ΟΣΙΟΥ ΝΙΚΟΔΗΜΟΥ
ΤΟΥ ΑΓΙΟΡΕΙΤΟΥ
ΑΟΡΑΤΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ
La guerra invisible,
san Nicodemo el Aghiorita
SEGUNDA PARTE
Capítulo B. 14 La paz espiritual del corazón
Capítulo B. 15 El cuidado que debe tener la
psique para que se pacifique.
Capítulo B. 16 Esta casa pacífica se edifica
poco a poco.
Capítulo B. 17 La psique-alma debe evitar los
honores y amar la humildad y la pobreza del Espíritu, con la que se
adquiere la paz de la psique.
Capítulo B. 18 La psique-alma debe mantenerse
en soledad e hisijía (paz y serenidad) espiritual, para que
el Dios traiga su propia paz en el interior de ella.
Capítulo B. 19 El cuidado que debemos tener a
la agapi-amor hacia el prójimo, para que no nos provoque
molestias en esta paz espiritual.
Capítulo B. 14 La paz espiritual
del corazón
Tu corazón amigo mío, fue creado de
Dios sólo para este propósito, es decir, ser amado y habitado de
Dios.
Por eso diariamente te clama que se lo des: “Hijo mío, dame
tu corazón” (Prov 23,26). Pero como el Dios es la paz y es
superior a todo nus (espíritu), el corazón que trata de
recibirle debe estar en paz e imperturbable, como dijo David: “La
paz ha dominado en su lugar, la paz existe en su residencia” (Sal
75,2). Por eso, antes que nada, debes reforzar y consolidar tu
corazón en un estado pacífico, de modo que todas tus virtudes
exteriores nazcan de esta paz y de las otras virtudes interiores, tal
y como dijo aquel hisijasta Arsenio: “Ocúpate de forma que todo tu
trabajo interior sea de acuerdo con la voluntad de Dios y vencerás
los pazos exteriores”. Aunque todos los ejercicios con los que se
ejercita el cuerpo son elogiables, cuando se hacen con discernimiento
y a medida, según corresponda a la persona que los hace, sin embargo
tú nunca lograrás alguna virtud verdadera mediante estos ejercicios
anteriores, sólo obtendrás vanidad y vanagloria, aunque estos
ejercicios no toman fuerza y vida y no son gobernados de las virtudes
psíquicas e interiores.
La vida del hombre no es otra cosa más
que una guerra y tentación continua, tal y como dijo Job: “¿No es
un lugar de tentaciones y sufrimientos la vida del hombre en la
tierra? (Job 7,1). Por tanto, a causa de esta guerra, tú debes estar
siempre atento y vigilante, observando y cuidando mucho tu corazón,
para que esté siempre en un estado pacífico y reposado. Y cuando se
levanta alguna ola de perturbación en tu psique, permanecer siempre
bien predispuesto a serenar y a pacificar tu corazón, no dejándolo
que cambie de camino y sea destruido por aquella perturbación.
Porque el corazón del hombre es similar con el peso del reloj y el
volante del barco. Así como cuando un peso del reloj es descolgado
de su sitio, inmediatamente se mueven también todas las ruedas, y
cuando el barco no toma bien la curva, entonces todo el barco sale de
su curso normal, lo mismo ocurre también con el corazón; cuando
alguna vez es perturbado, inmediatamente se conmueven todos los
órganos interiores y exteriores del cuerpo y el mismo nus
(espíritu humano) sale de su movimiento correcto y de su logos o
razón correcto. Por eso siempre debes estar pacificando tu corazón
cuando sucede alguna confusión y molestia interior, sea durante el
momento de la oración o en cualquier otro tiempo.
Y debes conocer lo siguiente: sabrás
orar bien, cuando hayas conocido a trabajar bien y permanecer
pacífico; el apóstol Pablo nos manda que oremos pacíficamente, sin
ira ni meditaciones: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo
lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1Tim 2,8).
Así piensa que cada trabajo tuyo debe hacerse con paz, dulzura y sin
violencia. En resumen, toda la ascesis (ejercicio espiritual) de tu
vida se debe hacer para que tengas paz en tu corazón y no te
perturbes y a continuación con esta paz realizar todas tus obras con
apacibilidad y serenidad, como se ha escrito: “Hijo mío, que
realices con apacibilidad tus obras” (Prov 3,17), para que te hagas
digno de la bienaventuranza de los apacibles, que dice:
“Bienaventurados los que tratan con apacibilidad a los demás,
porque estos heredarán el reinado de la Realeza increada o la tierra
prometida o el paraíso” (Mt 5,5).
