apegado a estos, porque el Dios lo quiere todo para él; o también porque el mismo Dios se alegra cuando nos ve luchar con todas nuestras fuerzas utilizando también su propia jaris (energía increada).
Pues, cuando percibas y veas que estás enfriado y seco y no tienes la debida agapi (amor desinteresado), devoción y compunción que se debe para las cosas divinas, examínate a ti mismo y mira de qué defecto se te ha sido reducida semejante devoción, piedad y lucha contra este defeco, no para recibir otra vez el sentimiento de la jaris, sino para reducir de ti mismo aquello que no gusta a Dios. Pero si no encuentras el defecto y la causa, entonces tu piedad sensible que sea de verdad piedad; es decir, bien dispuesta para su sugestión a la voluntad de Dios. Por eso preocúpate en no abandonar por ninguna razón tus ejercicios espirituales, sino practicarlos con toda tu fuerza, aunque te parezcan que no dan fruto ni beneficio, bebiendo con tu voluntad el cáliz de la amargura; el cual cáliz te da el enfriamiento de la piedad, devoción y la privación de la dulzura espiritual de la amada voluntad de Dios.
Y no quieras seguir a Jesús sólo cuando va al Monte Tabor, sino también cuando va al monte Gólgota. Es decir, no quieras sólo sentir en tu interior la divina luz increada, las dulzuras y las alegrías espirituales, sino también las oscuridades, los dolores, los sufrimientos y los fármacos amargos que saborea la psique de las tentaciones de los demonios, interiores y exteriores. Y si alguna vez semejante frialdad y sequedad es acompañada de oscurantismos del nus, de manera que no sepas qué hacer ni dónde poner tu atención; (107) a pesar de esto, no te asustes ni tengas miedo, sino mantente firme a la cruz, lejos de todo vicio y placer mundano que te puede ofrecer el mundo o las creaciones. 107. Estudia el logos de Isaac el Siro y verás la alteración que recibe la psique y el oscurecimiento, la depresión y la duda sobre la fe, mas las blasfemias, y sabrás el cómo, el porqué y quiénes son los que padecen estas cosas y cómo se terapian, sanan.
También esconda este pazos tuyo de toda persona y manifiéstalo sólo a tu padre espiritual; pero no lo presentes a tu guía espiritual para que te liberes de la prueba sino para que te explique la manera que podrás soportar y sufrir de modo que guste a Dios. (108) Y san Isaac dice en el mismo logos que al hombre que padece de estas cosas, para que el mismo sea iluminado y fortalecido, le hace falta tener un hombre iluminado y que tenga experiencia en temas semejantes.
Incluso las oraciones y las divinas comuniones, tus otros ejercicios y luchas no las utilices para las dulzuras divinas y para bajar de la cruz y cortar tu voluntad; sino para que recibas fuerza y puedas levantar la cruz para mayor doxa-gloria del Crucificado, siendo realmente contento con lo que Él quiere. Y cuando alguna vez por confusión mental y del nus no puedes orar y estudiar cómo estás acostumbrado, estudia de la mejor manera que puedas, y aquello que puedas hacer con tu nus y mente intenta hacerlo con tu voluntad y con palabras, hablando contigo mismo y con el Dios, y tendrás resultados admirables y tu corazón recibirá fortaleza y ánimo.
Por tanto, en tiempo de oscurecimiento de tu nus y mente puedes decir: “¿Psique-alma mía, por qué te afliges, por qué te quejas? Espera en Dios, que he de alabar de nuevo al Salvador y Dios mío” (Sal 42,6). Y de nuevo: “¿Por qué Señor mío paras lejos de mí y estás ausente en los tiempos difíciles y en los sufrimientos? Señor y Dios mío no me abandones ni te alejes de mí” (Sal 9,2). Y acordándote la divina enseñanza que inspiró el Dios a las aflicciones de Sara la mujer amada de Tobit, utilízala tú también diciendo con voz fuerte: «Esto sucederá al que te venera: esta vida es para pruebas y será coronado el que se libere de toda tribulación, aflicción. Y si se tiene que destruir, esto no se puede hacer sin tu misericordia increada, porque tú no te alegras por nuestra destrucción, porque después de la tempestad viene la calma y la serenidad, y después de los llantos se esparce la alegría. Dios de Israel que sea bendito tu nombre por los siglos de los siglos. Amín.
Aún acuérdate de Cristo cuando se encontraba en el jardín y en la cruz para mayor prueba, parte sensible de él estaba abandonada de su Padre Celeste. Así tu también con este recuerdo, sufriendo la cruz, dirás con todo tu corazón: “Señor, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). Y operando así, tu paciencia y tu oración, elevarán las llamas del sacrificio de tu corazón y llegarán hasta el trono de Dios; y permanecerás realmente devoto, piadoso, porque la verdadera devoción es un deseo vivo de la voluntad y una agapi estable para seguir a Cristo con la cruz en sus hombros en cada camino que el mismo nos invita para sí mismo; y querer a Dios para el mismo Dios, es decir, porque así lo quiere Dios. Por eso si los hombres quisieran medir su progreso por esta devoción, piedad, no por lo que se ve con los sentidos, es decir, sólo sentir en sus corazones la dulzura espiritual de la jaris (energía increada), no caerían en engaño de sí mismos, ni del diablo y tampoco se afligirían sin beneficio. Sobre todo agradecerían a Dios por un bien tan grande que les concede y tendrían más cuidado de aquí en adelante en trabajar con mayor celo en la majestuosidad divina que gobierna el universo y muchas veces permite cosas semejantes para su propia gloria y nuestro beneficio.
