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Κυριακή 27 Μαρτίου 2016

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita SEGUNDA PARTE,Capítulos B. 14-19

ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita
SEGUNDA PARTE

Capítulo B. 14 La paz espiritual del corazón
Capítulo B. 15 El cuidado que debe tener la psique para que se pacifique.
Capítulo B. 16 Esta casa pacífica se edifica poco a poco.
Capítulo B. 17 La psique-alma debe evitar los honores y amar la humildad y la pobreza del Espíritu, con la que se adquiere la paz de la psique.
Capítulo B. 18 La psique-alma debe mantenerse en soledad e hisijía (paz y serenidad) espiritual, para que el Dios traiga su propia paz en el interior de ella.
Capítulo B. 19 El cuidado que debemos tener a la agapi-amor hacia el prójimo, para que no nos provoque molestias en esta paz espiritual.

Capítulo B. 14 La paz espiritual del corazón
Tu corazón amigo mío, fue creado de Dios sólo para este propósito, es decir, ser amado y habitado de Dios.
Por eso diariamente te clama que se lo des: “Hijo mío, dame tu corazón” (Prov 23,26). Pero como el Dios es la paz y es superior a todo nus (espíritu), el corazón que trata de recibirle debe estar en paz e imperturbable, como dijo David: “La paz ha dominado en su lugar, la paz existe en su residencia” (Sal 75,2). Por eso, antes que nada, debes reforzar y consolidar tu corazón en un estado pacífico, de modo que todas tus virtudes exteriores nazcan de esta paz y de las otras virtudes interiores, tal y como dijo aquel hisijasta Arsenio: “Ocúpate de forma que todo tu trabajo interior sea de acuerdo con la voluntad de Dios y vencerás los pazos exteriores”. Aunque todos los ejercicios con los que se ejercita el cuerpo son elogiables, cuando se hacen con discernimiento y a medida, según corresponda a la persona que los hace, sin embargo tú nunca lograrás alguna virtud verdadera mediante estos ejercicios anteriores, sólo obtendrás vanidad y vanagloria, aunque estos ejercicios no toman fuerza y vida y no son gobernados de las virtudes psíquicas e interiores.
La vida del hombre no es otra cosa más que una guerra y tentación continua, tal y como dijo Job: “¿No es un lugar de tentaciones y sufrimientos la vida del hombre en la tierra? (Job 7,1). Por tanto, a causa de esta guerra, tú debes estar siempre atento y vigilante, observando y cuidando mucho tu corazón, para que esté siempre en un estado pacífico y reposado. Y cuando se levanta alguna ola de perturbación en tu psique, permanecer siempre bien predispuesto a serenar y a pacificar tu corazón, no dejándolo que cambie de camino y sea destruido por aquella perturbación. Porque el corazón del hombre es similar con el peso del reloj y el volante del barco. Así como cuando un peso del reloj es descolgado de su sitio, inmediatamente se mueven también todas las ruedas, y cuando el barco no toma bien la curva, entonces todo el barco sale de su curso normal, lo mismo ocurre también con el corazón; cuando alguna vez es perturbado, inmediatamente se conmueven todos los órganos interiores y exteriores del cuerpo y el mismo nus (espíritu humano) sale de su movimiento correcto y de su logos o razón correcto. Por eso siempre debes estar pacificando tu corazón cuando sucede alguna confusión y molestia interior, sea durante el momento de la oración o en cualquier otro tiempo.
Y debes conocer lo siguiente: sabrás orar bien, cuando hayas conocido a trabajar bien y permanecer pacífico; el apóstol Pablo nos manda que oremos pacíficamente, sin ira ni meditaciones: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1Tim 2,8). Así piensa que cada trabajo tuyo debe hacerse con paz, dulzura y sin violencia. En resumen, toda la ascesis (ejercicio espiritual) de tu vida se debe hacer para que tengas paz en tu corazón y no te perturbes y a continuación con esta paz realizar todas tus obras con apacibilidad y serenidad, como se ha escrito: “Hijo mío, que realices con apacibilidad tus obras” (Prov 3,17), para que te hagas digno de la bienaventuranza de los apacibles, que dice: “Bienaventurados los que tratan con apacibilidad a los demás, porque estos heredarán el reinado de la Realeza increada o la tierra prometida o el paraíso” (Mt 5,5).

