ΓΕΡΟΝΤΑΣ
ΑΘΑΝΑΣΙΟΣ ΜΥΤΙΛΗΝΑΙΟΣ (1927-2006)
YÉRONTAS ATANASIO
MITILINEOS (1927-2006)
7ª Bienaventuranza de
la Montaña: la paz
Bienaventurados
y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios; (Dichosos los que
a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten
también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque
ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de
Dios)
Queridos míos, en un museo hay un
cuadro, una pintura de oleo que representa una tormenta del mar. Olas
salvajes, nubes negras y fuertes esplendores marcan al cielo. Restos
de un naufragio flotan en las espumas del mar, y de vez en cuando
aparece una mano saliendo del mar pidiendo desesperadamente ayuda.
Fuera de la superficie del mar está proyectada una roca que rompen
las olas. En una oquedad de la roca existe un poco de verde, y está
sentada una paloma salvaje, serena e imperturbable por la tempestad.
Esta imagen manifiesta la paz que reina
en la psique del Cristiano, que en las tempestades de la vida
permanece sereno, imperturbable y pacífico, porque su paz es de
Dios.
Por eso la séptima bienaventuranza
dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios”. Realmente el bien más precioso es la
paz que sólo el Cristiano puede adquirir, como veremos a
continuación en nuestro tema. El mundo esencialmente no tiene paz,
tiene la desesperada preocupación, el estrés, la ansiedad y la
angustia.
La bienaventuranza de los pacíficos y
los pacificadores es fruto de los que tienen el corazón puro,
limpio, sereno y claro; es decir, esta bienaventuranza es
consecuencia de la anterior, que ya hemos analizado, y dice:
“Bienaventurados los puros, limpios y claros del corazón,
porque ellos contemplarán a Dios”. Por eso el apóstol Pablo
apunta: “Seguid la paz con todos, y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12,14).
Aquí vemos que el
apóstol Pablo nos presenta dos elementos, la paz y la santificación,
como condición para que uno vea el rostro, persona de Dios. Porque
el rostro de Dios es el extremo realizable, es decir, el extremo
anhelo humano. ¿Qué otra cosa quería ver y hacerme? Todos estos
deseos son inferiores de este extremo, ¡ver el rostro de Dios! Esta
contemplación, visión del rostro de Dios me da toda la
bienaventuranza y felicidad.
Para que lo
entendáis esto os diré un ejemplo con el sol. Cuando el sol nos
manda un haz de rayos de luz, este haz es portador de muchas cosas,
es portador de calor y de luz, de alteraciones químicas y mecánicas…
Así pues la contemplación del rostro de Dios es portadora de
bienaventuranza y felicidad, es lo que hace realmente al hombre
feliz. Y esta bienaventuranza y felicidad no se puede entender aquí
en la tierra sino sólo parcialmente.
¿Pero cómo va a
tener el corazón paz si no tiene la santificación? Antes debemos
hacer la catarsis de nosotros mismos, de todos los pecados psíquicos
y carnales. Pecados carnales son la inmoralidad, de parte corporal.
Es decir, si dejamos el sí mismo a moverse en la inmoralidad, no
esperemos tener paz en nuestra psique y no esperemos ver el rostro de
Dios, es imposible.
El Apóstol Pablo
dice que sin la santificación nadie puede tener paz ni visión de
Dios. Nada. Como sois jóvenes os ruego que tengan atención a esto,
principalmente a los pecados carnales, puesto que existe siempre esta
tendencia hacia el mal, por supuesto a causa de nuestra naturaleza
caída. Insisto en esto porque insiste el logos de Dios, y la
experiencia esto nos dice.
Pero también los
pecados psíquicos como la soberbia u orgullo jefe de todos, envidia,
odio… todos estos pecados psíquicos impiden la paz en la psique
del hombre.
¿Pero qué es
exactamente la paz?
Paz es una relación
bondadosa de dos personas o grupos de hombres, y allí se busca el
mantenimiento y estabilidad de la serenidad, la tranquilidad y el
acuerdo. Es decir, todos tener el mismo espíritu, y esto siempre con
la dimensión de la agapi cristiana. Porque también los ladrones
tienen algún acuerdo entre ellos, pero no tienen el espíritu de
Dios y por supuesto no tienen agapi. Ellos se ponen de acuerdo para
el mal; pero el acuerdo de los pacificadores está en el espíritu de
la agapi, en el espíritu de Cristo.