Capítulo B. 15 El cuidado que debe
tener la psique para que se pacifique.
Por tanto, hermano mío, antes de
cualquier otra cosa debes tener esta paz y contracción en tus cinco
sentidos; es decir, en no ver ni mover tus manos, ni hablar ni
caminar perturbado, sino con paz y con buenos movimientos. Porque
cuando te acostumbres a mantener esta paz en tus movimientos
exteriores, fácilmente y sin agotamiento lograrás pacificarte
interiormente, porque según los santos Padres, el hombre interior se
transforma por el exterior. Acostúmbrate amar a todos los hombres y
estar en paz con todos, como te dice el apóstol Pablo: “Si es
posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los
hombres” (Rom 12,18). O como dice san Máximo el Confesor: “si no
puedes amar a tus enemigos, por lo menos esto sí que es fácil para
ti hacerlo, no tener odio, ira, rencor y resentimientos contra
nadie”. Vigila tu conciencia para que no te acuse por ninguna cosa,
sino que esté reposada con el Dios, contigo mismo y con las cosas
exteriores, como hemos dicho en el capítulo B. 8. Y sobre todo que
no te acuse que has omitido algún mandamiento de Dios, porque el
mantenimiento de la conciencia pura y clara genera la paz del
corazón: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para
ellos tropiezo” (Sal 118, 164).
Acostúmbrate a soportar los insultos
sin perturbarte. Es verdad, que sufrirás mucho hasta lograr esta
paz, por falta de práctica y ejercicio espiritual. Pero una vez que
tu psique adquiera esta paz, encontrará mucho alivio y consuelo en
cada situación contraria que encuentre. Y día a día aprenderás
mejor este ejercicio, ascesis para que te pacifiques espiritualmente.
Por otro lado, cuando alguna vez te
veas a ti mismo muy afligido, disgustado y molestado, de modo que no
puedas tener paz en tu interior, entonces corre inmediatamente con la
oración en contacto consciente con Dios y persevera en ella imitando
a nuestro Señor, el cual en el Jardín oró tres veces para darte
ejemplo, de manera que en cada calamidad, pena y disgusto tuyo tengas
como refugio la oración; y por muy afligido y amilanado que estés,
no debes abandonarla, hasta que encuentres tu voluntad de acuerdo con
la voluntad de Dios; y a continuación la encontrarás pacífica y
piadosa y a la vez con mucho valor y coraje para que pueda recibir y
abrazar aquello que antes temía y lo evitaba. Porque también el
Señor mientras temía el pazos-pasión, sin embargo después de la
oración recibió ánimo y dijo: “Levantaos, vámonos de aquí; he
aquí se acerca aquel que me entregará” (Mt 26,46).
Capítulo B. 16 Esta casa pacífica
se edifica poco a poco.
Preocúpate, como se ha dicho, a no
perturbarse tu corazón nunca, ni mezclarse en alguna cuestión que
le molesta, sino que siempre luches y mantengas el corazón pacífico
y reposado. Y el Dios que te ve luchando y actuando así, edificará
con su jaris (energía increada) en tu psique-alma una ciudad
de paz. Y tu corazón será una casa de júbilo y alegría, tal y
como se entiende en el salmo: “Jerusalén, la bien edificada, la
ciudad bien unida entre sí” (Sal 121,2).
El Dios sólo esto quiere de ti: que
cada vez que seas perturbado, inmediatamente cambies e intentes
serenarte, tranquilizarte y pacificarte en todas tus obras,
pensamientos y reflexiones (loyismí). Y como una ciudad no se
edifica en un día, así pienses tú también, es decir, que en un
día no puedes adquirir esta paz espiritual interior. Porque esto no
significa otra cosa que edificar para el Dios de la paz una casa y
una tienda sublime para convertirte su templo. Y sepas que el mismo
Dios es el que edificará esta casa. Porque tu esfuerzo y cansancio
de otra manera sería vano, como dice el salmo: “Si el Señor no
edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Sal
126,1). Además de esto, debes conocer que el cimiento básico de
esta paz de corazón es la humildad (111)
y evitar, a medida que puedas, perturbaciones, tormentos y
escándalos. Porque en la Santa Escritura también vemos que el Dios
no quiso construirle templo y casa a David, el cual tenía guerras y
perturbaciones casi durante toda su vida, pero su hijo Salomón
permaneció un rey pacífico, según su nombre, y no hizo ninguna
guerra.