Capítulo B. 15 El cuidado que debe tener la psique para que se pacifique.
Por tanto, hermano mío, antes de cualquier otra cosa debes tener esta paz y contracción en tus cinco sentidos; es decir, en no ver ni mover tus manos, ni hablar ni caminar perturbado, sino con paz y con buenos movimientos. Porque cuando te acostumbres a mantener esta paz en tus movimientos exteriores, fácilmente y sin agotamiento lograrás pacificarte interiormente, porque según los santos Padres, el hombre interior se transforma por el exterior. Acostúmbrate amar a todos los hombres y estar en paz con todos, como te dice el apóstol Pablo: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Rom 12,18). O como dice san Máximo el Confesor: “si no puedes amar a tus enemigos, por lo menos esto sí que es fácil para ti hacerlo, no tener odio, ira, rencor y resentimientos contra nadie”. Vigila tu conciencia para que no te acuse por ninguna cosa, sino que esté reposada con el Dios, contigo mismo y con las cosas exteriores, como hemos dicho en el capítulo B. 8. Y sobre todo que no te acuse que has omitido algún mandamiento de Dios, porque el mantenimiento de la conciencia pura y clara genera la paz del corazón: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal 118, 164).
Acostúmbrate a soportar los insultos sin perturbarte. Es verdad, que sufrirás mucho hasta lograr esta paz, por falta de práctica y ejercicio espiritual. Pero una vez que tu psique adquiera esta paz, encontrará mucho alivio y consuelo en cada situación contraria que encuentre. Y día a día aprenderás mejor este ejercicio, ascesis para que te pacifiques espiritualmente.
Por otro lado, cuando alguna vez te veas a ti mismo muy afligido, disgustado y molestado, de modo que no puedas tener paz en tu interior, entonces corre inmediatamente con la oración en contacto consciente con Dios y persevera en ella imitando a nuestro Señor, el cual en el Jardín oró tres veces para darte ejemplo, de manera que en cada calamidad, pena y disgusto tuyo tengas como refugio la oración; y por muy afligido y amilanado que estés, no debes abandonarla, hasta que encuentres tu voluntad de acuerdo con la voluntad de Dios; y a continuación la encontrarás pacífica y piadosa y a la vez con mucho valor y coraje para que pueda recibir y abrazar aquello que antes temía y lo evitaba. Porque también el Señor mientras temía el pazos-pasión, sin embargo después de la oración recibió ánimo y dijo: “Levantaos, vámonos de aquí; he aquí se acerca aquel que me entregará” (Mt 26,46).

Capítulo B. 16 Esta casa pacífica se edifica poco a poco.
Preocúpate, como se ha dicho, a no perturbarse tu corazón nunca, ni mezclarse en alguna cuestión que le molesta, sino que siempre luches y mantengas el corazón pacífico y reposado. Y el Dios que te ve luchando y actuando así, edificará con su jaris (energía increada) en tu psique-alma una ciudad de paz. Y tu corazón será una casa de júbilo y alegría, tal y como se entiende en el salmo: “Jerusalén, la bien edificada, la ciudad bien unida entre sí” (Sal 121,2).
El Dios sólo esto quiere de ti: que cada vez que seas perturbado, inmediatamente cambies e intentes serenarte, tranquilizarte y pacificarte en todas tus obras, pensamientos y reflexiones (loyismí). Y como una ciudad no se edifica en un día, así pienses tú también, es decir, que en un día no puedes adquirir esta paz espiritual interior. Porque esto no significa otra cosa que edificar para el Dios de la paz una casa y una tienda sublime para convertirte su templo. Y sepas que el mismo Dios es el que edificará esta casa. Porque tu esfuerzo y cansancio de otra manera sería vano, como dice el salmo: “Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Sal 126,1). Además de esto, debes conocer que el cimiento básico de esta paz de corazón es la humildad (111) y evitar, a medida que puedas, perturbaciones, tormentos y escándalos. Porque en la Santa Escritura también vemos que el Dios no quiso construirle templo y casa a David, el cual tenía guerras y perturbaciones casi durante toda su vida, pero su hijo Salomón permaneció un rey pacífico, según su nombre, y no hizo ninguna guerra.
111. Y realmente la humildad, la paz y la apacibilidad del corazón son tan unidas de modo que donde se encuentra una está la otra; y el que es apacible del corazón éste es también humilde; y viceversa, el que es humilde de corazón es también apacible y pacífico. Por eso el Señor todas estas cosas las ha pronunciado unidas: “Aprended de mí que soy apacible, humilde y pacífico de corazón” (Mt 11,29).