Pacificadores se
llaman los que restablecen la paz entre dos grupos o personas
enfrentadas. El que trae la paz, el que reconcilia, este se llama
pacificador. Pero para que uno sea pacificador, por supuesto el mismo
debe tener paz, que sea hijo de la paz y esto es muy grande. Esta
expresión “hijo de la paz”
tiene un gran significado (Lc 10,3 Mt 10,16).
El Señor dijo una
vez a Sus discípulos: “En cualquier
casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si
hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y
si no, se volverá a vosotros” (Lc 10, 5-66).
Veis pues que significa hijo de la paz.
La paz se manifiesta
en tres partes. Una es cuando existe paz entre el hombre y el Dios.
Después es la paz entre las propias fuerzas del hombre, como veremos
más abajo. Y finalmente es la paz del hombre con su semejante.
Vamos a ver primero
la paz del hombre con el Dios.
Por supuesto que el
Dios siempre quiere que el hombre tenga paz, pero el hombre no
siempre lo quiere esto. Esta paz del hombre con el Dios es
realización y aplicación del himno angélico del Génesis, “y
la paz en la tierra” (Gen 2,14).
Esto está muy
malentendido. Muchos creen que esta “la
paz en la tierra” es la que cesaría
las guerras sobre la tierra. Pero no es esto, sino la paz del hombre
con el Dios, porque una vez el hombre en la persona de Adán y Eva,
pidió ser autónomo, desertando de Dios. Sin embargo, el mayor
pecado es esta autonomía del hombre de Dios; es decir, que digamos:
¡Dios no te necesito. Para qué. ¿Para qué me sanes?… No. ¡Tengo
la ciencia médica! ¿Para qué me des de comer? No. ¡Tengo mi
salud, basta que esté lleno mi bolsillo y produzcan mis tierras!
Lo insensato que
llega a ser el hombre que piensa así, no hacen falta comentarios. El
hombre en su arrogancia se convierte insensato, necio y ve las cosas
así. Lo de “paz en la tierra”, pues, es la realización del
himno angélico, es decir, que venga la reconciliación del hombre
con el Dios. Si cada persona se reconciliara con el Dios,
automáticamente tendríamos también la paz sobre la tierra. No
habría guerras, no tendríamos discordia, ni todas estas cosas…
Así que no nos
creamos que lo de “paz en la tierra”
fue malogrado, porque hace ya dos mil años continúan las guerras
sobre la tierra. Exactamente porque existe esta mala interpretación
–totalmente mal interpretada, fuera del espíritu de Dios- por eso
los hombres, los negativos, aquellos que insisten en su autonomía
llegan a decir que el Cristianismo ha quebrado y que no nos ha dado
lo que esperábamos, y por eso nos vamos del asterismo del Piscis al
asterismo del Acuario y construimos la Nueva Era (New Age). La Nueva
Era es esta: “Cristo Jesús, en dos mil años no has conseguido
nada. Ahora nos vamos al otro Cristo, -Cristo significa Mesías- al
otro Mesías, es decir, al Anticristo. ¡Es terrible! El corazón del
tema del Anticristo y de su aceptación está en esto que os digo
ahora: “No nos has dado y nos vamos allí”. Lo dijo el mismo
Cristo: “si otro viniere en su propio
nombre, a ése recibiréis” (Jn 5,43).
Y como los hebreos estaban torcidamente posicionados, creían que el
Cristo vendría a imponer paz sobre la tierra, pero en el sentido que
aquellos querían, es decir, la política, la nacional, la económica…
y no en el sentido de reconciliación del hombre con el Dios, es
decir, dejando de existir el pecado sobre la tierra.
Esto lo repito, es
el corazón, el núcleo de la presencia del Anticristo y su
aceptación. ¡Esto es toda la historia, esto es todo!
Pero aquella paz que
fue adorada y cantada por los santos ángeles era la paz por
excelencia.
Cuando el Dios creó
al hombre, no le ha dejado solo, aunque se suponga que estaba en el
Paraíso. El Dios buscaba siempre tener comunión, conexión con el
hombre y tener relaciones amistosas con él; lo subrayo: amistosas,
y esto por supuesto permanecería si los primeros en ser creados,
Adán y Eva, tuvieran paz y santidad del corazón.
Desgraciadamente
esta santidad se perdió rápidamente, porque quisieron, como os dije
antes, autonomizarse. Así simultáneamente se fue también la paz.
