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Σάββατο 29 Αυγούστου 2015

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita PRIMERA PARTE,Capítulo 26,Capítulo 27

ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ

ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ

La guerra invisible, san Nicodemo el Aghiorita
PRIMERA PARTE
Capítulo 26: El soldado de Cristo debe evitar con toda su fuerza las perturbaciones y molestias, si quiere luchar bien contra sus enemigos.
Capítulo 27: Qué debemos hacer cuando estamos heridos.

Capítulo 26

El soldado de Cristo debe evitar con toda su fuerza las perturbaciones y molestias, si quiere luchar bien contra sus enemigos.
Así como cada cristiano, cuando pierde la paz de su corazón tiene una inevitable obligación hacer lo que sea y pueda para volver adquirirla y de nuevo debe conocer que ningún acontecimiento que ocurre en el mundo, si le sucede a él, no es correcto ni sensato que le prive y perturbe esta paz similar. Efectivamente, debemos entristecernos por nuestros pecados, pero con un dolor y sufrimiento pacífico de la manera que antes os he mostrado en muchos puntos; así, sin molestias al corazón y la disposición con la agapi (amor desinteresado) piadosa del corazón, compadecer cualquier otro pecador y llorar menos interiormente; es decir, que tengamos luto y pena por sus pecados.
Para las otras cosas que suceden y nos vienen que son duras, gordas y torturadoras, como son enfermedades, heridas, muertes de parientes, guerras, epidemias de hambre, incendios y otros males similares, aunque los hombres mundanos la mayoría de las veces las rechazan como molestias de la naturaleza, a pesar de esto, podemos con la jaris (gracia, energía increada) de Dios, no sólo sufrirlas y aguantarlas, sino también quererlas y amarlas como castigo justo a los injustos ilegales y como motivos de virtudes para los buenos. Porque este propósito tenemos como objetivo, además esto gusta también a nuestro Señor y Dios, pues, que los envíe; nosotros siguiendo Su voluntad pasaremos con corazón sereno, en paz y reposando de todos los tormentos, sufrimientos y dolores de la vida actual. Y estate seguro que cualquier molestia y perturbación de nuestro corazón, no gusta a los ojos divinos; porque cualquiera que sea esta, no está acompañada de la perfección y siempre proviene de alguna raíz mala de la filaftía (egolatría, excesivo amor de sí mismo y al cuerpo).
Por eso debes tener siempre despierta una parte de tu observación, que inmediatamente que vea algo que te pueda molestar y alborotar, te haga un guiño para que entiendas sobre qué se trata; y que tomes las armas gobernándote, pensando que todos aquellos males y muchos similares, aunque externas, parecen por el sentido como males y perjudiciales, pero en realidad no son males reales, ni pueden quitarnos los bienes espirituales y que todo lo manda y concede el Dios, para los propósitos buenos que antes hemos dicho; y también son para nuestro interés y beneficio y por otras cosas y razones que no son conocidas en nosotros, que sin duda son muy justas y divinas. Y si en cada acontecimiento triste que te suceda, tu corazón permanece así pacífico y reposado puedes tener mucho beneficio; pero si te perturbas, sepas que todo ejercicio que hagas no te proporciona ningún beneficio o muy poco.