Capítulo B. 17 La psique-alma debe evitar los honores y amar la humildad y la pobreza del Espíritu, con la que se adquiere la paz de la psique.
Por tanto, hermano mío, si amas la paz del corazón, lucha a introducirte en esta puerta de la humildad, porque no hay otra salida que ella. Pero para adquirir la humildad, debes luchar y esforzarte (especialmente al principio) en abrazar todas tus calamidades, penas y contrariedades como hermanas tuyas queridas, y evitar toda gloria y honor, deseando que seas menospreciado por todos y que no haya ninguno que te defienda y te consuela sino sólo tu Dios. Asegura y sostenga este pensamiento en tu corazón, es decir, que sólo tu Dios es tu bien, el único refugio y que todas las demás cosas son para ti un tipo de espinas que si las pones en tu corazón te perjudicarán con la muerte. Y si alguien te hace pasar vergüenza no te aflijas ni sufras, sino aguanta con alegría la vergüenza, estando seguro que entonces el Dios está contigo. Y no pidas otro honor, ni busques otra cosa sino sufrir sólo para la agapi de Dios y para aquello que produce mayor doxa-gloria.
Lucha en alegrarte cuando alguien te insulta, te controla o te subestima, porque bajo de este polvo y desprecio se encuentra un tesoro grande. Y si con tu voluntad le aceptas, entonces rápidamente te harás rico, sin que lo conozca aquel que te subestima y te provoca este carisma, es decir, aquel que te deshonra y desprecia. No busques nunca que alguien te ame en esta vida, ni que te honre y alabe, para que puedas estar dejándote a sufrir junto con el Crucificado Cristo y nadie te impida a esto. Que te vigiles y desconfíes de ti mismo como el mayor enemigo que tienes. No sigas tu voluntad, ni tu nus y mente, ni tu idea u opinión, si no quieres perderte. Por eso debes tener siempre las armas para que seas guardado y desconfiado de ti mismo. Y cuando tu voluntad quiere inclinarse en alguna cosa, aunque sea santa o divina, primero aíslala y luego desnúdala y colócala delante de Dios, rogando que se haga la voluntad de él y no la tuya. Y esto con deseos cordiales, sin ninguna mezcla de la egolatría, conociendo que no tienes nada que proviene de ti mismo, ni puedes hacer nada solo.
Vigílate y protégete de los loyismí que traen consigo forma de santidad y celo y no tienen discernimiento, por el cual dice el Dios: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15). Y sus frutos son inquietudes y molestias que dejan en la psique. Porque todo esto de cualquier color y forma que sea, te aleja de la humildad y de esta paz y serenidad interior. Estos son los pseudo-profetas, quienes siendo realmente vestidos con apariencia de cordero, es decir, con celo hipócrita, sin discernimiento para beneficiar al prójimo, son realmente lobos rapaces, que arrebatan tu humildad y aquella paz, tranquilidad y serenidad interior, que son tan imprescindibles para el que quiera tener progreso espiritual seguro. Y esta hipótesis o cuestión, cuanto más superficie y color de santidad tiene, tanto más debes examinarla, y esto, como se ha dicho, se debe hacer con mucha calma, serenidad y paz interior. Pero si alguna vez te falta algo de estas, no te trastornes y te desconcentres, sino humíllate delante de tu Dios reconociendo tu debilidad y en adelante conocer bien que puede ser que el Dios lo permite, posiblemente para humillar a tu egoísmo, alguna soberbia tuya u orgullo que se encuentra oculto en tu interior y no lo conoces.
Si por otro lado, alguna vez sientes que tu psique está pinchada por alguna espina fuerte y venenosa, es decir, de algún pazos y pensamiento o reflexión no te perturbes por eso, sino pon mayor atención para que no traspase en tus entrañas. Retorna en tu corazón y con agrado pon tu voluntad dentro al lugar de la hisijía paz, calma y serenidad, guardando limpia tu psique-alma delante de Dios, al cual siempre encontrarás en tus entrañas y en tu corazón para la rectitud de tu opinión, siendo seguro que cada cosa sucede para probarte y puedas entender tu propio interés, y para que seas digno de la corona de la justicia y virtud que te está preparada por la compasión de Dios.