Acordaos cuando el
Cristo apareció por una vez más dentro al Paraíso… diciendo
aquello: “Adán, dónde estás” (Gen
3,9). ¡Tal y como el visitante toca la
puerta de la casa y no tiene contestación, porque el dueño se va
corriendo a esconderse al sótano de la casa! Así se justifica
también el diálogo entre Dios y el hombre. “Adán,
¿dónde estás? ¿Por qué te has escondido? –Estoy desnudo por
eso tengo vergüenza” contesta Adán.
“¿Quién te ha dicho que estás
desnudo? ¿Quién ha venido y te ha susurrado en la oreja de que
estás desnudo?” ¿Veis? qué
relación amistosa.
Ahora
el Dios Logos visita otra vez al hombre; se hace hombre y viene más
cerca para decir: “Pero
vosotros (por los que yo me sacrifico) sois mis amigos
y seréis siempre mis amigos si hacéis lo que yo os mando (Jn
15,14). Y esta amistad perdida se reencuentra con la
santificación.
Insisto en el tema de la
santificación, porque el Señor ha dicho: “Todo esto que os he
dicho, os pido que lo apliquéis”. Esto es la santificación que
trae la apocatástasis (restablecimiento) de la amistad. Por eso, el
Profeta Isaías que recibe y acepta al Señor, dice: “Señor
danos la paz, porque todo esto que tenemos Tú nos lo has dado” (Is
26,12).
Los sacrificios de la
antigüedad, que se llamaban hecatombes, porque se ofrecían cien
bueyes, -los sacrificaban encima de una madera que estaba puesta
encima de un riachuelo, por debajo estaba aquel que quería expiarse
ante el Dios, recibía la sangre de los animales sacrificados- pero
también los cultos de los pueblos de la tierra no manifiestan otra
cosa que la búsqueda y el restablecimiento de esta paz entre el
hombre y el Dios, que se había cortado.
No se ha encontrado
ningún otro anhelo en la psique humana que sea tan profundo como el
anhelo de la paz.
Y la perspectiva de los
pacificadores es reconciliar a los hombres con el Dios,
conduciéndoles otra vez cerca de Él. ¿Hombre por qué te has
largado de Dios? Vuelve atrás, no peques. Esto por supuesto no lo
puede hacer el pacificador, si el mismo no tiene la paz.
En la parábola del hijo
pródigo uno ve como se proyecta este regreso y restablecimiento. Con
la metania del pródigo retorna la paz (Lc 15,11-35).
Esto lo encontramos hoy
al Misterio de la Metania y Confesión, que es el misterio por
excelencia de la reconciliación con el Dios. Yo personalmente como
clérigo que soy y ejerzo el misterio de la Confesión, tengo la
profunda conciencia que cuando los hombres vienen a confesarse, yo me
convierto en pacificador, reconciliador entre el Dios y los hombres
que han pecado. Cuando uno se arrepiente y se confiesa, se reconcilia
con el Dios. El Pnevmatikós (guía confesor y espiritual) pues, es
el reconciliador y pacificador. Es muy importante esto y os dije que
tengo gran conocimiento sobre el tema.
Ahora vamos a ver la paz
con nosotros mismos.
El hombre después de su
caída, en la persona de Adán no está simplemente dividido, sino
hecho pedazos. Especialmente el hombre contemporáneo es una
personalidad hecha pedazos, y aquí está la tragedia del hombre
actual.
Así que tenemos
conflictos terribles, es decir, conflictos de comprensión o
entendimiento, emoción y voluntad. Estas son las tres fuerzas de la
psique que se chocan entre sí. Pero la psique choca también con el
cuerpo.
Tenemos aún el choque de
nuestros deseos personales y la ley de Dios. La ley de Dios dice
esto, pero yo hago algo distinto.
Aún en nuestro interior
existen anhelos insatisfechos. Quisiéramos conseguir esto o aquello
y no lo conseguimos, pero a pesar de esto los anhelos persisten como
sea quieren ser realizados. ¡El resultado quizá sea que nos
encontremos en una clínica neurológica!
Por eso hoy tenemos
muchos hombres que tienen trastornos psicológicos, conflictos y
problemas como nos acostumbramos a decir, principalmente en la
juventud. No hay paz entre las tres fuerzas de la psique, la
comprensión, la emoción y la voluntad y entre la psique y el
cuerpo.
Pacificador aquí puede
ser otra vez el mismo guía confesor, pero básicamente os diría que
somos nosotros mismos. El hombre debe de entender porqué choca con
esto o con lo otro dentro de sí mismo, señalar estos conflictos y
acercarse al Señor para restablecer la paz entre estas fuerzas
divididas, es decir, estas cosas contrarias de su psique que ahora
están en conflicto. Sí, y estas cosas como os he dicho son deseos,
anhelos de placeres insatisfechos.