111. Y
realmente la humildad, la paz y la apacibilidad del corazón son tan
unidas de modo que donde se encuentra una está la otra; y el que es
apacible del corazón éste es también humilde; y viceversa, el que
es humilde de corazón es también apacible y pacífico. Por eso el
Señor todas estas cosas las ha pronunciado unidas: “Aprended de mí
que soy apacible, humilde y pacífico de corazón” (Mt 11,29).
Capítulo B. 17 La psique-alma debe
evitar los honores y amar la humildad y la pobreza del Espíritu, con
la que se adquiere la paz de la psique.
Por tanto, hermano mío, si amas la paz
del corazón, lucha a introducirte en esta puerta de la humildad,
porque no hay otra salida que ella. Pero para adquirir la humildad,
debes luchar y esforzarte (especialmente al principio) en abrazar
todas tus calamidades, penas y contrariedades como hermanas tuyas
queridas, y evitar toda gloria y honor, deseando que seas
menospreciado por todos y que no haya ninguno que te defienda y te
consuela sino sólo tu Dios. Asegura y sostenga este pensamiento en
tu corazón, es decir, que sólo tu Dios es tu bien, el único
refugio y que todas las demás cosas son para ti un tipo de espinas
que si las pones en tu corazón te perjudicarán con la muerte. Y si
alguien te hace pasar vergüenza no te aflijas ni sufras, sino
aguanta con alegría la vergüenza, estando seguro que entonces el
Dios está contigo. Y no pidas otro honor, ni busques otra cosa sino
sufrir sólo para la agapi de Dios y para aquello que produce
mayor doxa-gloria.
Lucha en alegrarte cuando alguien te
insulta, te controla o te subestima, porque bajo de este polvo y
desprecio se encuentra un tesoro grande. Y si con tu voluntad le
aceptas, entonces rápidamente te harás rico, sin que lo conozca
aquel que te subestima y te provoca este carisma, es decir, aquel que
te deshonra y desprecia. No busques nunca que alguien te ame en esta
vida, ni que te honre y alabe, para que puedas estar dejándote a
sufrir junto con el Crucificado Cristo y nadie te impida a esto. Que
te vigiles y desconfíes de ti mismo como el mayor enemigo que
tienes. No sigas tu voluntad, ni tu nus y mente, ni tu idea u
opinión, si no quieres perderte. Por eso debes tener siempre las
armas para que seas guardado y desconfiado de ti mismo. Y cuando tu
voluntad quiere inclinarse en alguna cosa, aunque sea santa o divina,
primero aíslala y luego desnúdala y colócala delante de Dios,
rogando que se haga la voluntad de él y no la tuya. Y esto con
deseos cordiales, sin ninguna mezcla de la egolatría, conociendo que
no tienes nada que proviene de ti mismo, ni puedes hacer nada solo.
Vigílate y protégete de los loyismí
que traen consigo forma de santidad y celo y no tienen
discernimiento, por el cual dice el Dios: “Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt
7,15). Y sus frutos son inquietudes y molestias que dejan en la
psique. Porque todo esto de cualquier color y forma que sea, te aleja
de la humildad y de esta paz y serenidad interior. Estos son los
pseudo-profetas, quienes siendo realmente vestidos con apariencia de
cordero, es decir, con celo hipócrita, sin discernimiento para
beneficiar al prójimo, son realmente lobos rapaces, que arrebatan tu
humildad y aquella paz, tranquilidad y serenidad interior, que son
tan imprescindibles para el que quiera tener progreso espiritual
seguro. Y esta hipótesis o cuestión, cuanto más superficie y color
de santidad tiene, tanto más debes examinarla, y esto, como se ha
dicho, se debe hacer con mucha calma, serenidad y paz interior. Pero
si alguna vez te falta algo de estas, no te trastornes y te
desconcentres, sino humíllate delante de tu Dios reconociendo tu
debilidad y en adelante conocer bien que puede ser que el Dios lo
permite, posiblemente para humillar a tu egoísmo, alguna soberbia
tuya u orgullo que se encuentra oculto en tu interior y no lo
conoces.