Capítulo B. 18 La psique-alma debe mantenerse en soledad e hisijía (paz y serenidad) espiritual, para que el Dios traiga su propia paz en el interior de ella.
Como el Dios de los dioses y Señor de los señores hizo tu psique para residencia y templo suyo, debes honrarla de tal manera que no dejes que sea humillada y se incline en otra cosa; y sus deseos y esperanzas que sean siempre esperando la venida de Dios, el cual si no encuentra la psique-alma sola, no vendrá a visitarla. Él quiere la psique sin pensamientos loyismí, y si es posible totalmente sola, libre de sus deseos y su voluntad. Por eso tú sólo, sin el don del descernimiento, no debes ejercerte duramente, ni buscar motivos para padecer por la agapi-amor de Dios solo con la opinión de tu propia voluntad, sino con el consejo de tu Padre Espiritual que te gobierna como observador de Dios, de manera que mediante él el Dios te mande y opere en tu voluntad aquello que este quiere. Nunca hagas lo que quieras. Sino que haga el Dios aquello que quiere en ti. Tu voluntad que sea siempre libre de ti mismo, es decir, que tú no quieras nunca alguna cosa, y cuando quieras algo, que sea de tal manera que aunque no se haga aquello que quieres, especialmente si es contrario, no te aflijas, sino que tu espíritu permanezca tan tranquilo y sereno como si no hubieses querido nada.
Esta es la verdadera libertad del corazón y soledad, es decir, que no se vincule y se comprometa con el nus (espíritu humano) o con su voluntad en ninguna cosa. Por tanto, si entregas a Dios tu psique tan disuelta, libre y sola, verás milagros que él energizará y operará en ella, pero en particular y excepcionalmente la paz divina, que es aquel regalo que puede ser la causa de que quepen todos los demás carismas, como dijo el Megadidáscalos san Gregorio Palamás obispo de Salónica: ¡Oh admirable soledad y caja oculta del Altísimo! (112 “Logos sobre la monja Xenia”).
Dentro en esta caja (del nus o corazón) sólo él quiere que sea escuchado y no en otra parte y allí hablar en el corazón de tu psique. ¡Oh desierto e hisijía (paz y serenidad espiritual) que te has convertido en paraíso! Porque el Dios sólo en el corazón de la psique da permiso para que le vean o le hablen. “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Ex 3,3), decía Moisés cuando se encontraba al desierto espiritual y físico de Sinaí. Pero si tú quieres llegar a esto, entra dentro en esta tierra descalzo porque es santa. Desnuda primero tus pies, es decir, las disposiciones e intenciones de tu psique-alma permaneciendo desnuda y libre de toda cosa terrenal. No lleves saco, ni bastón en este camino, como pidió el Señor a sus discípulos (Lc 10,4), porque tú no debes querer ninguna cosa de este mundo, como los otros quieren y piden. Ni reverenciar a ninguna persona de este camino, como pidió Eliseo a su joven discípulo (Re 4,29) y decía el Señor a sus discípulos: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino” (Lc 10,4), teniendo todo pensamiento, disposición y agapi sólo a Dios y no a las creaciones; “Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22). Tú avanza sólo al país de los vivos, y la muerte no tenga lugar o nada que ver contigo.

Capítulo B. 19 El cuidado que debemos tener a la agapi-amor hacia el prójimo, para que no nos provoque molestias en esta paz espiritual.
El Señor nos dijo en el Evangelio que vendrá a poner el fuego de su agapi (amor, energía increada) en la tierra, es decir, al corazón y nos ha indicado cuánto quiere y desea encenderla: “Fuego vine a echar en la tierra; y no quiero nada más que esté encendido” (Lc 12,49). Por tanto, la agapi (amor, energía increada) de Dios no tiene límite, es increada como el mismo Dios que es amado es increado no tiene fin ni límite tampoco medida. Pero la agapi-amor al prójimo debe tener límite. Porque si no la utilizas con la debida medida, puede separarte de la agapi de Dios, producirte gran perjuicio y destrozarte totalmente a ti mismo para ganar a otros. En efecto, debes amar a tu prójimo, pero hasta el punto que no perjudicarás a tu psique. Por supuesto que estás obligado a dar el ejemplo bueno, pero no debes nunca hacer toda cosa sólo por esto. Porque de esta manera, no harías más que provocar perjuicio a ti mismo. Haz todas las cosas correctas y santas, sin aspirar otra cosa nada más que sólo gustar a Dios.
Humilla tu egoísmo o humíllate en todas tus obras, y entenderás qué poco puedes beneficiar a los otros con estas. Piensa que no tienes tanto calor y celo en tu psique-alma hasta el punto que por esto pierdes tu calma, serenidad y paz del corazón; (113) Como por ejemplo, hay algunos devotos que fácilmente se compungen, como las mujeres y los que por naturaleza tienen un temperamento blando; que seas muy sediento y desees fuertemente que todos conozcan la verdad, como tú la entiendes y percibes, y que se embriaguen del vino aquel que el Dios promete y regala gratis a cada uno: “Y compraréis sin dinero vino y aceite” (Is 55,1). Esta sed para la sanación y salvación del prójimo debes tenerla siempre. Pero debe provenir de la agapi que tienes hacia el Dios y no de tu celo sin discernimiento. El Dios es aquel que puede sembrar esta agapi en la soledad inteligible de tu psique-alma, y cuando quiera reunirá este fruto. Tú solo no siembres nada, sino ofrece a Dios la tierra de tu psique lúcida, pura y limpia de toda cosa, y él entonces de la manera que quiera sembrará la semilla en ella y así fructificará.
Acuérdate siempre que el Dios así quiere tu psique y que esté sola y libre de toda cadena, para unirla consigo mismo. Sólo déjale que te escoja y no le impidas con tu libre albedrío o independencia que tienes. Sentado siempre sin tener ningún loyismós pensamiento y reflexión sobre ti mismo, a excepción de aquel que debes gustar a Dios, esperando que te invite a trabajar. Porque el dueño ya ha salido de su casa buscando trabajadores para su viña, según la parábola del Evangelio. Expulsa lejos toda preocupación y todo loyismós pensamiento sobre ti mismo, desnúdate de toda ocupación de ti mismo y de todo amor a las cosas temporales, para que te vista solo el Dios y te regale aquello que no puedes ni imaginar. A la medida que puedas, olvídate de ti mismo y en tu psique-alma que viva sólo la agapi de Dios.
Incluso con todo cuidado debes calmar el celo y el fervor que tienes para los otros, para que el Dios te proteja con toda paz y serenidad. Medita y ocúpate que no sea privada tu psique de su propio capital (que es la paz del corazón) y ponerlo sin discernimiento al sitio de otros. Porque la única feria durante la cual debes comercializar para que te hagas rico, es la sugestión de tu psique a Dios, libre de toda cosa. Excepto que esto debes hacerlo sin atribuírtelo a ti mismo o tener la impresión que haces alguna cosa grande; porque es el Dios que lo hace todo y de ti mismo no quiere nada, sino que seas humilde ante él y ofrecerle tu psique-alma totalmente libre de las cosas terrenales, deseando que en tu interior se haga todo a la perfección y para todo sea la voluntad de Dios.
San Nicodemo el Aghiorita, autor de la Filocalía.
Traducido por: Jristos Jrisoulas www.logosortodoxo.com (Blog en español)

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