Tenemos que decirnos a
nosotros mismos: “Vamos a ver, ¿no estás contento que tienes sólo
esto? ¿Quieres también aquello o lo otro? Y si no lo consigues no
se va a perder el mundo. Elena Keler decía: ¿Por qué tengo que
persistir tocando una puerta que está cerrada, cuando al lado de
esta hay otra abierta? ¿Por qué queremos como sea conseguir
algo y si esto no es posible, puede ser que lleguemos hasta el
suicidio? ¿Por qué?
Zigavinós nos dice:
Tienes que pacificar la voluntad de tu cuerpo con la voluntad de tu
psique, y así someterás lo peor y menor al mejor y mayor, el cuerpo
a la psique, y toda tu existencia a Dios. Si lo haces esto entonces
seguro que tendrás paz.
Corazón
que “está afanado y turbado con
muchas cosas” como dijo el Señor a
Marta (Lc 10,41),
tiene la paz perdida. Al corazón que no cree en la providencia de
Dios no puede asentarse la paz. Corazón que se autoengaña a sí
mismo separándose de la gracia y la voluntad de Dios para entregarse
a su propia voluntad es un corazón que ha perdido la paz. Corazón
que se ha perdido a sí mismo, entonces está perdido totalmente.
Dice el libro de los Proverbios: “Hay de aquellos que han perdido
sus corazones”.
Finalmente
tenemos también la paz con los demás hombres. La raíz de todo
conflicto, división y enemistades es el egoísmo y la filaftía
(egolatría). La filaftía que es la satisfacción del yo, toma
muchas formas; y a veces se presenta como reivindicación de los
intereses, otras como honor, estima y reputación, y otras como
búsqueda de placer (hedonismo). ¿Sabéis cuántos llegan aún hasta
matar, porque no se satisfacen sus placeres? Así el hombre apenas
sea privado algo de estas cosas, enseguida se enemista, discute,
riñe, odia y codicia.
Qué
dimensiones puede tomar una situación así, si alguien no
interviene, no hace falta que lo diga. El hombre que ayudará
aquellos que están en división es el pacificador.
Pero
para que uno sea pacificador tiene que aspirar a su eterno prototipo
(modelo), a Cristo. De allí absorberá paz, porque el Cristo “es
nuestra paz” (Ef 2,14), como dice el
apóstol Pablo a los Efesios.
Y el Señor dijo:
“Me voy y os dejo la paz, os doy mi profunda y verdadera
paz; no como este mundo la da que es hipócrita, engañosa e
inestable. No estéis angustiados, ni tengáis temores interiores,
tampoco estéis acobardados en vuestros corazones por miedos y
amenazas exteriores” (Jn 14,27).
¿Y cuál es la recompensa de los
pacíficos y pacificadores? “Ellos serán proclamados hijos de
Dios” (Mt 6,9), aquí en la tierra y también en el Cielo. Esto
será el gran premio de los pacificadores: ¡la adopción, el hacerse
hijos de Dios! E hijo de Dios significa también hermano de Cristo,
heredero de Cristo y de Dios, “coheredero de Cristo” (Rom
8,17) como dice san Pablo.
Amigos míos, ¡es un gran premio
honorífico que uno sea pacificador, no en temas de la paz del mundo,
sino en temas de la paz de Dios! Por eso de cualquier manera debemos
encontrar la paz y ejercerla como pacificadores. Que seamos siempre
como el Dios nos quiere, y entonces estamos expresados por la
bienaventuranza: Bienaventurados y felices los
que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios;
(Dichosos los que a su interior
por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los
demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán
reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios)
(Mt 5,9). Amín.
Domingo 21 Enero 1996
Yérontas Atanasio Mitilineos
San Juan de Cronstandt: 7ª
Bienaventuranza
El Señor ahora bendice y beatifica a
los pacificadores y nos recuerda que esto debe ser nuestro propósito,
tener con todos “paz… y nuestra santificación”. Porque
sin estos, como dice el apóstol Pablo: “nadie verá a Dios”
(Heb 12,14). Aquel que no es pacífico en su interior y con los
demás, no será digno de ver a Dios. “Porque
él es nuestra paz, que de ambos hizo uno, derribando la pared
intermedia de separación” (Ef 2,14).
Nuestra paz es Aquel que ha venido en la tierra para devolver esta
paz “y nos dio el logos de la
reconciliación” (2Cor 5,19).