Si por otro lado, alguna vez sientes
que tu psique está pinchada por alguna espina fuerte y venenosa, es
decir, de algún pazos y pensamiento o reflexión no te perturbes por
eso, sino pon mayor atención para que no traspase en tus entrañas.
Retorna en tu corazón y con agrado pon tu voluntad dentro al lugar
de la hisijía paz, calma y serenidad, guardando limpia tu
psique-alma delante de Dios, al cual siempre encontrarás en tus
entrañas y en tu corazón para la rectitud de tu opinión, siendo
seguro que cada cosa sucede para probarte y puedas entender tu propio
interés, y para que seas digno de la corona de la justicia y virtud
que te está preparada por la compasión de Dios.
Capítulo B. 18 La psique-alma debe
mantenerse en soledad e hisijía (paz y
serenidad) espiritual, para que el Dios traiga su propia paz en el
interior de ella.
Como el Dios de los dioses y Señor de
los señores hizo tu psique para residencia y templo suyo, debes
honrarla de tal manera que no dejes que sea humillada y se incline en
otra cosa; y sus deseos y esperanzas que sean siempre esperando la
venida de Dios, el cual si no encuentra la psique-alma sola, no
vendrá a visitarla. Él quiere la psique sin pensamientos loyismí,
y si es posible totalmente sola, libre de sus deseos y su voluntad.
Por eso tú sólo, sin el don del descernimiento, no debes ejercerte
duramente, ni buscar motivos para padecer por la agapi-amor de
Dios solo con la opinión de tu propia voluntad, sino con el consejo
de tu Padre Espiritual que te gobierna como observador de Dios, de
manera que mediante él el Dios te mande y opere en tu voluntad
aquello que este quiere. Nunca hagas lo que quieras. Sino que haga el
Dios aquello que quiere en ti. Tu voluntad que sea siempre libre de
ti mismo, es decir, que tú no quieras nunca alguna cosa, y cuando
quieras algo, que sea de tal manera que aunque no se haga aquello que
quieres, especialmente si es contrario, no te aflijas, sino que tu
espíritu permanezca tan tranquilo y sereno como si no hubieses
querido nada.
Esta es la verdadera libertad del
corazón y soledad, es decir, que no se vincule y se comprometa con
el nus (espíritu humano) o con su voluntad en ninguna cosa.
Por tanto, si entregas a Dios tu psique tan disuelta, libre y sola,
verás milagros que él energizará y operará en ella, pero en
particular y excepcionalmente la paz divina, que es aquel regalo que
puede ser la causa de que quepen todos los demás carismas, como dijo
el Megadidáscalos san Gregorio Palamás obispo de Salónica: ¡Oh
admirable soledad y caja oculta del Altísimo! (112
“Logos sobre la monja Xenia”).
Dentro en esta caja (del nus o corazón)
sólo él quiere que sea escuchado y no en otra parte y allí hablar
en el corazón de tu psique. ¡Oh desierto e hisijía (paz y
serenidad espiritual) que te has convertido en paraíso! Porque el
Dios sólo en el corazón de la psique da permiso para que le vean o
le hablen. “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué
causa la zarza no se quema” (Ex 3,3), decía Moisés cuando se
encontraba al desierto espiritual y físico de Sinaí. Pero si tú
quieres llegar a esto, entra dentro en esta tierra descalzo porque es
santa. Desnuda primero tus pies, es decir, las disposiciones e
intenciones de tu psique-alma permaneciendo desnuda y libre de toda
cosa terrenal. No lleves saco, ni bastón en este camino, como pidió
el Señor a sus discípulos (Lc 10,4), porque tú no debes querer
ninguna cosa de este mundo, como los otros quieren y piden. Ni
reverenciar a ninguna persona de este camino, como pidió Eliseo a su
joven discípulo (Re 4,29) y decía el Señor a sus discípulos: “No
llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el
camino” (Lc 10,4), teniendo todo pensamiento, disposición y agapi
sólo a Dios y no a las creaciones; “Sígueme; deja que los muertos
entierren a sus muertos” (Mt 8,22). Tú avanza sólo al país de
los vivos, y la muerte no tenga lugar o nada que ver contigo.