Por eso algunos se engañan cuando por supuesto con temor y prudencia evitan los motivos de los pecados, pero cuando son molestados de loyismí (pensamientos simples o con fantasías, ideas, reflexiones) feos y horribles y algunas veces también con sueños terribles y repugnantes, se confunden, se acobardan y creen que han sido abandonados de Dios y así se alejaron totalmente de Dios. Y estos hombres así quedan muy marchitados, decepcionados, casi se desesperan y se deprimen, y abandonando toda buena práctica para las virtudes, regresan otra vez al Egipto de los pazos y no perciben ni entienden bien el favor que les hace Dios, dejándoles a ser molestados de estos espíritus de la tentación, para que ellos entiendan su humildad y se acerquen a Dios como enfermos y como hombres que tienen necesidad de ayuda. Por eso desgraciadamente se quejan de aquello que deberían agradecer por Su inmensurable bondad.
Cuando pues, suceden cosas similares, lo que tú tienes que hacer es lo siguiente: pensar bien y meditar tu tergiversada inclinación, la que el Dios quiere que conozcas, la que es por tu propio bien; conocer que estás preparado caer en cualquier mal grande y que sin la ayuda de Dios, habrías sufrido mayor destrucción y daño. Después tener esperanza y estar seguro que el Dios está pronto para ayudarte, porque te hace ver el peligro y quiere atraerte más cerca, estimulándote a rezar y correr de cerca junto con Él. Por eso debes rendirle humildes agradecimientos. Y estate seguro que semejantes loyismí blasfemos, malignos y repugnantes que te molestan y te tientan, se expulsan mejor con una esperanza perseverante, con un perfecto desprecio y con una repulsa diestra, no con una oposición hábil y una guerra objetiva. También lee y estudia atentamente la nota 23 del capítulo 13 de la primera parte. (A mí el traductor me parece correcto ponerlo otra vez, porque es muy importante, así el lector no tiene que correr al capítulo 13,).
23. Aquellos que han progresado en la práctica se han hecho fuertes del loyismós con liberarse de toda vanagloria falsa y absurda, han adquirido logos y razón correcto a través de la zeoría-contemplación de los logos verdaderos y espirituales, estos que se encuentran en la divina Escritura, como también en la creación; por tanto ellos pueden resistir, rechazar y combatir contra los pazos (emociones, pasiones y padecimientos) y los loyismí (pensamientos simples o con fantasía, ideas, reflexiones) con reacción irascible, es decir, unas veces con logos, lemas o versos de la divina Escritura contra los pazos y los loyismí que les atacan, puesto que con esta contradicción el Señor venció las tres tentaciones o ataques que le trajo el diablo, a) la tentación de la filidonía (hedonismo, sensualidad o voluptuosidad) , b) la filodoxía-vanagloria, vanida y c) la filaryiría-avaricia.
Y otras veces, contra al que trae la falsedad y el engaño de los sembrados loyismí y de los pazos que nos atacan, se liberan con el logos natural y correcto; por eso, para esto se dice que luchan directamente contra los enemigos, los vencen y son coronados. Pero los que son débiles en el loyismós, es mejor que combatan contra los loyismí y los pazos indirectamente; es decir, mientras sean atacados, inmediatamente correr en contacto consciente con Dios hasta que con la oración serenen los pazos y frenen las conversaciones con los loyismí, como enseña san Isaac el Sirio. (Aunque esto principalmente no se llama guerra sino huida de la guerra).
Pero estos enfermos, alguna vez cuando son atacados exageradamente de los pazos y los loyismí, o cuando conocen que en sí mismo tienen la fuerza, deben luchar también directamente contra los loyismí y los pazos, para que se vea también su propia valentía y la libertad de la voluntad contra este malvado, ya que esto también nos lo dice el mismo San Isaac el Sirio.
Sin embargo, cuando atacamos directamente los pazos y los loyismí, una ayuda invencible, como arma de guerra, es tener el nombre del Señor Jesús Cristo; es decir, «Κύριε Ἰησοῦ Χριστὲ Υἱὲ τοῦ Θεοῦ ἐλέησόν με Kirie-Señor Jesús Cristo Hijo de Dios, eleisón me, ayúdame, sáname, ten compasión o misericordia de mí…», sea con el corazón o con los labios, tal y como diremos más abajo en el capítulo 16º. Porque de esta manera también combatimos contra los enemigos y vencemos, y por eso no nos enorgullecemos porque adscribimos esta victoria al nombre vencedor del Señor.
Apunta también que el desprecio (al demonio) es el vehículo supremo y fuerte contra la guerra de los loyismí y los pazos. Es decir, que uno desprecie como ladridos de perros (sin dientes) los asaltos y ataques de los loyismí y los movimientos de los pazos y sobre todo aquellos que antes han llegado a guerrear contra ellos y expulsarlos; pero estos que con descaro le molestan, siendo serio y silencioso en sí mismo, ni si quiera girar a verlos ni escucharlos, cumpliendo aquel Salmo que dice: “Pero yo me hacía como sordo que no quiere oír y como el mudo que no abre la boca para hablar” (Sal 37,14); Pero que corra al camino de la virtud y del progreso, sin que sea impedido por los nimios sustos o espantos de los loyismí, y aquel que quiere pues, que utilice esta arma y será muy beneficiado.»
San Nicodemo el Aghiorita, autor de la Filocalía.
Traducido por: Jristos Jrisoulas www.logosortodoxo.com (Blog en español)


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