Aquellos, pues, que quieren adquirir bienaventuranza y felicidad
eterna, deben convertirse y hacerse pacificadores.
¿Cómo podremos
aplicar este mandamiento?
Primero, hermanos
míos, debemos dejar de ser dominados por nuestros pazos. Al
contrario, cuando aparecen y nos atacan, debemos rechazarlos
inmediatamente y mantener en nuestro interior la paz, como dice el
apóstol. “Tened paz entre vosotros”
(1ª Tes 5,13), “Por lo demás, hermanos, tened gozo,
perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y
el Dios de paz y de amor estará con vosotros (2ªCor 13,11).
¿De dónde vienen
los conflictos, las discusiones y las peleas? Por el hecho de que no
hemos restringido de nuestros corazones las causas de los pazos,
cuando apenas aparecen en el primer estadio. No hemos aprendido a
pacificarnos con nosotros mismos en las profundidades de nuestra
psique. Por eso todos tenemos necesidad de adquirir espíritu
pacífico para llegan a este tipo de situación, de modo que nuestro
espíritu no sea exasperado por nada. Debemos hacernos muertos o como
sordos y ciegos cuando afrontamos aflicciones, ataques, ofensas y
privaciones, que por supuesto son inevitables para aquellos que han
escogido caminar al camino correcto de Cristo. Los hombres que
quieren adquirir un estado espiritual de este tipo son realmente
bienaventurados y benditos, porque han logrado la jaris (gracia,
energía increada) de Dios y han llegado a la fuente de la paz y la
alegría en Espíritu Santo y no se enfadan de ninguna manera. San
Teofílacto de Bulgaria escribe: “La paz es la madre de la jaris de
Dios. La psique exasperada debe alejarse de las discusiones con los
otros y también pacificarse consigo mismo si quiere ganar la jaris
de Dios.
Muchos de nosotros
conocemos esta verdad por nuestra experiencia personal. Por eso,
hermanos míos, busquemos con toda nuestra fuerza tener el estado
espiritual pacífico. Cuando hayamos adquirido la paz de los pazos
también lograremos la jaris de Dios que nos hará felices,
bienaventurados e hijos de Dios. Bienaventurados y felices aquellos
que están en paz consigo mismos y con los demás, porque a ellos el
Dios los llamará hijos Suyos.
Segundo, tal y como
nos hemos hecho pacíficos con nosotros mismos, debemos también
hacerlo con los demás. Debemos estar amistosos hacia todos y no ser
causa de conflictos sino evitarlos de cualquier manera posible. Y si
alguna vez surge algún desacuerdo por cualquier razón, debemos
arreglarlo como sea aunque esto requiera sacrificar algo de nosotros.
Basta que este comportamiento no sea contrario a nuestras
obligaciones… Aquel que ha llegado a conocer el valor y la
importancia que tiene la paz en nuestra vida –en la iglesia, en la
sociedad y en la familia- y entiende el gran perjuicio que puede
provocarnos el desacuerdo y el conflicto, intentará estar de acuerdo
con todos y estará propulsando la paz y la serenidad entre los
hombres. “…porque a paz nos llamó
el Dios” (1Cor 7,15).
Los clérigos de la
Iglesia tienen una obligación especial en ser pacíficos. Diríamos
que han sido llamados especialmente para este servicio, es decir,
reconciliar a los hombres entre sí y con el Dios… Los sacerdotes
deben dar a entender a los hombres que todos somos hijos del Padre
celeste, somos redimidos por la sangre del Señor Jesús Cristo y
hemos sido llamados a heredar Su realeza celeste e increada. Por eso
debemos vivir con recíproca agapi y concordia, ser fieles a la
Iglesia de Dios que nos ha renacido en la misma pila bautismal y nos
alimenta del mismo santo cáliz. “Ved
qué hermosura y felicidad el que los hermanos vivan siempre unidos…
Allí manda el Señor la bendición, la vida para siempre” (Sal
132,1-3).
La paz y la
concordia son realmente grandes bendiciones. Nos acercan a Dios,
atraen Su jaris (gracia, energía increada) y nos proporcionan la
agapi (amor desinteresado) y la estima de los hombres. Sin paz y
concordia el hombre no puede tener paz y concordia ni consigo mismo.
La discusión, el desacuerdo y la discordia con nuestro prójimo
ahogan en nuestro interior los buenos y amables sentimientos. Poco a
poco nos enfrían y desencantan y nos hacen insensibles, crueles,
malos, salvajes y agresivos. Nos hacen inhumanos, infieles y nos
privan de la serenidad interior, la alegría y de cada bien.