Capítulo B. 19 El cuidado
que debemos tener a la agapi-amor hacia el
prójimo, para que no nos provoque molestias en esta paz espiritual.
El Señor nos dijo en el Evangelio que
vendrá a poner el fuego de su agapi (amor, energía increada)
en la tierra, es decir, al corazón y nos ha indicado cuánto quiere
y desea encenderla: “Fuego vine a echar en la tierra; y no quiero
nada más que esté encendido” (Lc 12,49). Por tanto, la agapi
(amor, energía increada) de Dios no tiene límite, es increada como
el mismo Dios que es amado es increado no tiene fin ni límite
tampoco medida. Pero la agapi-amor al prójimo debe tener
límite. Porque si no la utilizas con la debida medida, puede
separarte de la agapi de Dios, producirte gran perjuicio y
destrozarte totalmente a ti mismo para ganar a otros. En efecto,
debes amar a tu prójimo, pero hasta el punto que no perjudicarás a
tu psique. Por supuesto que estás obligado a dar el ejemplo bueno,
pero no debes nunca hacer toda cosa sólo por esto. Porque de esta
manera, no harías más que provocar perjuicio a ti mismo. Haz todas
las cosas correctas y santas, sin aspirar otra cosa nada más que
sólo gustar a Dios.
Humilla tu egoísmo o humíllate en
todas tus obras, y entenderás qué poco puedes beneficiar a los
otros con estas. Piensa que no tienes tanto calor y celo en tu
psique-alma hasta el punto que por esto pierdes tu calma, serenidad y
paz del corazón; (113) Como
por ejemplo, hay algunos devotos que fácilmente se compungen, como
las mujeres y los que por naturaleza tienen un temperamento blando;
que seas muy sediento y desees fuertemente que todos conozcan la
verdad, como tú la entiendes y percibes, y que se embriaguen del
vino aquel que el Dios promete y regala gratis a cada uno: “Y
compraréis sin dinero vino y aceite” (Is 55,1). Esta sed para la
sanación y salvación del prójimo debes tenerla siempre. Pero debe
provenir de la agapi que tienes hacia el Dios y no de tu celo
sin discernimiento. El Dios es aquel que puede sembrar esta agapi
en la soledad inteligible de tu psique-alma, y cuando quiera reunirá
este fruto. Tú solo no siembres nada, sino ofrece a Dios la tierra
de tu psique lúcida, pura y limpia de toda cosa, y él entonces de
la manera que quiera sembrará la semilla en ella y así
fructificará.
Acuérdate siempre que el Dios así
quiere tu psique y que esté sola y libre de toda cadena, para unirla
consigo mismo. Sólo déjale que te escoja y no le impidas con tu
libre albedrío o independencia que tienes. Sentado siempre sin tener
ningún loyismós pensamiento y reflexión sobre ti mismo, a
excepción de aquel que debes gustar a Dios, esperando que te invite
a trabajar. Porque el dueño ya ha salido de su casa buscando
trabajadores para su viña, según la parábola del Evangelio.
Expulsa lejos toda preocupación y todo loyismós pensamiento
sobre ti mismo, desnúdate de toda ocupación de ti mismo y de todo
amor a las cosas temporales, para que te vista solo el Dios y te
regale aquello que no puedes ni imaginar. A la medida que puedas,
olvídate de ti mismo y en tu psique-alma que viva sólo la agapi
de Dios.
Incluso con todo cuidado debes calmar
el celo y el fervor que tienes para los otros, para que el Dios te
proteja con toda paz y serenidad. Medita y ocúpate que no sea
privada tu psique de su propio capital (que es la paz del corazón) y
ponerlo sin discernimiento al sitio de otros. Porque la única feria
durante la cual debes comercializar para que te hagas rico, es la
sugestión de tu psique a Dios, libre de toda cosa. Excepto que esto
debes hacerlo sin atribuírtelo a ti mismo o tener la impresión que
haces alguna cosa grande; porque es el Dios que lo hace todo y de ti
mismo no quiere nada, sino que seas humilde ante él y ofrecerle tu
psique-alma totalmente libre de las cosas terrenales, deseando que en
tu interior se haga todo a la perfección y para todo sea la voluntad
de Dios.
San Nicodemo el Aghiorita, autor de
la Filocalía.
Traducido por: Jristos Jrisoulas
www.logosortodoxo.com
(Blog en español)
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