Además te digo también esto, cuando el corazón es molestado, agitado y perturbado, está siempre bajo diversos golpes y guerras de los enemigos, y lo más importante, cuando estamos agitados no podemos ver bien y discernir el camino recto y la trayectoria segura de la virtud; nuestro enemigo, pues, el diablo, odia mucho esta paz interior, porque es un lugar donde habita el espíritu o la energía increada de Dios para operar grandes cosas, y muchas veces viene como amigo y prueba llevársela, utilizando varios deseos, los cuales nos parecen que son buenos; pero cuán falsos y engañosos son estos deseos, entre otras cosas de esto también lo puedes conocer; es decir, porque nos roban la paz y serenidad del corazón. 63) Por eso el Abad Isaac a menudo llama la confusión vehículo del diablo, sobre el cual él está sentado y se introduce en la pobre psique y la hunde. Y san Pedro el Damasceno dice: Ninguna maldad es tan fácil para el pecado como la confusión” (Filocalía).
Por eso, si quieres impedir este daño grande, cuando el observador, es decir, el nus con su atención te avisa que un nuevo deseo de algo bueno pide entrar en tu interior, no lo abras la entrada de tu corazón, si antes no te has liberado de cada voluntad tuya y la presentes a Dios, confesando tu ceguera y tu ignorancia, rogándole ardientemente que te ilumine con su luz increada para que veas si este deseo proviene del litigante enemigo; por eso, corre a tu quía espiritual y déjalo, a medida que puedas, en el juicio de aquel. Pero, aunque el deseo aquel es de Dios, antes de ejecutarlo, debes hacerte humilde y matar tu gran presteza, gana y ardor que tienes para esto; porque esta obra de la que precede tu propia humildad, gusta mucho más a Dios que en vez de hacerse con el deseo de la naturaleza; sobre todo, algunas veces gusta mucho más aquella humildad tuya que la misma obra. Y de esta manera, si primero tranquilizas también tus movimientos naturales, una vez hayas eliminado de ti mismo los deseos que no son buenos y no haciéndolos buenos, contendrás la paz y la seguridad en tu corazón.
Aún, en cada cosa que hagas para salvaguardar la paz en tu corazón debes controlarla y protegerla de algunos interiores remordimientos de conciencia, los cuales algunas veces son del diablo, a pesar de que parezcan que sean de Dios, por acusarte de algún error; de dónde vienen semejantes controles y remordimientos, los reconocerás por sus resultados. Porque, si te humillan y te hacen diligente en trabajar y no te quitan la confianza y la esperanza que tienes a Dios, debes aceptarlos como si fueran de Dios y agradecerle; pero si te confunden, te perturban y te hacen pusilánime, desconfiado, negligente y perezoso para el ejercicio espiritual y el bien, estate seguro que provienen del enemigo; y no les des importancia, sino sigue tu camino y tu ejercicio. Porque, además de todo que te dije, nacen en común en nuestro corazón hostigamientos, molestias y confusiones por incidentes de cosas opuestas que nos acompañan en este mundo.
Pero tú, para que seas protegido de todos estos golpes de la confusión, puedes hacer dos cosas; una es pensar en qué son opuestos estos incidentes, ¿en el espíritu o en la psique o en la egolatría, en el amor excesivo de nosotros mismos o de nuestros deseos? Porque, si son opuestos a tus deseos y tu filaftía (egolatría, que en general es tu primer enemigo), no debes llamarlos opuestos, sino que los tengas como beneficencias y ayuda del Supremo Dios, por lo tanto, acéptalas con corazón alegre y agradecimiento. Pero, si son opuestas al espíritu y la psique, tampoco por eso debes perder la paz de tu corazón, como aprenderás en próximo capítulo. La otra es elevar tu nus a Dios y con los ojos cerrados, sin querer conocer otra cosa, aceptar cualquier incidente de la mano caritativa de la divina providencia, como una cosa llena de distintos bienes. 64) Por eso es digno de contar aquello que decía san Juan el Crisóstomo por cualquier circunstancia que le sucedía, buena y mala, agradable o desagradable: “Doxa-gloria y alabanza a Dios por todo lo que me sucede”. En esto también le imitó san Gregorio Palamás.

Capítulo 27
Qué debemos hacer cuando estamos heridos.
Cuando te encuentras herido, porque has caído en algún pecado a causa de tu debilidad, o alguna vez con tu voluntad caes en mal tuyo, no te acobardes, ni te atormentes y perturbes por eso, pero una vez vuelvas inmediatamente a Dios, háblale así: “Señor mío, ves que he hecho estas cosas, así soy; ni tampoco era posible que esperaras alguna otra cosa que degeneración y caída de mi que soy tan débil y malicioso” Y aquí, despréciate ante tus ojos y súfrelo con dolor del corazón por el dolor que has causado a Dios y sin trastornarte mentalmente, ni deprimirte, ni indignarte, enfádate contra tus indecentes pazos, especialmente contra aquel pazos que fue la causa de tu caída; y después di otra vez: “Señor mío, no me detendría ni siquiera hasta aquí, y pecaría más y peor, si tú no me hubieras sujetado con tu gran bondad”.
Y agradécele y ámale más que nunca, admirando su gran caridad que a pesar de ser dolido por ti, otra vez te da su mano derecha y te ayuda para que no vuelvas al pecado; por último, por su gran compasión di con gran ánimo y valor: “Señor mío, haz lo que Tú eres, perdóname y no permitas que a partir de ahora viva separado, ni alejado de ti y que no te produzca más ningún daño y sufrimiento”.
Y haciendo así, no pienses si te ha perdonado, porque esto no es otra cosa que orgullo y molestia en el nus, pérdida de tiempo y engaño del diablo, muchas veces pintados con distintos buenos pretextos. Por eso, dejándote a ti mismo libremente en las manos caritativas de Dios, sigue con tu ejercicio como si no hubieses caído. Y si sucede que a causa de tu debilidad pecas muchas veces al día (65) y quedas herido, haz esto que te he dicho no con menos esperanza a Dios. Y acusándote más a ti mismo y odiando más el pecado, lucha para vivir con más protección y vigilancia. 65) En los capítulos 26 y 27 de la segunda parte de este libro, nos enseña más claramente que los pecados que dice el capítulo presente, no quiere decir que son los pecados capitales y mortales, sino los no mortales y perdonables; y los que pecan en estos no quiere decir que son aquellos que viven simplemente e indiferentes y cometen cada momento errores mortales (espiritualmente); sino para los que están irritados, molestados y lloran con dolor del corazón y siempre examinan sus conciencias reflexionando, y se confiesan y también tienen su análoga tristeza, pero no la exagerada para no caer en la depresión y la desesperación extrema, sino los que hacen vida espiritual, siendo luchadores de la virtud.
Este ejercicio no le gusta al diablo, porque ve que gusta mucho a Dios y el enemigo se avergüenza viendo que ha sido vencido de aquel que antes él había vencido. Por eso, el diablo utiliza métodos engañosos y astutos para impedirnos que no lo hagamos. Y muchas veces consigue su propósito a causa de nuestra negligencia y el poco cuidado que tenemos de nosotros mismos. Por eso tú cuanto más dificultad encuentras del enemigo, tanto más debes luchar en hacer el ejercicio muchas veces, aunque alguna vez hayas caído. Sobre todo esto debes hacerlo una vez hayas pecado y sientes que estás molestado y perturbado y te viene depresión, perturbación y desesperación, para poder así de esta manera lograr la paz y la serenidad en tu corazón junto con el valor y el coraje, y una vez armado con estas armas girar hacia el Dios.
Porque, semejante molestia, perturbación y alboroto que tiene uno por el pecado, no es porque con lo que ha hecho ha producido daño y sufrimiento a Dios, sino que se hace por el miedo de su propia condenación; y esto significa que esta condena proviene de la filaftía (egolatría, excesivo amor de sí mismo y al cuerpo), como hemos dicho muchas veces.
El método para conseguir esta paz, pues, es el siguiente; olvidar totalmente tu caída y tu pecado (66) y entregarte en el pensamiento de la gran e inefable bondad de Dios; y que él está dispuesto y desea perdonar cada pecado, por muy gordo y pesado que sea, llamando e invitando al pecador con distintas maneras y mediante varios caminos para que vuelva en sí mismo y se una junto a él en esta vida a través de Su jaris (gracia, energía increada); y en la otra vida santificarle y con su doxa (gloria, luz increada) haciéndole eternamente bienaventurado y feliz. Y una vez hayas serenado tu nus y corazón con estos pensamientos y reflexiones similares, entonces regresa en tu caída, haciendo como te he dicho anteriormente; después cuando venga el momento de la confesión, la que te aconsejo que la hagas muy a menudo, acuérdate de todos tus pecados y con nuevo dolor y aflicción por el dolor y aflicción que has causado a Dios, y con disposición de no afligirle más, manifiesta y confiesa todos tus pecados en tu Guía Espiritual y haz con buena voluntad y coraje el canon que él te determine. 66) En esto conviene la historia que leemos en el libro Gerontikón; allí se ve que un monje fue captado por la lujuria y cayó. Pero como los loyismí de depresión y desesperación de su interior le molestaban de que había perdido su psique y ya no hay sanación y salvación para él; éste como era prudente y experimentado contra la guerra invisible del enemigo, decía a sus loyismí: “no he pecado, no he pecado”, hasta que entró y se encerró en su kelia (celda) y mientras serenó su corazón, entonces mostró la adecuada metania; de hecho se apocaliptó-reveló en otro Yérontas con el don de perspicacia y previsión de que aquel monje había caído, sí, pero se levantó y venció.

San Nicodemo el Aghiorita

Traducido por: χΧ jJ www.logosortodoxo.com (en español)


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