San Gregorio de
Nicea alaba la paz y la concordia entre los hombres. ¿Existe algo
más agradable para los hombres que la vida pacífica? Lo que
consideras agradable y alegre en esta vida es lo que está acompañado
de la paz… El Señor y Donador de todo bien, literalmente destruye
y elimina todo aquello que no es natural, normal y ajeno hacia bien.
Y a ti también te pide que hagas lo mismo. Debes hacer desaparecer
el odio, abandonar la enemistad y la venganza, olvidar las
discusiones, expulsar la hipocresía, desarraigar el resentimiento de
tu corazón y en lugar de estos poner las correspondientes virtudes,
agapi, alegría, paz, bondad, tolerancia y toda la serie divina de
los buenos sentimientos y emociones. ¿No es bienaventurado, feliz y
bendito el hombre que con sus dones imita a Dios, de quien las buenas
praxis se asimilan a los grandes dones de Dios? (San Gregorio de
Nicea: Homilía sobre las Bienaventuranzas de Cristo).
Pero hay casos que
la separación es más preferible que la paz. Entonces cuando el
hombre tiene necesidad de evitar la misma paz. Esto ocurre cuando
tenemos que hacer con la paz de hombres ilegales, por los que David
dice: “Por poco resbalaron mis pasos.
Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los
impíos y malvados” (Sal 72,3). No es
verdadera la paz cuando uno sigue las cosas que quieren los malos
hombres, que se enriquecen utilizando cualquier método ilegal, que
buscan alabanzas, insignias etc. San Gregorio de Nicea dice: “No
crean que digo que uno debe estimar cualquier tipo de paz. Existe
discordia grandiosa como también peligrosa paz. El hombre debe amar
la paz buena que tiene fin bueno y bondadoso y une al hombre con el
Dios… Pero cuando tenemos ante nosotros alguna impiedad evidente,
entonces uno tiene que darse prisa en tomar la espada y el fuego en
vez de participar en una praxis mala y tener contacto con los
contaminados” (Homilía sobre la paz). Por otro lado san Juan el
Crisóstomo dice que: “la paz está implantada, cuando la parte
contaminada se ha eliminado y cuando lo perjudicial es apartado de lo
bueno. Sólo así puede unirse el cielo con la tierra. Porque también
el médico salva algunos miembros del cuerpo cuando quita otros
miembros incurables. Y el general del ejército implanta otra vez la
paz, cuando haya introducido la discordia entre hombres malignos y
cómplices. Lo mismo ocurrió en Babel. La mala paz fue disuelta por
la buena discordia y después implantó firmemente la buena paz.
Tener la misma opinión no siempre es bueno. También los malhechores
y asesinos están de acuerdo entre ellos” (Homilía 25, al
Evangelio de Mateo).
Bienaventurados los
pacíficos y pacificadores. Los primeros entre ellos son aquellos que
se pacifican consigo mismos, contra sus pazos e intentan mantener de
cualquier manera una paz buena con sus vecinos. Segundos son aquellos
que intentan y utilizan siempre de cualquier manera reconciliar a los
que están en conflicto, separados y discuten. Estos serán llamados
hijos de Dios. Estos el Dios los llamará hijos Suyos. Es decir,
serán honrados ante los ángeles y los hombres con el honor más
alto. No hay mayor honor para un mortal que sea llamado hijo del Dios
inmortal, hacerse el mismo inmortal, bendito y heredar la realeza
increada de los cielos como heredero de Dios y coheredero de Cristo.
La bienaventuranza de los pacíficos pacificadores es
indescriptiblemente grande. Los pacificadores implantan en los
hombres el mayor bien de la paz, y aseguran para ellos tanto la
bienaventuranza y felicidad provisional como la eterna. Seamos, pues,
pacíficos y pacificadores. Hermanos, amemos la paz. Y no seamos
indiferentes perdiendo ocasiones de reconciliar aquellos que están
en enemistad el uno contra el otro. Destruyamos siempre las trampas
del espíritu de la enemistad que está acechando y sembrando en
todas partes. Por este servicio tendrás la gran jaris (energía
increada gracia) y la paz de nuestro Padre, el Dios y el Señor Jesús
Cristo. Amín. San Juan de Cronstandt.
© Monasterio
Komnineon de “Dormición de la Zeotocos y san Demetrio” 40007
Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ
jJ www.logosortodoxo.com
(en español)
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου